viernes, 28 de febrero de 2014

Consultas de interés



Consulta de la Constitución

Estatutos de Autonomía


Elecciones Generales
·15 de junio de 1977
·1 de marzo de 1979
·28 de octubre de 1982
·22 de junio de 1986
·29 de octubre de 1989
·6 de junio de 1993
·3 de marzo de 1996
·12 de marzo de 2000
·14 de marzo de 2004
·9 de marzo de 2008
·20 de Noviembre de 2011

Órganos constitucionales
Corona
S.M. Don Juan Carlos I de Borbón
El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la mas alta representación del Estado español en la relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica, y ejerce las funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes.
Fachada principal del Congreso de los Diputados
Las Cortes Generales representan al pueblo español y estan formadas por el Congreso de los Diputados y el Senado; ejercen la potestad legislativa del Estado, aprueban sus presupuestos, controlan la acción del Gobierno. El Congreso se compone de un mínimo de 300 y un máximo de 400 Diputados elegidos por sufragio universal, libre, igual directo y secreto.
Fachada principal del Senado
El Senado es la Cámara de representación territorial. El Senado cuenta con dos tipos de miembros con los mismos derechos y prerrogativas: 208 Senadores de elección directa por los ciudadanos mediante un sistema mayoritario y alrededor de 50 designados por las Comunidades Autónomas. De manera semejante al Congreso, ejerce las funciones que la Constitución asigna a las Cortes Generales.
Sitio web: http://www.senado.es

Consejo de ministros
El Gobierno dirige la política interior y exterior, la Administración civil y militar y la defensa del Estado. Ejerce la función ejecutiva y la potestad reglamentaria de acuerdo con la Constitución y las leyes.
Tribunal Constitucional
Sede del Tribunal Constitucional
El Tribunal Constitucional es el intérprete supremo de la Constitución, único en su orden y con jurisdicción en todo el territorio nacional. Es independiente de los demás órganos constitucionales y está sometido sólo a la Constitución y a su Ley Orgánica.
Es el órgano de gobierno del Poder Judicial, con competencia en todo el territorio nacional, su cometido principal es velar por la garantía de la independencia de los Jueces y Magistrados en el ejercicio de las funciones jurisdiccionales que les son propias.
Sitio web: http://www.poderjudicial.es

Constituciones históricas españolas.
Constitución de Cádiz, de 19 de marzo de 1812 (PDF 524Kb.)
Vigencia: desde 1812 hasta 1814; desde 1820 hasta 1823 y desde 1836 hasta 1837
Constitución de 18 de junio de 1837 (PDF 143Kb.)
Vigencia: desde1837 hasta 1845
Constitución de 23 de mayo de 1845 (PDF 193Kb.)
Vigencia: desde 1845 hasta 1868
Constitución de 6 de junio de 1869 (PDF 203Kb.)
Vigencia: desde 1869 hasta 1873
Constitución de 30 de junio de 1876 (PDF 175Kb.)
Vigencia: desde 1876 hasta 1923
Constitución de 9 de diciembre de 1931 (PDF 353Kb.
Vigencia: desde 1931 hasta 1939

jueves, 27 de febrero de 2014

Críticas de Largo Caballero a la gestión de Negrín:

Críticas de Largo Caballero a la gestión de Negrín:
«¿Cuánto oro se entregó a Rusia?
Nunca pudo saberse, porque el Sr. Negrín, sistemáticamente, se ha negado siempre a dar cuentas de su gestión.
Después se ha sabido, por unas cuentas publicadas por el Banco de España en 30 de abril de 1938, que dicho Banco había entregado en custodia 1.592.851.906 millones [sic] en oro y 307.630.000 en plata.
Aparte de esto, Hacienda se incautó de todo lo existente en cajas de seguridad de los Bancos oficiales y privados, cuyo valor se eleva, seguramente a muchos millones.
¿Todo esto más las alhajas que existían en el Palacio Nacional, en habitaciones reservadas, y las de muchos particulares, se han gastado en armas? ¿Al terminar la guerra qué oro quedaba en poder de Rusia? ¿Ha liquidado con el Gobierno llamado del Sr. Negrín? Esto no lo puede saber nadie más que él, pues (…) siempre se negó a dar cuenta de la situación económica. (...) El señor Negrín, sistemáticamente, se ha negado siempre a dar cuenta de su gestión, (…) de hecho, el Estado se ha convertido en monedero falso. ¿Será por esto y por otras cosas por lo que Negrín se niega a enterar a nadie de la situación económica? Desgraciado país, que se ve gobernado por quienes carecen de toda clase de escrúpulos (...) con una política insensata y criminal han llevado al pueblo español al desastre más grande que conoce la Historia de España. Todo el odio y el deseo de imponer castigo ejemplar para los responsables de tan gran derrota serán poco».
— Francisco Largo Caballero, marzo de 1939

El término Oro de Moscú, u Oro de la República, se refiere a la operación de apropiación y traslado de 510 toneladas de oro en monedas, correspondientes al 72,6% de las reservas de oro del Banco de España, desde su depósito en Madrid hacia la Unión Soviética, a los pocos meses del inicio de la Guerra Civil Española, por parte del gobierno de la II República, presidido por Francisco Largo Caballero, y a iniciativa de su ministro de Hacienda, Juan Negrín, así como a las posteriores gestiones relacionadas con su venta a la URSS y la utilización de los fondos obtenidos, y los similares envíos a la URSS de bienes incautados por el gobierno frentepopulista a lo largo de la contienda.
La cuarta parte restante de la reserva del Banco, es decir 193 toneladas, fue trasladada a Francia y también vendida en su mayor parte, una operación que, por analogía, se conoce como el «Oro de París».
Estas monedas trasladadas a la URSS tendrían actualmente un valor mínimo bruto de 12.200 millones de euros (en términos del año 2010), por su contenido metálico, y un valor numismático que pudo exceder de los 20.000 millones de euros.

La expresión «Oro de Moscú» ya había sido utilizada en la década de 1930 por la prensa internacional, siendo popularizada durante la Guerra Civil española y los primeros años del régimen franquista en referencia al episodio histórico español.
Durante la Guerra Fría, también fue empleada a nivel internacional por la propaganda antisoviética y la contraria a partidos y sindicatos comunistas occidentales para descalificar las fuentes de financiación de las actividades de estos últimos, considerando que los fondos provenían en su mayoría de la URSS, por lo que se popularizó la expresión «a sueldo de Moscú».
El episodio histórico español ha sido, desde la década de 1970, tema de numerosas obras y ensayos a partir de documentos oficiales y privados, pero también objeto de debate historiográfico y fuertes controversias, especialmente en la propia España. Los desacuerdos se centran en la interpretación política de sus motivaciones, su venta a la Unión Soviética, la presunta utilización y destino de las divisas obtenidas con la misma y sus consecuencias para con el desarrollo de la contienda, así como su influencia posterior en la República en el exilio y en las relaciones diplomáticas del gobierno franquista con el soviético.
Mientras que para algunos autores (como Ángel Viñas o Enrique Moradiellos) el envío del oro a la URSS fue la única opción viable ante el avance de los sublevados y la no-intervención de las democracias occidentales, que permitió la supervivencia de la República, para otros (como Francisco Olaya Morales) se trató de un gigantesco fraude y uno de los factores más importantes de la derrota republicana, culpando directamente a Juan Negrín.

La expresión «oro de Moscú» tiene su origen en la crítica a la financiación de los partidos y sindicatos de ideología comunista en Europa Occidental.
Con anterioridad a 1935, mientras el gobierno de Iósif Stalin orientaba parte de su política internacional hacia la promoción de la llamada revolución mundial del mundo del proletariado, medios de habla inglesa como la revista Time1 utilizaban la expresión Moscow Gold para referirse a los planes soviéticos de intensificar las actividades del movimiento comunista internacional, que por entonces se manifestaba tímidamente en Estados Unidos y el Reino Unido. Time consideraba que esta evolución de la política soviética, que en 1935 se manifestó en favor de la participación comunista para la formación de diferentes agrupaciones frentepopulistas en diversos países del mundo, se debía en parte a la necesidad de Stalin de contrarrestar las críticas del trotskismo.
A principios de los años 1990, tras la descomposición del sistema soviético que marcó el comienzo de un periodo de transformación de los partidos comunistas de Europa occidental, la expresión «oro de Moscú» fue retomada en Francia (l'or de Moscou), nuevamente en una campaña de desprestigio y acusaciones contra la financiación del PCF, dirigido entonces por Georges Marchais.2

Léon Blum, jefe del gobierno francès.
A partir del 19 de julio de 1936, a los pocos días de la sublevación militar, tanto el gobierno de José Giral como el general Franco, entonces responsable del ejército de África, realizaron gestiones simultáneas en Francia, por una parte, y a través de emisarios en Roma y Berlín, por la otra, para solicitar apoyo material. Con estas iniciativas dio comienzo la progresiva internacionalización del conflicto ante la conciencia común de las carencias en medios y equipamientos militares de ambos bandos para sostener el esfuerzo bélico.
Al comienzo de la Guerra Civil Española, la situación política de Francia era confusa, con un gobierno frentepopulista que incluía entre sus elementos mayoritarios al centrista Partido Radical. Aunque Léon Blum, como el PCF, pretendió intervenir a favor de la República, los radicales se opusieron y amenazaron con retirarle su apoyo. A ello se unieron las advertencias británicas sobre el riesgo de obstruir la política de apaciguamiento emprendida por el conservador Stanley Baldwin. De tal modo, el consejo de ministros reunido el 25 de julio de 1936 aprobó la cancelación de cualquier suministro desde Francia.
El mismo día en que se confirmaba la no intervención de las democracias occidentales, Hitler daba su consentimiento para el envío de un primer lote de aviones, tripulación y equipo técnico a Marruecos, mientras que el 27 de julio, Mussolini enviaría una partida de aviones de transporte, material que sería utilizado posteriormente para el puente aéreo de tropas hacia Sevilla establecido el 29 de julio de 1936.
El gobierno nazi utilizó una empresa fantasma, la Sociedad Hispano-Marroquí de Transportes, como tapadera para canalizar sus suministros a Franco.
El 1 de agosto de 1936 el gobierno francés emitió la propuesta a la comunidad internacional para la adopción de un «Acuerdo de No Intervención en España», apoyada por el Foreign Office a través de su embajada en París el 7 de agosto.5 El acuerdo fue también inicialmente suscrito por la Unión Soviética, Portugal, Italia y el Tercer Reich, sumándose al Comité de supervisión de Londres creado el 9 de septiembre de 1936. No obstante, estas tres últimas naciones mantuvieron su apoyo logístico y material mientras que los agentes de compras del gobierno republicano adquirieron suministros procedentes de México y del mercado negro.


Áreas de control de los bandos enfrentados hacia septiembre de 1936.
En el terreno de las hostilidades, durante los meses de agosto y septiembre de 1936 las fuerzas sublevadas lograron importantes avances, consolidando la frontera portuguesa tras las Batalla de Badajoz del 14 de agosto y cerrando de la vascofrancesa, tras la entrada en Irún del 4 de septiembre de 1936.
Este avance coincidió con un progresivo viraje de la política de la URSS hacia una intervención activa.
Se emprendió entonces el establecimiento de relaciones diplomáticas con la República española y el nombramiento del primer embajador soviético en Madrid, Marcel Rosenberg (antes representante soviético en la Sociedad de Naciones), el 21 de agosto de 1936.7

A finales de septiembre de 1936, partidos comunistas de diferentes países recibieron instrucciones del Komintern y de Moscú para el reclutamiento y organización de las Brigadas Internacionales, que entrarían en combate durante el mes de noviembre. Mientras, el 28 de septiembre, el final de las operaciones en torno al Alcázar de Toledo permitiría a las fuerzas dirigidas por el general Varela orientar su esfuerzo hacia la Batalla de Madrid.
A lo largo del mes de octubre de 1936, la URSS envió material en ayuda del nuevo gobierno de concentración frentepopulista presidido por Largo Caballero, que incluía dos ministros comunistas, acción que el embajador soviético en Londres, Iván Maisky, justificaría ante el Comité de No Intervención el 23 de octubre de 1936, denunciando el previo sabotaje italoalemán al mismo y reclamando la restitución del derecho a la República a armarse.8 Cinco días más tarde, el 28 de octubre de 1936, zarparon de Cartagena cuatro cargueros soviéticos conteniendo el oro evacuado el 14 de septiembre del Banco de España.

Situación de las reservas y estatus del Banco de España.
Pocos meses antes del inicio de la Guerra Civil la reserva española de oro había sido registrada por las estadísticas internacionales en mayo de 1936 como la cuarta más grande del mundo.
Fue acumulada principalmente durante la Primera Guerra Mundial, en la que España se mantuvo neutral.
Gracias a los estudios de la documentación del Banco de España (BDE),10 se conoce que estas reservas se distribuían principalmente en la sede central de Madrid, las delegaciones provinciales del BDE y otros depósitos menores en París, desde 1931, estando constituidas en su mayor parte por monedas, extranjeras y españolas, mientras que la fracción de oro antiguo era menor al 0,01% e insignificante la cantidad de oro en barras pues tan sólo había 64 lingotes.
Sobre el valor de las reservas movilizables, este era conocido por las diversas publicaciones oficiales que se emitían regularmente y así el The New York Times del 7 de agosto de 193612 informaba de la cifra de 718 millones de dólares estadounidenses de la época para las disponibles en la sede de Madrid.
Para el historiador Ángel Viñas, esta cifra se correspondía con 635 ó 639 toneladas de oro fino o bien a 20,42 ó 20,54 millones de onzas troy. Según el balance del Banco de España del 30 de junio de 1936, publicado en la Gaceta de Madrid (el BOE de la época) el 1 de julio, las reservas de oro existentes, tres semanas antes de iniciarse la contienda, alcanzaban un valor de 2.202 millones de pesetas-oro, equivalente a 5.240 millones de pesetas efectivas.
Viñas calcula que la cifra de 719 millones de dólares de 1936 correspondería, actualizada con los índices de inflación, a 9.725 millones de dólares de 2005. En comparación, las reservas españolas disponibles en septiembre de ese año eran de 7.509 millones.
En 1936, el Banco de España estaba constituido como sociedad anónima por acciones (al igual que sus homólogos francés e inglés) con un capital de 177 millones de pesetas, el cual se hallaba distribuido en 354.000 acciones nominativas de 500 pesetas cada una.
A pesar de que el banco y sus reservas no eran de propiedad estatal -pues no devendrían en tales hasta la promulgación del Decreto-Ley 18/1962 del 7 de junio de 1962, sobre Nacionalización y Reorganización del Banco de España-14 , la institución estaba sometida al control tanto del gobierno, quien designaba al gobernador, como del ministerio de Hacienda que nombraba a varios miembros del Consejo General del banco.

La Ley de Ordenación Bancaria (LOB) del 29 de diciembre de 1921 (o Ley Cambó). intentó por vez primera ordenar las relaciones entre el Banco de España como banco central y la banca privada. En la ley se regulaban también las condiciones para la movilización por parte del Banco de las reservas, el cual debía contar con la preceptiva autorización del Consejo de Ministros.
En la base 7ª del Artículo 1º la LOB estipulaba la facultad del Gobierno para acudir a la entidad y solicitar la venta de oro exclusivamente para influir en el tipo de cambio de la peseta y «ejercer una acción interventora en el cambio internacional y en la regularidad del mercado monetario», en cuyo caso el Banco de España participaría en dicha acción con una cantidad igual a la arbitrada por el Tesoro Público.
Aunque autores como Pío Moa consideran que el traslado del oro violaba claramente la Ley Cambó, en opinión de Ángel Viñas la aplicación laxa de la misma por parte del gobierno republicano fue válida, basándose en los testimonios del que fuera último ministro de Hacienda de la Monarquía, Juan Ventosa y Calvell (18 de febrero a 15 de abril de 1931), que la juzgaba, poco antes del golpe militar, demasiado ortodoxa, limitando las posibilidades de crecimiento de la economía del país.
Para Viñas -que evita entrar en aspectos jurídicos- la situación excepcional creada por la rebelión explicaría el cambio de actitud con respecto a la Ley Cambó por parte del gobierno, que pasó a ejercer los mecanismos necesarios para realizar una nacionalización parcial encubierta del Banco de España, guiado por la máxima «Salus patriae, suprema lex»-.
Otros historiadores, como Sardá, Miralles o Moradiellos, coinciden con esta interpretación.
La actuación del gobierno republicano sobre el Banco de España para colocar en su dirección a personas fieles a la República se concretó en el Decreto de 4 de agosto de 1936, que destituyó a Pedro Pan Gómez como subgobernador primero en favor de Julio Carabias, que 10 días más tarde fue seguida de la destitución de otros consejeros y altos ejecutivos. Después del traslado del oro a la Unión Soviética, el 21 de noviembre, se decretó la modificación del Consejo, que sufrió nuevas modificaciones y ceses hasta que el 24 de diciembre de 1937 nueve consejeros fueron sustituidos directamente por representantes institucionales. Pan Gómez huiría a la zona nacional, para ocuparse unos meses después de organizar el nuevo Banco de España de Burgos.19

El «oro de París»
Real Casa de la Aduana (Madrid), sede central del Ministerio de Hacienda.
Con el comienzo de la guerra, los sublevados pusieron en marcha su propia maquinaria estatal, considerando ilegítimas e ilegales las instituciones que quedaron bajo el control del gobierno de Madrid. Así, se constituyó también un Banco de España, con sede en Burgos, dirigido por el ex-subgobernador Pan Gómez. Cada banco afirmaba ser el legítimo, tanto en el interior como en el exterior.20 En poder del gobierno republicano quedaron la sede central con su reserva de oro y las delegaciones más importantes, en tanto que el de Burgos administraba las reservas y delegaciones provinciales del Banco de España en el territorio sublevado. Cuando ambos reunieron sus respectivas juntas de accionistas, en la rebelde hubo 154.163 y en la republicana 31.389.21
El 27 de julio el Gobierno Giral anunció el inicio del envío a Francia de parte del oro, por el acuerdo del Consejo de Ministros de 21 de julio de 1936.
Los sublevados, informados puntualmente de los envíos de oro por sus agentes y amigos en Francia y la zona republicana, afirmaron que estos gastos estaban muy alejados de lo previsto en la mencionada Ley Cambó. Por tanto, los consideraron ilegales. Así, la Junta de Defensa Nacional de Burgos emitió el 25 de agosto de 1936 un decreto, el nº 65, declarando nulas, por lo que a ellos concernía, las operaciones de crédito realizadas por el gobierno frentepopulista con cargo a esta reserva:


Decreto número 65:
Interesa a esta Junta, en el orden moral, destacar, una vez más, el escándalo que ante la conciencia universal ha producido la salida de oro del Banco de España, decretada por el mal llamado Gobierno de Madrid. Pero la incumbe más principalmente señalar las consecuencias de esas operaciones en el terreno jurídico, porque efectuadas con abierta infracción de preceptos fundamentales de la vigente Ley de Ordenación Bancaria, es evidente conducen por su manifiesta ilegalidad a la conclusión inexcusable de su nulidad, que ha de alcanzar en sus efectos civiles a cuantas personas nacionales o extranjeras hayan participado en ellas, con independencia de la responsabilidad criminal, ya regulada en otro Decreto. Y es lógico complemento de esta declaración, el prevenir los daños que se irroguen, con medidas de caución, que han de adoptarse con la urgencia que la defensa de los intereses nacionales exige.
En su virtud, como Presidente de la Junta de Defensa Nacional, y de acuerdo con ella, vengo en decretar lo siguiente:
Artículo primero. Se declaran nulas todas las operaciones que se hayan verificado o se verifiquen con la garantía del oro extraído del Banco de España, a partir del dieciocho de julio último, y en su día se ejercitarán cuantas acciones correspondan en Derecho, para el rescate del oro referido, sea cual fuere el lugar en que se halle.
Artículo segundo. Sin perjuicio de la responsabilidad criminal definida en el Decreto número 36, los valores, créditos, derechos y bienes de todas clase que posean en España las personas o entidades nacionales o extranjeras que hayan intervenido o intervengan directa o indirectamente en las operaciones a que se contrae el artículo precedente, serán inmediatamente embargados, a fin de asegurar las responsabilidades de cualquier especie que se deriven de tales actos.
Dado en Burgos a 25 de agosto de 1936.
Miguel Cabanellas.

LOS TRENES DEL TESORO

Historia y Vida. Extra número 4, 1974
LOS TRENES DEL TESORO
Ernesto Luengo
Una tarde del mes de octubre de 1936, a paso de maniobra, una compañía de milicianos de la Brigada Motorizada del Partido Socialista, marcha a lo largo del Paseo del Prado de Madrid en dirección Atocha. Yo era uno de los ciento y pico de muchachos que integraban la formación. Destino... ignorado.
Recién cumplidos mis diecinueve años, me había incorporado a «La Motorizada» por ser la agrupación miliciana más afín con mis ideales (sabía que era una unidad adepta a la política de don Indalecio Prieto, jefe del ala conservadora del Partido Socialista y, además, por ser quizás el primer grupo de milicianos no comunista organizado con mandos y disciplina militares. Mis ideales de entonces, siendo un chico joven, flaco y con lentes, empleado de oficinas, estaban insuflados -de patriotismo por la lectura de los «Episodios Nacionales», de don Benito Pérez Galdós. Si hubo curas ciento veintiocho años atrás luchando contra la invasión francesa, ¿por qué no mecanógrafos, ahora, para mejorar la justicia social?
Nunca supe por qué mi brigada se tituló "motorizada", puesto que ni motos ni motores teníamos para trasladarnos, sino solamente los pies. Y a pie marchamos en aquel mi primer servicio bélico hacia la estación de Atocha, que aún se llamaba de «Madrid-Zaragoza-Alicante», hasta que nos situaron en un andén, al borde de un tren ya formado con su locomotora despidiendo vapor blanco. ¿Dónde nos Llevarían? ¿Al frente? Seguramente no, porque por entonces "el frente" para los madrileños estaba en la Sierra; y a la Sierra se iba por la estación del Norte, no por la de Atocha. Además éramos poca gente para constituir una expedición de guerra.
Al anochecer apareció en nuestro andén un grupo de muchachas, uniformadas con indumentaria socialista, que repartieron raciones individuales de rancho frío: bocadillos, cerveza y vino, todo muy bien preparado en bolsitos de papel blanco, puesto que aún no se usaba el plástico. Y muy poco después, mientras comenzábamos a merendar, la compañía hubo de formar para escuchar al mando que nos informó así: «Marchamos a Cartagena como escolta de este tren. ¡Es una misión importante y peligrosa, pues custodiamos un cargamento de estopines. Se nombrarán turnos de guardia de dos horas durante la marcha en las plataformas de los vagones, pero cada vez que el tren se detenga, la escolta en pleno ha de saltar rápidamente del tren y rodearlo, con la orden terminante de impedir, si preciso fuera por la fuerza, que alguien se aproxime a los vagones. ¡NADIE, NI PAISANO NI UNIFORMADO!»

Ocupamos tres vagones de viajeros intercalados simétricamente entre los de carga, los cuales ya encontramos en la estación cerrados y precintados. Y a poco de emprender la marcha comenzaron los bulos y los rumores: No transportamos estopines, sino oro, el oro del Banco de España»...
El viaje, que duró toda la noche, se efectuó con total precisión. En las escasas detenciones del convoy saltamos a tierra según lo ordenado y rodeamos el tren hasta reemprender la marcha. A veces, no recuerdo si siempre, llevábamos dos locomotoras, una en cabeza y otra en cola.

Por la mañana muy temprano llegamos a la estación de Cartagena, donde en seguida empezaron a desprecintar y abrir vagones y se nos ordenó trasladar la carga, cajas de madera alargadas, todas Iguales, a unos camiones que estaban esperándonos. En ellos, carga y escolta rodamos algunos kilómetros hasta 'lo que llamaban «los Polvorines» túneles abiertos en la falda de un cerro que recuerdo tenían la planta en forma de una T mayúscula. Nosotros mismos hicimos la descarga y acomodo de las cajas en el fondo de los túneles, recorriendo en fila india los quizá cincuenta metros de túnel para ir depositando !las cajas en la transversal del fondo, a derecha e izquierda y desde el suelo al techo, hasta rellenar o taponar todo el espacio. Para alcanzar las capas superiores de almacenamiento formábamos escalones con las propias cajas. El trabajo duro y el calor en el interior de aquellas cuevas hizo que quedáramos medio desnudos. Recuerdo la escena grabada para siempre en mi mente. Parecíamos dos filas de hormigas, la entrante con caja al hombro y la saliente "de vacío"., para volver a cargar. ¿Veinte, veinticinco kilos cada caja? Algo así. Los bulos y rumores del  tren se convirtieron en certeza. El sonido del contenido de las cajas, al manipularlas, era inconfundible. Con toda seguridad monedas. Aunque seguramente ninguno de nosotros había visto jamás ni entonces pudo ver una sola moneda de oro. Terminados la descarga y el almacenamiento, de nuevo a la estación, al tren y a Madrid. Por haber empleado el día entero en los trabajos de transporte y descarga, el viaje de regreso fue Igualmente nocturno. Solamente pudimos dormir a ratos, sentados y vestidos, durante el tiempo libre de guardia, pero en Madrid tuvimos todo el día siguiente de permiso.

Sin embargo..., ¡ay!, libres sólo estuvimos para ir a casa hasta el nuevo atardecer, pues de nuevo se repitió, y así hasta ocho veces seguidas, la misma operación. Ocho veces, ocho viajes, ocho trenes para mi Compañía de escolta. Después supimos que el total de trenes fue de veinticuatro dato que nunca tuve ocasión de comprobar. No pude imaginar por entonces que estaba siendo protagonista de un capítulo importante de la Historia de España. De los miles de libros que después se han escrito sobre la guerra civil he leído aproximada mente media docena; y sobre el tema de este relato he encontrado grandes contradicciones. Por ejemplo, alguien que debería estar documentado, como don Julián Zugazagoitia, que fue director del periódico «El Socialista» y también ministro del Gobierno durante la guerra, dice en la larga historia que escribió en 1940 que «en la tarde o noche del 7 de noviembre de 1936 corrían hacia Levante los camiones que transportaban el oro del Banco de España». Según versiones mejor documentadas de otros autores, para esa fecha el oro estaba ya en Rusia. El traslado a Cartagena desde Madrid se realizó, aunque no puedo recordar los días exactos, a partir de los primeros días de octubre; absolutamente cierto que en trenes y no en camiones (yo estaba allí), y no en noviembre, puesto que fue entre el 25 y el 28 de octubre cuando, según historiadores bien Informados, se embarcaba el oro en Cartagena. Fue sin duda una operación muy secreta que organizaron y ejecutaron pocas personas. El azar me llevó a ser testigo y operario en aquel histórico traslado del tesoro español, que, por supuesto, creí se limitaba a alejarlo del Madrid en peligro. Pero tanto quisieron -y consiguieron- evitar la divulgación del hecho que relato, que muchos años después he sabido, por mis lecturas, que a los funcionarios del Banco de España que acompañaron el oro a Rusia no se les permitió regresar a España. 0 quedaron allí o fueron dispersados por el mundo.

Sin meterme a opinar ni a juzgar la decisión ministerial que ordenó el traslado, sí puedo afirmar que al menos hasta Cartagena se hizo con absoluta disciplina, honradez y meticulosidad. En cada entrada de túnel había una mesa con un funcionario del Banco que tomaba nota de las cajas que iban pasando; y al final de cada descarga, funcionarios y jefes de escolta firmaban solemnemente las actas. El trabajo fue perfecto; pero ocurrió un incidente que supongo completamente desconocido salvo para el grupo -o para quienes quedemos de él- del que fuimos testigos y protagonistas.

Fue en mi tercer viaje, un par de horas después de salir de Madrid, cuando repentinamente el tren se detuvo en una estación pequeña, completamente solitaria y aparentemente abandonada. Los jefes dieron la alarma y ordenaron no descender del tren pero sí asomar los fusiles por las ventanillas en actitud defensiva. Pudimos leer claramente el nombre de la estación: Algodor. El tren retrocedió rápidamente y poco más tarde vinimos a saber que tras pasar Aranjuez, en la desviación de Castillejo, un equivocado cambio de agujas nos llevó por la vía hacia Toledo dejando a la izquierda nuestra ruta de Albacete. Nos informaron que habiendo ocupado muy poco antes la ciudad de Toledo las tropas del general Varela, Algodor estaba aquella noche en «tierra de nadie». De haberlo sabido... ¡qué riquísimo botín, nada menos que un tren lleno de oro, hubieran tomado fácilmente las tropas que avanzaban hacia Madrid!

En el Banco de España sobraba un duro.
Y para terminar este relato me es necesario resaltar mi extrañeza, que aún perdura después de treinta y ocho años, sobre una faceta insólita del caso. He leído, siempre con lógica curiosidad, cuantos artículos y reportajes han caído en mis manos —y no han sido pocos- comentando el traslado del oro, siempre el oro. Pero..., ¿qué pasó con la plata? Nadie la nombra. Fueran o no veinticuatro los trenes, yo doy fe de los ocho en que viajé. Y sin duda fueron en total no menos de dieciséis, pues cada noche nos cruzábamos uno de ida con otro de regreso. Yo ayudé a descargar tres trenes de cajas de oro, pero los otros cinco llevaron plata en talegos y no en cajas. Cada talego contenía veinticinco kilos de plata en mil monedas de un duro. Por comentarios con otros compañeros que escoltaron otros trenes pude calcular que solamente un tercio aproximado de la carga total fue de cajas de oro, mientras que los otros dos tercios fueron de plata.

No tuve ocasión de ver ni moneda ni lingote alguno de oro. ¡Pero sí, curiosamente, vi algo de plata. Y ocurrió así aunque parezca invención, pues ya sabemos que a veces la realidad puede parecer más inverosímil que la fantasía.

Y no es fantasía ni invención, sino rigurosamente cierto, que a un muchacho que transportaba como yo un talego de plata al hombro, túnel adentro, se le cayó al suelo, reventó el talego y allá rodaron duros de plata por el suelo del túnel, cuyo pavimento de cemento estaba ligeramente inclinado hacia la entrada. Todos colaboramos a recoger monedas, depositándolas apiladas en la mesita del representante del Banco de España. Ante el grupo de testigos del hecho se hizo dos veces el recuento, observando que de la cuenta sobraba un duro. (Por cierto que gracias a ese incidente pude comprobar que no portábamos monedas nuevas y relucientes, como los profanos creemos deben ser las que almacena el Banco de España, sino duros de diversos cuños y efigies usados y sobados.) El señor de la mesa nos pidió que revisáramos nuestras pertenencias personales por si a alguno le faltaban del bolsillo cinco pesetas. Pero no fue así, y en consecuencia levantó acta, firmaron los jefes y al papel oficial adjuntó la moneda sobrante, supongo que para reintegrarla a la superioridad.


Después de mi octavo y último viaje de regreso a Madrid, hacia el 20 de octubre, me destinaron al frente del sur de la capital de España, en la línea de Navalcarnero. Retrocediendo ante las tropas de Varela y Yagüe, «La Motorizada» luchó en la Casa de Campo y en el Barrio de Usera, en cuyos combates sufrió muchas bajas. Nos quedamos en cuadro, quizá más de la mitad muertos o desaparecidos. Y en la última semana de noviembre decidieron disolver la unidad, formando con sus restos otra de carabineros, creo que para escolta del Gobierno. Supe que finalmente sus componentes fueron a parar a Méjico, pero nunca después he tenido ocasión de comentar estos temas con algún otro testigo o compañero de entonces. Tampoco recuerdo ningún nombre o fisonomía de ellos. Yo no quise ser carabinero y en diciembre de 1936 elegí pasar al arma de artillería, en la que hice el resto de la guerra.

El destino del oro del Banco de España

El destino del oro del Banco de España
Indalecio Prieto
"Afirmo - he dicho refiriéndome a apoyos que recibimos en el curso de la guerra- que pueden anular o amortiguar nuestra gratitud los aspectos lucrativos del auxilio de la URSS y de los partidos comunistas que la secundaban".
Véanse estos ocho puntos que dejé sentados en 1939 y que nadie ha desmentido:
1.-El  Partido Comunista francés había administrado, para compras de material de guerra, dos mil quinientos. millones de francos entregados por Negrín, sin que la administración de tan enorme suma la hubiese controlado, poco ni mucho, ningún funcionario del Estado español.
2.- El Partido Comunista francés había retirado para sí, quizá como beneficios de intermediario, cantidades considerables del dinero entregado por Negrín.
3.- La propaganda, pública primero y clandestina después, del Partido Comunista francés se costeaba con dinero así extraído del Estado español, pues los auxilios de la III Internacional  eran nulos y el producto de las cotizaciones distaba muchísimo del gasto enorme de esa propaganda.       
4.- Ávido de dinero, el Partido Comunista francés, rectificando constantemente sus liquidaciones por nadie examinadas, reclamaba con frecuencia mayores sumas a los señores Negrín y Méndez Aspe, (este último, ministro de Hacienda).
5.- El espléndido diario comunistoide "Ce Soir", remedo del triunfante "París Soir “,  se sostenía con fondos de los suministrados por Negrín
6.- La flota, compuesta de doce buques, perteneciente  a la France Navigation, era propiedad de España, pues con dinero español se compraron todos los barcos, no obstante lo cual los comunistas franceses, administradores de dicha Compañía, se negaron a devolverlos, considerándolos suyos.
7.- Uno de los barcos de la France Navigation, el "Winnipeg", se fletó por el S.E.R.E. (entidad de auxilio a los expatriados establecida por Negrín) para transportar exiliados a Chile, aumentando de esa manera sus ingresos los comunistas franceses, mediante el novísimo sistema de arrendar a alto precio a los españoles un buque que pertenecía a los españoles.
8.  Parte del tesoro español sacado de nuestro territorio al evacuarse Cataluña estaba custodiado por comunistas franceses.                                         

En cuanto al lucro de Rusia, el relato que ahora reitero aquí es ciertamente asombroso.
El 25 de Octubre de 1936 se embarcaron en Cartagena con destino a Rusia siete mil ochocientas cajas llenas de oro, amonedado y en barras, oro que constituía la mayor parte de las reservas del Banco de España.
Previamente, el señor Negrín,  como ministro de Hacienda (todavía no era presidente del Consejo), obtuvo el acuerdo del Gobierno y la firma del Presidente de la República para un decreto autorizándole las medidas de seguridad que estimara indispensables en cuanto al oro del Banco de España. Como miembro de aquel Gobierno, acepto la responsabilidad que me corresponde por el acuerdo, aunque ni los demás ministros ni yo conocimos el propósito perseguido. Ignoro si llegó a conocerlo el entonces Presidente del Consejo, Francisco Largo Caballero.
El embarque se verificó con gran misterio. Si yo me enteré fue por pura casualidad, a causa de haber llegado a Cartagena para asuntos del servicio --era yo ministro de Marina y Aire- cuando el embarque se efectuaba bajo la dirección personal de los señores Negrín y Méndez Aspe.
Cuatro empleados del Banco embarcaron en el buque que conducía el precioso cargamento. No se les dijo a dónde iban. Creyeron que desembarcarían en Port Vendres, Sete o Marsella y aparecieron... en Odesa. El 6 de noviembre llegaron con nuestro oro a Moscú. Y allí, ocurrió algo que también merece ser narrado. Los funcionarios del Grosbank miraban y remiraban minutos enteros cada pieza y la pesaban y repesaban. Los empleados del Banco de España, acostumbrados a gran celeridad en operaciones semejantes, no se explicaban tamaña lentitud, por la cual se invirtieron varios meses en el recuento. Pero esta lentitud obedecía al deseo de justificar la permanencia en Rusia de quienes habían ido custodiando la mercancía. A toda costa se quería impedir su regreso a España para que no se divulgara el enorme envío de oro. Las familias de los viajeros se inquietaban por desconocer el paradero de éstos, y para calmar su intranquilidad se las embarcó también, sin decirles adónde iban, _y se las llevó a Rusia.

La entrega del oro, tan meticulosamente pesado y medido, había de concluir algún día, y concluyó. Los bancarios creyeron entonces que, terminada ya su misión, tornarían a España. Mas sus reclamaciones en ese sentido ante nuestro Embajador, don Marcelino Pascua, eran inútiles. No se les consentía salir; estaban confinados con sus familias en Rusia. Al cabo de dos años, cuando la guerra se extinguía, el Encargado de Negocios, don Manuel Martínez Pedroso, logró romper aquel confinamiento. Pero a los cuatro bancarios no se les repatrió. En España podían hablar más de la cuenta. Y con objeto de evitarlo se les desparramó por el mundo: uno fue a dar con sus huesos a Buenos Aires, otro a Estocolmo, otro a Washington y otro a México. Al mismo tiempo desaparecían de la escena los altos funcionarios soviéticos que intervinieron en el asunto: el ministro de Hacienda, Grinko; el director del Grosbank, Marguliz; el subdirector, Cagan; el representante del ministerio de Hacienda en dicho establecimiento de crédito, Ivanoski; el nuevo director del Grosbank, Martinson... Todos cesaron en sus puestos, varios pasaron a prisión y Grinko fue fusilado.
Entre tanto, una revista gráfica, "La URSS en Construcción", dedicaba un número especial al aumento de las existencias de oro en Rusia, atribuyéndolo al desarrollo de la explotación de los yacimientos auríferos de Rusia. Era el oro de España. Rusia no ha devuelto ni una sola onza.
                                                                                  México, D. F., Marzo de 1953.   

LA CNT ACUERDA SUBLEVARSE CONTRA EL DOCTOR NEGRIN

Historia y Vida. Extra número 4, 1974
Gregorio Gallego
 A finales de febrero de 1939 fui convocado para asistir a un pleno restringido de militantes de la CNT madrileña con el aviso de que «se trataba de un pleno muy importante en el que se tomarían acuerdos decisivos en relación con la guerra y la política del doctor Negrín.
Recuerdo que, en principio, me mostré reacio a asistir a la reunión, y no porque no me interesaran los problemas orgánicos, sino más bien porque me agobiaban los problemas del frente. A la sazón era jefe accidental del Estado Mayor de la 50 Brigada Mixta, mandada por Alfonso Pérez, y me hallaba personalmente comprometido en el intenso plan de fortificaciones que se estaba realizando en el sector con vistas a la temida ofensiva enemiga.
Prácticamente estábamos en estado de alerta, ya que tanto los observatorios propios, como los servicios de información de la 12 División y del IV Cuerpo de Ejército, acusaban movimiento inusitado de vehículos y concentración de fuerzas en la retaguardia enemiga.

Además del temible «achuchón» que nos amenazaba, existían otros motivos de alarma en los frentes.
El derrotismo empezaba a hacer estragos en la moral de los combatientes republicanos.
La pérdida de Cataluña, el fracaso de la ofensiva republicana en Extremadura y la vida trashumante del doctor Negrín y su Gobierno estimulaban cierto humorismo corrosivo en las trincheras.
Por supuesto, nadie creía en la victoria.
Los comisarios políticos se las veían y deseaban para contener la murmuración y la crítica.
Las deserciones a la retaguardia o al enemigo estaban a la orden del día.
Incluso se daban casos de insubordinación patentes, aunque hay que reconocer que la mayoría de soldados acataban disciplinadamente las órdenes de sus oficiales.
Otro motivo de preocupación diaria era el abastecimiento. Intendencia empezaba a fallar. Las raciones eran escasísimas y había que valerse de mil tretas para obtener recursos complementarios en los pueblos de la retaguardia. Una labor penosa, porque los pueblos tampoco estaban sobrados de alimentos y había que librar verdaderas batallas con los alcaldes y encargados de las colectividades y, a veces, amenazarlos para que entregasen un poco de harina, unos corderos o el alimento que tenían para el ganado. Después de, haber comunicado por teléfono a los compañeros de Guadalajara que no asistiría al pleno, llegó Alfonso Pérez, jefe de la Brigada, y me dijo que Cipriano Mera y Feliciano Benito le habían insistido mucho para que no faltáramos a la reunión.

-¿No te han dicho de lo que se trata?
-Feliciano Benito me ha dicho que es orden de Val y que por la gravedad de los asuntos a tratar solamente han sido convocados los militantes de absoluta confianza...
 Por primera vez en muchos meses hablé con mi jefe con entera confianza. La disciplina militar y el sentido de la jerarquía habían enfriado un tanto nuestras relaciones personales, pero en aquel momento volvimos a ser los compañeros de lucha sindical y comentamos con entera libertad la situación política y militar y la crisis a que nos veríamos abocados de un momento a otro. En el IV Cuerpo de Ejército se hablaba mucho por aquellos días de las conversaciones que Mera había tenido con el doctor Negrín y algunos de sus ministros. El «viejo» se mantenía impenetrable, pero todos sabíamos que no se había mordido la lengua al analizar las posibilidades de resistencia.

Manuel López ofrece un cuadro escalofriante de la solidaridad internacional para con la República.
 Al día siguiente nos trasladamos a Madrid y poco antes de las 11 entrábamos en el salón de actos del Sindicato de Espectáculos Públicos, instalado en un palacete de la calle de Miguel Ángel. 
Los reunidos no pasábamos, de un centenar, pero allí estaban las planas mayores de los comités regionales y locales de la CNT, la FAI y las Juventudes Libertarias, los directores y algunos redactores de «CNT», «Castilla Libre» y «Frente Libertario», todos los secretarios de Sindicato y federaciones regionales.
Entre los militares destacaba Cipriano Mera, con sus incondicionales Rafael Gutiérrez Caro, jefe de la 14 División, y Luzón, que mandaba la 70 Brigada; el todo poderoso «Comité Regional de Defensa» con su secretario, Eduardo Val, discretamente difuminado en la presidencia, junto a Gallego Crespo, secretario del Comité Regional, y Manuel López, secretario del subcomité nacional, con sede en Valencia, y a la sazón primer dirigente del Movimiento Libertario en la zona Centro-Sur.
En el pleno se percibía cierta tensión y apremio. Faltaba el aire discursivo, polémico y hasta jocoso de las reuniones normales. Todos sabíamos poco más o menos de lo que se iba a tratar y la preocupación era unánime.

Abrió la sesión Gallego Crespo como secretario de la Confederación Regional del Centro y, casi sin preámbulo, cedió la palabra a Manuel López, hombre sobrio de gestos que poseía una rara capacidad de síntesis. Se le notaba enfermo y cansado. Murió tuberculoso a los pocos meses de terminada la guerra. 
Durante cerca de una hora habló en un. tono monótonamente informativo de las dificultades con que habían tropezado los tres compañeros comisionados por las organizaciones anarcosindicalistas de la zona Centro-Sur para ponerse en contacto con el comité nacional de la C.N.T., primero en Cataluña y después en Francia.
Los componentes de la comisión eran Juan López, ex ministro de Comercio y cabeza visible de la corriente más moderada del sindicalismo;
Manuel Amil, varias veces miembro del comité nacional de la CNT, dirigente nacional del Sindicato del Transporte y muy astuto y maniobrero en la lucha sindical;
y Eduardo Val, dirigente del Sindicato Gastronómico y hombre de confianza de los grupos de defensa confederal.
En aquel momento era el hombre más poderoso de la CNT a pesar de que apenas si era conocido fuera de ella. Manuel López informó extensamente de la situación de los refugiados en Francia, de las imprevisiones de nuestro Gobierno y del comportamiento de las autoridades francesas.
Sin intención de dramatizar, nos ofreció un cuadro escalofriante de la solidaridad internacional. «Los socialistas, los comunistas y los masones -vino a decir-, cuentan en Francia con la tolerancia de las autoridades y la ayuda de sus camaradas franceses, pero nosotros no podemos contar con ninguna, porque los anarcosindicalistas franceses carecen de influencia»
Para ilustrar la situación real de los millares de cenetistas que habían huido de Cataluña, nos relató la odisea de Marianet, secretario del comité nacional de la CNT, que vivía como un fugitivo para no ser detenido y encerrado en un campo de concentración.
Con relación a la guerra, afirmó que teníamos que seguir hasta el final, pero no de cualquier manera, arrastrados por las falsas esperanzas del doctor Negrín y de los que pedían el sacrificio total del pueblo a una causa perdida, mientras ellos se preparaban la huida con todos los honores y con todos los tesoros».

Seguidamente relató algo que sacudió a los reunidos como una descarga eléctrica.
En el avión que traía de Francia a Juan López, Eduardo Val y Manuel Amil, este último había sorprendido una conversación entre dos militares comunistas, según la cual el doctor Negrín proyectaba dar un golpe de Estado en la zona Centro-Sur y destituir a todos los mandos militares que no le fueran adictos.
Aunque Manuel Amil tenía fama de receloso y aficionado a las intrigas, nadie puso en tela de juicio sus «escuchas».
Gallego Crespo centró la discusión en un punto único: actitud de la CNT en el caso de que el doctor Negrín intentara hacerse con todo el poder de acuerdo con los comunistas.

Parte del Ejército y la Marina, con la CNT y contra Negrin.
Uno de los primeros en intervenir fue Manuel Salgado, que durante algún tiempo desempeñó el cargo de jefe de los Servicios Especiales del Ministerio de la Guerra y conocía bien los entresijos de los Estados Mayores.
A Salgado fue a quien el general Miaja pidió ingresar en la CNT en 1936 y Salgado le respondió que "la CNT no tenía sindicatos de generales". 
Naturalmente, su intervención fue un alegato contra toda clase de dictaduras y afirmó que no éramos solamente nosotros los que estábamos en contra de los sueños dictatoriales del doctor Negrín, sino que también la mayoría de los republicanos y socialistas rechazaban el poder personal de un hombre incapaz de conducir la guerra y respetar los principios democráticos de la República. "Me consta -dijo con aire sibilino- que si tenemos la gallardía de hacerle frente, muchos jefes y oficiales del Ejército y de la Marina que todavía creen en una paz honrosa se pondrán de nuestra parte."
La intervención de Salgado provocó una gran polémica.
No fueron pocos los que preguntaron qué significaba «una paz honrosa, ya que se daba por supuesto que Salgado actuaba como portavoz del Comité Regional de Defensa.
Me parece que fue Ramos, un dirigente de la FAI, quien recogió la pelota lanzada por Salgado y la desmenuzó a dentelladas. «Para mí -dijo- la paz honrosa es sinónimo de traición o de claudicación y considero que no debemos tomarla en consideración.
Es más, si el doctor Negrín y los comunistas son tan insensatos y se lanzan a la aventura dictatorial, más que una paz honrosa lo qué tenemos que pensar es en una muerte honrosa, porque todo se vendrá abajo
 Antes de que Ramos terminase de hablar, el fogoso director de "CNT" tomó la palabra sin que nadie se la concediera y pronunció una de sus más exaltadas arengas anticomunistas. Con la mayor crudeza dijo que la guerra la teníamos perdida de cualquier manera y que si los comunistas se apoderaban del poder harían con nosotros la mayor escabechina que recuerda la historia.
 -Peor será la que organicen los fascistas si nos enzarzamos nosotros en luchas intestinas -le interrumpió alguien.
 Se produjo un pequeño tumulto entre los que creían peor a los comunistas que a los fascistas y viceversa.
Pero García Pradas, que tenía buenos pulmones, siguió hablando exaltadamente con igual desprecio hacia los comunistas que hacia los fascistas.
Embriagado de retórica heroica, llegó a decir que, como depositarios de los principios libertarios, no nos quedaba más remedio que destruir las pretensiones dictatoriales de los comunistas, primero, y después .«mellar la espada de Franco con nuestros pescuezos».
Esta frase se la volvería a oír cuando ya todo estaba perdido y la Junta de Casado luchaba denodadamente por obtener un período de tregua para organizar la huida.

Como era de esperar, el pleno acordó por abrumadora mayoría rechazar cualquier tipo de dictadura.
A tal fin, los comités del Movimiento Libertario recibían un voto de confianza y quedaban facultados para establecer compromisos y alianzas con las fuerzas antifascistas que se mantuvieran fieles a los principios democráticos.

Terminado el pleno, los militares fuimos convocados al Comité Regional de Defensa, en la calle Serrano, para recibir instrucciones más concretas.
Después de comer nos reunimos en el despacho de Eduardo Val una veintena de jefes y oficiales.
El hombre que «Pasionaria» califica con su habitual superficialidad y sectarismo de «personaje oscuro y siniestro» nos informó detalladamente de los proyectos del doctor Negrín y de sus entrevistas con los jefes militares y las autoridades de la zona Centro-Sur con la mayor objetividad. Al parecer, tanto los grandes jefes militares como los dirigentes políticos consideraban que habíamos llegado al límite de la resistencia y se mostraban contrarios a provocar situaciones catastróficas.

-Yo, personalmente -dijo considero tan estúpido el numantismo como el entreguismo, por lo cual creo que lo más importante es mantener unido el frente antifascista.
Pero si Negrín se lía la manta a la cabeza y entrega el poder militar a los mandos comunistas que perdieron la batalla de Cataluña después de haber machacado a la CNT y a los catalanistas, recibirá la respuesta que merece, aunque luego tengamos que lamentarlo todos.
Seguidamente nos dijo que debíamos permanecer pendientes del parte de guerra emitido por Unión Radio a las doce de la noche.

-Inmediatamente que oigáis que se ha constituido una Junta para luchar contra Negrin, apoderaos del mando de las unidades y destituir o encerrar a los negrinistas sin la menor vacilación. A partir de ese momento todo el Movimiento Libertario debe considerarse en pie de guerra.
 Pocos días después los acuerdos de aquel pleno se cumplían a rajatabla.