sábado, 27 de septiembre de 2014

Diez horas de Estat Catala

Estamos ante una obra maestra del periodismo español del siglo XX. 
Es un reportaje político excelente, que capta todas las miserias, complejos y arrogancias del nacionalismo catalán basado en el odio a España; en realidad, en el odio de los nacionalistas a sus propios orígenes.
De paso, como el que no quiere la cosa, las patologías psicológicas de las elites nacionalistas aparecen reflejadas en la genial descripción de los hechos que lleva a cabo Enrique de Angulo.
Este periodista, que cuenta lo que ve, oye y toca, a veces, con precisión de naturalista, está también muy bien informado sobre el proceso histórico, ideológico, político y social que conduce a Companys a declarar el Estado Catalán, pero a las pocas horas tiene que rendirse a una oficial del Ejército español con el grito: "¡Viva España!".

Obra tan descriptiva como ideológica, hoy, resulta imprescindible para comprender el proceso que llevó al nacionalismo catalán al desastre. Lo pedían todo, como ahora, siendo muy poco. Siguen sin tener conciencia de sus límites. Debería ser de lectura obligada para todos los nacionalistas, porque es una lección, casi un freno, para que sus demandas chantajistas no los lleven otra vez al desastre, incluido el ridículo de salir corriendo ante la legalidad democrática.

Una crónica grandiosa sobre las diez horas que duró la rebelión secesionista de Cataluña, el 6 de octubre de 1934. Publicada originalmente en el periódico El Debate, fue más tarde recogida en un libro por la editorial Fenollera de Valencia. Es ya un documento histórico de cómo sofocó el general Domingo Batet la rebelión de la Generalidad de Cataluña contra la República de España. La inteligencia y sagacidad mostradas por este general, leal a las autoridades de la República de España, son puestas en valor por el periodista. Batet, sin emplearse a fondo, sofocó a los facciosos en pocas horas, y con un número de bajas mínimos para lo que podía haber sucedido.

Lluís Companys.
Desde la proclamación del Estado Catalán, a las ocho, aproximadamente, de la noche, hasta su final transcurrieron diez horas, pero aparecen todos los protagonistas, y la contextualización de sus argumentos y sinrazones. Desde Companys hasta Azaña, pasando por Dencás, el consejero de Gobernación, y todos los traidores al Ejército español y a las instituciones de la República, son retratados con maestría por Enrique de Angulo. Resalta la cobardía de alguno de los principales protagonistas del acto de secesión, no tanto porque no fueran capaces de resistir, a pesar de los intensos preparativos y de las muchas armas que poseían, al Ejército español, sino porque desde el principio de la operación lo primero que prepararon fue un complejo sistema de alcantarillas para huir en caso de que el golpe de estado fracasara.

El relato de Enrique de Angulo es preciso, especialmente cuando relata la cobardía de algunos de sus protagonistas. Los cabecillas de la rebelión, al ver que las cosas pintaban mal,

"nada dijeron a sus partidarios de lo que en realidad ocurría, sino que cautelosamente, sin despertar sospechas, Dencás, Menéndez, Pérez Salas, España, Guarner y algún otro, recogieron el dinero en abundancia que tenían preparado para el caso y desaparecieron por el pasadizo subterráneo que se habían hecho construir meses antes para comunicar con las alcantarillas (…) No es que los cabecillas separatistas abandonasen a los suyos en el fragor de la pelea. Es que huían de sus propios partidarios. En una noche pasaron de la categoría de ídolos a la de traidores infinitamente despreciados".

Detrás de estos sucesos casi trágico-cómicos de 1934, que preludian la Guerra Civil, no sólo se recoge el ejercicio del derecho a la autonomía política, incluso a la "autodeterminación", llevado hasta los extremos de segregarse de España, sino una forma muy concreta de concebir la política y llevarla a cabo. Pues es, en efecto, esa concepción de la "política", que tiende a equiparar los intereses personales o de grupos sociales con los intereses políticos, lo que hoy como ayer se repite. El nacionalismo no es, en sentido estricto, una ideología, un pensamiento que trate de responder a la cuestión de cómo se organiza, o cómo puede gobernarse mejor, una sociedad, sino quién tiene que hacerlo.

El nacionalista no quiere saber cómo se organiza lo público, sino que lo hagan los de su tribu. El nacionalismo sólo quiere que ejerzan el poder los jefes o los augures de un determinado grupo, en realidad, de una tribu, sin importarnos cómo lo hagan. Lleva razón Sevilla, el ministro de Administraciones Públicas, al decir que Montilla, un charnego, nunca podrá ser presidente de la Generalidad. La superstición de ser superior por haber nacido en un determinado lugar es absolutamente prioritaria a cualquier otra consideración racional.

La semejanza de los argumentos y del trasfondo entre lo ocurrido entonces y lo que sucede ahora es sorprendente. Es como si la historia no hubiera enseñado nada a las elites políticas nacionalistas, tampoco a sus colaboradores traidores a España en Madrid. ¡Cuántos malos imitadores de Azaña hay hoy en el Gobierno!

El nacionalismo, entonces como ahora, es en esencia una superstición de elites políticas, sin duda, pero no deberíamos olvidar que el pueblo, y eso lo deja también muy claro Enrique de Angulo, no es inocente en su colaboración con la clase política, empresarial y el clero catalán.


Unamuno sigue teniendo razón en su crítica al nacionalismo catalán: "Petulante vanidad de un pueblo que se cree oprimido".

Ayer como hoy

Diez horas de Estat Català
Agapito Maestre
Estamos ante una obra maestra del periodismo español del siglo XX. Es un reportaje político excelente, que capta todas las miserias, complejos y arrogancias del nacionalismo catalán basado en el odio a España; en realidad, en el odio de los nacionalistas a sus propios orígenes.
De paso, como el que no quiere la cosa, las patologías psicológicas de las elites nacionalistas aparecen reflejadas en la genial descripción de los hechos que lleva a cabo Enrique de Angulo.
Este periodista, que cuenta lo que ve, oye y toca, a veces, con precisión de naturalista, está también muy bien informado sobre el proceso histórico, ideológico, político y social que conduce a Companys a declarar el Estado Catalán, pero a las pocas horas tiene que rendirse a una oficial del Ejército español con el grito: "¡Viva España!".

Obra tan descriptiva como ideológica, hoy, resulta imprescindible para comprender el proceso que llevó al nacionalismo catalán al desastre. Lo pedían todo, como ahora, siendo muy poco. Siguen sin tener conciencia de sus límites. Debería ser de lectura obligada para todos los nacionalistas, porque es una lección, casi un freno, para que sus demandas chantajistas no los lleven otra vez al desastre, incluido el ridículo de salir corriendo ante la legalidad democrática.

Una crónica grandiosa sobre las diez horas que duró la rebelión secesionista de Cataluña, el 6 de octubre de 1934. Publicada originalmente en el periódico El Debate, fue más tarde recogida en un libro por la editorial Fenollera de Valencia. Es ya un documento histórico de cómo sofocó el general Domingo Batet la rebelión de la Generalidad de Cataluña contra la República de España. La inteligencia y sagacidad mostradas por este general, leal a las autoridades de la República de España, son puestas en valor por el periodista. Batet, sin emplearse a fondo, sofocó a los facciosos en pocas horas, y con un número de bajas mínimos para lo que podía haber sucedido.

Lluís Companys.Desde la proclamación del Estado Catalán, a las ocho, aproximadamente, de la noche, hasta su final transcurrieron diez horas, pero aparecen todos los protagonistas, y la contextualización de sus argumentos y sinrazones. Desde Companys hasta Azaña, pasando por Dencás, el consejero de Gobernación, y todos los traidores al Ejército español y a las instituciones de la República, son retratados con maestría por Enrique de Angulo. Resalta la cobardía de alguno de los principales protagonistas del acto de secesión, no tanto porque no fueran capaces de resistir, a pesar de los intensos preparativos y de las muchas armas que poseían, al Ejército español, sino porque desde el principio de la operación lo primero que prepararon fue un complejo sistema de alcantarillas para huir en caso de que el golpe de estado fracasara.

El relato de Enrique de Angulo es preciso, especialmente cuando relata la cobardía de algunos de sus protagonistas. Los cabecillas de la rebelión, al ver que las cosas pintaban mal,
"nada dijeron a sus partidarios de lo que en realidad ocurría, sino que cautelosamente, sin despertar sospechas, Dencás, Menéndez, Pérez Salas, España, Guarner y algún otro, recogieron el dinero en abundancia que tenían preparado para el caso y desaparecieron por el pasadizo subterráneo que se habían hecho construir meses antes para comunicar con las alcantarillas (…) No es que los cabecillas separatistas abandonasen a los suyos en el fragor de la pelea. Es que huían de sus propios partidarios. En una noche pasaron de la categoría de ídolos a la de traidores infinitamente despreciados".

Detrás de estos sucesos casi trágico-cómicos de 1934, que preludian la Guerra Civil, no sólo se recoge el ejercicio del derecho a la autonomía política, incluso a la "autodeterminación", llevado hasta los extremos de segregarse de España, sino una forma muy concreta de concebir la política y llevarla a cabo. Pues es, en efecto, esa concepción de la "política", que tiende a equiparar los intereses personales o de grupos sociales con los intereses políticos, lo que hoy como ayer se repite. El nacionalismo no es, en sentido estricto, una ideología, un pensamiento que trate de responder a la cuestión de cómo se organiza, o cómo puede gobernarse mejor, una sociedad, sino quién tiene que hacerlo.


El nacionalista no quiere saber cómo se organiza lo público, sino que lo hagan los de su tribu. El nacionalismo sólo quiere que ejerzan el poder los jefes o los augures de un determinado grupo, en realidad, de una tribu, sin importarnos cómo lo hagan. Lleva razón Sevilla, el ministro de Administraciones Públicas, al decir que Montilla, un charnego, nunca podrá ser presidente de la Generalidad. La superstición de ser superior por haber nacido en un determinado lugar es absolutamente prioritaria a cualquier otra consideración racional.

La semejanza de los argumentos y del trasfondo entre lo ocurrido entonces y lo que sucede ahora es sorprendente. Es como si la historia no hubiera enseñado nada a las elites políticas nacionalistas, tampoco a sus colaboradores traidores a España en Madrid. ¡Cuántos malos imitadores de Azaña hay hoy en el Gobierno!

El nacionalismo, entonces como ahora, es en esencia una superstición de elites políticas, sin duda, pero no deberíamos olvidar que el pueblo, y eso lo deja también muy claro Enrique de Angulo, no es inocente en su colaboración con la clase política, empresarial y el clero catalán.


Unamuno sigue teniendo razón en su crítica al nacionalismo catalán: "Petulante vanidad de un pueblo que se cree oprimido".

Diez horas de Estat Catalá

José García Domínguez.
Contemplada la sublevación separatista de la Esquerra en 1934 con la perspectiva de casi un siglo, la pregunta que asalta al observador atento no es cómo pudo ocurrir, sino cuándo habrá de repetirse.
Y es que, leyendo el extraordinario reportaje de Enrique de Angulo sobre aquella astracanada delirante, lo que más extraña al lector contemporáneo es precisamente no extrañarse frente al retrato psicológico de los actores de la farsa.
Inevitable reconocer a Ventura Gassol, a Badia y a Dencàs en esa la legión de garibaldis de salón que fabrica cotidianamente la opinión pública en Cataluña.
Imposible no identificar la alegre irresponsabilidad de Maragall en la pueril inanidad de Companys.
Arduo ignorar el marchamo perenne de la burguesía en la creación del caldo de cultivo intelectual que entonces –al igual que ahora– desembocó necesariamente en el secesionismo.
Ineludible, en fin, reparar en la ceguera de las elites políticas españolas de hoy, cuando se otea la miopía del Azaña que traspasa a la Generalitat el mando sobre los Cuerpos de Seguridad.

"La Patria catalana, grande o pequeña, es nuestra única Patria (…) España no es nuestra Patria, sino una agrupación de varias Patrias".
Eso había escrito Prat de la Riba, el padre del catalanismo moderado, veinte años antes de aquel 6 de octubre.
Y en esa fe serían adoctrinados machaconamente los futuros escamots de la Esquerra en las escuelas de la Mancomunitat que el mismo Prat fundara.

"Quiero más este revivir de la conciencia catalana que cien leyes de autonomía; quiero más una Cataluña sin ninguna libertad, hablando en catalán y sintiendo en catalán, que eso le traerá la libertad, que una Cataluña con los mayores atributos de soberanía política, pero teniendo amortecida su conciencia nacional".
Eso otro anotaba en su Dietario el muy respetable regionalista Francesc Cambó, media hora antes de salir corriendo de Barcelona, cuando a la rediviva conciencia nacional le dio por escupir balas dum-dum contra la fachada de su mansión de la Vía Layetana. Pues de aquellas simientes amorosamente plantadas por la Lliga nació el afán insurreccional que habría de materializarse el Seis de Octubre.
 Entonces, llegado el momento de izarse el telón del drama catalán, como siempre ocurre, la grandeza y la miseria humanas comparecerían juntas y cogidas de la mano ante el patio de butacas de la Historia.
 En un lado del escenario, el eterno oportunismo impúdico de los arribistas, personificado esa vez en el jefe de los Mozos de Escuadra, el comandante Pérez Farrás. Primero, adulador del dictador Primo de Rivera, promotor entusiasta de una agrupación fascista, fanático patriotero hispano, perseguidor incansable de catalanes de cualquier pelaje, enemigo furibundo de las sardanas, fóbico hasta el espasmo nervioso y la convulsión epiléptica ante la mera presencia de una señera.
Poco después, y sin solución de continuidad, mano derecha de Macià, revolucionario ejemplar, separatista de firme convicción y generalísimo laureado de la revuelta contra España.
En el otro extremo de la tarima, Jaume Compte, el líder de un extraparlamentario Partit Català Proletari. Compte, el maridaje fatal entre la heroicidad y el absurdo, inevitable cuando se camina sobre esa delgada línea que separa lo trágico de lo grotesco.

Con la batalla perdida y los cincuenta mil máuseres del Ejército catalán rendidos ya ante trescientos soldados de reemplazo, abochornado por la indignidad de sus escamots y enronquecido de gritarles "¡cobardes!", de pronto exclama: "¡Ahora veréis cómo muere un catalán!".
Luego, se dirige solo a un balcón situado justo enfrente a las baterías de artillería de Batet, y allí se inmola con el pecho horadado por una descarga.

En el centro de la escena e iluminado por todos los focos, Dencàs, consejero de Gobernación de la Generalitat.
El independentista feroz que prometiera aplastar con la fuerza hercúlea de su puño al opresor castellano.
El Atila que rasgara con una cuchilla de afeitar todos los escudos de la República grabados en los escaños del Congreso correspondientes a la Esquerra.
El mismo hombrín que, tras sonar las primeras descargas en la Plaza de San Jaime, corre despavorido a Radio Barcelona para gritar un "¡Viva España!" que la cohorte de orates que lo escolta corea estruendosamente entre aplausos.
La sombra grotesca que, más tarde, tras huir por las cloacas, "al salir de la alcantarilla cayó en el arroyo de aguas residuales y fue arrastrado entre los detritus e inmundicias de la ciudad, de donde fue sacado con la natural repugnancia por sus compañeros de fuga", según reporta Angulo.
El estómago atiborrado que aún no había tenido tiempo de digerir los restos de la gran bacanal de la secesión concelebrada horas antes. Pues, según testimonia admirado el autor del libro que nos ocupa, "apenas oyeron por la radio el discurso subversivo de Companys lo festejaron con un suculento banquete (…) Hubo champaña, café, buenos cigarros, licores de todas clases (…) Las botellas de cognac, anís, Chartreuse, Pipermint, etc., no aparecían descorchadas, sino rotas por el cuello al estilo de lo que se hace en las películas de apaches, sin consideración del líquido que se desperdicia".

Al fondo, como espectadora muda, la enorme masa sindical encuadrada en la CNT, gran retablo coral de la impotencia crónica del catalanismo político para arraigar entre la clase obrera.
Y entre la penumbra de las bambalinas, las muchas sombras que ni el reporterismo a pie de barricada de Angulo ni más tarde el escrutinio sosegado de los historiadores pudieron esclarecer: el móvil que empujaría a Companys a encabezar una aventura loca en la que nunca creyó; la causa de que el propio Companys llegase a confiar en la deslealtad del general Batet hacia el Gobierno de la República en aquel trance; el ignoto papel en la confección del libreto de Azaña, figurante de lujo durante la noche del estreno…
Testimonio de lectura obligatoria e inexcusable, estas Diez horas de Estat Catalá de Enrique de Angulo, el que fuera corresponsal de El Debate en Barcelona. Imprescindible para conocer el primer acto de una obra inconclusa que tantos personajes en busca de autor pugnan por culminar hoy.
Enrique de Angulo, Diez horas de Estat Catalá, Madrid, Encuentro, 2005, 219 páginas

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Cataluña

RAÚL DEL POZO SE ENFRENTA A ARTURO MAS
 Luis María ANSON
Raúl del Pozo es un excelente columnista que escribe siempre desde una independencia insobornable. Ha afirmado que Arturo Mas es cómplice de los Pujol en sus negocios suizos y que solo una actividad concreta habría reportado el actual presidente la cantidad de 2.300 millones de pesetas.
 La denuncia de Raúl del Pozo ha sido la liebre que ha corrido sin parar por las redes sociales. Todavía no se ha detenido. Raúl del Pozo sabe lo que dice y sin duda tendrá fuentes de información para acreditar su denuncia. En todo caso, está claro y confirmado que Arturo Mas, como conseller en cap de Pujol, firmó contratos públicos por valor de 2.200 millones de euros entre 1995 y 1997. Pascual Maragall denunció en el Parlamento de Cataluña que de esos contratos se llevaban para el partido o para los bolsillos de algunos un 3% de comisión. La mordida en algunos casos alcanzó el 20%.
 A Arturo Mas no le llega la camisa estelada al cuerpo. Después de lo ocurrido a la familia Pujol ha puesto sus barbas a remojar. Pero sabe que, en cualquier momento, se puede organizar el gran escándalo y que, al menos tres equipos periodísticos de investigación, están escudriñando los contratos por él firmados. Los ánimos, en fin, se tensan, las espadas permanecen en alto y el órdago de la secesión se mueve ya entre la histeria, la agitación y la incertidumbre
Luis María ANSON de la Real Academia Española

ENSAYO
Henry Kamen: Cataluña y España. Historia de una pasión
21/09/2014@13:32:22 GMT+1
Henry Kamen: Cataluña y España. Historia de una pasión
Traducción de José C. Vales. La Esfera de los Libros. Madrid, 2014. 307 páginas. 21,90 €
Cuando arrecia la ofensiva secesionista catalana, el prestigioso historiador británico Henry Kamen desmonta la falaz y manipuladora visión nacionalista de la Historia.

Por Alfredo Crespo Alcázar
La continuada acometida independentista que están llevando a cabo CiU y ERC, especialmente desde 2012, va asociada a una serie de conceptos, ideas y temas con los cuales el nacionalismo catalán busca justificar su propuesta rupturista. Al respecto, uno de sus recursos predilectos es acudir a la Historia como fuente de legitimidad para su inacabable listado de reivindicaciones.

La pregunta pertinente es: ¿qué grado de veracidad hay en el material discursivo que sirve de soporte al nacionalismo catalán? Para lograr una respuesta basada en rigurosos criterios científicos a esta cuestión nada mejor que leer la obra del británico Henry Kamen -uno de los historiadores más prestigiosos de hoy-, Cataluña y España. Historia de una pasión.

A través de algo más de 300 páginas, ordenadas en doce capítulos, el autor desenmascara los mantras, en especial la apelación a la Historia, con los que el nacionalismo catalán se presenta ante la opinión pública. Por tanto, nos hallamos ante una obra rigurosa (en la que la economía y la ciencia política también tienen cabida), algo fundamental puesto que si algo caracteriza al nacionalismo catalán, es la manipulación a su antojo de la Historia. Al respecto, Kamen indica que la de Cataluña no la han hecho, como correspondería, los historiadores sino los políticos ya que “los presidentes de la Generalitat han tenido poca confianza en los historiadores: siempre se ha considerado que no tenían la perspectiva ‘correcta’ para la comprensión justa del pasado” (pág. 219).

El resultado es el sesgo deliberado y, en consecuencia, la instrumentalización del pasado. Dentro de este modus operandi, uno de los lugares de privilegio lo ocupa Jordi Pujol de quien Kamen recuerda que en multitud de ocasiones ha repetido “yo soy historiador”. De hecho, en una de las directivas internas de CiU se podía leer lo siguiente: “Cataluña debería seguir siendo un pueblo. Para conseguirlo, el primer y principal objetivo es nacionalizar al pueblo catalán (es decir, reforzar la identidad, la conciencia y los sentimientos nacionales del pueblo catalán y hacerlos operativos)” (págs. 218-219). Se trata, no obstante, de una tendencia que inició en el siglo XIX Víctor Balaguer y continúo Enric Prat de la Riba (quien, por ejemplo, sostenía que en la época de los Reyes Católicos se inició el declive catalán).

Por tanto, la doble advertencia que hace Kamen en el prólogo no es baladí: la historia de Cataluña ha sido distorsionada. Consecuentemente, personalidades que deberían gozar de un lugar de privilegio en la historiografía catalana, como Narcís Feliu de la Penya o Jaume Vicens Vives, han sido olvidados (como sinónimo de silenciados) o relegados a un lugar marginal en el mejor de los casos. El primero, como recuerda Kamen, “porque se sentía tan catalán como español” mientras que el segundo “fue criticado por alguno de sus colegas y calificado como un instrumento de los españoles” (pág. 29).

Una de las derivas de esta particular metodología de investigación es la creación de una mitología alrededor de 1714, tema que ocupa la parte principal de esta obra. Kamen reitera que tras el 11 de septiembre de 1714, Cataluña no quedó ni aplastada ni reducida. Sucedió todo lo contrario: “Siguió siendo una región importante, próspera y floreciente, el territorio más rico de España”.

Tampoco fue una guerra de secesión ni Rafael Casanovas un mártir sino un pésimo estratega que dejó a su suerte a la ciudad de Barcelona mientras él permanecía escondido. Incluso así, el pensamiento oficial insiste en enfatizar que 1714 supuso el final de las libertades catalanas y también de un Estado catalán que, como Kamen explica, nunca existió.

Con todo ello, hay una pregunta que debemos hacernos: ¿es el autor un españolista rancio? Nada más lejos de realidad. Esta afirmación queda de manifiesto, por ejemplo, en la defensa que hace de la lengua catalana, si bien partiendo de una matización que, a buen seguro, no gustará al nacionalismo catalán: nunca estuvo en peligro de extinción (entre otras razones, por el rol que jugó la Iglesia en su preservación), a pesar de que las clases acomodadas se decantaron por el uso del castellano.

Hecha esta observación, para Kamen el catalán sí que se encuentra en la actualidad en una posición de desventaja con respecto al castellano, lo que no justifica, prosigue, la imposición lingüística de la Generalitat, institución que repite los errores que cometió Franco para con el catalán (y la cultura catalana). Con sus propias palabras: “El idioma más hablado en Cataluña, hoy, es el castellano. Eso representa más que nunca una amenaza a la supervivencia de la lengua común de los catalanes. Lógicamente, ello ha generado una política agresiva por parte del nacionalismo catalán” (pág. 253). Asimismo, también reconoce que en muchas ocasiones de la historia reciente de España, escritores e intelectuales castellanos (Unamuno, Ortega y Gasset) subestimaron el rol de catalán (y de cualquier otra lengua regional).

Finalmente, no podría ser de otra manera, en el recorrido histórico que hace se detiene en el momento presente. Primero lo describe y luego se pronuncia. Insiste en la manipulación del escenario y de las cifras por parte del Gobierno de la Comunidad Autónoma de Cataluña cuando éste habla del porcentaje (elevado) de quienes desean la secesión.

De hecho, llegado a este punto, Kamen desecha los parámetros de lo políticamente correcto y llama a las cosas por su nombre: se ha convencido a la gente de que España roba a Cataluña y que las cosas irían mejor (pleno empleo), con la independencia. Por tanto, “miles de personas, desde adolescentes a pensionistas, creen que el paraíso está a la vuelta de la esquina” (pág. 285). No obstante, el viaje parece más cercano al País de Nunca Jamás que a la Tierra Prometida (pág. 295). En ese trayecto hacia la Arcadia feliz, CiU está empezando a pagar un elevado peaje, mientras que ERC hace las veces de cobrador.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Vamos a la conquista del poder



  1. Francisco Largo Caballero
    Político
  2. Francisco Largo Caballero fue un sindicalista y político marxista español, histórico dirigente del Partido Socialista Obrero Español y la Unión General de Trabajadores. Wikipedia

  3. Fecha de nacimiento: 15 de octubre de 1869, Madrid
  4. Fecha de la muerte: 23 de marzo de 1946, París, Francia
Vamos a la conquista del poder
Francisco Largo Caballero - El Socialista, 25 de julio de 1933

«Compañeras y compañeros: Había hecho el propósito de no tomar parte en ningún acto semejante al que estamos celebrando durante el tiempo que estuviese desempeñando un cargo en el Gobierno de la República. Quería yo, después de salir del Gobierno, ponerme en contacto con la clase trabajadora española para darle a conocer mi experiencia dentro del Gobierno de la República y, además, para explicarle la legislación social de aquélla. Pero las circunstancias me han obligado a desistir de ese propósito, y, a requerimientos insistentes de la Juventud Socialista Madrileña, vengo hoy aquí; mas debo advertiros que lo que yo voy a decir hoy aquí no deshace, no prejuzga, no tiene casi nada que ver con lo que yo tenga que decir después de salir del Gobierno republicano.





Prólogo de otros actos análogos

Pudiéramos afirmar que este acto es el prólogo de los varios que yo pienso celebrar en España después de salir del Gobierno de la República. Considero de indispensable necesidad para la masa trabajadora española el difundir lo más exactamente posible lo que es la República española.


Naturalmente que al venir hoy aquí se ha producido, contra mi voluntad, una expectación, debida en buena parte a la gran imaginación del pueblo español, y por otra, a la mala fe de nuestros enemigos. Pero ya sabéis que yo soy, entre otras cosas, acaso no muy convenientes en política, hombre claro, hombre que procura no ocultar lo que piensa.


Ya sabéis que no soy orador, y, mejor que vosotros, lo sé yo. Es posible que en lo que yo diga hoy aquí pueda haber algo de diálogo, algo que no sea simplemente monólogo; pero esto no depende de mí, depende de las circunstancias. Yo tengo que advertir que si de lo que diga resulta algún diálogo, en mi intención no está, ni por lo más remoto, molestar a los que se consideren aludidos. Lo que yo diga lo diré con toda clase de consideraciones y de respeto para las personas.



Breve autobiografía

Parece que es costumbre, camaradas, que en estos actos -digo parece que es costumbre porque, como sabéis, llevo ya más de dos años si hablar en público- que el orador se haga una pequeña autobiografía, que exponga al auditorio un esquema de su personalidad política. Yo no os voy a molestar mucho en este particular. Sólo os voy a decir que hace cuarenta y tres años ingresé en la Unión General de Trabajadores de España, y en este marzo último hizo cuarenta años que empecé a militar en la Agrupación Socialista Madrileña. De mi actuación en las organizaciones donde he intervenido se os puede informar por ellas. No lo voy a hacer yo. Unicamente lo que quiero decir, lo que quiero hace constar, es que no soy un advenedizo a la organización política y sindical españolas, que yo no soy un aventurero en este movimiento político obrero, que yo soy un socialista, pero no por sentimiento simplemente, sino por convicción. Yo soy de los que protestan contra las injusticias sociales, de los que creen que el régimen que vivimos no es inmutable, que es no sólo susceptible de modificación, sino de sustitución por un régimen socialista, colectivista; soy de los que creen que para hacer esto no se precisa simplemente una mayor cultura, un mayor desarrollo económico de la sociedad, sino que es indispensable, y para mí fundamental, el que la clase trabajadora actúe con eficacia por medio de sus organizaciones políticas y sindicales para lograr el cambio de régimen. Es decir, que yo no he olvidado todavía aquellas palabras de Marx: «Proletarios de todos los países, unios.» «La emancipación de la clase trabajadora ha de ser obra de ella misma.»


Hecha esta presentación, debo manifestaros que tampoco aspiro a jefaturas de ninguna clase ni a ser director exclusivo de ninguna política; soy un compañero del Partido que expone sus ideas libremente, y luego, el que quiera, las acepta, y el que no, no. Esto en mí no es nuevo. En abril de 1930, en este mismo local, yo decía que a la clase trabajadora no le hacían falta jefes, ni le hacían falta pastores, sino que la clase trabajadora por sí misma haría aquello que más le conviniera y que considerara más justo.



Motivo fundamental del acto

Uno de los motivos por los que yo he venido aquí es porque me creía obligado a contribuir de esta manera al fondo para la rotativa; pero, además, y fundamentalmente, porque observo que el enemigo común va apretando el cerco y aumentando la agresividad contra nuestro Partido y contra nuestras ideas. Y este hombre, ya de algunos años -perdonadme la vanidad-, tiene el temperamento todavía joven y no está dispuesto, mientras él pueda, a contribuir, ni por acción ni por omisión, a que el enemigo pueda aumentar sus armas contra nuestras ideas o pueda manejarlas mejor contra nuestro Partido. Este es el motivo más fundamental que yo he tenido para venir hoy aquí.


He dicho que el cerco del enemigo común cada día se estrecha más. No es que a nosotros nos asombre el que esto suceda, porque estamos acostumbrados a acometidas de igual naturaleza, según se prueba con la historia de nuestro Partido y de nuestras organizaciones. Hace cuarenta y tres años, cuando yo ingresé en la organización, la agresividad existía, pero hoy ocurrirá lo mismo que les ocurrió el año 1930. Habiendo dicho yo aquí, en abril, las palabras que os he recordado, en octubre tuvieron que llamarnos para que cooperásemos al triunfo de la República. Y deben tener presente que las cosas no están tan llanas, que los obstáculos no han desaparecido, que las dificultades para la República persisten y que sin el Partido Socialista y sin la Unión no podrán defender con eficacia a la República. (Aplausos.)



Un momento histórico

Es ahora cuando pudiéramos decir que entramos ya en el tema de la conferencia. A pesar de las campañas de todo género que se hicieron contra nosotros, en octubre del año 1039 tuvieron que venir a solicitar del Partido y de la Unión General de Trabajadores la cooperación. momento histórico en nuestro país y momento histórico para nuestras organizaciones. A partir de él se plantea una cuestión que yo me voy a permitir tratar, aunque sea brevemente, porque no quiero mortificaros mucho con mi palabra. (Denegaciones.) La cuestión de si el Partido Socialista y la Unión deben o no tomar parte en la revolución española. Y el Partido Socialista y la Unión, por medio de sus representantes, acuerdan que sé, que deben tomar parte en la revolución. ¿Y cuándo y cómo lo acuerdan? ¿Es que el acordar esto era una cosa extraordinaria? ¿Era una cosa que estaba fuera de los cálculos de nuestro Partido, de la táctica de nuestro Partido? Leed nuestro Programa y veréis que en el Programa mínimo la primera cuestión que se plantea es «supresión de la monarquía». Es decir, que el Partido Socialista tiene como primer punto en su Programa mínimo, no en el máximo, sino en el mínimo, la supresión de la monarquía. El Partido Socialista, por ese Programa acordado en nuestros Congresos, estaba en la obligación de trabajar, de desarrollar sus actividades, para suprimir la monarquía española. ¿Cómo lo había de hacer? ¿El Partido sólo? ¿El Partido en colaboración con otros elementos? Eso dependería de las circunstancias. El Programa no dice cómo, pero es sabido de todos que las circunstancias son las que obligan a una conducta, a una táctica.


La condición no aceptada

“siempre habíamos defendido la supresión de la monarquía española” (…) “hemos sido censurados, criticados injustamente por muchos elementos que se llaman afines, porque durante la dictadura de Primo de Rivera no hemos atendido sugestiones que se nos hacían por ciertos elementos (…) para contribuir a movimientos que llamaban revolucionarios”.

“Nosotros no iríamos a ningún movimiento si no era para derribar la monarquía española y, además, que no admitíamos un cambio de dinastía, que había de ser forzosamente para instaurar la República, esos elementos no aceptaron nunca de plano nuestras condiciones”.

“nos decían siempre que lo primero que habría que hacer era poner al Rey en tal o en cual sitio de nuestro país, con todas las garantías de seguridad, para que luego el país resolviese lo que creyese oportuno”.

“la mayor parte -y ahora explicaré por qué la mayor parte- se refería, se conformaba con derribar al que llamaban el dictador: Primo de Rivera. Nosotros entendíamos que el verdadero dictador era Alfonso XII (Muy bien.) Y que el otro era un agente del segundo, y que lo que había que hacer era derribar al patrono, con lo que su agente quedaba anulado y fuera de servicio”.


Cómo fuimos al Comité revolucionario

“Algún elemento no se negaba en absoluto a esto que nosotros pedíamos; pero hay que reconocer que en el conjunto de esos elementos había alguno que no inspiraba a nuestro Partido la confianza suficiente para colaborar con él”.

“Siempre lo dijimos: Cuando el Partido Socialista vea que se le requiere formal y seriamente, con garantías posibles de poder transformar el régimen monárquico en República, el Partido Socialista ayudará a ello con la Unión General de Trabajadores de España”.

“Un día, en octubre de 1930, se acercaron a nuestro Partido representantes que a juicio nuestro ofrecían esas garantías de seriedad y de lealtad para ir al movimiento. En cuanto se presentaron, reconocimos que era el momento en que el Partido debía decidirse a cooperar en la revolución. Y así lo hicimos, sin titubeo ninguno. Fuimos al Comité revolucionario”.

“Se nos dijo: «Es preciso que el Partido tenga representantes en el Gobierno provisional. Si esto no se hace, tenemos fundamentos para decir que la revolución será imposible ahora.» Es decir, que los mismos elementos que nos invitan a tomar parte en la revolución, nos dicen: «Si no hay representantes del Partido Socialista en el Gobierno provisional, no podemos responder de que la revolución se verifique.» Y no solamente los hombres que estaban en el Comité revolucionario, sino otros elementos que habían ofrecido su cooperación a la revolución, vienen y nos dicen: «Si ustedes, socialistas, no forman parte del Gobierno, no es fácil que la revolución se realice.» En esa situación, nosotros acordamos participar en el Gobierno provisional. Y aquí se nos plantea ya la cuestión de la colaboración ministerial”.


El problema de la participación “Nosotros no hemos ido a participar en un Gobierno republicano dentro de una situación normal. Nosotros hemos ido a una revolución, nosotros hemos participado en ella y hemos ido a un Gobierno revolucionario; no es la participación ministerial corriente, normal, que no se nos ha planteado a nosotros en el Partido Socialista español todavía el problema en la parte fundamental, que pudiera ser discutible, de la participación en Gobiernos burgueses; eso está todavía virgen en nuestro Partido; eso no está decidido en nuestro Partido.

Lo que está decidido es participar en un Comité revolucionario, en un Gobierno provisional que hace la revolución. Y después, ¿qué ocurre? Pues que este Gobierno provisional, en lugar de hacer lo que han hecho muchos Gobiernos provisionales, estar meses y meses gobernando con amplias facultades, se apresura a normalizar la situación, en vista de cómo se proclamó la República en España; se apresura a constituir un Parlamento. Cuando se va a las elecciones nos encontramos con que nuestro partido lleva a la Cámara más de 100 diputados, constituyendo el grupo más numeroso del Parlamento”.


La victoria electoral y sus consecuencias

“Cuando con unas elecciones generales realizadas con la mayor pureza, el partido socialista resulta ser el más numeroso de la Cámara, ¿es el momento de abandonar el Gobierno? Los votos obtenidos por nuestros representantes en el Parlamento, ¿querían decir que debíamos dejar de participar en el Gobierno? (Varias voces: No.)

“¿Es que no supondría para el partido una gran responsabilidad haber abandonado entonces los sitios que ocupaban los representantes del partido, produciendo, como es natural que se produjese, un gran trastorno político en nuestro país, negando la cooperación en el Gobierno? N creo que eso se le pudiera ocurrir a nadie. Y seguimos en el Gobierno. Y estando en el Gobierno, nosotros tenemos el deseo y el interés de que esta República, traída por republicanos y socialistas, no sea lo que fue la primera República; deseamos que sea una República que se consolide, una República que se estructure políticamente. Para ello había que aprobar una Constitución. Cooperamos a la discusión y a la votación de la Constitución de la República.


La Constitución y las leyes complementarias

Cuando esto se hace las derechas empiezan ya a intranquilizarse. Y comienzan a amenazar, a hablar de revisión de la Constitución. Cuando esto sucede, los socialistas y los republicanos que han traído la República por medios revolucionarios dicen: «¡Ah! No es bastante haber hecho una Constitución, porque esta Constitución puede ser falseada después en las leyes complementarias; hay que hacer las leyes complementarias, porque si ahora dejamos el camino libre al enemigo, a los de la derecha, en las leyes complementarias desvirtuarán todo el sentido revolucionario que pueda tener la Constitución. (Muy bien) Y nosotros hicimos el propósito de que, ocurriese lo que ocurriese en España, primero se aprobaría la Constitución, y después, las leyes complementarias.


Así, vimos durante toda esta etapa acometidas de la extrema izquierda que vosotros conocéis. Y un Gobierno al cual repugna tener que emplear la violencia contra nadie, se ve obligado, para defender la República, a emplearla. Con todo el dolor de nuestro corazón tuvo que hacerse. Pero ¿para qué? ¿En nombre de qué, en aras de qué? En aras del régimen republicano.


Vienen acometidas de la derecha, y con la misma consciencia el Gobierno republicano repele esos movimientos y defiende a la República.



El porqué de los sacrificios colectivos

Viene la oposición parlamentaria, y el Gobierno resiste. ¿En aras de qué? ¿En aras del puesto, del asiento que cada uno de nosotros tuviera en el Gobierno? Comprenderéis que en toda esta etapa de dos años a nadie le puede agradar el tener que ocupar puestos como éstos para verse obligado a proceder como ha tenido que hacerlo el Gobierno de la República. Pero había algo que estaba por encima de nosotros mismos: el compromiso de que la segunda República española no muriese como murió la primera. (Muy bien. Grandes aplausos.) Y para eso había que hacer sacrificios, no sacrificios personales, sino colectivos. Muchos; nadie los ha hecho mayores que el partido socialista y la Unión General de Trabajadores de España. Nadie mayores; pero, camaradas, ¿qué sacrificios hubiéramos tenido que hacer si hubiésemos dejado morir la República, si ésta hubiera caído en manos de los elementos de la derecha o hubiese habido una restauración monárquica? Todo lo que haya que sacrificar durante el tiempo de la consolidación de la República, personal y colectivamente, hay que sufrirlo, porque de esta manera habremos contribuido desinteresadamente, como siempre, a la victoria del nuevo régimen. Y tendremos derecho, supongo que tendremos derecho, a pedir respeto y consideración para nuestro Partido y nuestras organizaciones. (Aprobación.)


El problema de la participación no está prejuzgado

Por consiguiente, la participación ministerial durante la revolución y durante la consolidación de la revolución, no es para mí el problema de la participación en el Poder. Yo entiendo que eso no prejuzga para nada la actitud que el partido socialista pueda adoptar en el porvenir sobre esta cuestión. Tendrá que proceder según las circunstancias. ¡Quién sabe si puede darse el caso, y es posible que se dé, de que en determinado momento algunos de los que hoy no están conformes con la participación en el Poder durante el movimiento revolucionario y consolidación de la República, defiendan la participación en el Poder en otro momento, y los que hemos ido a la participación del Poder en estos momentos nos opongamos a la participación en el Poder! (Muy bien.) Porque eso dependerá, como he dicho antes, de las circunstancias, de los momentos políticos, que no están sujetos a nuestra voluntad. Eso no es una cuestión de principio. Eso es una cuestión de táctica. Y nadie puede hipotecar el porvenir sobre este particular; yo no lo hipoteco. Yo quedo, después de salir del Gobierno de la República, en absoluta libertad para mantener mi criterio sobre la participación o no participación en el provenir. Hoy estamos cumpliendo un deber histórico. Por consiguiente, quedamos, al menos yo, en que esto de la participación en el Poder hoy no prejuzga para nada nuestra posición en el porvenir.


Algunas consideraciones más sobre la participación

Conviene decir algunas palabras sobre lo que pueda significar la colaboración ministerial. He dicho hace un momento que no podemos hipotecar nuestro pensamiento, nuestro actitud para el mañana, porque el desarrollo político en nuestro país nos puede conducir a situaciones que nos obligasen a rectificar lo que hoy dijésemos. Yo no puedo olvidar que en un Congreso, no recuerdo bien si fue del Partido o de la Unión General de Trabajadores, habiendo monarquía, alguien habló también incidentalmente de la participación en el Poder. Yo salí inmediatamente al encuentro, diciendo: «No me parece oportuno plantear la cuestión, porque aun dentro de la monarquía pudieran darse casos tan difíciles que, bien a nuestro pesar, nos obligasen a participar en el Gobierno.» Era cuando la guerra de Marruecos. Algún jefe de partido que era republicano, que luego se pasó a la monarquía y que hoy parece que es republicano otra vez (Grandes aplausos), tenía entonces la ilusión de que iba a ser llamado a Palacio para formar Gobierno. Y en seguido mandó a amigos suyos a sondear a los hombres del partido y a preguntarles si colaborarían en un Gobierno formado por él, con elementos, naturalmente, nuevos dentro de la monarquía, con una condición: con la condición de que ellos terminaban la guerra de Marruecos. Cuando esta sugestión se hizo, ya dió que pensar entonces, porque en aquella época era cuando nosotros hacíamos la campaña contra la guerra de Marruecos, era cuando caían a centenares en Africa los proletarios, cuando toda la opinión pública española estaba contra aquella acción guerrera. Aquello podía ser un lazo de la monarquía para meternos dentro de un Gobierno monárquico; pero el hecho era que se ofrecía que si colaboraban los socialistas en aquel Gobierno, la guerra de Marruecos terminaría. Y una de dos: o participábamos en el Gobierno para terminar la guerra de Marruecos, o se nos podía hacer responsables de que la guerra de Marruecos continuara. Recuerdo, y perdonad estas disgresiones, que a la persona que a mí me habló yo le dije: «Y del Ejército, ¿qué van ustedes a hacer?» «Mire usted -me respondió-, en eso no hemos pensado.» «¡Ah, no! Yo no sé lo que hará mi partido; pero yo digo que mientras el Ejército esté como está, ni el rey ni ustedes podrán hacer nada, y la guerra de Marruecos no terminará. Si ustedes no ponen mano en el Ejército y echan fuera de él a los principales culpables de la guerra de Marruecos, la guerra de Marruecos no termina. Yo no sé qué les dirán a ustedes mis compañeros, pero yo les digo que es seguro que sin una garantía de una reforma radical en el Ejército, echando a la calle a los generales principalmente culpables de esa guerra, no podrá haber posibilidad de contar con nuestra colaboración.» Resultado de todas estas conversaciones fue que no nos volviesen a hablar más del asunto. Indudablemente, cuando se planteó la cuestión, que debió plantearse, referente al Ejército, no quisieron atenderla.


La revolución hizo pensar y decidir

Ya en aquella ocasión el problema de la participación en el Poder hacía pensar despacio. Vino la revolución; hizo pensar y decidir. No sabemos lo que podrá ocurrir mañana. Como en el Congreso del partido dije yo, o nosotros actuamos en política, o no actuamos. Y si actuamos en política, nosotros podemos llevar al Parlamento un grupo de tal importancia que o seamos nosotros los que vayamos a colaborar con los burgueses, sino que puede que tengamos que decir a los burgueses que vengan a colaborar con nosotros. Esto no creo que sea una quimera, porque la medida del progreso que en el orden político puede tener nuestro partido no podemos calcularla. Nuestra obligación es luchar políticamente con entusiasmo, con decisión y con eficacia, y al hacer esto no sabemos hasta dónde podemos llegar y en qué medida podemos superarnos. Y nos podemos encontrar ante una situación en que pudiera suceder esto que yo he dicho ahora, que puede parecer a alguien un absurdo. Pues bien, repito, lo de la participación en el Poder no está, para mí planteado.


Y con motivo de todo esto, entramos en la lucha política, entramos en el Gobierno; pasan los primeros meses, se elabora la Constitución, e inmediatamente surgen elementos dentro de la República, dentro del campo republicano, pidiendo que se marchen los socialistas del Poder.



Eso lo diremos nosotros

Tengo que declarar aquí que me parece poco reflexiva esa actitud. Yo creo que esos elementos (no me refiero a los que llaman ahora cavernícolas, que ésos, para mí, no cuentan; me refiero a aquellos que se llaman afines) no reflexionan cuando dicen que los socialistas deben marcharse del Poder, que deben marcharse del Gobierno. No se trata aquí, ni por parte de ellos ni por nuestra parte, de que estemos, como suelen creer muchas gentes, disfrutando de ciertas prebendas dentro de un cargo ministerial, o que lo pueden disfrutar ellos. Eso es muy pequeño, no vale la pena siquiera de discurrir un segundo sobre ello. No; hay que mirar más alto. A estoa elementos republicanos que piden, que solicitan, que hacen campañas en la prensa, y en los mítines, y en los pasillos del Congreso para que los socialistas salgan del Gobierno, yo les voy a plantear la siguiente cuestión: que salgan los socialistas del Gobierno..., ¿por qué? ¿Es que la República está tan segura, tan fuerte, tan sólida en sus cimientos que ya no le hace falta la colaboración de los socialistas? ¿Lo afirman? ¿Están convencidos? Yo me permito afirmar aquí que a la República española le hace falta todavía el apoyo, la colaboración del partido socialista y de la Unión General de Trabajadores. Si hay alguien en el otro campo que crea lo contrario sinceramente, que no le guíen en sus afirmaciones pequeñas razones políticas o de amor propio o ambiciones, que lo entienda así, que lo pueda probar, que lo afirme públicamente. ?No hace falta ya la colaboración socialista a la República¿ ¿Ya está firme? ¿Ya está en plena salud? ¿Ya no tiene que temer nada de nadie? ¡Quien sabe si a estas fechas los hechos habrán demostrado ya todo lo contrario! (Gran ovación.)


Pero, además, vamos a aceptar la hipótesis de que la República está tan firme y que, como ellos, creen, no precisa de la colaboración socialista para que siga adelante. ¿Pero es para esos menesteres para los que nos tienen a nosotros? ¿Pero qué concepto se tiene del partido socialista y de la Unión General de Trabajadores? ¿Pero qué concepto se tiene de estos organismos, que se cree que no pueden colaborar en un Gobierno, aunque sea contra la voluntad de los socialistas, sino hasta el momento en que la República se consolide? Eso lo podremos decir nosotros, pero no ellos. (Muy bien.) Eso lo diremos nosotros pero no ellos. 

Vamos a la conquista del poder

Además, hay quien dice: «Ya la República está en marcha, y, como es República, debemos gobernarla los republicanos. (Risas.) ¿Pero qué somos nosotros? ¿Es que porque somos socialistas no somos republicanos? Hace poco hacía referencia al primer punto de nuestro programa mínimo: supresión de la monarquía. Nosotros, por ser socialistas, somos republicanos; si es simplemente por el título de republicanos, tenemos el mismo derecho que puede tener otro cualquiera a gobernar el país. Pero hay quien dice: «No, no; ustedes son un partido de clase. Y como son un partido de clase, no pueden, no deben ustedes gobernar con los partidos republicanos.» ¿Qué significa esta declaración? Porque nosotros no negamos que defendemos a la clase trabajadora principalmente, al mismo tiempo que defendemos los intereses generales del país. Pero esa declaración quiere decir que si nosotros somos defensores de los intereses de la clase obrera, ellos serán defensores de los intereses de la clase burguesa. Si nosotros, por defender más principalmente los intereses proletarios, estamos incapacitados de gobernar los intereses del país, los del lado contrario estarán, a la inversa en la misma situación. Claro que no es ésa la realidad; la realidad es todo lo contrario, pues en un Gobierno como el actual se hace una política de transacción. Pero ellos argumentan así: somos un Partido de clase. ¿Qué quiere decir eso? ¿Es que a la clase obrera no se le va a permitir gobernar, siempre que lo haga con arreglo a la Constitución y a las leyes del país? ¿Es que se le repudia, por ser clase obrera, para la gobernación del Estado, si esta clase obrera procede con arreglo a la Constitución y a las leyes vigentes? ¡Ah!, esto es muy grave. ¿Es que vamos a volver otra vez a los partidos legales e ilegales, ya que no en la Constitución, en la práctica de cada día? A nuestro Partido, por ser partido obrero, partido de clase, como ellos dicen, ¿se le repudia para la gobernación del Estado, permitiéndolo la Constitución, permitiéndolo las leyes? ¿A dónde se le empuja? De una manera inconveniente, están haciendo una labor anarquizante que asombra. Nosotros vamos a la conquista del Poder. (Muy bien. Gran ovación.) Si vamos a la conquista del Poder, nuestro propósito es lograrlo según la Constitución nos lo permite, según las leyes del Estado nos lo consientan.