martes, 1 de diciembre de 2009

Lo clave de enseñar una 'misma' Historia de España

“El tercer factor [del incremento de la agitación relativa a la memoria histórica] fue el cambio ideológico operado en la izquierda.
Su doctrina se transformó con rapidez a finales del siglo XX, pasando de las diversas clases de radicalismo de las décadas de 1960 y 1970 a la socialdemocracia y el “eurocomunismo” adoptados a finales de esta última.
La nueva orientación se prolongó durante prácticamente dos décadas, pero llegados los años noventa, estaba dando paso a la nueva ideología común de la izquierda occidental, la única gran ideología contemporánea que carece de un nombre generalmente aceptado.
Su denominación más técnica es corrección política, pero en España se le ha llamado, con mayor frecuencia, simplemente “buenismo” o incluso “pensamiento dominante”.
Al igual que todas las doctrinas izquierdistas radicales de la época contemporánea, la corrección política rechaza de plano el pasado, pero convierte en un fetiche singular la revolución cultural y el rechazo del legado de la civilización occidental, algo en lo que en ciertos aspectos se aparta categóricamente del marxismo clásico.
La crítica y el rechazo del pasado son capitales para la corrección política, y también lo es la insistencia en las víctimas y la victimización, así como la búsqueda de grupos especiales de personas a los que defender y estigmatizar en ese sentido.
El “victimismo” es especialmente importante para esta ideología contemporánea, ya que, al igual que sus antecesores inmediatos, tiende a convertirse en un credo laico o en un sucedáneo de religión, por lo que debe encontrar formas de abordar la cuestión fundamental de la culpa”.
Stanley G. Payne, España, una história única, Madrid, Ed. Temas de hoy, 2008, págs. 406-407.

Pero no conviene olvidar la honestidad intelectual del mismo Payne: muchos otros vieron los mismos documentos, escucharon los mismos testimonios y vivieron en la misma España y sin embargo se mantuvieron en los prejuicios a los que este historiador supo renunciar humildemente.

Su capacidad es sólo una parte de sus méritos; su honestidad, ayudada por su capacidad de ver desde la distancia la historia de España, ha hecho el resto.

"España es algo más que un enclave geográfico. Es una historia compartida, una sangre que se ha mezclado mil veces, una comunidad de sentimientos, un proyecto solidario para el futuro, el marco que garantiza nuestra libertad, la unidad que nos da fuerza ante el mundo... todo eso y más es España".
En consecuencia, "en esta nación que formamos todos, mandamos todos" y "la voluntad de los españoles no admite parcelas ni retales.
Las decisiones en materias que afecten a todos las tomamos todos, y punto...
En definitiva, que España es una nación y no diecisiete".
Estas palabras, dichas en Francia o en Estados Unidos, en Portugal o en Alemania, en Gran Bretaña o en Italia, no serían motivo de discusión política.
Izquierdas y derechas se reconocerían por igual en ellas, porque las discrepancias no afectan a la existencia del sujeto político. 
Una vieja disputa

El debate sobre la identidad histórica de España es añejo, y en él llevan ventaja en términos académicos los negacionistas, los que prestan voces y oídos a toda interpretación minimizante, denigratoria, insultante o escéptica del pasado del país.
Son mayoría entre los políticos, y son mayoría aplastante entre los historiadores de profesión, reprimidos entre los complejos progres del 68 y los intereses concretos de las camarillas políticas y académicas.
Si se sometiesen hoy a votación las conclusiones básicas a las que llegaron en décadas de trabajo Eduardo de Hinojosa, Claudio Sánchez Albornoz, Ramón Menéndez Pidal, Alfonso García-Gallo y José María Lacarra, por hablar sólo de difuntos, hasta el último becario repipi aspirante a cátedra digital y el último progre acomplejado de Instituto se considerarían con derecho a enmendarles la plana o a considerarse con derecho innato a desmentirlos.
El "problema de España" que tanto dividió a Rafael Calvo Serer y Pedro Laín Entralgo se resume ahora mismo en que tres generaciones de españoles han sido formadas en la ignorancia de nuestro pasado, en su conocimiento sesgado o falseado, en el desdén manifiesto hacia el mismo o en el odio hacia la comunidad que nos da nombre.
Sólo la resistencia de una minoría de investigadores y docentes, el coraje ocasional de algún político y, eso sí, el sentimiento irracional de una mayoría de compatriotas está impidiendo la voladura final. En esto sí somos el asombro del mundo.

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