martes, 23 de febrero de 2010

«Franco era tremendamente críptico y complejo, muy celoso de su poder»


España acababa de sufrir una guerra atroz que la había dejado hambrienta.
Europa estaba inmersa en la contienda más terrible que nunca habían visto ojos humanos: la Segunda Guerra Mundial.
En aquellos años, España estuvo entre la espada del nazismo y la pared de los Aliados que habían desembarcado en el Norte de África.
Y, en medio, Franco, cargado de una escasa artillería ideológica pero siempre dispuesto a pactar y contemporizar con tal de mantener su Régimen, en el que tampoco faltaban las luchas intestinas.
La política exterior española durante la II Guerra Mundial es un terreno mucho más complejo de lo que se ha creído, al que hay que empezar a liberar de tópicos interesados. Muchos han visto estos años como un terreno propicio para demonizar a Franco o para elevarlo a los altares por su clarividencia.
El hallazgo de las Memorias Secretas del embajador alemán en España, Hans Adolf von Moltke, aporta abrir una línea nueva en la investigación sobre la política del III Reich con respecto a España desde una perspectiva novedosa y muy reveladora.
Franco era tremendamente complejo y críptico. No despreció los consejos de fuera, pero se volvió mucho más independiente, seguro de sí mismo. Fue siempre muy celoso de su poder, no le gustaba en absoluto que nadie en el Régimen se hiciese demasiado presente, o se creyese imprescindible... y actuase como tal.
El Régimen Franquista era todavía un horno de pasiones enfrentadas y de proyectos contradictorios. La guerra excitó esa realidad, lanzó a sectores (minoritarios) de la Falange a una carrera que a veces fue desesperada por el poder, en la que la Embajada Alemana jugó un papel clave.
El Ejército, en su mayor parte más decimonónico y alfonsino que, aún franquista, no estaba dispuesto a dejarse avasallar. Los monárquicos esperaban su oportunidad. Franco demostró ser -con mucho- el más hábil... o, como dijo José Antonio Girón: «Paso de buey, vista de halcón, diente de lobo... y hacerse el bobo».
Cuando, en otoño de 1943, se produjo el desembarco aliado en el norte de África (Operación Antorcha), España pasó a verse amenazada, por el sur por los Aliados, y en el norte por unas divisiones alemanas que comenzaron a generar una enorme inquietud en Madrid.
Los Aliados no simpatizaban con Franco, pero entre sus objetivos -si España se mantenía fuera de la guerra- no entraba una acción contra él, aunque se prepararon planes muy minuciosos para contrarrestar una reacción hostil.
En el caso del Eje, los italianos eran conscientes de que, si África caía, el siguiente paso de los Aliados sería Italia. Y el mejor medio de evitarlo era una acción a través de la Península Ibérica. En Berlín se compartía ese punto de vista, y comenzaron a prepararse planes de invasión... Pero Hitler sólo tenía una preocupación que ya no le abandonaría: Rusia.

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