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OPINION |
EL MUNDO, ANTE EL GRAN DEBATE SOBRE LA IDENTIDAD DE ESPAÑA / V / JOSEP FONTANA |
«La nación es un fenómeno de conciencia» |
Catalán de Barcelona, es uno de los máximos estudiosos del siglo XIX español, singularmente en lo que se refiere a la crisis del Antiguo Régimen, la implantación del Estado liberal, el desarrollo del capitalismo y la formación de un mercado peninsular. Maestro de historiadores, comprometido con su tiempo y convencido de la ineludible función social de la Historia, desde la dirección del Institut Universitari d'Història Vicens Vives en la Universitat Pompeu Fabra, sigue demostrando que la erudición no está reñida con la crítica que ha ejercido con rigor durante casi medio siglo de docencia. Es autor, entre muchos otros títulos, de 'La crisis del Antiguo Régimen 1808-1833', 'La quiebra de la Monarquía Absoluta, 1814-1820', 'La Hacienda en la Historia de España', 'La Historia después del fin de la Historia' e 'Historia de los hombres' |
ASUNCION DOMENECH.
ARTURO ARNALTE PREGUNTA.- ¿Qué le parece la idea de una España eterna, que viene poco menos que desde Altamira, como sostenía Menéndez Pelayo? RESPUESTA.- Es la vieja idea legitimadora del Estado-nación en vías de convertirse en nación, que tiene sin duda su ejemplo más claro en Michelet, que proponía ver la Historia de Francia como la de una niña que crece. Los Estados-nación casi siempre son señoras, madres. Pensemos en Britannia, en la Marianne francesa, o la España de las monedas de calderilla de cobre, una mujer con un león a su lado. Pero esta idea de una niña que va creciendo hasta llegar a matrona no es más que el intento de reconstruir el presente hacia atrás. P.- ¿Cuál es la diferencia de la idea de España como Estado-nación, a partir de las Cortes de Cádiz, respecto al concepto del Antiguo Régimen? R.- La idea de Estado-nación va ligada al liberalismo. En el Antiguo Régimen, los súbditos se identificaban con un soberano, lo cual no quiere decir que no existiera una idea de patria, que confundimos con frecuencia con nación. P.- ¿Podría definir este concepto? R.- Resulta complejo definir esa forma de identificación amplia con una comunidad, que es la nación. En el Antiguo Régimen, esto ocupa un segundo término respecto a la lealtad a un soberano, que parte y reparte su herencia sin ningún condicionamiento.La confusión se plantea cuando, en el tránsito de una monarquía a un Estado nacional, se incorpora la idea de nación. Los hombres pasan a ser ciudadanos, con derechos y libertades, dentro del viejo marco del Estado, forzando así la homogeneización de este marco como si fuera en realidad una nación. La nación es un hecho de conciencia, mientras el Estado es un fenómeno político, que tiene fronteras, leyes y ejército que lo defienda. En algunos casos, esto funciona con eficacia, como el de los ingleses que, ya a fines del siglo XVIII, afirmaban ser «the most national people in Europe». En nuestro país, Antonio Alcalá Galiano, una de las mentes más lúcidas del siglo XIX, afirmó en 1835 que a los liberales les correspondía la tarea de «hacer de España una nación, que no lo es ni lo ha sido nunca». Esto parecen no entenderlo quienes suponen que la nación existía ya desde, al menos, los Reyes Católicos. La tarea de los liberales era efectuar esa función. Si la efectuaron bien o no, ése es otro problema. P.- No parece que consiguieran plenamente ese propósito. R.- Se debe a la debilidad de dos cuestiones. En primer lugar, la incapacidad de conseguir un tipo de política global, sobre todo económica, representativa del conjunto de los intereses dominantes. La segunda se refiere a la escasa importancia concedida a la función de nacionalizar, mediante la enseñanza, a poblaciones de distinta base cultural. Hasta bien entrado el siglo XX, por ejemplo, el contacto pleno con el castellano de un joven nacido en las comarcas interiores de Cataluña no se producía hasta su servicio militar. P.- ¿Sigue hoy vigente esta confusión entre nación y Estado? R.- Cuando se culpa a la modernidad de todos los males que aquejan a un mundo cada vez más globalizado, se olvida denunciar al Estado-nación, que ha legitimado muchos de estos males con argumentos casi siempre militares. Los himnos guerreros y la exhibición de banderas han disimulado que existen dos realidades: por un lado, la nación, que es un fenómeno de conciencia colectiva, y, por otro, el Estado, que es, por el contrario, un tipo de entidad que debería justificarse por el viejo principio del contrato social. Esto supone que el Estado tiene la obligación de proporcionarnos unos servicios sociales, no sólo de defendernos de los enemigos.Sin embargo, el Estado sigue escudándose en su función defensiva, llegando a extremos, como ha ocurrido hasta hace poco aquí, en los que el tamaño de la bandera guardaba una relación inversamente proporcional al volumen de los servicios sociales que el Estado prestaba. Es hora de que distingamos entre ser súbditos de un Estado, que se basa en un contrato social, y la nación, que no tiene por qué tener fronteras, ya que es un fenómeno de conciencia colectiva. P.- La conciencia nacional del liberalismo español se vio enseguida enfrentada a los nacionalismos periféricos, fundamentalmente el catalán y el vasco, que se fueron configurando frente a ella. R.- Cuando hablamos de conciencia nacional, nos referimos a algo que tiene que ver con un sustrato cultural común, no solamente la lengua, sino más complejo, en el que uno se reconoce y se siente bien. Pero estamos en un Estado conjuntamente y nadie con sentido común, conociendo las perspectivas actuales del mundo y de Europa, puede pensar que este Estado sea una nave de la que haya que desembarcar. Tratemos de convivir de la mejor manera posible. Esto quiere decir ocuparse de las cuestiones que afectan realmente a la vida de la gente y dejar los temas de unidad cultural y de conciencia en otro dominio, que no tiene nada que ver con pagar impuestos, reclamar pensiones dignas o preocuparse por la sanidad o la escuela pública. P.- Este planteamiento choca tanto con los propósitos del Gobierno central, como con los de las comunidades autónomas. Ambos quieren fijar sus elementos identitarios. R.- Lo más importante es que los ciudadanos entiendan que tienen unos problemas y unos derechos en común y que ésa debería ser su línea de actuación fundamental respecto del Estado. De otra parte, los historiadores deberíamos ir guardando los mitos y los símbolos en el armario y tratar de reconstruir, de forma más clara y objetiva, lo que ha sido la historia real de los españoles. Es decir, la historia de las comunidades que han habitado en este territorio y de sus problemas, no sólo de los gobernantes, sino de las gentes de a pie y de los ignorados. P.- ¿Por ejemplo? R.- Por ejemplo las mujeres, que no salen en la Historia más que como reinas, santas o cortesanas. En cambio, a las mujeres que descargaban carbón en la ría de Bilbao o a las que constituían la fuerza de trabajo fundamental en el campo castellano no se las reconoce, porque la suya es una historia oscura, que no aporta nada a ese mundo donde sólo interesan quienes se ponen al pie de un cañón o cosas por el estilo. ¿Por qué no nos ocupamos de la expulsión de los moriscos o de la exigencia de la limpieza de sangre, que es un concepto racial y no religioso, vigente hasta el siglo XIX? El reglamento de Escuelas de Primera Enseñanza de Calomarde, en 1824, mantiene todavía la exigencia de que, para optar a ser maestro de primeras letras, se debe presentar un certificado de limpieza de sangre. Buena parte del patriotismo tradicional hispánico tiene una base racista clara, se ha formado luchando contra el enemigo racial común, el moro, y se mantiene algo tan racista como el certificado de limpieza de sangre, que no pregunta sobre la piedad en la vida de los antepasados, sino si eran judíos o moros de sangre.O el hecho de que, todavía en el siglo XX, cuando se quiere establecer una celebración de la nacionalidad común, se instituye la Fiesta de la Raza. La idea racista está muy asociada al patriotismo tradicional y ayuda a mantener el desprecio hacia quienes no responden a estos estereotipos. Por ejemplo, llamar polacos a quienes no hablan castellano, por más patriotas que puedan ser en cualquier otro sentido. Tratemos de utilizar las herramientas que proporciona la Historia para entender la compleja realidad de las comunidades de nuestro país, cómo vivieron y a qué problemas tuvieron que enfrentarse, para desmontar así muchos de los errores que han sido causa de problemas que han llegado hasta hoy. Para que no puedan repetirse conflictos como el de 1936. P.- ¿Cuáles serían los mínimos que hoy pueden identificarnos como España y en qué medida se utilizan para otros fines? R.- Utilizar los mitos, los símbolos, tiene una ventaja muy clara, supone apelar a los sentimientos contra la razón, buscar apoyo en los elementos que todos llevamos dentro de tópico, de prejuicio.Durante una reunión de la primera comisión creada para discutir el asunto de los papeles del archivo de Salamanca, uno de los participantes, respetable profesor universitario, saltó diciendo que se oponía a que se devolvieran a los catalanes, porque «a los catalanes, cuando se les da algo, acaban pidiéndolo todo».Evidentemente, esto no respondía a ninguna verificación histórica, sino que procedía de los profundos abismos del prejuicio. No es fácil, volviendo a Alcalá Galiano, «hacer de España una nación». Después de una difícil trayectoria, tenemos que aprender entre todos a convivir en un Estado del que formamos parte y en el que tenemos responsabilidades y obligaciones, además de derechos. Esta labor requiere un esfuerzo de educación muy serio para combatir prejuicios. Debería ayudarnos a reflexionar el inmenso daño provocado, en el siglo XX, por la imposición de marcos estatales a comunidades que no eran homogéneas, con su secuela de millones de muertos y de desplazados en un proceso de limpieza étnica. Cuando se habla, por ejemplo, de la Alemania hitleriana, se hace en términos pura y simplemente de los judíos como un fenómeno racial, pero se olvida que había también un planteamiento nacionalista: la pretensión de establecer en suelo alemán a las comunidades germanas dispersas por el sur de Rusia, por los Balcanes, etc, es decir, crear un hogar nacional alemán. Tampoco se suele hablar del fenómeno contrario: tras la Segunda Guerra Mundial, cuando millones de alemanes fueron expulsados de lugares donde habían vivido durante siglos, por no hablar del fenómeno que hemos vivido recientemente en los Balcanes.El problema es pensar que la construcción de la nación exige que en ese Estado no haya más que una sola clase de ciudadanos. P.- En el proceso de reconsideración del Estado de las Autonomías establecido por la Constitución, que hoy se reclama desde diversos ámbitos, ¿en qué podría ayudar la reflexión de los historiadores? R.- En deslindar los rasgos de tipo cultural, identitario, de lo que significa el conjunto de derechos y obligaciones que implica la participación en un Estado común. Distingamos dos tipos de problemas y tratemos de discutir sobre los que aseguran la igualdad de los ciudadanos, pues tratar de homogeneizar culturalmente ese Estado es un objetivo que no corresponde al Gobierno. P.- En el Estado español, ¿cómo puede compatibilizarse esto con los planteamientos de sectores vascos y catalanes que pretenden conseguir su propio Estado-nación? R.- No es una tarea fácil, pero no pienso que, en estos momentos, nadie con sentido común pueda creer que es posible la formación de Estados nuevos dentro del marco de la Unión Europea actual.Esa perspectiva se acabó con la desintegración de Yugoslavia. Hablemos de Cataluña, por ejemplo, donde afortunadamente no existe nada que pueda hacer pensar en enfrentamientos internos que tengan que ver con lo que, en última instancia, ha ocurrido en la antigua Yugoslavia, con matanzas y limpiezas étnicas. Está claro que no existen fracturas internas en esta sociedad, por más que se haya intentado alentarlas. Partiendo de este hecho, vamos a intentar ser serios e impedir que jueguen fuerzas que podrían llevarnos a enfrentamientos internos. P.- ¿Qué retos plantean los inmigrantes al Estado-nación? R.- Deberían confirmarnos en la necesidad de separar lo que es Estado de lo que es nación. Los inmigrantes, para empezar, vienen aquí porque los necesitamos, eso está claro. Otra cosa es que queramos y debamos poder controlar quiénes vienen y en qué condiciones. Precisamente, si hubiésemos aprendido a convivir entre nosotros en paz, si hubiésemos sido capaces de evitar salvajadas como las de 1936, seguramente seríamos ahora más capaces de asumir que deberíamos poder integrar a comunidades de culturas distintas, a cambio de que esas comunidades acepten un régimen de convivencia, dentro del marco del Estado. Hay que hacer un enorme esfuerzo para ayudar a esta gente a que se integre, de la misma manera como en su momento, en los años del franquismo, se produjo, y con notable éxito, la integración en el marco de la sociedad catalana de la gran inmigración procedente de Andalucía y de otras tierras de España. Paradojas de la Historia: el espacio de la Ciudadela que el monarca Felipe V mandó construir para controlar a los díscolos barceloneses tras el 11 de septiembre de 1714, y desde donde repetidas veces a lo largo del siglo XIX se bombardeó con artillería la ciudad catalana, se ha convertido hoy en un magnífico parque. El historiador barcelonés Josep Fontana señala la ironía de que el palacio que antiguamente alojaba al gobernador de la fortaleza albergue actualmente el Parlament de la Cataluña autónoma. |
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