miércoles, 30 de enero de 2013

Causas de la Guerra de España, Manuel Azaña



I. CAUSAS DE LA GUERRA DE ESPAÑA.............................................................. 10
II. EL EJE ROMA-BERLÍN Y LA POLÍTICA DE NO-INTERVENCIÓN........... 16
III. LA URSS Y LA GUERRA DE ESPAÑA ............................................................ 23
IV. LA REPÚBLICA ESPAÑOLA Y LA SOCIEDAD DE NACIONES ................. 28
V. EL NUEVO EJÉRCITO DE LA REPÚBLICA..................................................... 36
VI. EL ESTADO REPUBLICANO Y LA REVOLUCIÓN....................................... 42
VII. LA REVOLUCIÓN ABORTADA...................................................................... 48
VIII. CATALUÑA EN LA GUERRA ........................................................................ 54
IX. LA INSURRECCIÓN LIBERTARIA Y EL «EJE» BARCELONA-BILBAO .61
X. LA MORAL DE LA RETAGUARDIA Y LAS PROBABILIDADES DE PAZ ..69
XI. LA NEUTRALIDAD DE ESPAÑA..................................................................... 76
CONTRAPORTADA.................................................................................................. 83

NOTA EDITORIAL
Este libro está compuesto por once artículos que se publican, ahora, por primera vez en Españaescritos por Manuel Azaña en Collonges-sous-Saléve, en 1939, y pensados para el público internacional (el undécimo llegó a ser publicado en inglés con el título de «Spain's Place in Europe. A Retrospect and Forecast», World Review, vol. VIII, n. ° 4, Londres, junio de 1939, pp. 6-15).
El presidente Azaña no puso título a este conjunto de artículos que aparecen agrupados en el volumen III de las Obras completas, de M. A., editadas en México, bajo el epígrafe de «Artículos sobre la guerra de España».
Hemos preferido, aquí, dejar como título del volumen el que lo es del primer artículo y que sí se debe al autor.
Esta edición respeta escrupulosamente la grafía del original exceptuando las mayúsculas de palabras como «gobierno», «presidente», «ministro», «ministerio», que aparecen aquí con minúscula, de acuerdo con las tendencias generales de hoy y con los usos específicos de esta editorial.

PRÓLOGO
Antonio Cánovas del Castillo y Manuel Azaña comparten la distinción de haber sido los dos jefes del gobierno español más cultos, más conscientes de la historia, de los siglos XIX y XX. Pero, mientras que Cánovas dedicó su talento político a un proyecto calificado de «mal menor» la creación de una oligarquía civil, cuasi-parlamentaria, tras un período de inestable dictadura militar—, Azaña dedicó su carrera política a la creación de una república reformista y secular, basada en elecciones limpias y en una administración no corrompida
 En su calidad de jefe del gobierno de octubre de 1931 a septiembre de 1933, guió el paso por las Cortes de las reformas más importantes conseguidas por la efímera Segunda República: la separación de la Iglesia y el Estado, la reorganización de las fuerzas armadas, un importante programa de construcción de escuelas, la primera ley del divorcio de la historia de España, el estatuto de autonomía de Cataluña y los tímidos inicios de una reforma agraria que se necesitaba desde hacía tiempo y había sido aplazada numerosas veces
 Aunque no sentía un interés personal por las cuestiones económicas, Azaña comprendió y apoyó a Jaume Carner e Indalecio Prieto en sus esfuerzos por mejora rel funcionamiento de la banca española, defender el valor cambiarlo de la peseta y, al mismo tiempo, combatir el paro y mejorar la infraestructura económica de España mediante un programa de obras públicas.
Era un excelente orador, un sagaz conocedor de los abogados y funcionarios de clase media que eran sus principales colaboradores yrivales y un hombre en el que un elevado sentido de la ética personal iba unido a ideas claras y muy pragmáticas sobre lo que era realmente posible en España
 Amigos y enemigos por igual reconocían en Ataña al líder que de modo más completo encarnaba el programa y el carácter de la mayoría republicano-socialista de los años 1931-1933
 Pero esa mayoría se desintegró internamente durante el año 1933 y Azaña dejó la jefatura del gobierno cuando el presidente Alcalá-Zamora decidió disolver las Cortes constituyentes en septiembre del citado año.
Durante los dos años siguientes Azaña, ahora en la oposición, siguió siendo el portavoz arquetípico de la República reformista y brevemente, después de la victoria electoral del Frente Popular en febrero de 1936, pareció que Azaña iba a presidir de nuevo el gobierno y a reanudar el programa interrumpido de 1931-1933.
Pero las revueltas de Asturias y Cataluña en octubre de 1934, junto con la feroz represión que provocaron, habían cambiado por completo el clima político.
La izquierda se reía de Azaña, al que calificaba de «Kerensky», de estadista «con un brillante porvenir en el pasado».
La derecha se volvía cada vez más hacia los fascismos italiano y alemán como «modelos» para la derrota del «bolchevismo» y el mantenimiento de los privilegios tradicionales contra la reanudación del programa republicano de reformas. Los diputados de derechas y los militares activistas empezaron a tramar un pronunciamiento contra el gobierno del Frente Popular desde el primer momento.
 Los asesinatos y los intentos deasesinato se convirtieron en la moneda común de la juventud militante, tanto de izquierdas como de derechas. En tales circunstancias, ni Manuel Azaña ni nadie podía dirigir con éxito un gobierno parlamentario.
Por si la confusión era poca, la nueva mayoría en las Cortes decidió deponer al presidente de la República, al que acusaba de haber disuelto «ilegalmente» las Cortes anteriores, ¡disolución que había llevado directamente a la victoria del Frente Popular!
 Para entender el tono agraviado y pesimista de los artículos que se publican en el presente volumen, es necesario tener presentes las circunstancias en las que Azaña pasó a ser presidente de la República y las condiciones que restringieron su iniciativa mientras ocupó dicho cargo desde mayo de 1936 hasta su dimisión en febrero de 1939, un mes antes de la rendición definitiva del ejército republicano.
 Al amparo de la Constitución de 1931, el jefe del gobierno ejercía la autoridad ejecutiva y la iniciativa legislativa en su calidad de líder de la mayoría en las Cortes. Éste fue el cargo que ocupó Azaña durante los dos primeros años de la República y más adelante, brevemente, de febrero a abril de 1936
 El presidente de la República tenía responsabilidades importantes, pero cuidadosamente limitadas. Podía «nombrar ydestituir libremente» al jefe del gobierno de entre los líderes del partido la coalición mayoritarios. Tenía poder consultivo en lo referente a la constitucionalidad de los proyectos de ley. En teoría también podía vetar las leyes, pero, dado que los monarcas españoles nunca habían ejercido el veto constitucional en el período 1876-1923, no se esperaba que el presidente de la República ejerciera el suyo.
En la primavera de 1936 la República reformista era atacada tanto por la izquierda militante como por la derecha monárquico-fascista.
Después de la temeraria deposición del presidente Alcalá-Zamora, era indispensable que el nuevo presidente de la República fuera un hombre de moralidad y estatura reconocidas que encarnara el carácter político de la República.
 En épocas tranquilas las funciones del presidente de la República eran principalmente simbólicas, pero en tiempos agitados su facultad de nombrar y destituiral jefe del gobierno y sus opiniones consultivas sobre la constitucionalidad revestían gran importancia
 Al dejar la presidencia del gobierno para ocupar la de la República, Azaña abandonó el liderazgo activo por el papel de símbolo y garante de la legalidad republicana.
Azaña nunca tuvo la oportunidad de funcionar normalmente en calidad de presidente de la República, como tampoco la había tenido de ejercer con normalidad el cargo de jefe del gobierno en la primavera de 1936.
A él le hubiera gustado nombrar a Indalecio Prieto, el más prestigioso de los parlamentarios socialistas y uno de los pocos líderes que advertían de forma enérgica y repetida del peligro de un levantamiento militar. Pero el partido socialista se hallaba fatalmente escindido entre los partidarios de Prieto y los de Largo Caballero, que no estaba dispuesto a tolerar un gobierno encabezado por Prieto. Así, pues, Azaña se vio obligado a depender de un miembro decente y escrupuloso, pero poco distinguido, de su propio partido republicano, Santiago Casares Quiroga.
Dos meses más tarde la sublevación de los generales Mola y Franco se propuso destruir la República reformista y la Constitución. El pronunciamiento fue derrotado, pero no por el impotente gobierno republicano, sino por los sindicalistas, los socialistas de izquierda y los anarquistas, que hicieron frente al mismo en las calles de Madrid y Barcelona.
Forzado por las circunstancias, Azaña se vio convertido en el símbolo de la legalidad republicana destruida en un país dividido en dos mitades, una de las cuales era una dictadura militar a la vez que la otra era escenario de una revolución en parte anarquista y en parte socialista.
El fracaso del pronunciamiento había llevado a la guerra civil, la revolución y la intervención internacional. Desde el principio Italia y Alemania enviaron abundantes suministros más adelante enviarían hombresen apoyo del general Franco.
 A partir de octubre de 1936 la Unión Soviética empezó a abastecer al ejército republicano, mientras la política de no-intervención patrocinada por Inglaterra y Francia obligó a la República a depender cada vez más de la ayuda soviética durante los dos años y medio de guerra civil.
 Dejando aparte las crisis emocionales que indudablemente sufrió Azaña en diversas fases de la guerra, puede decirse con certeza que en todo momento conservó su comprensión lúcida de la marcha de la contienda, su decisión de restaurar la legalidad republicana en la zona del Frente Popular y su convencimiento de que una paz tolerable sólo podría conseguirse si Inglaterra y Francia ejercían presión sobre franco para que aceptase su mediación. Aunque nunca fue admirador de Largo Caballero, y aunque acabó siendo enemigo encarnizado de Juan Negrín, Azaña nombró y apoyó a esos dos jefes del gobierno durante la guerra como claros representantes de la mayoría de las Cortes y como los líderes más aceptables desde el punto de vista de la opinión pública, en la medida en que era posible determinar ésta en plena guerra y revolución.
Empujado por el pesimismo en lo que se refería a las perspectivas militares del ejército republicano, así como por la desesperanza que en él producían los sufrimientos de sus compatriotas de ambas zonas, es indudable que Azaña abusó de sus prerrogativas constitucionales en su búsqueda de una paz mediada. De acuerdo con la Constitución, la política exterior era competencia del jefe del gobierno y no del presidente de la República. Pero en mayo de 1937 Azaña envió un mensaje personal a Inglaterra cuando Julián Besteiro representó a España en la coronación del rey Jorge VI, y en varias conversaciones con diplomáticos y periodistas expresó su parecer de que la mediación era necesaria, mientras que el jefe del gobierno se comprometía públicamente a alcanzar una victoria militar definitiva.

Los artículos que se incluyen en el presente volumen los escribió Manuel Azaña., el ex presidente en Francia durante los meses que siguieron a la derrota de la República y a la consolidación de la dictadura del general Franco, que contaba con el apoyo del fascismo
 Son la obra de un hombre que se sentía profundamente deprimido y era completamente lúcido.
Fueron escritos con muy poca documentación a mano. Pero Azaña fue siempre un diarista, un pensador y un conversador dado a la reflexión, un lector atento e infatigable y un hombre que conocía la historia contemporánea y la política mundial muchísimo mejor que la mayoría de los líderes políticos de cualquier época. Tenía la virtud de la honradez y estos artículos me parecen sumamente admirables por la ausencia de todo intento de manipular los hechos con el fin de mejorar la «imagen» política del autor.
Me gustaría comentar brevemente los artículos, dando por sentada su fiabilidad general como documentos históricos y concentrándome en las intuiciones y limitaciones particulares del presidente Azaña.
 «Causas de la guerra de España» ofrece una visión global, desde la época de la dictadura del general Primo de Rivera hasta el estallido de la guerra civil, de la historia de España. Me parece una crónica muy digna de confianza en lo que se refiere a su razonamiento de por qué la República llegó cuando llegó, de las diversas formas de apoyo limitado y de resistencia que encontró y de los logros de dicha República
 Solamente discrepo cuando incluye la reforma agraria como una de las «realizaciones principales» de la República
 Debido a una combinación de problemas económicos reales y de obstruccionismo legalista, en realidad sólo unas 10. 000 familias campesinas recibieron tierra. De hecho, la falta de una reforma agraria significativa fue uno de los grandes fracasos de la República
 Al mismo tiempo quisiera llamar respetuosamente la atención sobre la insistencia de Azaña en los conflictos internos de la clase media y la burguesía como causas de la guerra civil. La mayoría de los autores que han escrito sobre dicha guerra hacen hincapié en los conflictos de clase tal como los veían los marxistas, los anarquistas y los fascistas
 Azaña hace una distinción entre la clase media (profesionales modestos, burócratas, comerciantes al por menor) y la burguesía (los grandes propietarios y los capitalistas) y contrasta los que estaban preparados para una sociedad secular y cierto grado de reforma social con los que rechazaban toda disminución de los privilegios históricos de grupo.
 Es muy posible que, en lo que hace al estallido de la guerra civil, esa división fuera más fundamental que las huelgas y los lock-out o que las batallas propagandísticas entre las organizaciones juveniles de izquierdas y de derechas.
«El eje Roma-Berlín y la política de no-intervención» llama  discretamente la atención sobre varios puntos que no siempre se recalcan en la literatura que se ocupa de la participación extranjera en la guerra civil: que la intervención armada de las potencias fascistas tuvo lugar por invitación del general Franco y que el éxito principal de las potencias del eje no fue la ayuda militar directa que prestaron, sino su diplomacia, que aisló eficazmente a la República.
En cuanto a la cuestión, tan debatida, de la retirada de las tropas extranjeras, Azaña expone con precisión y amargura las diferencias de intereses entre su gobierno y el de Gran Bretaña. «Para la República era cuestión de vida o muerte que la intervención cesara antes de que sobreviniera una decisión militar de la campaña... Al gobierno británico lo que en definitiva le importaba era que los extranjeros no se quedasen en España por tiempo indefinido. »
El artículo relativo a «La URSS y la guerra de España» es acertado en lo que respecta a los motivos políticos y militares de la Unión Soviética como potencia mundial, pero guarda un silencio absoluto sobre las «purgas» estalinianas de 1936-1938 y su extensión a España.
El mismo silencio aparece en «La insurrección libertaria y el "eje" Barcelona-Bilbao», donde el autor comenta los sucesos acaecidos en Barcelona en mayo de 1937 sin mencionar una sola vez la desaparición de Andreu Nin, las acusaciones de colaboración «trotskista» con los fascistas que se lanzaron contra el POUM, etcétera
 Se me antoja muy improbable que Azaña desconociera la intervención directa de Stalin en la política de Cataluña y que ignorase también la estructura delabastecimiento del ejército republicano. Azaña, por supuesto, estaba completamente de acuerdo con las opiniones soviéticas en el sentido de que la «seguridad colectiva» requería la cooperación leal de las democracias occidentales y la Unión Soviética contra las agresiones del fascismo, y que la situación objetiva de España no era nada favorable auna revolución comunista.
 Pero las «purgas» de Stalin, tanto en Rusia como en España, fueron la razón principal que impidió que todos los diplomáticos occidentales, así como muchos partidarios de la República española, creyeran que Stalin estaba realmente dispuesto a apoyar a una República española democrática e independiente
 El orgullo que le inspiraba su propia independencia., la insistencia en la naturaleza interna del conflicto español y la adhesión a la política histórica de neutralidad de España debieron de contribuir al silencio que guarda Azaña sobre las «purgas».

Los seis artículos (véanse los capítulos V-X) que tratan de problemas políticos y morales internos de la zona republicana, poseen ciertos rasgos comunes en lo que hace a su interpretación. Azaña critica siempre las tendencias «centrifugas» en España. A su modo de ver, casi nadie daba su lealtad principal al Estado republicano y a su ejército regular, que había sido reconstituido penosamente.
 La milicia anarquista anunciaba las condiciones en las que lucharía y, en general, los oficiales no podían dar órdenes a las tropas voluntarias, sino que, en vez de ello, tenían que recurrir a la persuasión. A la mayoría de los vascos sólo les preocupaba defender sus propias provincias, cosa que ocurría también en el caso de los catalanes. «Según la influencia que han tenido en los gobiernos las sindicales o el partido comunista, así ha crecido o menguado la afiliación de los militares en esas organizaciones.

El primitivo impulso político que llevaba a todos a combatir, se convirtió en espíritu partidista» (p. 79)
 Allí donde otros dirían que las masas urbanas salvaron a la República de la insurrección militar los días 19 y 20 de julio, en Barcelona y Madrid, Azaña escribe: «La amenaza más fuerte era sin duda el alzamiento militar, pero su fuerza principal venía, por el momento, de que las masas desmandadas dejaban inerme al gobierno frente a los enemigos de la República» (p. 69).
 Para él la revolución social no era un experimento admirable aunque ingenuo de nuevas formas de solidaridad humana, sino un desastre de ineficiencia, desorganización y violencia vengativa. Si los sentimientos revolucionarios y regionalistas destruyeron el Estado republicano desde dentro, la no-intervención selló su destino desde fuera. No fue sólo que en la práctica la política de no-intervención impidió a la República comprar armas mientras que las potencias del Eje abastecían a Franco sin interrupción ni obstáculo de ninguna clase
 Fue que la política de no-intervención negaba implícitamente la legitimidad de la autodefensa de la República y con ello contribuyó a su descrédito ante los ojos de la población española.
Finalmente, en vista de que con frecuencia se ha acusado a Azaña de cobardía moral y de derrotismo total, vale la pena citar su definición, sin mencionar nombres, de la diferencia que en 1938 había entre él mismo y Negrín. Azaña escribe que el dilema de la República jamás fue «resistencia o rendición».
 Más bien consistía en la diferencia entre «resistir es vencer; la resistencia es la única política posible» (Negrín) y«la guerra está perdida: aprovechemos la resistencia para concertar la paz» (Azaña). Azaña, con su lucidez de costumbre y su honradez fundamental, expone las alternativas en términos sencillos, objetivos, impersonales. En su conjunto, estos artículos hacen honor a su conocimiento, a su lucidez y a su honestidad.
GABRIEL JACKSON
Barcelona, enero de 1986
Manuel Azaña Causas De La Guerra De España

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