Vamos a la conquista del poder
Francisco Largo Caballero - El
Socialista, 25 de julio de 1933
«Compañeras y compañeros: Había hecho el
propósito de no tomar parte en ningún acto semejante al que estamos celebrando
durante el tiempo que estuviese desempeñando un cargo en el Gobierno de la
República. Quería yo, después de salir del Gobierno, ponerme en contacto con la
clase trabajadora española para darle a conocer mi experiencia dentro del
Gobierno de la República y, además, para explicarle la legislación social de
aquélla. Pero las circunstancias me han obligado a desistir de ese propósito,
y, a requerimientos insistentes de la Juventud Socialista Madrileña, vengo hoy
aquí; mas debo advertiros que lo que yo voy a decir hoy aquí no deshace, no
prejuzga, no tiene casi nada que ver con lo que yo tenga que decir después de
salir del Gobierno republicano.
Prólogo de otros actos análogos
Pudiéramos afirmar que este acto es el
prólogo de los varios que yo pienso celebrar en España después de salir del
Gobierno de la República. Considero de indispensable necesidad para la masa
trabajadora española el difundir lo más exactamente posible lo que es la
República española.
Naturalmente que al venir hoy aquí se ha
producido, contra mi voluntad, una expectación, debida en buena parte a la gran
imaginación del pueblo español, y por otra, a la mala fe de nuestros enemigos.
Pero ya sabéis que yo soy, entre otras cosas, acaso no muy convenientes en política,
hombre claro, hombre que procura no ocultar lo que piensa.
Ya sabéis que no soy orador, y, mejor
que vosotros, lo sé yo. Es posible que en lo que yo diga hoy aquí pueda haber algo
de diálogo, algo que no sea simplemente monólogo; pero esto no depende de mí,
depende de las circunstancias. Yo tengo que advertir que si de lo que diga resulta
algún diálogo, en mi intención no está, ni por lo más remoto, molestar a los
que se consideren aludidos. Lo que yo diga lo diré con toda clase de
consideraciones y de respeto para las personas.
Breve autobiografía
Parece que es costumbre, camaradas, que
en estos actos -digo parece que es costumbre porque, como sabéis, llevo ya más
de dos años si hablar en público- que el orador se haga una pequeña
autobiografía, que exponga al auditorio un esquema de su personalidad política.
Yo no os voy a molestar mucho en este particular. Sólo os voy a decir que hace
cuarenta y tres años ingresé en la Unión General de Trabajadores de España, y
en este marzo último hizo cuarenta años que empecé a militar en la Agrupación
Socialista Madrileña. De mi actuación en las organizaciones donde he
intervenido se os puede informar por ellas. No lo voy a hacer yo. Unicamente lo
que quiero decir, lo que quiero hace constar, es que no soy un advenedizo a la
organización política y sindical españolas, que yo no soy un aventurero en este
movimiento político obrero, que yo soy un socialista, pero no por sentimiento
simplemente, sino por convicción. Yo soy de los que protestan contra las injusticias
sociales, de los que creen que el régimen que vivimos no es inmutable, que es
no sólo susceptible de modificación, sino de sustitución por un régimen
socialista, colectivista; soy de los que creen que para hacer esto no se
precisa simplemente una mayor cultura, un mayor desarrollo económico de la
sociedad, sino que es indispensable, y para mí fundamental, el que la clase
trabajadora actúe con eficacia por medio de sus organizaciones políticas y
sindicales para lograr el cambio de régimen. Es decir, que yo no he olvidado
todavía aquellas palabras de Marx: «Proletarios de todos los países, unios.»
«La emancipación de la clase trabajadora ha de ser obra de ella misma.»
Hecha esta presentación, debo
manifestaros que tampoco aspiro a jefaturas de ninguna clase ni a ser director
exclusivo de ninguna política; soy un compañero del Partido que expone sus
ideas libremente, y luego, el que quiera, las acepta, y el que no, no. Esto en
mí no es nuevo. En abril de 1930, en este mismo local, yo decía que a la clase
trabajadora no le hacían falta jefes, ni le hacían falta pastores, sino que la
clase trabajadora por sí misma haría aquello que más le conviniera y que
considerara más justo.
Motivo fundamental del acto
Uno de los motivos por los que yo he
venido aquí es porque me creía obligado a contribuir de esta manera al fondo
para la rotativa; pero, además, y fundamentalmente, porque observo que el
enemigo común va apretando el cerco y aumentando la agresividad contra nuestro
Partido y contra nuestras ideas. Y este hombre, ya de algunos años -perdonadme
la vanidad-, tiene el temperamento todavía joven y no está dispuesto, mientras
él pueda, a contribuir, ni por acción ni por omisión, a que el enemigo pueda
aumentar sus armas contra nuestras ideas o pueda manejarlas mejor contra
nuestro Partido. Este es el motivo más fundamental que yo he tenido para venir
hoy aquí.
He dicho que el cerco del enemigo común
cada día se estrecha más. No es que a nosotros nos asombre el que esto suceda,
porque estamos acostumbrados a acometidas de igual naturaleza, según se prueba
con la historia de nuestro Partido y de nuestras organizaciones. Hace cuarenta
y tres años, cuando yo ingresé en la organización, la agresividad existía, pero
hoy ocurrirá lo mismo que les ocurrió el año 1930. Habiendo dicho yo aquí, en
abril, las palabras que os he recordado, en octubre tuvieron que llamarnos para
que cooperásemos al triunfo de la República. Y deben tener presente que las
cosas no están tan llanas, que los obstáculos no han desaparecido, que las
dificultades para la República persisten y que sin el Partido Socialista y sin
la Unión no podrán defender con eficacia a la República. (Aplausos.)
Un momento histórico
Es ahora cuando pudiéramos decir que
entramos ya en el tema de la conferencia. A pesar de las campañas de todo
género que se hicieron contra nosotros, en octubre del año 1039 tuvieron que
venir a solicitar del Partido y de la Unión General de Trabajadores la
cooperación. momento histórico en nuestro país y momento histórico para
nuestras organizaciones. A partir de él se plantea una cuestión que yo me voy a
permitir tratar, aunque sea brevemente, porque no quiero mortificaros mucho con
mi palabra. (Denegaciones.) La cuestión de si el Partido Socialista y la Unión
deben o no tomar parte en la revolución española.
Y el Partido Socialista y la Unión, por
medio de sus representantes, acuerdan que sé, que deben tomar parte en la
revolución. ¿Y cuándo y cómo lo acuerdan? ¿Es que el acordar esto era una cosa
extraordinaria? ¿Era una cosa que estaba fuera de los cálculos de nuestro
Partido, de la táctica de nuestro Partido?
Leed nuestro Programa y veréis que en el
Programa mínimo la primera cuestión que se plantea es «supresión de la monarquía».
Es decir, que el Partido Socialista tiene como
primer punto en su Programa mínimo, no en el máximo, sino en el mínimo, la supresión
de la monarquía.
El Partido Socialista, por ese Programa
acordado en nuestros Congresos, estaba en la obligación de trabajar, de
desarrollar sus actividades, para suprimir la monarquía española.
¿Cómo lo había de hacer?
¿El Partido sólo?
¿El Partido en colaboración con otros
elementos?
Eso dependería de las circunstancias.
El Programa no dice cómo, pero es sabido
de todos que las circunstancias son las que obligan a una conducta, a una
táctica.
La condición no aceptada
Nosotros siempre habíamos afirmado,
siempre habíamos defendido la supresión de la monarquía española, hasta el
extremo de que hemos sido censurados, criticados injustamente por muchos
elementos que se llaman afines, porque durante la dictadura de Primo de Rivera
no hemos atendido sugestiones que se nos hacían por ciertos elementos, que luego
fueron a la Asamblea de Primo de Rivera, para contribuir a movimientos que
llamaban revolucionarios. Y cuando les poníamos condiciones como ésta: Que
nosotros no iríamos a ningún movimiento si no era para derribar la monarquía
española y, además, que no admitíamos un cambio de dinastía, que había de ser
forzosamente para instaurar la República, esos elementos no aceptaron nunca de
plano nuestras condiciones; esos elementos nos decían siempre que lo primero
que habría que hacer era poner al Rey en tal o en cual sitio de nuestro país,
con todas las garantías de seguridad, para que luego el país resolviese lo que
creyese oportuno. Otros nos hablaban de un Rey constitucional, como si no se
llamase así al que fue Rey de España. En una palabra: que ninguno de los
elementos que se acercaron a nosotros iba de una manera clara, terminante, a
derribar la monarquía española. La mayor parte -y ahora explicaré por qué la
mayor parte- se refería, se conformaba con derribar al que llamaban el
dictador: Primo de Rivera. Nosotros entendíamos que el verdadero dictador era
Alfonso XII (Muy bien.) Y que el otro era un agente del segundo, y que lo que
había que hacer era derribar al patrono, con lo que su agente quedaba anulado y
fuera de servicio.
Cómo fuimos al Comité revolucionario
Algún elemento no se negaba en absoluto
a esto que nosotros pedíamos; pero hay que reconocer que en el conjunto de esos
elementos había alguno que no inspiraba a nuestro Partido la confianza
suficiente para colaborar con él. Siempre lo dijimos: Cuando el Partido
Socialista vea que se le requiere formal y seriamente, con garantías posibles
de poder transformar el régimen monárquico en República, el Partido Socialista
ayudará a ello con la Unión General de Trabajadores de España. ¿Y qué ocurrió?
Pues que un día, en octubre de 1930, se acercaron a nuestro Partido representantes
que a juicio nuestro ofrecían esas garantías de seriedad y de lealtad para ir
al movimiento. En cuanto se presentaron, reconocimos que era el momento en que
el Partido debía decidirse a cooperar en la revolución. Y así lo hicimos, sin
titubeo ninguno. Fuimos al Comité revolucionario. Estando en él (no olvidéis
esto que os estoy manifestando, para que saquéis después las consecuencias), se
nos dijo: «Es preciso que el Partido tenga representantes en el Gobierno
provisional. Si esto no se hace, tenemos fundamentos para decir que la revolución
será imposible ahora.» Es decir, que los mismos elementos que nos invitan a
tomar parte en la revolución, nos dicen: «Si no hay representantes del Partido
Socialista en el Gobierno provisional, no podemos responder de que la
revolución se verifique.» Y no solamente los hombres que estaban en el Comité
revolucionario, sino otros elementos que habían ofrecido su cooperación a la
revolución, vienen y nos dicen: «Si ustedes, socialistas, no forman parte del
Gobierno, no es fácil que la revolución se realice.» En esa situación, nosotros
acordamos participar en el Gobierno provisional. Y aquí se nos plantea ya la
cuestión de la colaboración ministerial.
El problema de la participación
Yo tengo que decir, con todos los
respetos, que me parece que se ha tergiversado un poco el problema de la
participación ministerial; que el caso de España, que el caso nuestro no es el
caso que se plantea en la mayor parte de los países sobre la participación
ministerial, porque España no estaba en una situación normal. Nosotros no hemos
ido a participar en un Gobierno republicano dentro de una situación normal.
Nosotros hemos ido a una revolución, nosotros hemos participado en ella y hemos
ido a un Gobierno revolucionario; no es la participación ministerial corriente,
normal, que no se nos ha planteado a nosotros en el Partido Socialista español
todavía el problema en la parte fundamental, que pudiera ser discutible, de la
participación en Gobiernos burgueses; eso está todavía virgen en nuestro
Partido; eso no está decidido en nuestro Partido. Lo que está decidido es participar
en un Comité revolucionario, en un Gobierno provisional que hace la revolución.
Y después, ¿qué ocurre? Pues que este Gobierno provisional, en lugar de hacer
lo que han hecho muchos Gobiernos provisionales, estar meses y meses gobernando
con amplias facultades, se apresura a normalizar la situación, en vista de cómo
se proclamó la República en España; se apresura a constituir un Parlamento.
Cuando se va a las elecciones nos encontramos con que nuestro partido lleva a
la Cámara más de 100 diputados, constituyendo el grupo más numeroso del
Parlamento.
La victoria electoral y sus
consecuencias
Situación del partido: contribuye a la
revolución, forma parte del Gobierno provisional, se va a las elecciones y el
grupo más numeroso es el socialista. Cuando con unas elecciones generales
realizadas con la mayor pureza, el partido socialista resulta ser el más
numeroso de la Cámara, ¿es el momento de abandonar el Gobierno? Los votos
obtenidos por nuestros representantes en el Parlamento, ¿querían decir que
debíamos dejar de participar en el Gobierno? (Varias voces: No.) Yo no hago la
pregunta para que se me conteste, sino para que se la conteste a sí mismo cada
uno. ¿Qué se hubiera dicho del partido socialista si en el momento de llevar a
las Cortes ese grupo parlamentario declara: «Nosotros nos vamos del Gobierno»?
«¿Y qué van ustedes a hacer?» «Vamos a hacer lo que hacen todas las
oposiciones.» «¿Y con quién se forma Gobierno?» ¿Es que no supondría para el
partido una gran responsabilidad haber abandonado entonces los sitios que ocupaban
los representantes del partido, produciendo, como es natural que se produjese,
un gran trastorno político en nuestro país, negando la cooperación en el
Gobierno? N creo que eso se le pudiera ocurrir a nadie. Y seguimos en el
Gobierno. Y estando en el Gobierno, nosotros tenemos el deseo y el interés de
que esta República, traída por republicanos y socialistas, no sea lo que fue la
primera República; deseamos que sea una República que se consolide, una
República que se estructure políticamente. Para ello había que aprobar una
Constitución. Cooperamos a la discusión y a la votación de la Constitución de
la República.
La Constitución y las leyes complementarias
Cuando esto se hace las derechas
empiezan ya a intranquilizarse. Y comienzan a amenazar, a hablar de revisión de
la Constitución. Cuando esto sucede, los socialistas y los republicanos que han
traído la República por medios revolucionarios dicen: «¡Ah! No es bastante
haber hecho una Constitución, porque esta Constitución puede ser falseada después
en las leyes complementarias; hay que hacer las leyes complementarias, porque
si ahora dejamos el camino libre al enemigo, a los de la derecha, en las leyes
complementarias desvirtuarán todo el sentido revolucionario que pueda tener la
Constitución. (Muy bien) Y nosotros hicimos el propósito de que, ocurriese lo
que ocurriese en España, primero se aprobaría la Constitución, y después, las
leyes complementarias.
Así, vimos durante toda esta etapa
acometidas de la extrema izquierda que vosotros conocéis. Y un Gobierno al cual
repugna tener que emplear la violencia contra nadie, se ve obligado, para
defender la República, a emplearla. Con todo el dolor de nuestro corazón tuvo
que hacerse. Pero ¿para qué? ¿En nombre de qué, en aras de qué? En aras del régimen
republicano.
Vienen acometidas de la derecha, y con
la misma consciencia el Gobierno republicano repele esos movimientos y defiende
a la República.
El porqué de los sacrificios
colectivos
Viene la oposición parlamentaria, y el
Gobierno resiste. ¿En aras de qué? ¿En aras del puesto, del asiento que cada
uno de nosotros tuviera en el Gobierno? Comprenderéis que en toda esta etapa de
dos años a nadie le puede agradar el tener que ocupar puestos como éstos para
verse obligado a proceder como ha tenido que hacerlo el Gobierno de la República.
Pero había algo que estaba por encima de nosotros mismos: el compromiso de que
la segunda República española no muriese como murió la primera. (Muy bien.
Grandes aplausos.) Y para eso había que hacer sacrificios, no sacrificios
personales, sino colectivos. Muchos; nadie los ha hecho mayores que el partido
socialista y la Unión General de Trabajadores de España. Nadie mayores; pero,
camaradas, ¿qué sacrificios hubiéramos tenido que hacer si hubiésemos dejado
morir la República, si ésta hubiera caído en manos de los elementos de la
derecha o hubiese habido una restauración monárquica? Todo lo que haya que
sacrificar durante el tiempo de la consolidación de la República, personal y colectivamente,
hay que sufrirlo, porque de esta manera habremos contribuido desinteresadamente,
como siempre, a la victoria del nuevo régimen. Y tendremos derecho, supongo que
tendremos derecho, a pedir respeto y consideración para nuestro Partido y
nuestras organizaciones. (Aprobación.)
El problema de la participación no
está prejuzgado
Por consiguiente, la participación
ministerial durante la revolución y durante la consolidación de la revolución,
no es para mí el problema de la participación en el Poder. Yo entiendo que eso
no prejuzga para nada la actitud que el partido socialista pueda adoptar en el
porvenir sobre esta cuestión. Tendrá que proceder según las circunstancias.
¡Quién sabe si puede darse el caso, y es posible que se dé, de que en
determinado momento algunos de los que hoy no están conformes con la
participación en el Poder durante el movimiento revolucionario y consolidación
de la República, defiendan la participación en el Poder en otro momento, y los
que hemos ido a la participación del Poder en estos momentos nos opongamos a la
participación en el Poder! (Muy bien.) Porque eso dependerá, como he dicho
antes, de las circunstancias, de los momentos políticos, que no están sujetos a
nuestra voluntad. Eso no es una cuestión de principio. Eso es una cuestión de
táctica. Y nadie puede hipotecar el porvenir sobre este particular; yo no lo
hipoteco. Yo quedo, después de salir del Gobierno de la República, en absoluta
libertad para mantener mi criterio sobre la participación o no participación en
el provenir. Hoy estamos cumpliendo un deber histórico. Por consiguiente,
quedamos, al menos yo, en que esto de la participación en el Poder hoy no
prejuzga para nada nuestra posición en el porvenir.
Algunas consideraciones más sobre la
participación
Conviene decir algunas palabras sobre lo
que pueda significar la colaboración ministerial. He dicho hace un momento que
no podemos hipotecar nuestro pensamiento, nuestra actitud para el mañana, porque
el desarrollo político en nuestro país nos puede conducir a situaciones que nos
obligasen a rectificar lo que hoy dijésemos.
Yo no puedo olvidar que en un Congreso,
no recuerdo bien si fue del Partido o de la Unión General de Trabajadores,
habiendo monarquía, alguien habló también incidentalmente de la participación
en el Poder.
Yo salí inmediatamente al encuentro,
diciendo: «No me parece oportuno plantear la cuestión, porque aun dentro de la
monarquía pudieran darse casos tan difíciles que, bien a nuestro pesar, nos
obligasen a participar en el Gobierno.»
Era cuando la guerra de Marruecos.
Algún jefe de partido que era
republicano, que luego se pasó a la monarquía y que hoy parece que es republicano
otra vez (Grandes aplausos), tenía entonces la ilusión de que iba a ser llamado
a Palacio para formar Gobierno.
Y en seguido mandó a amigos suyos a
sondear a los hombres del partido y a preguntarles si colaborarían en un
Gobierno formado por él, con elementos, naturalmente, nuevos dentro de la monarquía,
con una condición: con la condición de que ellos terminaban la guerra de Marruecos.
Cuando esta sugestión se hizo, ya dió
que pensar entonces, porque en aquella época era cuando nosotros hacíamos la
campaña contra la guerra de Marruecos, era cuando caían a centenares en Africa
los proletarios, cuando toda la opinión pública española estaba contra aquella
acción guerrera.
Aquello podía ser un lazo de la
monarquía para meternos dentro de un Gobierno monárquico; pero el hecho era que
se ofrecía que si colaboraban los socialistas en aquel Gobierno, la guerra de Marruecos
terminaría.
Y una de dos: o participábamos en el
Gobierno para terminar la guerra de Marruecos, o se nos podía hacer responsables
de que la guerra de Marruecos continuara. Recuerdo, y perdonad estas disgresiones,
que a la persona que a mí me habló yo le dije:
«Y del Ejército, ¿qué van ustedes a
hacer?»
«Mire usted -me respondió-, en eso no
hemos pensado.»
«¡Ah, no! Yo no sé lo que hará mi
partido; pero yo digo que mientras el Ejército esté como está, ni el rey ni
ustedes podrán hacer nada, y la guerra de Marruecos no terminará. Si ustedes no
ponen mano en el Ejército y echan fuera de él a los principales culpables de la
guerra de Marruecos, la guerra de Marruecos no termina.
Yo no sé qué les dirán a ustedes mis
compañeros, pero yo les digo que es seguro que sin una garantía de una reforma
radical en el Ejército, echando a la calle a los generales principalmente
culpables de esa guerra, no podrá haber posibilidad de contar con nuestra colaboración.»
Resultado de todas estas conversaciones fue que no nos volviesen a hablar más
del asunto. Indudablemente, cuando se planteó la cuestión, que debió
plantearse, referente al Ejército, no quisieron atenderla.
La revolución hizo pensar y decidir
Ya en aquella ocasión el problema de la
participación en el Poder hacía pensar despacio. Vino la revolución; hizo
pensar y decidir. No sabemos lo que podrá ocurrir mañana. Como en el Congreso
del partido dije yo, o nosotros actuamos en política, o no actuamos. Y si
actuamos en política, nosotros podemos llevar al Parlamento un grupo de tal
importancia que o seamos nosotros los que vayamos a colaborar con los
burgueses, sino que puede que tengamos que decir a los burgueses que vengan a
colaborar con nosotros. Esto no creo que sea una quimera, porque la medida del
progreso que en el orden político puede tener nuestro partido no podemos
calcularla. Nuestra obligación es luchar políticamente con entusiasmo, con
decisión y con eficacia, y al hacer esto no sabemos hasta dónde podemos llegar
y en qué medida podemos superarnos. Y nos podemos encontrar ante una situación
en que pudiera suceder esto que yo he dicho ahora, que puede parecer a alguien
un absurdo. Pues bien, repito, lo de la participación en el Poder no está, para
mí planteado.
Y con motivo de todo esto, entramos en
la lucha política, entramos en el Gobierno; pasan los primeros meses, se
elabora la Constitución, e inmediatamente surgen elementos dentro de la
República, dentro del campo republicano, pidiendo que se marchen los socialistas
del Poder.
Eso lo diremos nosotros
Tengo que declarar aquí que me parece
poco reflexiva esa actitud. Yo creo que esos elementos (no me refiero a los que
llaman ahora cavernícolas, que ésos, para mí, no cuentan; me refiero a aquellos
que se llaman afines) no reflexionan cuando dicen que los socialistas deben
marcharse del Poder, que deben marcharse del Gobierno. No se trata aquí, ni por
parte de ellos ni por nuestra parte, de que estemos, como suelen creer muchas
gentes, disfrutando de ciertas prebendas dentro de un cargo ministerial, o que
lo pueden disfrutar ellos. Eso es muy pequeño, no vale la pena siquiera de
discurrir un segundo sobre ello. No; hay que mirar más alto. A estoa elementos
republicanos que piden, que solicitan, que hacen campañas en la prensa, y en
los mítines, y en los pasillos del Congreso para que los socialistas salgan del
Gobierno, yo les voy a plantear la siguiente cuestión: que salgan los
socialistas del Gobierno..., ¿por qué? ¿Es que la República está tan segura, tan
fuerte, tan sólida en sus cimientos que ya no le hace falta la colaboración de
los socialistas? ¿Lo afirman? ¿Están convencidos? Yo me permito afirmar aquí
que a la República española le hace falta todavía el apoyo, la colaboración del
partido socialista y de la Unión General de Trabajadores. Si hay alguien en el
otro campo que crea lo contrario sinceramente, que no le guíen en sus
afirmaciones pequeñas razones políticas o de amor propio o ambiciones, que lo
entienda así, que lo pueda probar, que lo afirme públicamente. ?No hace falta
ya la colaboración socialista a la República¿ ¿Ya está firme? ¿Ya está en plena
salud? ¿Ya no tiene que temer nada de nadie? ¡Quien sabe si a estas fechas los
hechos habrán demostrado ya todo lo contrario! (Gran ovación.)
Pero, además, vamos a aceptar la
hipótesis de que la República está tan firme y que, como ellos, creen, no
precisa de la colaboración socialista para que siga adelante. ¿Pero es para
esos menesteres para los que nos tienen a nosotros? ¿Pero qué concepto se tiene
del partido socialista y de la Unión General de Trabajadores? ¿Pero qué
concepto se tiene de estos organismos, que se cree que no pueden colaborar en
un Gobierno, aunque sea contra la voluntad de los socialistas, sino hasta el
momento en que la República se consolide? Eso lo podremos decir nosotros, pero
no ellos. (Muy bien.) Eso lo diremos nosotros pero no ellos.
Vamos a la conquista del poder
Además, hay quien dice: «Ya la República
está en marcha, y, como es República, debemos gobernarla los republicanos.
(Risas.) ¿Pero qué somos nosotros? ¿Es que porque somos socialistas no somos
republicanos? Hace poco hacía referencia al primer punto de nuestro programa
mínimo: supresión de la monarquía. Nosotros, por ser socialistas, somos
republicanos; si es simplemente por el título de republicanos, tenemos el mismo
derecho que puede tener otro cualquiera a gobernar el país. Pero hay quien
dice: «No, no; ustedes son un partido de clase. Y como son un partido de clase,
no pueden, no deben ustedes gobernar con los partidos republicanos.» ¿Qué
significa esta declaración? Porque nosotros no negamos que defendemos a la
clase trabajadora principalmente, al mismo tiempo que defendemos los intereses
generales del país. Pero esa declaración quiere decir que si nosotros somos
defensores de los intereses de la clase obrera, ellos serán defensores de los intereses
de la clase burguesa. Si nosotros, por defender más principalmente los
intereses proletarios, estamos incapacitados de gobernar los intereses del
país, los del lado contrario estarán, a la inversa en la misma situación. Claro
que no es ésa la realidad; la realidad es todo lo contrario, pues en un
Gobierno como el actual se hace una política de transacción. Pero ellos
argumentan así: somos un Partido de clase. ¿Qué quiere decir eso? ¿Es que a la
clase obrera no se le va a permitir gobernar, siempre que lo haga con arreglo a
la Constitución y a las leyes del país? ¿Es que se le repudia, por ser clase
obrera, para la gobernación del Estado, si esta clase obrera procede con
arreglo a la Constitución y a las leyes vigentes? ¡Ah!, esto es muy grave. ¿Es
que vamos a volver otra vez a los partidos legales e ilegales, ya que no en la
Constitución, en la práctica de cada día? A nuestro Partido, por ser partido
obrero, partido de clase, como ellos dicen, ¿se le repudia para la gobernación
del Estado, permitiéndolo la Constitución, permitiéndolo las leyes? ¿A dónde se
le empuja? De una manera inconveniente, están haciendo una labor anarquizante
que asombra. Nosotros vamos a la conquista del Poder. (Muy bien. Gran ovación.)
Si vamos a la conquista del Poder, nuestro propósito es lograrlo según la
Constitución nos lo permite, según las leyes del Estado nos lo consientan.
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