lunes, 18 de febrero de 2013

Informados verazmente, la proporción de partidarios de una ruptura con el Reino Unido se ha reducido un tercio y ahora mismo representa una minoría.




El dirigente nacionalista escocés, Alex Salmond, tiene poderosas razones para seguir confundiendo a los ciudadanos al negar la certeza de que la independencia de Escocia, como la de cualquier región de un Estado que forma parte de la UE, implicaría una renegociación a partir de cero.

Desde que esta cuestión fue debidamente clarificada por los más altos representantes de la Comisión Europea, la proporción de partidarios de una ruptura con el Reino Unido se ha reducido un tercio y ahora mismo representa una minoría.

No se trata solamente de una discusión de Derecho Internacional, sino de un movimiento que contradice la esencia del proyecto europeo. El nacionalismo separador es contraproducente para la dinámica de solidaridad y armonización que representa la UE, y eso se produce tanto cuando se defiende una ruptura como la de Escocia respecto al Reino Unido como cuando lo hace el propio Reino Unido respecto a la UE: en este planeta globalizado, los que creen que solos y separados de sus vecinos pueden resolver mejor sus problemas se equivocan.

Los Estados europeos son el resultado de la suma de la voluntad de generaciones sucesivas que con sus vidas y sacrificios les han dado la forma que tienen hoy. Que los nacionalistas imaginen que se puede anular con una simple consulta instantánea los fundamentos de un país forjado a lo largo de los siglos resulta, como poco, una pedantería. En lo único que tiene razón Salmond es que él ganó una mayoría absoluta histórica cuando prometió esta consulta. Otros que quisieron hacer lo mismo -como Artur Mas en Cataluña, planteando un futuro europeo repleto de mentiras- fueron castigados claramente por las urnas, pese a lo cual siguen empeñados en el mismo camino insensato.

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