La República -sobre todo la palabra
«República»- suscitó una oleada de entusiasmo, pero los republicanos fueron
incapaces de mantenerlo.
Sus partidos eran excesivamente «burgueses» (en el mal sentido de la palabra, quiero decir prosaicos); eran también arcaicos, dependientes del siglo XIX, lastrados de viejos tópicos: anticlericalismo, vago federalismo, afición a las sociedades secretas, un tipo de «liberalismo» rancio, negativo y casi reducido a desconfianza del Estado, en una época en que la marea ascendente de su culto era a un tiempo el peligro más grave y la fuerza que había que orientar y aprovechar.
Era imposible que los jóvenes se entusiasmaran por Ios partidos republicanos, y el republicanismo se encontró sin porvenir desde el primer día.
Faltó una retórica inteligente y atractiva hacia la libertad, y su puesto vacío fue ocupado por los extremismos, por la torpeza y la violencia, donde los jóvenes creían encontrar, por lo menos, pasión.
Ni siquiera las posiciones toscamente «izquierdistas» o «derechistas» lograron encender el entusiasmo mientras se mantuvieron en el área de la lucha política y dentro de los supuestos democráticos.
Sus partidos eran excesivamente «burgueses» (en el mal sentido de la palabra, quiero decir prosaicos); eran también arcaicos, dependientes del siglo XIX, lastrados de viejos tópicos: anticlericalismo, vago federalismo, afición a las sociedades secretas, un tipo de «liberalismo» rancio, negativo y casi reducido a desconfianza del Estado, en una época en que la marea ascendente de su culto era a un tiempo el peligro más grave y la fuerza que había que orientar y aprovechar.
Era imposible que los jóvenes se entusiasmaran por Ios partidos republicanos, y el republicanismo se encontró sin porvenir desde el primer día.
Faltó una retórica inteligente y atractiva hacia la libertad, y su puesto vacío fue ocupado por los extremismos, por la torpeza y la violencia, donde los jóvenes creían encontrar, por lo menos, pasión.
Ni siquiera las posiciones toscamente «izquierdistas» o «derechistas» lograron encender el entusiasmo mientras se mantuvieron en el área de la lucha política y dentro de los supuestos democráticos.
Los dos grandes partidos, los que de
hecho llevaron las riendas del poder sucesivamente, fueron el socialista y la
CEDA.
Los dos resultaron «aburridos», poco incitantes, «administrativos»; tuvieron mayorías -relativas- mecánicas, debidas sobre todo a la cosecha de hostilidades de signo contrario, pero sin vigor propio.
El partido socialista fue combatido ferozmente desde dentro, con una virulencia que los que no lo vieron no pueden imaginar, por el ala cuya expresión fue el diario Claridad.
Los dos resultaron «aburridos», poco incitantes, «administrativos»; tuvieron mayorías -relativas- mecánicas, debidas sobre todo a la cosecha de hostilidades de signo contrario, pero sin vigor propio.
El partido socialista fue combatido ferozmente desde dentro, con una virulencia que los que no lo vieron no pueden imaginar, por el ala cuya expresión fue el diario Claridad.
Es decir, por un «socialismo» utópico
y revolucionario, que desembocaba directamente en el comunismo -las Juventudes
Socialistas Unificadas fueron el «ensayo general con todo» de la operación en
curso-, hostil a la democracia, a los aliados «burgueses», fiado en la
violencia, con programas inaceptables por todos los demás y, lo que es más,
irrealizables en las circunstancias españolas.
En cuanto a las «derechas democráticas», fueron despreciadas por las más violentas, combativas y expeditivas, que tenían algún lirismo y capacidad de arrastre sentimental. Estos grupos más o menos «fascistas» eran minúsculos, pero tenían una ventaja inicial: eran juveniles, compuestos de estudiantes, familiarizados con la literatura, la poesía, los símbolos. Inclinados -como sus enemigos más opuestos-al estilo «militar» (si se prefiere, «militante»): himnos y banderas más que ficheros y estadísticas.
En cuanto a las «derechas democráticas», fueron despreciadas por las más violentas, combativas y expeditivas, que tenían algún lirismo y capacidad de arrastre sentimental. Estos grupos más o menos «fascistas» eran minúsculos, pero tenían una ventaja inicial: eran juveniles, compuestos de estudiantes, familiarizados con la literatura, la poesía, los símbolos. Inclinados -como sus enemigos más opuestos-al estilo «militar» (si se prefiere, «militante»): himnos y banderas más que ficheros y estadísticas.
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