Que nadie se engañe, la situación actual
no es resultado de ningún agravio, sino de una estrategia de muchos años con la
independencia como chantaje latente.
Conozco bastante Cataluña.
Oposité a profesor de Bachillerato
cuando no había Autonomías.
Habían dos sedes para los Tribunales
(Madrid y Barcelona).
Por suerte me tocó examinarme en
Barcelona.
Mi primer destino el I.B. Pompeu i
Fabra" (Martorell).
No tuve ningún problema.
Trabajé en un nocturno donde
convivíamos "catalanes y
charnegos" sin ningún problema.
Uno de mis alumnos (de Esparraguera)
vinculado a Convergencia i Unió me comentó una reunión con Pujol en la que les
dijo: "nosotros no pero nuestros nietos serán independientes de
España".
Una compañera de Química hablaba en los
claustros desde la autoridad que le otorgaban "ocho apellidos
catalanes".
Ramón Tibau Gironés (Secretario del
Instituto) se comunicaba con sus compañeros con documentos en
"catalán", un día descubrí que primero los escribía en
"castellano" y luego los traducía. Otro compañero de Química se los
devolvía con las faltas ortográficas y sintácticas corregidas (era valenciano
pero muy culto y amaba la lengua catalana...
Añoro esos años que pasé en Barcelona
donde trabajé investigando en el Archivo de la Corona de Aragón y en el de la
Ciudad de Barcelona y transcribí, entre otros documentos, el "Memorial de
Egreuges" dirigido a Carlos III (no tengo a mano la fecha)..
Recojo un trozo de una Tribuna del País
que me parece muy oportuna.
"(...) Eso sobre los fundamentos,
pero ahora estamos en otra cosa, en una respuesta política a la iniciativa del
nacionalismo.
Quien se cargó el pacto fiscal fue Mas.
El pacto fiscal no es una alternativa a
la independencia cuando se nos dice que es el camino a la independencia. Si no
estamos en lo mismo, no cabe discutir sobre fiscalidad. Y si estamos en lo
mismo, entonces, entre todos, como conciudadanos, no como pueblos, nos ocupamos
de la justicia distributiva —no de la solidaridad, que no somos una ONG—
atendiendo al principio —de la Constitución española, que no de la venezolana—
de que “toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su
titularidad está subordinada al interés general”.
Es posible que, como respuesta política,
en algún momento, debamos preguntar por la independencia. Una pregunta que por
lo dicho, porque Cataluña, como territorio político, no es más mía que de
Anasagasti —por mencionar a un manifestante del otro día en Barcelona—, debería
hacerse a todos los españoles. De todos modos, quizá, en el orden de las cosas,
haya que pasar por una consulta en Cataluña. Sobre eso, poco que añadir a lo escrito
aquí mismo por Ruiz Soroa.
Pero ese sería el final de un largo
recorrido.
El primer paso es que Mas vaya a unas
elecciones con la independencia por bandera. Sin subterfugios. Con la palabra
exacta: independencia. Su guión es nuevo: sus votantes compraron una
negociación y ahora les ofrece un drama. Es algo más que el truco fundante del
nacionalismo: un conjunto de individuos (los nacionalistas) sostiene que otro
conjunto de individuos (más numeroso) es una nación y que ellos son sus
portavoces. Ahora nos dice que esos otros quieren irse de un país.
Un mensaje que no admite presentaciones
desdramatizadas. Mas nos tiene que contar en detalle cómo va a llegar a la
independencia y su precio. Quizá los catalanes comiencen a reparar —los
empresarios, ya avisan— que la fuente de sus problemas no es “Madrid”, sino sus
dirigentes.
No solo Mas tiene que hablar. No está de
más decirlo.
Con frecuencia, ante las tesis
nacionalistas, buena parte de nuestra clase política no pasa del “no estoy de
acuerdo, pero las respeto”. Como si les preguntaran sobre el vegetarianismo. A
nadie se le ocurriría responder lo mismo a cuenta del sexismo. Si uno está en
contra de algo, lo que hace es combatirlo en buena ley democrática. Tampoco
vale, ahora menos que nunca, esa actitud intimidada que lleva a tantos a no
opinar sobre lo que pasa en otra parte de España. Personas capaces de
manifestarse en contra de remotas injusticias se callan ante el temor de que
les digan que “no se metan en nuestras cosas”. Se han de escuchar todas las voces,
no ya porque seguimos hablando de redistribución de riqueza entre conciudadanos
o de vetos que rompen la igualdad en el mercado de trabajo, sino porque se
trata del marco político de todos. Y su ruptura tendrá consecuencias en la vida
de todos.
El cuento de que todo seguirá como si
tal cosa es una patraña más de los nacionalistas
Pero hay otras razones para que todos
hablen.
En esas elecciones votaremos los
catalanes, pero antes de hacerlo nos importa saber qué estamos decidiendo, qué
nos jugamos. Algo que no depende de nosotros. Y Mas no puede contestar a las
preguntas importantes, que no son que si ejército o Barça, sino qué pasará con
las empresas españolas, los mercados, las pensiones, los funcionarios del
Estado, nuestros ahorros, la financiación de nuestras empresas y mil cosas más.
Mas nos dirá que la vida sigue igual.
Pero nos mentirá.
Lo que pueda venir después de una
separación no depende de sus fantasías. No se ve por qué quienes tanto nos
malquieren, tras un desgarro de tal magnitud, van a estar deseando amistar en
una confederación.
El cuento de que todo seguirá como si
tal cosa es una patraña más de los nacionalistas.
Por ejemplo, cuando les preguntan por la
Unión Europea. En esto, al menos, Pujol ha sido sincero. Estaremos fuera.
Esto se ha puesto serio y ya nada va a
ser igual.
Mas se ha metido en un fangal y si
encalla, no puede pretender que, al final, todo sea como antes. Ya no cabe el
equilibrismo.
Es posible que los nacionalistas
intenten una nueva pirueta, pero es cosa de todos —un debate nacional—
recordarles que ellos han dibujado un dilema en el que no hay terceras vías ni
marcha atrás.
Que nadie se engañe, la situación actual
no es resultado de ningún agravio, sino de una estrategia de muchos años con la
independencia como chantaje latente.
Sin tregua, porque, alimentada de su propio
éxito, el resultado siempre era el mismo: tan ofendidos como antes y los demás
preguntándonos qué habíamos hecho. Una meditada ingeniería social consentida
por todos ha permitido levantar una sociedad de ficción. Así ha sido posible
que aceptáramos delirios como que los catalanes no puedan escolarizarse
(también) en su lengua mayoritaria y común. Ahora Mas ha dado por terminado el
juego. Bien, le tomamos la palabra. A las elecciones sin ambigüedades. A
sabiendas, eso sí, de que al día siguiente nada volverá a ser igual. Entre
todos discutiremos esto y discutiremos todo. Desde el principio".
Félix Ovejero es profesor de la
Universidad de Barcelona. Su último libro publicado es La trama estéril (Montesinos). (Tribuna El País).
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