El
artista burla los fantasmas del pánico escénico con el segundo recital en
Madrid tras el revés del sábado
Retrato
de Joaquín con pájara, por LUIS GARCÍA MONTERO
FERRAN
BONO Madrid 17 DIC 2014 - 00:00 CET37
Si
lo decisivo es la contemplación de una emoción, como quería el poeta Jaime Gil
de Biedma, Joaquín Sabina vivió ayer una noche decisiva.
Un
insólito estallido de emoción recibió al cantautor cuando subió al escenario
del antiguo Palacio de los Deportes de Madrid (hoy, Barclaycard Center). Él era
el detonante. El público, puesto en pie, los aplausos rivalizando entre sí y
cerca de 10.000 voces, buena parte de las que llenaban el recinto, saludándole
a gritos.
Sabina
se quitó el bombín como agradecimiento. Se le veía emocionado. No dijo nada,
pero empezó a cantar para delirio del público uno de sus himnos a la ciudad.
Solo tras su segunda canción, saludó: “Buenas noches, Madrid. En una noche como
hoy decir gracias es decir poco. Como afirmaba Franco cuando murió Carrero: ‘No
hay mal que por bien no venga’. Estos días he recibido tantos gestos de
solidaridad, tantas complicidades, que me han conmovido hasta los huesos. He
visto cumplirse esa fantasía de ver a la gente en el entierro de uno. Y
desafiando los negros presagios, vamos a dar el mejor concierto”. Y empezó a
entonar 19 días y 500 noches.
En
el ánimo de todos estaba el ataque de pánico escénico que sufrió el pasado
sábado durante su primer recital en la capital de su gira 500 noches para una
crisis, cuando no fue capaz de cantar sus habituales bises en su retorno a la
ciudad de la que es estandarte tras cinco años sin actuar en solitario.
Si
lo decisivo es la contemplación de una emoción, como quería el poeta Jaime Gil
de Biedma, Joaquín Sabina vivió ayer una noche decisiva.
Un insólito estallido de emoción
recibió al cantautor cuando subió al escenario del antiguo Palacio de los
Deportes de Madrid (hoy, Barclaycard Center). Él era el detonante. El público,
puesto en pie, los aplausos rivalizando entre sí y cerca de 10.000 voces, buena
parte de las que llenaban el recinto, saludándole a gritos.
Sabina se quitó el bombín como
agradecimiento. Se le veía emocionado. No dijo nada, pero empezó a cantar para
delirio del público uno de sus himnos a la ciudad. Solo tras su segunda
canción, saludó: “Buenas noches, Madrid. En una noche como hoy decir gracias es
decir poco. Como afirmaba Franco cuando murió Carrero: ‘No hay mal que por bien
no venga’. Estos días he recibido tantos gestos de solidaridad, tantas
complicidades, que me han conmovido hasta los huesos. He visto cumplirse esa
fantasía de ver a la gente en el entierro de uno. Desafiando los negros
presagios, vamos a dar el mejor concierto”. Y empezó a entonar 19 días y 500
noches.
Joaquin Sabina saluda al público. /
LUIS SEVILLANO
“El teléfono no ha parado de sonar
desde el sábado, con toda la gente preocupándose. Ha sido una locura. Pero él
está muy tranquilo, en su casita”, comentaba una persona del entorno más
cercano al artista horas antes de que empezase la actuación. “Yo lo vi el lunes
y estaba estupendamente”, apuntó Pancho Varona, el compositor que pone música a
algunas de las letras de Sabina y que le acompaña en su banda desde hace 30
años. “No sé si se siente más presionado por todo lo que ha pasado. Creo más
bien que se presiona a sí mismo por la responsabilidad. A mí se me puso el
vello de punta cuando subí el sábado al escenario a cantar Yo me bajo en
Atocha. Y él está allí siempre, solo, con miles de personas alrededor, pero
solo”, añadió.
Quizá esa sensación de soledad que
nunca la he abandonado, a pesar de sus éxitos, explica de algún modo su
reacción del sábado ante la masiva expresión de estima que ya recibió ese día,
según sugiere un buen amigo del cantante. Y también el fin de la intensa y
fructífera gira mundial con Joan Manuel Serrat hace dos años ha podido
afectarle. En 2007, el cantante reconocía a este periódico que su colega
catalán le disciplinaba, le ayudaba a prepararse, a ensayar. Era también su
psiquiatra, dijo. “Me ha devuelto la necesidad de trabajar, de estar alegre por
hacerlo”, aseveraba entonces.
Entre canción y canción, sin mostrar
ningún signo de malestar, más bien al contrario, Sabina comentó ayer que “uno
se nutre de todo el mundo”. “Le debo mucho a Joan Manuel Serrat, que está por
ahí”, dijo en un momento señalando al público. “A Ana Belén y Víctor Manuel,
que también están por ahí, como Jorge Drexler”, otros de sus cómplices,
apostilló.
El público no dejó de corear y de
seguir de pie y bailando las canciones, la mayoría de ellas de 19 días y 500
noches, uno de sus álbumes más rotundos.
En una velada marcada por la emotividad
y la entrega desde su inicio, la temperatura aún subió más cuando el cantante
anunció que un hombre entre el público iba a pedir matrimonio a su novia
durante el concierto. Parece que ella aceptó por el abrazo que le dio —ambos
estaban en primera fila— y el gesto afirmativo. Sonaba Y nos dieron las diez.
A la hora y media de concierto, los
músicos se retiraron del escenario, antes de dar paso a los bises. En ese punto
fue cuando Sabina dio por concluido el sábado su recital. Anoche, tras haber
estado pletórico durante toda la actuación, se hizo esperar para el regreso.
Después de dos temas que interpretó su banda, Sabina apareció con una copita de
vino y siguió cantando temas como Tan joven y tan viejo o Contigo a coro con
buena parte de las cerca de 10.000 personas que abarrotaban el lugar. Continuó
con la celebérrima Princesa y su estribillo “búscate otro perro que te ladre,
princesa” y el Palacio de los Deportes ya atronó. Los músicos se volvieron a
retirar, pero entre el público no se movía nadie. Habían pasado dos horas y 10
minutos.
Salió al fin uno de sus guitarristas y
le dedicó una canción. Y para rematar Sabina aún cantó una canción nueva, Máter
España, que nunca había presentado en directo, dedicada a la España plural,
entre otros temas hasta que concluyó definitivamente con Pastillas para no
soñar. Habían pasado más de dos y media de recital. Si no fue el mejor, poco le
faltaría.
OPINIÓN
Retrato de Joaquín con pájara
Durante la más prolongada de las
pájaras que padeció Sabina en el pasado, el poeta Luis García Montero le llevó
los versos de 'La nube negra'
El ataque de pánico de Joaquín Sabina, preguntas
y respuestas
LUIS GARCÍA MONTERO 15 DIC 2014 - 00:00
CET116
Archivado en: Joaquín Sabina Opinión
Conciertos Madrid Eventos musicales Comunidad de Madrid España Música Cultura
En el éxito y en el fracaso, la
diferencia entre un artista y un burócrata del arte suele estar marcada por la
soledad. Es que tiene muchas tablas, decimos de aquellos que, después de muchos
años, consiguen acercarse a las palabras o a un escenario como quien cumple un
trámite. Son los que convierten la profesionalidad en una receta, no en un
oficio. Porque hay otros artistas con oficio y años que no pueden acomodarse a
las recetas, que viven cada cita como un acontecimiento y se sienten solos,
inseguros, en medio de las ovaciones. La verdad en el arte puede consolidar con
fuerza un mundo propio, pero condena al creador a una perpetua debilidad. Una
exigencia continua, una vida a la intemperie.
Joaquín Sabina reapareció el pasado
sábado en Madrid, después de cinco años de giras por el mundo. Cuando se
anunció el concierto, las entradas volaron como pájaros dispuestos a anidar en
un acontecimiento. En una hora se colgó el cartel de aforo completo en el
Palacio de los Deportes y los organizadores tuvieron que programar una segunda
actuación para dar respuesta a las ilusiones desatadas.
El éxito de convocatoria intensificó su
soledad. Madrid me rejuvenece, le dijo a sus amigos, porque sintió de nuevo
ante el concierto ese estado quebradizo del muchacho que empieza, los nervios
del cantautor que sueña con un escenario, una banda y un puñado de canciones
memorables. Los protagonistas de las canciones de Joaquín son seres solitarios,
almas que sobreviven en una ciudad y negocian con la pérdida el saldo rojo de
la memoria y el sentimiento. Sus letras conmueven porque encierran una verdad,
su verdad, la verdad de Joaquín convertida en arte y en la verdad de todos.
Cuando el sábado salió al escenario,
todo estaba en su sitio: una banda cómplice y trabajada, la voz en plena forma
sabinera, el espectáculo acompañado por pantallas con imágenes bien
seleccionadas y el público decidido a corear cada verso de sus 500 noches para
una crisis. La gente aplaudió, bailó, cantó y preparó el éxito fácil de un
cantante que pertenece desde hace muchos años a nuestra educación sentimental.
Pero de pronto, Joaquín empezó a sentirse débil, su cara reflejó un esfuerzo de
resistente combatido por la tristeza y salió del escenario para dejar que Jaime
Asúa y Pancho Varona cantaran El caso de la rubia platino y Conductores
suicidas.
Necesitó de nuevo ser honesto, decirle
al público que no estaba bien
Joaquín pudo haber engañado a su
público, porque todo estaba dentro de la normalidad. Poca gente podía sospechar
lo que estaba escondido el camerino. El miedo y la insatisfacción de un creador
son poco visibles cuando un estribillo mil veces cantado desata ovaciones. Pero
al salir de nuevo al escenario, decidió confesar que no se encontraba bien, que
había tenido un ataque de inseguridad, un pánico escénico parecido al de
Pastora Soler. Siguió después con el programa previsto y completó hora y media
larga de actuación. Con eso y un bis, hubiera podido dar por bueno un concierto
regular. Pero necesitó de nuevo ser honesto, decirle al público que no estaba
bien y que no iba a hacer los bises que habían preparado. En realidad, pidió
perdón por no cantar esos dos o tres éxitos que se guardan para asegurar el
éxito final de un concierto. Joaquín no estaba contento con él mismo y quiso
decírselo a la gente.
Lo de Joaquín, me comentó al salir del
Palacio de los Deportes el poeta Felipe Benítez Reyes, ha sido un problema de
falta de vanidad. Otro artista cualquiera hubiese estado feliz consigo mismo,
dichoso de la convocatoria y de la entrega del público. A Joaquín le hubiera
bastado con callar sus propios sentimientos y con utilizar un par de
estrategias profesionales para despedirse con la apariencia de un éxito. Pero
Joaquín estaba delante de Madrid —buenas noches, Madrid—, y engañar a Madrid
era tanto como perder la lealtad consigo mismo, como romper el lazo de
honestidad, libertad, impertinencia y verdad que definen su mundo.
Joaquín Sabina es poeta no porque haga
endecasílabos perfectos y sonetos bien pulidos, sino porque ha creado su propia
verdad, la historia a la que necesita ser leal. Los amigos lo hemos visto dudar
muchas veces, llenar de tachaduras los papeles, dejar abandonada una canción,
vivir la soledad del que se responsabiliza de manera íntima de cada palabra que
decide asumir. Los amigos lo hemos visto soportar muchas nubes negras, muchas
depresiones y algunas muy graves. Cuando el ictus lo dejó desarmado, llegó a
pensar incluso que se acababa su carrera. Pero lo más débil es lo más fuerte a
la hora de superar los propios abismos. Los amigos lo hemos visto levantarse
muchas veces y salir reforzado de las lluvias más secas.
Joaquín es una persona acostumbrada a
admirar mucho lo que hacen los demás. Sus devociones lo acompañan de hotel en
hotel y de casa en casa. El éxito lo ha hecho generoso con los demás y
vigilante con él mismo. No quiere perder la lealtad, engañar a su vocación,
borrar la melancolía insegura del joven que leyó a César Vallejo y escuchó a
Brassens o a Dylan. Allí, en el refugio débil de una lealtad vital, está su
fortaleza.
El miedo y la insatisfacción de un
artista son poco visibles
Un día, quizá en el último verano de la
juventud, Joaquín Sabina cambió en una canción el Sur de su nacimiento por el
Madrid de su guitarra, sus causas perdidas, sus malditos, sus benditos y su
historia. A ese Madrid le pidió perdón Joaquín Sabina porque no estaba bien.
Prefirió no engañar, no engañarse. Ante ese Madrid se levantará mañana una vez
más. De ese Madrid se despedirá para siempre cuando sospeche que la burocracia
del arte y los escenarios intenta sobrevivir a costa de devorar la verdad de
sus canciones.
"DECIR GRACIAS ES MUY POCO
DECIR"
Sabina se redime en un concierto sin flaquezas
17/12/2014@00:46:50 GMT+1
Por Efe
Sabina se redime en un concierto sin
flaquezasAmpliar
El sábado abandonó el escenario por
pánico escénico.
Sabina abandona un concierto por pánico
escénico
Tiempo de crisis, tiempo de
oportunidades, suelen decir, y Joaquín Sabina lo sabe. Sacó petróleo de 500
noches de desamparo emocional en forma de disco memorable y este martes y, tras
la enésima velada terrible de su vida, la del sábado, se ha redimido en un
concierto sin flaquezas y con el cariño redoblado de su público.
"En noches como hoy comprenderán
que decir gracias es muy poco decir", ha dicho el músico en su primera
intervención en su segundo concierto en el Barclaycard Center (antiguo Palacio
de Deportes de Madrid), dentro de la gira "500 noches para una
crisis" y tras el ataque de pánico escénico que sufrió hace solo unos días
aquí mismo por su "exceso de ganas de estar bien" ante su gente.
Esta vez no hubo espacio para la
sorpresa, solo para la música y el resarcimiento. "Desoyendo negros
presagios, lo que quisiéramos para ustedes es el mejor concierto de nuestra
vida", ha prometido, y si no lo ha hecho, no habrá sido por falta de
alicientes, de aplausos y de ganas de las más de 10.000 personas que han
cubierto todo el aforo, vendido hace meses en un par de horas.
Todos ellos lo han recibido en pie,
pero con más ahínco si cabe que en su cita previa, puede que por aquel previo
final abrupto, probablemente también por el resquemor a que decidiera cancelar
este show. Pero no, ahí estaba Sabina, con los ojos vidriosos y emocionado,
pero firme en su caminar hasta el centro de las tablas para abrir el show con
"Yo me bajo en Atocha", un detalle con la ciudad de Madrid, antes de
proseguir con "Ahora que" arropado por la guitarra chisporroteante de
Antonio García de Diego, subrayando ese verso que dice "ahora que estoy
más vivo de lo que estoy".
"Estos días he recibido tanta
solidaridad y complicidades que me han conmovido hasta los huesos y las
lágrimas; además, he cumplido esa fantasía que todos tenemos de saber qué haría
la gente en el entierro de uno", ha dicho entre las risas del respetable.
Sabina se ha entregado así al sustrato
fundamental de este tour, los temas del que, según su discográfica, ha sido el
disco de mayor éxito de su carrera, "19 días y 500 noches",
coincidiendo con el decimoquinto aniversario de su lanzamiento. Muchas cosas
han cambiado entre los "cuarenta y diez" que tenía entonces y los
"cincuenta y quince" que luce hoy, empezando por que los amores se
siguen despachando con un "hola y adiós", aunque vía whatsapp, con
signo de admiración y sin el portazo de la canción que titula el álbum, en el
cual, por consejo del productor Alejo Stivel, dejó de "maquillar las
grietas" de su voz.
Cambiaron más cosas, sobre todo a raíz
del ictus que sufrió en 2001. "Dejé los bares de madrugada y empecé a
dormir unas cuantas horas cada noche, porque este disco se hizo en noches
insomnes y de forma muy intensa. Abandoné sustancias no recomendables, pero que
dan mucha risa", ha recordado.
"Me fui con los poetas, porque
entre los músicos corrían muchos las drogas, pero los poetas eran muy
borrachos. Me desenamoré, me volví a enamorar y lo peor es que dejé de tocar
las puertas de las Magdalenas", ha añadido como introducción a ese tema
que escribió con música de Pablo Milanés sobre "la más señora de las
putas, la más puta de las señoras".
Uno a uno han seguido sonando los
cortes del disco en el que hizo arte de "celebrar la impúdica belleza de
estar triste", cosas como "Donde habita el olvido", el famosísimo
"Cerrado por derribo", "De purísima y oro" o "Noches
de boda", más de boda que nunca, pues ha puesto fondo musical a una
auténtica propuesta de matrimonio entre una de las parejas asistentes con la
bendición del propio Sabina.
Entre el público, Joan Manuel Serrat,
Víctor Manuel, Ana Belén y Jorge Drexler, de los que "no ha parado de
aprender", aunque el que le cambió la vida, ha recordado, fue Bob Dylan,
al que ha dedicado una "versión libre" de "It ain't me
baby", titulada "Ese no soy yo". No han faltado dos clásicos que
han levantado el palacio, "Más de cien mentiras" y la eterna "Y
nos dieron las diez", que, esta vez sí, han cerrado el bloque principal y
han dado paso a los bises, tras el receso de "Conductores suicidas" a
cargo del imprescindible Pancho Varona. Al vitoreado "Y sin embargo te
quiero" de su corista, Mara Barros, se le ha caído el "te
quiero" para dar paso al éxito homónimo de Sabina en el que le
"envenenan los besos" que va dando, porque "ahora es demasiado
tarde, Princesa", ha cantado después, hilando versos y vítores, con el
recinto en ebullición.
Aún ha habido tiempo para otra tanda de
bises con "Tan joven y tan viejo", el mensaje conciliador
supraterritorial de "Máter España", "Aves de paso", la
romántica "Contigo" y las festivas "Pastillas para no
soñar" y "La canción de los (buenos) borrachos", hasta alcanzar
las dos horas de duración y otra media de sana propina que el sábado no pudo
conceder.
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