LA
LUPA. IGNACIO
CAMACHO
El
presunto idealismo artúrico de Podemos exigía una ejemplaridad intachable que
no ha resistido el primer escrutinio
CAE
fuego de artillería sobre la cúpula de Podemos mientras sus huestes preparan el
petate para la «marcha sobre Madrid», una demostración de fuerza de tintes
neoperonistas en el escenario simbólico de la Puerta del Sol, la zona cero del
quincemayismo. El mimado protagonismo de las televisiones mau mau ha inoculado
en los dirigentes del partido de moda una arrogancia de intocables, una
altanería mesiánica que les ha llevado a descuidar la retaguardia.
Acostumbrados a actuar de comentaristas estrella se han llegado a creer que el
cielo del poder se puede asaltar en las tertulias y no han visto los campos de
minas ni las alambradas de espino que protegen el recinto sagrado del sistema.
Detrás de los pantuflos les esperaba un pelotón de gurkas.
Como
aquel José Arcadio Buendía de García Márquez, los profes progres de la
Complutense han intentado utilizar una lupa gigante como arma de guerra y han
salido abrasados por las quemaduras de los reflejos. Sus diatribas contra la
corrupción exigían una ejemplaridad intachable que no ha resistido el primer
escrutinio. La beca de Errejón era un chanchullo de «casta» universitaria y
Monedero tenía el suyo lleno de billetes venezolanos. Montaron su proyecto
enganchados a prebendas de amiguismo y trucos fiscales, tuneando currículos y
saltando sobre los reglamentos de incompatibilidades. Como mucha gente, sí,
pero ellos pretendían ser distintos, rodeados de un halo de idealismo artúrico.
Tocados en orden ascendente el número tres y el dos, se espera de una semana para
otra la descarga contra el uno.
También
han sido previsibles en la respuesta: han cerrado filas tirando del manual
conspiranoico del victimismo, exactamente igual que sus denostados adversarios.
Les va a servir en cierta medida porque la clientela política española es en
gran parte impermeable a los hechos objetivos. Para muchos de sus
simpatizantes, las evidencias rebotan contra una coraza de sectarismo. Si
millones de votantes socialistas son refractarios al escándalo de los ERE, si
otros tantos electores del PP se muestran indiferentes a los manejos de
Bárcenas, si el pujolismo envuelve sus mangancias en la bandera del orgullo
nacionalista, poco puede tener de extraño que los devotos de la nueva mitología
populista se enroquen ante las recién descubiertas miserias de sus héroes.
Podemos es un fenómeno de sugestión emocional en el que muchos ciudadanos creen
como en una mística. Esos permanecerán blindados en su convicción de ruptura,
pero para el resto empieza a quedar claro que se trata de un partido corriente,
menos desgastado por reciente pero tan expuesto como los otros al postureo, la
ambición y la mediocridad.
Quizá
las elecciones de este año vayan a decidirse en ese terreno tercerista, en la
franja de españoles que no están dispuestos a comulgar con lo que Sartori llamó
los señuelos mitológicos de la política.
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