Luis
María ANSON
De
pronto, entre los escándalos de corrupción que asquean a la ciudadanía, surge
la pirueta que provoca la sonrisa de unos y la indignación de otros. España
tiene una larga tradición lotera.
La lotería toca a algunos pero todos sabemos
lo difícil que resulta ser señalados por el dedo de la fortuna.
Año tras año,
sobre todo en Navidad, la decepción invade a la inmensa mayoría de los
ciudadanos jugadores. Que a uno le toque la lotería es como un milagro.
Salvo
a David Marjaliza, considerado como el cerebro de la trama Púnica, amigo de la
infancia del político encarcelado, Francisco Granados.
A este Marjaliza, ungido
por los dioses de la fortuna, le tocó la lotería en solo 15 meses, nada menos
que 8 veces.
Cerca de 300.000 euros se embolsó gracias a su suerte el conocido
empresario.
Casi 300.000 euros, en fin, blanqueó Marjaliza a través de una
treta infantil.
Compró a los beneficiarios de la suerte lotera sus décimos
premiados, tal vez con algún corretaje suplementario, para justificar la
conversión al blanco del dinero negro presuntamente obtenido de las cloacas de
la corrupción.
España
ha sido siempre el país de la picaresca.
Una larga tradición literaria avala
esa característica del homo hispanus convertida hoy en el pan nuestro de cada
día de políticos y sindicalistas. España, aunque a la zaga de Italia, ha sido y
es el país de la picaresca.
Desde Lázaro de Tormes al pequeño Nicolás, se
pueden contar por centenares los casos pintorescos de farsantes, cantamañanas,
embaucadores, sablistas, fulleros, faranduleros, cuentistas, impostores…
La
gran literatura, que es el espejo puesto ante la sociedad, se ha recreado en
las historias del Buscón, el guitón Honofre, la ingeniosa Elena, el Guzmán de
Alfarache, Pedro de Urdemalas, el bachiller Trapaza, Estebanillo González, el
Periquillo Sarmiento, Gregorio el Guadaña, el sagaz Estacio y tantos y tantos
personajes que demuestran la vigencia histórica de la picaresca en España a lo
largo de los siglos. El pequeño Nicolás, como el donado hablador de Jerónimo de
Alcalá, ha sido el último fuego artificial. Engatusó a un político vidrioso
para proyectarse sobre España, gracias a una televisión ansiosa de audiencias.
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