04/03/2015@20:20:23
GMT+1
José
Antonio Sentís
Director
general de EL IMPARCIAL.
JOSÉ
A. SENTÍS es director Adjunto de EL IMPARCIAL
directorgeneral@elimparcial.es
En
una observación aproximada de la realidad política española se podría decir que
las actuales decisiones de los electores se basan en tres impulsos: el del
interés, el ideológico y el mediático.
Quienes
se fijan en el interés, orientan su voto a su personal situación económica y a
sus perspectivas futuras, incluida su percepción social sobre la necesidad de
estabilidad o de cambio.
Es el sector que hasta ahora ha sido tradicional en
España, el que ha votado al PSOE o al PP según las circunstancias, según su
crédito sobre la gestión pública, según su intuición sobre lo conveniente para
los españoles en su conjunto y para ellos en particular.
Este
sector es el que ha volcado los resultados elección tras elección, y ha dado la
mayoría a los socialistas muchas veces, y a los populares otras varias. Porque
ha sido el grupo diferencial que votaba con el bolsillo (o quizá con la cabeza)
en cada coyuntura, dando el gobierno a uno u otro partido de acuerdo con las
circunstancias. Porque era el conjunto electoral que complementaba al otro
grupo de votantes de base, el que se basaba en la ideología. El que siempre
votaría a su partido, independientemente de su gestión, de sus fallos, de sus
debilidades, por pura afinidad o simpatía.
Lo
que sucede es que ahora, entre racionalistas utilitarios por interés y
hooligans ideológicos, han aparecido presumibles votantes que van a decidir por
impacto mediático, por pura imagen, por popularidad. Y son dos de estos
ejemplos los interesantes en la política actual, porque, además, son los que
van a librar la batalla de fondo. Se trata de Ciudadanos y de Podemos.
No
se puede decir que estos partidos no tengan ideología, pero sí decir que ésta
es lo de menos para ellos. Porque lo que recogen nada tiene que ver en que uno
tenga una procedencia comunista (Podemos, obviamente) y otro la tenga social
liberal (Ciudadanos). Porque nadie mira de ellos su posición programática, sino
su imagen social. Y ahí, ambos luchan en el mismo territorio: alejamiento de
los modos del pasado, nuevo rumbo hacia el futuro, regeneración del sistema y
virginidad polìtica.
Para
Ciudadanos, esta apuesta es más sencilla que para Podemos, porque tiene
bastante menos lastre que el partido ex comunista y neotransversal, por mucho
esfuerzo que haga Pablo Iglesias y su equipo en abjurar de Stalin y
fotografiarse con el embajador de Estados Unidos, porque la patita chavista y
la financiación bolivariana se le ven debajo de la falda.
Pero
tampoco es tan fácil para Ciudadanos, porque siendo su líder, Albert Rivera,
una persona absolutamente presentable, tiene que salvar el escollo nada simple
de exponerse en toda España con apenas una docena de cuadros, una militancia
mínima y una riada de oportunistas, tránsfugas y desleales esperando que les
caiga un inusitado regalo del cielo, a cuenta del tirón del citado Rivera y sus
innegables virtudes de liderazgo.
Sin
embargo, ambos partidos, que son más idea que realidad, son los que van a
protagonizar la verdadera lucha de los próximos meses. No, creo, porque vayan a
tener posición de gobierno, pero sí porque van a luchar por ser la verdadera
expresión de la inquietud, del malestar (antes se dijo indignación) de los
votantes. Y no cada uno de ellos con los partidos grandes, sino precisamente
entre sí.
Aunque
parezca mentira, el votante de Ciudadanos y el de Podemos se está aproximando a
marchas forzadas. ¿O es que alguien pensaba que las encuestas favorables al
partido de Iglesias se debían a que España se había vuelto comunista? Su
intención de voto procede del disgusto ciudadano ante la crisis y ante el
aburrimiento político, con la ilusión de que cualquier cambio es atractivo, sin
considerar que también puede ser desastroso.
Lo
curioso es que el voto a Rivera y a Ciudadanos es increíblemente parecido al de
Podemos. También se basa en el aburrimiento ante el sistema, la necesidad de
regeneración y cambio, la de acercarse a una imagen joven y nueva, sin
necesidad de más.
Naturalmente,
si me preguntaran no lo dudaría. Rivera puede tener un partido débil y una
ideología en construcción, pero está a años luz de ventaja sobre un casposo
estalinista que no sabe si sube o baja del muro de Berlín. Bueno, él sí lo
sabe, pero no lo dirá mientras pueda ocultarlo. Pero los electores aún no tiene
claro el escenario, y por eso las encuestas cambian de la noche a la mañana.
Tanto dan un auge incomprensible de Podemos que un aumento de diez puntos en la
intención de voto de Ciudadanos. En apenas horas. Asombroso.
Esa
tercera pata de la pulsión de los electores españoles, la mediática, es lo que
tiene. Como una burbuja, como una noche de farra. Los focos (de los platós)
están ahora en la esquina rosada, donde salen a pasear las navajas. Ciudadanos
contra Podemos. Ahí está la batalla real, la de quién recogerá los beneficios
de los desconcertados, de los huérfanos ideológicos, de los cabreados. Son como
la noche y el día, pero son intercambiables. Porque no son fruto de lo
práctico, sino de lo emocional.
Curioso
es que en el mundo del materialismo moderno, sea este nuevo idealismo el que
triunfe. Porque Podemos y Ciudadanos son actos de fe, que tendrían serias
dificultades para completar la mesa de un consejo de ministros. Pero parece que
a muchos españoles les ilusionan. Bienaventurados sean los limpios de corazón.
Ahora
bien, en esta duda siempre habría que decidir a favor de quien se ducha todos
los días, que una cosa es la regeneración política y otra la cochambre
ideológica. Y ahí, Rivera tiene todas las de ganar, porque es el yerno que
cualquiera querría para su hija. Que una cosa es regenerar el sistema y otra
dilapidar la herencia con un gigoló griego, por un decir.
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