miércoles, 29 de abril de 2015

«A mí no me cogerán ni vivo ni muerto. No me convertirán en un muñeco de feria ni se ensañarán con mis restos». Estas fueron las palabras del Führer poco antes de morir.

 Hitler, cianuro y un disparo
«A mí no me cogerán ni vivo ni muerto. No me convertirán en un muñeco de feria ni se ensañarán con mis restos». Estas fueron las palabras del Führer poco antes de morir.
El Führerbunker, diez metros bajo tierra
28 de abril de 2015. 22:00h
David Solar.
 Hitler, cianuro y un disparo
Hitler y Eva Braun
El 29 de abril Hitler se levantó tarde. La noche anterior había decidido suicidarse, puesto que el avance del Ejército Rojo era imparable, pero antes se ocupó de dos asuntos relevantes: casarse con su amante, Eva Braun, y dictar sus testamentos privado y político; en éste designaba como sucesor suyo al jefe de su marina, almirante Dönitz. Era domingo.
 Según la periodista norteamericana Virginia Irwin, que informaba sobre la batalla, «la tierra tiembla. El aire apesta a pólvora y a cadáver. Todo Berlín está sumido en el caos. La feroz infantería rusa avanza hacia el centro. Por las calles vagan caballos asilvestrados que han logrado liberarse de los carros de aprovisionamiento. Hay alemanes muertos por doquier».
 Bajo el jardín de la Cancillería, en el submarino de hormigón donde se refugiaba Hitler, no se disponía de tales detalles de la lucha, pero era vívida la inmediatez de la guerra porque las explosiones de las granadas soviéticas sometían al búnquer a una vibración constante, recordatorio de que los soldados de Stalin se hallaban a la puerta, y porque el jefe de la defensa de Berlín, general Weidling, acudía dos veces al día a exponer a Hitler la situación de la lucha.
 En la reunión del Gabinete de Guerra de aquella mañana, a la que asistieron los últimos colaboradores que acompañaban a Hitler en el búnquer, informó que se luchaba con fiereza en la estación de Potsdam, pero apenas contaban ya con armas pesadas e, incluso, escaseaba la munición. 
Y añadió:
 –Mein Führer, nuestros hombres están luchando con una entrega y una fe sin límites, pero estamos siendo desbordados y acorralados. No podremos sostener la lucha durante 24 horas más.
 –¿Comparte usted esa opinión? –preguntó Hitler, con voz apenas perceptible, al jefe militar del búnquer, general de las SS Mohnke.
 –Sí, Mein Führer; no podemos cubrir los huecos de los muertos por falta de reservas; nos defendemos en un reducido el espacio y –señalando la posición en un mapa– la situación podría empeorar súbitamente pues estamos expuestos a ser divididos en dos zonas.
 Hitler no tuvo interés en seguir escuchando y se dispuso a abandonar el pequeño estudio de mapas donde se hallaban, pero le detuvo la pregunta de Weidling:
 –Mein Führer, ¿qué debo ordenar a nuestros hombres cuando no dispongan de munición?
 –Como no puedo permitir la rendición de Berlín –respondió Hitler tras pensarlo durante unos segundos–, cuando se agoten las municiones, sus hombres se reunirán en pequeños grupos y tratarán de cruzar las líneas soviéticas y enlazar con las fuerzas del almirante Dönitz.
 «Blondi», conejillo de indias
 Los militares acordaron vaciar todos los almacenes de armas y munición que existían en los sótanos de los ministerios para prolongar la resistencia, pero Hitler se dedicó a otras prioridades: la primera, confirmar la eficacia de las ampollas de cianuro que Himmler había entregado a los personajes reunidos en el búnker. Para comprobarlo, ordenó al adiestrador canino, sargento Fritz Tornow, que utilizara el veneno con su perra Blondi, pues «le ponía enfermo que pudiera caer en manos de esos cerdos». Tornow tomó una ampolla de cianuro y, con unos alicates, se la metió en la boca del animal, que se desplomó en cuanto se rompió el vidrio. Hitler abandonó la perrera con los cachorros aun mamando de su madre muerta.
Cuando se dirigía a su despacho le alcanzó Eva hecha un mar de lágrimas a causa de la muerte de los perros. Le hizo apenas una caricia de consuelo mientras ordenaba que acudiera su chófer, Kempka, para preguntarle si había conseguido 200 litros de gasolina que debía tener preparados para quemar su cadáver y el de Eva.
Luego se presentaron en su despacho varios de los oficiales del Estado Mayor, que ya carecían de todo papel allí, pidiéndole permiso para intentar romper el cerco. Entre ellos se hallaba el mayor Freytag von Loringhoven, que sobrevivió a la guerra. Les dio permiso e, incluso, discutió con ellos la mejor vía de escape. Finalmente les entregó salvoconductos y «se levantó y nos estrechó la mano deseándonos buena suerte. Me pareció ver en su mirada una pizca de envidia. Éramos tres hombres jóvenes y sanos que tenían una oportunidad de salvar la piel y él ya no la tenía».
Por la tarde, le visitó su piloto, Hans Baur, tratando de convencerle de que huyera de Berlín. Disponía de una avioneta con la que podría llevarle hasta «el territorio de uno de esos jeques árabes que simpatizaban con él a causa del asunto judío». Hitler rechazó amablemente la idea. Durante la tarde, Hitler «se encerró en sí mismo». No comió y apenas habló con nadie. Acudió a la reunión vespertina del Gabinete de Guerra, donde mostró un declinante interés por la sucesión de malas noticias. Los rusos avanzaban, los alemanes retrocedían, las tropas que deberían auxiliar Berlín estaban siendo rechazadas. Nada nuevo. Ninguna esperanza. Cerca de la medianoche él y Eva se reunieron en su despacho con los Goebbels. Allí les llegó la información de la muerte de Mussolini, de su amante Claretta Petacci y de varios líderes fascistas, cuyos cadáveres estuvieron durante horas colgados de la marquesina de la gasolinera de la Esso de la Piazzale Loreto de Milán. Hitler, muy excitado, llamó a su mayordomo Heinz Linge y a su ayudante, el coronel Otto Günsche, a los que hizo jurar que incinerarían su cadáver hasta que no quedase nada: «A mí no me cogerán ni vivo ni muerto. No me convertirán en un muñeco de feria en Moscú ni se ensañarán con mis restos».
Ya de madrugada, Eva abandonó el despacho y reunió a las mujeres de su círculo, a las esposas de los oficiales, al personal de servicio y a algunos soldados que halló inactivos de la planta superior del búnquer. Un grupo de treinta personas, agotadas por la tensión, pálidas, ojerosas, vivas imágenes de la derrota, se alinearon a lo largo de las paredes del pasillo de la planta baja del búnker. Hitler les dirigió unas palabras de despedida, informándoles de que pensaba suicidarse y recomendándoles que abandonasen la ciudad. Luego estrechó la mano de todos, musitando frases ininteligibles a los apenas susurrados mensajes de esperanza. Después regresó a su despacho, desde donde se accedía a su dormitorio.
David Solar, autor de «Un mundo en ruinas» y «El último día de Hitler»


La figura de Adolf Hitler sigue despertando interés setenta años después de su muerte. Aunque los detalles de su vida y su final son ya conocidos, Jonathan Mayo –ganador de varios documentales emitidos en la BBC– y Emma Craige –autora de «Tarta de Chocolate con Hitler»– describen ahora cómo fue su último día minuto a minuto. La exactitud cronológica es capaz de encerrar al lector en el mismo búnker para vivir como testigo directo el plato de espaguetis que pidió como última comida, la fiesta que se celebró aquella noche y los consejos de los médicos para que su suicidio tuviera éxito. Algunos extractos de «Hitler’s Last Day: Minute By Minute» (Short Books) han sido publicados ahora por el rotativo británico «Daily Mail». El búnker era una construcción diseñada por el arquitecto oficial, Albert Speer, que aprovechó las obras para levantar unos nuevos refugios que comenzaron a construirse en 1943. La obra fue ejecutada por Carl Piepenburg. Allí se trasladó Hitler el 16 de enero de 1945. Cuarenta escalones conducían al búnker. En la planta baja se localizaban las habitaciones y despachos de Hitler y de Eva Braun, así como la sala de conferencias, el dormitorio de Goebbels, la sala de los médicos, los baños y las habitaciones auxiliares y del personal auxiliar. El techo y las paredes tenían un grosor de 4 metros. Su coste ascendió a 1,35 millones de Reischmark.

00:01 . domingo, 29 abril, 1945
Casi a diez metros bajo tierra, Eva Braun se prepara para el día de su boda. Está en su dormitorio en el Führerbunker. Su asistenta le peina el flequillo cuidadosamente, fijándoselo para arriba a la derecha, como a ella le gusta. En deferencia a su prometido, que detesta el maquillaje, pide que se la maquille de manera muy natural. Para la ocasión ha elegido un largo vestido de tafetán de seda negro, zapatos de ante del mismo color de Ferragamo, una pulsera de oro con gemas de turmalina rosa, un collar de topacio y su reloj de diamantes favorito. Esta noche, 14 años después del inicio de su romance secreto, se casará, al fin, con el hombre al que ama.

00:30. lunes, 30 de abril
En la centralita, Rochus Misch es despertado de un sueño ligero. Hitler quiere saber si ha habido alguna noticia sobre un contraataque alemán. No la ha habido.

1:30 horas
Cerca de 25 guardias y funcionarios han sido convocados por la Cancillería del Reich al Führerbunker. Hitler les comunica que tiene la intención de quitarse la vida antes de ser capturado por los rusos. Da la mano a cada uno de ellos, dándoles las gracias por su servicio y diciéndoles que están liberados de su juramento de lealtad.

2:00 horas
El médico de la SS Ernst Schenck nunca ha estado físicamente tan cerca de Hitler. Mirando a los ojos del Führer, se da cuenta de que carecen de expresión y están inyectados en sangre, con bolsas oscuras debajo. El doctor, que previamente había experimentado con prisioneros del campo de concentración de Dachau, es una de las cuatro personas que han sido despertados de un sueño profundo para esta reunión. Después de trabajar en el hospital de emergencia durante toda la semana con un sinfín de operaciones está agotado. Hitler –anota– «es un hombre encorvado con agitación en sus extremidades. Claramente tiene Parkinson». Su chaqueta está manchada de comida. Nada queda ya del líder inspirador que Schenck había admirado durante tanto tiempo. El Führer da la mano a todos los médicos como gesto de agradecimiento a su trabajo. Entre ellos se encuentra también una enfermera, Erna Flegel. Cuando Hitler se despide, ella se rompe y solloza: «¡Mi Führer! Ten fe en la victoria final. ¡Guíanos y te seguiremos!». Hitler no responde.

2:30 horas
Médicos y enfermeras se unen a una gran fiesta en la parte superior del búnker. Dos secretarias aparecen con una tercera mujer, Eva Hitler, que se sienta en un extremo de la mesa. Bebe y domina la conversación con historias alegres. «Quiero ser un cadáver bonito», dice ella. El doctor Schenck no sabe si el temblor de su voz es causado por los nervios o por el alcohol.

3:00 horas
Hitler es informado de que las tropas alemanas están cercadas o bajo ataque y no pueden llegar a Berlín. En la frustración, ordena un mensaje para ser enviado al almirante Dönitz, jefe de la marina alemana: «Acción despiadada inmediata contra todos los traidores». Schenck necesita ir al servicio. Abandona a los bebedores y se apresura hacia la parte inferior del bunker. Normalmente está custodiada por dos hombres armados, pero parecen haber desaparecido. El Führerbunker está fantasmalmente tranquilo. Solo se escucha el zumbido del generador de electricidad. A través de una puerta abierta, ve al Fuhrer manteniendo una profunda conversación con otro médico, el doctor Haase. Le está diciendo que quiere morir exactamente en el mismo momento que Eva. Mientras, en el Ministerio del Interior, a unos 600 metros de la Cancillería del Reich, se ha creado una cocina Soviética en el sótano. Los cocineros preparan gachas como un desayuno temprano para las tropas, que están a punto de lanzar un asalto durante la madrugada al Reichstag, el antiguo edificio del parlamento de Alemania. Stalin ha ordenado que la bandera roja ondee desde la azotea a tiempo para la fiesta nacional de Rusia, que se celebra al día siguiente.

4:30 horas
En el Führerbunker, Hitler se retira a la cama. El doctor Schenck regresa a la Cancillería del Reich, donde una estridente fiesta está en pleno apogeo. Detrás de la puerta de la cirugía dental de la Cancillería, una mujer está atada a la silla del dentista. Durante el día, la sala se utiliza para extracciones de piezas dentales. Por la noche, es el lugar para tener sexo.

6:00 horas
Hitler está sentado en una silla junto a la cama, vestido con zapatillas de cuero y una bata de satén negro por encima de la ropa de dormir. Convoca al general Mohnke. «¿Cuánto tiempo podemos aguantar?», pregunta. «Veinte o 24 horas a lo sumo, mein Führer». Mientras tanto, se comunica por radio un mensaje a Moscú para informar de que el Reichstag ha sido tomado.

6:30 horas
Hitler se dirige sin hacer ruido al pasillo. Martin Bormann y los generales Krebs y Burgdorf están durmiendo en los bancos fuera de su habitación. Junto a ellos, hay botellas de aguardiente y pistolas cargadas, con el seguro puesto. En la sala de centralita, Hitler le pregunta por radio al comandante de Berlín cómo están las cosas. La respuesta llega rápidamente: los rusos están a punto de llegar.

15:20 horas
El Führer se encierra por última vez en su despacho acompañado por Eva. Poco después, Linge que asumió la responsabilidad de abrir la puerta haciéndose acompañar por Bormann, encuentra a Hitler y Eva sentados en el sofá. Ambos yacen muertos

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