lunes, 20 de abril de 2015

El gesto bochornoso que terminó de "rematar" a Rodrigo Rato

Antonio Martín Beaumont
José María Aznar, seguro, jamás hablará de ello. Sólo él sabe si el temor a la codicia de Rodrigo Rato fue lo que llevó aquel verano de 2003 a posar el dedo sucesorio sobre Mariano Rajoy.
Rumores al respecto hubo muchos. Antes y después de la controvertida decisión.
Tampoco el otro gran protagonista de aquella omertá --si la hubo en realidad--, Jesús de Polanco, puede aportar luz ya al tema.
Siempre se dijo que el poderoso dueño de Prisa guardaba con celo las pruebas que terminarían con Rodrigo Rato si hubiese sido el elegido.
En fin… Únicamente el mito unificador del centro derecha podría conocer ahora cuándo empezó a funcionar la maquinita tragaperras de Rato.
Aportaré simplemente un dato al respecto: los entonces más cercanos a Aznar en La Moncloa, cuando hablaban del vicepresidente económico, se referían a él con el mote de "Don Ratone" -dicen— por sus negocios familiares. Aunque bien podría tratarse simplemente de típicos rifirrafes de la vida partidista.
Cualesquiera fuesen los motivos por los que se tomó aquella decisión, ya del pasado, la verdad es que las peripecias de Rato desde que dejó de ser ministro del Gobierno Aznar son más propias de una serie norteamericana como House of Cards o Scandall que de la tradición política española.
Aunque las cosas en este país están cambiando tanto que historias sórdidas como las de Francisco Nicolás o el comisario Villarejo son moneda de cambio diario, y sofisticados medios para interceptar comunicaciones, vigilar y grabar se utilizan sin escrúpulo para destruir reputaciones.
Primero, su entrada -costosa para España- en el Fondo Monetario Internacional para luego fugarse a la carrera del organismo, descolocando a quienes desde las alturas políticas, diplomáticas y financieras habían empeñado su prestigio en la tarea. ¿Salió corriendo de Washington porque supo que la agencia antiblanqueo estadounidense andaba tras sus pasos o también esto es una leyenda urbana?
Más tarde, su abrupto deseo de recuperar protagonismo social sentándose en la cúspide de Caja Madrid y promoviendo una cuestionada unión de Cajas que confluirían en Bankia (ambicionaba ser el nuevo gran banquero español en sustitución de Emilio Botín) a pesar de la posición desairada en la que colocaba a Esperanza Aguirre, quien ya había hecho su apuesta pública por Ignacio González para el cargo.
Pero lo peor estaba aún por llegar. ¿Quién podía pensar que todo un referente, artífice del milagro español de la entrada en el euro, se enredaría en una salida a bolsa a todas luces fraudulenta o en el uso y abuso de las inmorales "tarjetas black", mientras la entidad que presidía desahuciaba a víctimas de la crisis y engañaba a jubilados con las preferentes robándoles los ahorros y el sosiego de su vejez?
El final de aquella juerga de Caja Madrid a la que Rodrigo Rato puso la guinda tuvimos que pagarla todos los españoles y costó más de 20.000 millones de euros.
Lo que, escandaloso e inmoral, sale ahora a la luz sobre su fortuna oculta en el extranjero, en realidad es otro episodio de la truculenta historia de gloria, ambición y ocaso de Rato y allegados. Un paso más de quien, loco por la avaricia, decidió, en algún momento de su vida, sustituir la auctoritas por el poder de la riqueza a cualquier precio. Incluso a costa de finiquitar su prestigio político y moral para siempre y arriesgar la credibilidad del partido que le llevó hasta donde jamás hubiese soñado cuando su padre, a finales de los años 70, entró en el despacho de Manuel Fraga con la petición de convertir a su hijo en dirigente de Alianza Popular y unos meses después (elecciones generales de 1979) encabezó sin éxito la lista de Coalición Democrática por Ciudad Real.

Pablo Casado, uno de los jóvenes políticos que tan bien representan el presente y el futuro regenerador del centro derecha español, y que cuando Rodrigo Rato dejó España para irse al FMI todavía ni estaba afiliado al Partido Popular, ha dicho una verdad cargada de doble intención, es decir, de las que miran al exterior pero, también, al interior de su partido: "Este PP se dedica a resolver problemas que otros dejaron". A buen entendedor, con pocas palabras bastan.

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