El
partido corre el doble riesgo de romperse intentando llegar al centro y, para
empeorar las cosas, de aterrizar tarde en un centro ya ocupado por otros, o de
atrincherarse en la izquierda para sobrevivir
JOSÉ
IGNACIO TORREBLANCA 2 MAY 2015 - 00:00 CEST
NICOLÁS AZNÁREZ
La
decisión de Juan Carlos Monedero de abandonar la dirección del partido que
fundara en compañía de Pablo Iglesias sitúa a esta joven pero exitosa formación
ante su hora más difícil.
El
duro aldabonazo que han significado sus declaraciones criticando la corrupción
ideológica y estratégica del proyecto originario de Podemos, sólo levemente
matizadas con posterioridad en una epístola titulada A mi amigo Pablo, podrían
marcar el comienzo del fin del proyecto de esta formación.
Las
predicciones sobre lo que le pudiera ocurrir a Podemos a partir de ahora
dependen de qué tesis de las dos siguientes uno considere más plausible.
La
primera tesis sostiene que Podemos sólo es un estallido de ira que se ha
alimentado de la concatenación de una serie de circunstancias extraordinarias
pero irrepetibles:
*.- la dureza y profundidad de la crisis económica,
*.- la
frustración con el bipartidismo de una mayoría de ciudadanos,
*.- la sucesión de
escándalos de corrupción y, por último,
*.- la debilidad de las alternativas
existentes (UPyD o Izquierda Unida) para movilizar dicha insatisfacción.
Agitada esa mezcla, ciertamente explosiva, en la coctelera de las elecciones
europeas —idóneas por su configuración en un único distrito y un sistema
electoral estrictamente proporcional— Podemos habría sido catapultado hacia los
cielos en los sondeos llevados a cabo en el otoño de 2014.
Pero, continuaría
esa tesis, desaparecidas en parte o en su totalidad esas circunstancias (sea
por el repunte de la economía, el cambio de liderazgo en el PSOE o la aparición
de Ciudadanos), el proyecto habría tocado techo y comenzado a retraerse,
quedando condenado a desempeñar un papel secundario y marginal, cuando no a
desaparecer, por la radicalidad de sus propuestas ideológicas, las divisiones
internas y la pérdida de centralidad en el debate y tablero político.
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