IGNACIO
CAMACHO
El
PP resiste en precario a costa de sufrir un ERE político, un despido masivo de
cargos. El Gobierno lleva el motor gripado
SI
las elecciones las gana, como parece obvio, el que tiene más votos, el PP ha
ganado por los pelos las de ayer. El pírrico triunfo cuantitativo le sabrá
amargo porque ha sufrido una sangría de apoyos, ha disipado sus mayorías
absolutas, se ha descalabrado en su simbólica ciudadela de Madrid y con alta
probabilidad va a perder significativas cuotas de poder. Todo un ERE político,
un despido masivo de cargos públicos. Rajoy ha cumplido más mal que bien su
principal objetivo, que era el de encabezar el partido más votado; con el
resultado de ayer volvería a ganar, aunque en minoría insuficiente y muy
raspada, las generales. Aunque desde su perspectiva de resistencia haya salido
vivo del trance, los costes son muy altos y dan más sensación de desplome
progresivo que de atisbos de remontada. El Gobierno lleva el motor gripado y su
estrategia está bloqueada; no le acaba de funcionar el discurso de la
recuperación, ni el de la estabilidad, ni siquiera el del miedo. Todos los
errores de estos tres años de Gobierno la falta de respuesta a la corrupción,
el desprecio por la sensibilidad política, el desamparo de sus sectores
naturales de apoyo han cristalizado en un ajuste de cuentas ejecutado a la
mínima oportunidad por el electorado. El fracturado centro-derecha está en
riesgo como proyecto de mayoría social.
El
bipartidismo ha resistido en conjunto, refugiado en los votantes de edad
madura, la embestida de los emergentes a costa de perder estabilidad y mucha
masa crítica: adelgaza hasta poco más del 50 por ciento. El balance del PSOE de
Pedro Sánchez resulta inverso al de su adversario especular: puede compensar su
insuficiente facturación en votos con el gobierno de algunas autonomías y
ayuntamientos en coaliciones multipartidistas. En Madrid, Barcelona y Valencia
ha cedido ante el empuje de candidaturas radicales, lo que deja su condición de
alternativa nacional demasiado condicionada por la fuerte presencia de Podemos.
El partido de Pablo Iglesias le está quitando el voto útil en las grandes zonas
urbanas y ese éxito sugiere su capacidad de mediatizar la hegemonía de la
socialdemocracia en el bloque de izquierda. O por lo menos de desplazarla de su
vocación moderada.
La
otra formación nueva, Ciudadanos, adquiere enorme peso cualitativo sin obtener
ningún triunfo absoluto. Su papel de bisagra va a resultar decisivo para la
gobernabilidad de muchas instituciones y también, en la medida en que Albert
Rivera sepa manejarlo, para sus propias expectativas nacionales. Cs tiene en su
mano la facultad de decidir activa o pasivamente quién va a gobernar y dónde, y
ése es un compromiso que implica consecuencias indeclinables. Su gran desafío
consiste ahora en interpretar y proyectar el sentido de sus votos. Se ha
acabado la hora de las lecciones teóricas y empieza la de asumir riesgos y
responsabilidades.
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