lunes, 1 de junio de 2015

Hoy se cumplen 109 años del atentado contra Alfonso XIII

ABC. FRANCISCO PÉREZ ABELLÁN
Día 01/06/2015 - 02.12h
Hubo muchos cabos sueltos en el intento de magnicidio de Mateo Morral. Salen a la luz pistas definitivas de lo que sucedió
Hoy se cumplen 109 años del atentado de Mateo Morral el 31 de mayo de 1906, el día de la boda de Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg en la calle Mayor de Madrid. Es el aniversario en el que se ha descubierto la pista definitiva de lo que pasó, gracias a las exclusivas de ABC, tras más de un siglo de misterio. El ministro de la Gobernación, Álvaro de Figueroa y Torres, conde de Romanones y el presidente del Consejo de Ministros, Segismundo Moret, eran los máximos responsables de preservar la integridad y seguridad de todos los asistentes, pero no lo consiguieron. El anarquista Mateo Morral Roca consiguió tirar una bomba de enorme potencia envuelta en un ramo de rosas pálidas desde el cuarto piso sin que nadie pudiera impedírselo a las 13,55 del mediodía cuando los reyes volvían de Los Jerónimos y la carroza de la Corona se encontraba ante el número 88 de la calle Mayor (hoy, 84). Según el fiscal eso provocó un total de 24 muertos y más de cien heridos.
En sus memorias, «Notas de una vida», Romanones confiesa que cometió el error de irse a su casa sin asegurarse de que los reyes hubieran llegado a palacio y añade otro error con la descripción disparatada de la herida que mató a Morral: «Un guarda de Aldovea, finca cercana a Madrid, sospechando, al cruzarse con un desconocido, que pudiera ser el autor del atentado, le dio el alto; al conducirlo camino del vecino pueblo de Torrejón para entregarlo a la Guardia Civil, Morral, al verse perdido, se revolvió contra él, matándolo de un tiro; y, después, apoyando rápidamente el arma bajo la tetilla izquierda, disparó, atravesándole el corazón y cayendo muerto».
Morral, como puede verse en las fotos forenses del sumario, recibió un disparo en la parte derecha del pecho, y no en la izquierda; y no por debajo de la tetilla, sino por encima. Es decir que podría creerse que el ministro habría sido mal informado, pero afirma sin sombra de duda que vio el cadáver: «…cuando lo vi tendido en el hospital del Buen Suceso. La bala le había dejado un pequeño orificio perfectamente limpio en el pecho; su rostro juvenil y exento de los estigmas del criminal nato mostraba completa placidez; sus manos, cuidadas y pulidas, denotaban al hombre de condición acomodada…».
No obstante, es seguro que nunca lo vio porque no habría escrito que el tiro lo tenía en la parte izquierda del pecho ni que el agujero era pequeño dado que la autopsia lo reseña con un centímetro y medio de diámetro. Sin embargo, acierta en destacar la naturaleza de hombre pudiente del asesinado. Morral era un niño de papá del que su padre abomina y no quiere saber nada desde el momento en que se marcha de casa y reclama su parte del negocio familiar. Romanones confiesa que siempre creyó que Morral era solo un instrumento.

Certera intuición
Es importante decir aquí que el primero que compartió mi curiosidad y mi fascinación investigadora por el atentado contra Alfonso XIII fue el rector de la Universidad Nebrija, entonces vicerrector, Juan Cayón. Con esa facilidad que tiene para la investigación el brillante profesor me transmitió su intuición, coincidente con la mía, de que el anarquista no se había suicidado. Me hizo una recomendación con calor: «No lo hagas sin mí».
Morral llegó a Madrid, seguramente parte de un poderoso complot, y pagó en la fonda Iberia con un billete de quinientas pesetas, lo que no era muy frecuente, y cuando contrata la habitación desde la que arroja la bomba, vuelve a pagar con otro billete de quinientas. Su equipaje lo transporta en una carísima y llamativa maleta de cuero inglés donde hay atuendos de señorito atildado entre los que esconde un disfraz de obrero para confundirse con la masa. Morral resulta ser un aventurero del que su padre declara que ignora que tenga ideas anarquistas, y lo mismo afirma Soledad Villafranca, la mujer de la que se supone que estaba enamorado. Enfrente del lugar donde arroja la bomba, en Capitanía, se encontró un artefacto sin estallar, hecho al que históricamente no se le ha dado relieve, pero que indica que la operación no fue un acto aislado. En medio de la humareda huye y se esconde ayudado por sus cómplices. Prueba de la existencia de una gran conspiración son las insidias que recoge Juan de la Cierva Peñafiel, diputado de Murcia y fervoroso alfonsino, padre del inventor del autogiro, en sus memorias con título tan parecido a las de Romanones: «Notas de mi vida». Pone esto en boca del presidente Moret: «¿No encuentra usted extraña la conducta del Infante Don Carlos, que montó a caballo y volvió al lugar del suceso… y dio señales de gran agitación? Piense usted en que si el rey hubiese muerto, el hijo de don Carlos le habría sucedido…».

Uno de los cabos sueltos más escandalosos es la falta de investigación de un caballero que le hizo una oferta de diez mil pesetas a una señora para que entregara el ramo de flores de la bomba a Alfonso XIII, antes de que acabara arrojándolo Morral. Lo que prueba un plan elaborado. Pero la parte más enigmática del sumario es que el médico al examinar el cadáver de Morral lo encuentra con «calzoncillos blancos rayados» y sin embargo cuando le hacen la autopsia en Madrid lo describen «con calzoncillos a cuadros rojos y azules».

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