Día 01/06/2015 - 02.12h
Hubo muchos cabos sueltos en el
intento de magnicidio de Mateo Morral. Salen a la luz pistas definitivas de lo
que sucedió
Hoy se cumplen 109 años del atentado
de Mateo Morral el 31 de mayo de 1906, el día de la boda de Alfonso XIII y
Victoria Eugenia de Battenberg en la calle Mayor de Madrid. Es el aniversario
en el que se ha descubierto la pista definitiva de lo que pasó, gracias a las
exclusivas de ABC, tras más de un siglo de misterio. El ministro de la
Gobernación, Álvaro de Figueroa y Torres, conde de Romanones y el presidente
del Consejo de Ministros, Segismundo Moret, eran los máximos responsables de
preservar la integridad y seguridad de todos los asistentes, pero no lo
consiguieron. El anarquista Mateo Morral Roca consiguió tirar una bomba de
enorme potencia envuelta en un ramo de rosas pálidas desde el cuarto piso sin
que nadie pudiera impedírselo a las 13,55 del mediodía cuando los reyes volvían
de Los Jerónimos y la carroza de la Corona se encontraba ante el número 88 de
la calle Mayor (hoy, 84). Según el fiscal eso provocó un total de 24 muertos y
más de cien heridos.
En sus memorias, «Notas de una vida»,
Romanones confiesa que cometió el error de irse a su casa sin asegurarse de que
los reyes hubieran llegado a palacio y añade otro error con la descripción
disparatada de la herida que mató a Morral: «Un guarda de Aldovea, finca
cercana a Madrid, sospechando, al cruzarse con un desconocido, que pudiera ser
el autor del atentado, le dio el alto; al conducirlo camino del vecino pueblo
de Torrejón para entregarlo a la Guardia Civil, Morral, al verse perdido, se
revolvió contra él, matándolo de un tiro; y, después, apoyando rápidamente el
arma bajo la tetilla izquierda, disparó, atravesándole el corazón y cayendo
muerto».
Morral, como puede verse en las fotos
forenses del sumario, recibió un disparo en la parte derecha del pecho, y no en
la izquierda; y no por debajo de la tetilla, sino por encima. Es decir que
podría creerse que el ministro habría sido mal informado, pero afirma sin
sombra de duda que vio el cadáver: «…cuando lo vi tendido en el hospital del
Buen Suceso. La bala le había dejado un pequeño orificio perfectamente limpio
en el pecho; su rostro juvenil y exento de los estigmas del criminal nato
mostraba completa placidez; sus manos, cuidadas y pulidas, denotaban al hombre
de condición acomodada…».
No obstante, es seguro que nunca lo
vio porque no habría escrito que el tiro lo tenía en la parte izquierda del
pecho ni que el agujero era pequeño dado que la autopsia lo reseña con un
centímetro y medio de diámetro. Sin embargo, acierta en destacar la naturaleza
de hombre pudiente del asesinado. Morral era un niño de papá del que su padre
abomina y no quiere saber nada desde el momento en que se marcha de casa y
reclama su parte del negocio familiar. Romanones confiesa que siempre creyó que
Morral era solo un instrumento.
Certera intuición
Es importante decir aquí que el
primero que compartió mi curiosidad y mi fascinación investigadora por el
atentado contra Alfonso XIII fue el rector de la Universidad Nebrija, entonces
vicerrector, Juan Cayón. Con esa facilidad que tiene para la investigación el
brillante profesor me transmitió su intuición, coincidente con la mía, de que
el anarquista no se había suicidado. Me hizo una recomendación con calor: «No
lo hagas sin mí».
Morral llegó a Madrid, seguramente
parte de un poderoso complot, y pagó en la fonda Iberia con un billete de
quinientas pesetas, lo que no era muy frecuente, y cuando contrata la
habitación desde la que arroja la bomba, vuelve a pagar con otro billete de
quinientas. Su equipaje lo transporta en una carísima y llamativa maleta de
cuero inglés donde hay atuendos de señorito atildado entre los que esconde un
disfraz de obrero para confundirse con la masa. Morral resulta ser un
aventurero del que su padre declara que ignora que tenga ideas anarquistas, y
lo mismo afirma Soledad Villafranca, la mujer de la que se supone que estaba enamorado.
Enfrente del lugar donde arroja la bomba, en Capitanía, se encontró un
artefacto sin estallar, hecho al que históricamente no se le ha dado relieve,
pero que indica que la operación no fue un acto aislado. En medio de la
humareda huye y se esconde ayudado por sus cómplices. Prueba de la existencia
de una gran conspiración son las insidias que recoge Juan de la Cierva
Peñafiel, diputado de Murcia y fervoroso alfonsino, padre del inventor del
autogiro, en sus memorias con título tan parecido a las de Romanones: «Notas de
mi vida». Pone esto en boca del presidente Moret: «¿No encuentra usted extraña
la conducta del Infante Don Carlos, que montó a caballo y volvió al lugar del
suceso… y dio señales de gran agitación? Piense usted en que si el rey hubiese
muerto, el hijo de don Carlos le habría sucedido…».
Uno de los cabos sueltos más
escandalosos es la falta de investigación de un caballero que le hizo una
oferta de diez mil pesetas a una señora para que entregara el ramo de flores de
la bomba a Alfonso XIII, antes de que acabara arrojándolo Morral. Lo que prueba
un plan elaborado. Pero la parte más enigmática del sumario es que el médico al
examinar el cadáver de Morral lo encuentra con «calzoncillos blancos rayados» y
sin embargo cuando le hacen la autopsia en Madrid lo describen «con
calzoncillos a cuadros rojos y azules».
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