JOSÉ MARÍA CARRASCAL
Lunes, 03-08-09
QUE el PP vaya por primera vez delante del PSOE en la estimación de
voto ha hecho pasar desapercibido otro dato de la última encuesta del CIS tanto
o más importante: los españoles consideran que nuestro principal problema es
«la clase política», tras el paro, el terrorismo y la inmigración, lo que
debería hacerla reflexionar, si no quiere acabar en las cloacas.
Nos desayunamos cada mañana con
escándalos, que afectan por igual a partidos, autonomías, municipios e
instituciones, incluidas las culturales.
A este paso, la política en nuestro país va a terminar siendo un cruce
de acusaciones, debidamente documentadas, sobre quién es más corrupto.
¿A qué se debe?
Pues a que en España, la forma más rápida y fácil de hacer hoy dinero
es la política.
Todo el boom inmobiliario se basó en la recalificación de terrenos, que
dependía de los ayuntamientos, con el visto bueno de la Autonomías, habiendo
pasta gansa para todos.
Aparte de que todos ellos, más partidos, sindicatos y demás actores de
nuestra escena política, disparan con «pólvora del rey», sin tener que dar
cuenta a nadie de sus gastos, ni necesitar siquiera procurarse ese dinero, que
les llega del presupuesto. Y si se pierden algunos millones por el camino, qué
importa.
El dinero público no es de nadie, como decía una ministra, no recuerdo
cuál, ni tampoco importa mucho, pues parecen clónicas.
Así se ha ido formando una clase política que de «servidora de los
intereses públicos» ha pasado a usar lo público en su propio interés.
Ha surgido también el «político profesional», chicos y chicas que
eligen la política como «carrera», por ser la más rentable de todas, vean los
sueldos que se ponen y las pensiones que se asignan.
Y la más fácil. Basta afiliarse a un partido y hacer lo que te mandan
para ascender peldaño a peldaño, como el que antes entraba de botones en un
banco a cumplir órdenes y halagar a los jefes, hasta terminar siendo uno de
ellos, e incluso el principal si había suerte.
Es como se ha creado una clase política que es ya más bien una casta,
pues se sitúa al margen del resto de las clases sociales, con privilegios
garantizados por la ley y posibilidades sin límites, rodeada de esa corte
especial de trincones, pícaros, camelistas, zampabollos y arrebatacapas, que se
forma en torno al dinero fácil.
Una casta que representa una amenaza pública, pues el interés común no
coincide con el interés de un partido ni, menos aún, con el de un determinado
individuo, por listo, guapo y carismático que sea. Pero que se afianza cada vez
más en una España llena de problemas por todas partes.
Aunque puede que todos esos problemas tengan bastante que ver con el
hecho de que nada corrompe tanto como la corrupción.
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