El
fallecimiento del dictador abrió paso a la democracia en España, que ahora
cumple cuatro décadas
La
sepultura de Franco, al pie del altar mayor del Valle de los Caídos.
FERNANDO
ÓNEGA, Madrid 20/11/2015
Francisco
Franco Bahamonde, Caudillo de España por la Gracia de Dios, según decían las
monedas, Generalísimo de los Ejércitos, jefe del Estado español durante
cuarenta años, tuvo su primera muerte, la política, el 27 de septiembre de
1975.
Ese día, al alba, como cantó Luis Eduardo Aute, fueron fusilados los
luchadores antifranquistas José Humberto Baena, José Luis Sánchez Bravo, Ramón
García Sanz, Juan Paredes Manot y Ángel Otaegui.
Los tres primeros, militantes
del FRAP.
Los dos segundos, de ETA político-militar.
A otros seis condenados a
morir por tribunales militares constituidos en consejos de guerra se les
conmutó la pena capital.
Cuarenta
años después, el periodista Carlos Fonseca logró recuperar las cartas de los
ajusticiados a sus familias.
Una de ellas comenzaba así: “Papá, mamá: me
ejecutarán mañana de mañana. Quiero daros ánimos. Pensad que yo muero, pero la
vida sigue…”
Aquel amanecer, algunos periodistas, entre ellos Miguel Ángel
Aguilar, intentaron acercarse a uno de los escenarios de las ejecuciones, Hoyo
de Manzanares, provincia de Madrid, pero sólo pudieron oír las descargas.
El
cura de Hoyo contaría después que los piquetes estaban formados por policías y
guardias civiles.
Otros guardias, bastantes borrachos, llegaron en autobuses
para jalear las ejecuciones. Como uno de los fusilados todavía respiraba al
darle la extremaunción, un teniente lo remató con un tiro de gracia.
Aquel
día de la ignominia Francisco Franco Bahamonde murió por primera vez a los ojos
y a los sentimientos del mundo, sin escuchar las peticiones de clemencia del
papa Pablo VI, las protestas de los colegios de abogados, la huelga general del
País Vasco y los paros en el resto de la nación
Si Franco había sido un
dictador, ahora era un dictador cruel que, además, no escuchó las peticiones de
clemencia.
t
Era el último capítulo del “César visionario” que Francisco Umbral había
descrito así: “En un Burgos salmantino de tedio y plateresco, en una Salamanca
burgalesa de plata fría, Francisco Franco Bahamonde, dictador de mesa camilla,
merienda chocolate y firma sentencias de muerte”.
Después,
el primer ministro sueco Olof Palme salió a las calles a pedir con una hucha
ayuda económica para las familias de las víctimas, imagen que fue ridiculizada
por la prensa español de la época.
El presidente mexicano Echeverría pidió la
expulsión de España de las Naciones Unidas.
Hay una iniciativa de la OTAN que
invita a sus miembros a rechazar cualquier aproximación a España.
Varios países
occidentales retiraron o llamaron a sus embajadores.
La Comunidad Económica
Europea suspendió sus negociaciones con España.
La Confederación Europea de Sindicatos
Libres convocó manifestaciones.
La embajada de España en Lisboa fue incendiada
y muchas otras fueron atacadas por manifestantes.
Sólo
Estados Unidos acudió a su vieja fórmula diplomática del “asunto interno
español”.
Salvo esa tibia excepción, el franquismo se enfrentaba otra vez a la
soledad internacional.
Franco y
sus equipos percibieron esa muerte política.
Según el historiador Pau
Casanellas, “la dictadura, lejos de liberalizarse, se cerró en sus últimos
compases sobre sí misma”. Por eso intentó una resurrección provisional
convocando a los fieles a la plaza de Oriente, escenario de viejas
aclamaciones. Hubo mucha gente, según la versión del diario ABC del 2 de
octubre de 1975: “Masiva adhesión a Franco. Los manifestantes repudiaron el
terrorismo y la campaña antiespañola”.
Pero fue una resurrección efímera.
El
estado de salud del Caudillo ya había lanzado sus primeros avisos de merodeo de
la Parca.
La foto del viejo Franco en el balcón del palacio de Oriente
saludando con las manos entrelazadas al gentío que le aclamaba fue reproducida
posteriormente con un sentimental “Adiós, España”.
(La
crónica abre aquí un paréntesis para dejar constancia de que posiblemente fue
en esas fechas cuando Juan Carlos de Borbón y Borbón, todavía Príncipe de España,
empezó a despertase sobresaltado por las noches.
Le asaltaba una pesadilla que,
según confesó años después a este cronista, le quitaba el sueño. Esa pesadilla
era que, como iba a tener los mismos poderes que Franco, un día le pasaban a la
firma una sentencia de pena de muerte.
“No la hubiera firmado nunca, pero la
simple posibilidad era terrorífica”.
Sufrió esa pesadilla hasta el mismo día en
que los redactores de la Constitución abolieron la pena capital).
El
“adiós, España” se venía redactando desde hacía varios años.
Sobre todo desde
el comienzo de la década de los setenta, en que Franco empezó a mostrar signos
evidentes de decadencia y debilidad física. Lo que ocurres es que quienes le
veían eran sus fieles y consideraban una herejía contarlo.
Tuvo que venir en el
año 1971 el general americano Vernon A. Walters, alto mando de la CIA y,
después de entrevistarse con él, confesó que había encontrado al jefe del
Estado español “viejo y débil” y con grandes temblores en su mano izquierda.
La
oposición política española, que se trataba de organizar para el futuro, no
tenía conciencia de ese deterioro.
La empezó a tener a partir del episodio de
la tromboflebitis de 1974, según se desprende del testimonio del socialista
José Federico de Carvajal: “A finales de aquel año estábamos plenamente
convencidos de que el régimen instaurado por las armas en 1939 estaba llegando
a su fin”.
Esa
intuición de un final próximo del régimen y de su titular activó los
movimientos de la llamada “oposición democrática”.
Nadie en sus cabales pensaba
en derrocarlo, pero todo el mundo empezó a tomar posiciones. Se movió la
Iglesia, y muchos templos comenzaron a ser lugares de cobijo y reunión de los
demócratas.
Políticos de los primeros gobiernos de la democracia, como Narcís
Serra, salieron de esos colectivos de cristianos de base o cristianos por el
socialismo. Se movió la universidad, agitada desde la década a los sesenta.
Se
movió el mundo laboral con el florecimiento singular de las Comisiones Obreras,
que se tuvo que enfrentar a juicios como el “Proceso 1001”.
Se movieron las
organizaciones todavía clandestinas, como la Junta Democrática, la Plataforma
de Convergencia Democrática, la “Platajunta”, la Asamblea de Catalunya o el
Reagrupament Sicialista i Democratic de Catalunya.
Se movieron los partidos de
nombres tradicionales, con especial vitalidad de los demócratas cristianos.
Apareció en escena Felipe González y su refundación del PSOE.
Inició sus
actividades la UMD (Unión Militar democrática, cuyos miembros estaban en la cárcel
cuando Franco muere.
Hubo una auténtica floración de siglas de izquierda
radical, dividida entre maoístas prochinos, comunistas, eurocomunistas y un
sinfín de subdivisiones.
Aparecieron organizaciones como la ORT (Organización
Revolucionaria de Trabajadores) o el MCE (Movimiento Comunista de España).
En
la obra de Fernando Jáuregui y Pedro Vega “Crónica del antifranquismo” aparecen
un total de 104 siglas. La mayoría de ellas no sólo no pasaron nunca por el
Registro de Asociaciones Políticas. Sus promotores y activistas pasaron, en
cambio, por el Tribunal de Orden Público y por los calabozos de la dirección
general de Seguridad.
Las
estructuras del régimen también trataron de acomodarse al futuro que abriría
tarde o temprano la desaparición de su fundador.
La revista SP había lanzado la
arriesgada pregunta, descarada por la época “Después de Franco, “que?” y se
respondió con generalidades como “Después de Franco, las instituciones”.
Se
trató de crear un mecanismo institucional llamado “asociaciones políticas” que
nunca llegaron a funcionar porque las adictas al sistema no tenían credibilidad
y las no adictas no tenían el menor interés en ser incluidas en el mecano del
franquismo. Fenecieron antes de nacer.
“Españoles,
Franco ha muerto”.
El entonces presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro,
compungido, compareció en televisión el 20 de noviembre de 1975 para comunicar
la muerte del dictador y leer su testamento político antes de proferir con voz
quebrada un ¡Viva España!
“Españoles,
Franco ha muerto”. El entonces presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro,
compungido, compareció en televisión el 20 de noviembre de 1975 para comunicar
la muerte del dictador y leer su testamento político antes de proferir con voz
quebrada un ¡Viva España! (EFE)
Así se
llega políticamente a la recta final; a la gran agonía de Francisco Franco.
Primer síntoma, el 12 de octubre.
Después de los actos del día de la Raza,
primeros síntomas de gripe o algo parecido.
Cinco días después, el último
Consejo de Ministros que presidió.
Su debilidad le impide estar más de veinte
minutos.
Ya es la enfermedad final.
Es atendido en El Pardo por “el equipo
médico habitual”.
Se le hace una intervención quirúrgica, mientras los médicos
informan en su partes de su gravedad.
El príncipe Juan Carlos se hace cargo por
segunda vez de la jefatura del Estado.
No quería, sólo quería ser jefe de
estado efectivo, pero se impone el sentido del deber. Así lo dice al Consejo de
Ministros que preside el 31 de octubre: “Una vez más el sentido del deber me
impone hacerme cargo de la jefatura del Estado”.
La
sensación externa, dentro de la escasa información de los partes médicos, es
que Franco agoniza.
Ante el palacio de El Pardo se concentran periodistas y
público que no quiere perder el momento histórico.
Dentro del palacio, doña
Carmen empieza a sentir su viudedad.
El marqués de Villaverde hace cálculos
porque necesita que Franco viva hasta el 26 de noviembre, fecha en que hay que
renovar al presidente de las Cortes y el franquismo quiere un franquista como
Alejandro Rodríguez de Valcárcel.
Los soldados del regimiento se ofrecen para
dar sangre al jefe supremo de los ejércitos, muy debilitado por la intervención
quirúrgica.
Don Juan
Carlos hace sus segundas prácticas de jefe de Estado.
Domina bien el escenario
interior, sabe cómo transmitir tranquilidad, pero salta lo imprevisto: el
astuto Hassan II, rey de Marruecos, pulsa la debilidad del Estado español y
organiza la marcha verde sobre el Sáhara.
El príncipe pide la ayuda de
Kissinger a través de Manuel Prado y Colón de Carvajal y a espaldas del
Ministerio de Asuntos Exteriores, con profundo desagrado del ministro Cortina
por esta “diplomacia paralela” de La Zarzuela y que tanto había practicado el
futuro rey por la falta de apoyo de las estructuras oficiales.
Por la decisión
del rey, por el apoyo de Estados Unidos o por necesidades de intendencia, la
marcha verde retrocedió desde Agadir hasta Tarfaya.
La gran
sorpresa: don Juan Carlos se presenta en el Sahara a ponerse al frente de las
tropas españolas, aunque sólo fuese para darles moral.
No quería un ejército
que se sintiera huérfano mientras el jefe del Estado agonizaba.
Con aquel gesto
el futuro rey no sólo ganó la confianza de los militares y de gran parte de los
ciudadanos. Increíblemente ganó el respeto de Hasan II, y sí se lo hizo saber,
según le contó a este cronista casi cuarenta años después.
Las Cortes aprueban
el Proyecto de Descolonización del Territorio Autónomo del Sáhara. El problema,
prolongado hasta nuestros días, se convierte en internacional.
Finalmente,
el 7 de noviembre Franco es trasladado a la Ciudad Sanitaria La Paz de Madrid.
Tiene que ser operado nuevamente y ya nadie apuesta por su vida. Los partes del
“equipo médico habitual” no suscitan ninguna esperanza de recuperación. Se
habla de “nuevas y múltiples ulceraciones en el estómago que le hacen sangrar
profusamente”. Es lo que se llamó después la “lenta y dolorosa agonía”.
Fuera de
la clínica, el gobierno, bajo la batuta de don Juan Carlos, trata de aparentar
normalidad y toma decisiones, alguna tan singular como la creación de una
comisión para un régimen especial de las provincias de Vizcaya y Gipuzkoa, las
antiguas “provincias traidoras”. Y está en marcha la operación Lucero con
múltiples finalidades: garantizar el orden si se produce la defunción del
Caudillo, preparar toda la parafernalia del entierro y, de paso, detener a
todos los “rojos” sospechosos de preparar acciones subversivas. Unos cuantos, y
de nombres sonoros, durmieron aquellas noches en calabozos.
España,
mientras tanto, espera con ansiedad el desenlace. No hay movimientos que se
puedan calificar, según el lenguaje oficial de la época, como “subversivos”,
sin duda por el despliegue de las cuerpos y fuerzas de seguridad, en estado de
alerta. Pero sí hay tomas de posición públicas, más o menos veladas y todavía
marcadas por el miedo y la autocensura. Ha vuelto Fraga, uno de los deseados de
la época, y escribe artículos.
Estallan los primeros conflictos entre el futuro
rey y el presidente Arias Navarro. Y se mueven los militares más leales, los
del búnker, a quienes nunca han gustado los contactos del príncipe.
Según
cuentan las crónicas, a medida que se pierde la esperanza de recuperación del
Generalísimo, se intensifican las plegarias. Se reza por la salud del enfermo
en multitud de templos, según la informaciones oficiales. A La Paz se hacen
llegar reliquias de santos de las que se espera que hagan el milagro. Entre los
objetos milagrosos, una mantilla de la Virgen de la O.
Pero las
oraciones no funcionan. Los partes médicos insisten en la gravedad. El día 19
de noviembre las escasísimas informaciones que captan los periodistas hablan de
situación desesperada.
La vida de Franco se está sosteniendo de forma
artificial. Una foto que publicaría después Intervíu, al parecer hecha por el
marqués de Villaverde, reveló la crueldad de la agonía.
Nunca se explicó
debidamente por qué se le mantuvo tanto tiempo con vida. La hora oficial de la
defunción fue a las 5.25 del 20 de noviembre, aunque hay datos de que fue a las
3.40.
El parte final decía: “Enfermedad de Parkinson. Cardiopatía isquémica con
infarto agudo de miocardio arteroseptal y de cara diafragmática. Úlceras
digestivas aguas recidivantes con hemorragias masivas reiteradas. Peritonitis
bacteriana. Fracaso renal agudo. Tromboflebitis ileofemoral izquierda.
Bronconeumonía bilateral aspirativa. Choque endotóxico. Parada cardiaca”.
Estos
fueron los sufrimientos que causaron la segunda y definitiva muerte de Franco.
Con el
acta de defunción se escribía el último capítulo de una historia que había
durado cuarenta años; una “longa noite de pedra”, en descripción de un poeta
gallego; la etapa más triste del tiempo contemporáneo, según la mayoría de los
historiadores; la época en que España empezó a conocer la prosperidad y el
nacimiento de las clases medias, según los análisis más favorables. Y, desde
luego, una dictadura con todos sus instrumentos: represión, censura, cárcel,
exilio, fusilamientos y lo que cuarenta años después no hemos conseguido
resolver: los cadáveres en las cunetas.
Cuando
el cadáver de Franco se expuso en el Palacio Real para recibir la despedida de
los ciudadanos, desfilaron miles de personas. Hubo de todo: fieles a la memoria
del Caudillo, curiosos que querían ver a un personaje histórico y estar en un
momento histórico y gentes que al salir no tenían reparo en decir: fui a
escupirle. Lo normal es concluir que dejó una España dividida entre partidarios
y ciudadanos que nunca le quisieron perdonar. Hoy, cuarenta años después,
todavía quedan restos del llamado franquismo sociológico. Alfonso Guerra cree
que es un fenómeno que tardaremos un siglo en superar.
«¡Españoles!
¡Franco ha muerto!»
Cuarenta
años del anuncio de su muerte por Carlos Arias Navarro en una de las escenas de
televisión más vistas
MARISA
GALLERO Madrid - 20/11/2015 a las 02:28:30h. - Act. a las 09:54:25h.
«El 20
de noviembre estaba en mi despacho, porque la muerte de Franco era inmediata.
Habíamos montado un estudio pequeño de televisión en el propio Ministerio de
Información y Turismo, para dar las noticias urgentes. Desde mis ventanas, se
veía la vivienda del ministro León Herrera, y de pronto se encendieron las
luces de su casa a las seis de la mañana. Pensé: “Eso es que Franco ha muerto”.
A continuación salió el coche del ministro y a los cinco minutos llegó el
teletipo anunciando su muerte», así recuerda Jesús Sancho Rof, director general
de RTVE en los últimos años del franquismo, cómo fueron los momentos previos a
la grabación de una de las escenas de televisión más recordadas por millones de
españoles. El momento que Carlos Arias Navarro anunció con voz compungida:
«¡Españoles! ¡Franco… ha muerto!».
Había
asumido la dirección del ente el 5 de abril de 1974, bajo la presidencia de
Arias Navarro. «Me llamó León Herrera para proponerme el cargo. Estaba
trabajando con Fernández Sordo, entonces ministro de Relaciones Sindicales y le
pregunté qué opinaba. Se quedó treinta segundos pensando y me apuntó: “Acepta,
porque Franco se muere y hay que apoyar al Príncipe con los misiles de la
televisión”. Fue una de las primeras personas que fui a ver cuándo me nombraron
director. “Alteza, la televisión está a su disposición”, le dije. E hicimos
todo lo posible por evitar las “meteduras” de pata del padre… Aquello funcionó
en una época que era muy complicada».
«¡Franco
no se podía morir!»
El 9 de
julio de ese año, Franco ingresó en la Clínica Privada de la Ciudad Sanitaria
que tenía su mismo nombre aquejado de una tromboflebitis. Tras un breve proceso
de recuperación sufriría un retroceso que le impidió asistir a la tradicional
recepción del 18 de julio en la Granja, fiesta nacional y aniversario del golpe
militar que dio origen a la guerra civil. Todo parecía que iba a seguir igual.
Se apostaba por la continuidad del Régimen.
«¡Franco
no se podía morir! –recuerda Sancho Rof– Desde que sufrió la flebitis, estaban
todos los prohombres del régimen rodeándole. Y tanto era así, que en televisión
no había una biografía del general, ni tampoco del futuro Rey. Al alargarse la
enfermedad, se pudo preparar una programación adecuada para el día de su
muerte. No teníamos ni unidades móviles. Durante ese tiempo, se montó la
operación Lucero para realizar el cambio a la monarquía tras la muerte del
caudillo. Don Juan Carlos se dio cuenta, y el mismo día que jura, apareció en
TVE un motorista con un sobre de la Casa del Rey que anunciaba que se suprimía
la operación Lucero y se ponía en marcha la operación Alborada. Tomó las
riendas desde el primer segundo».
El 3 de
septiembre de 1974, las pantallas de televisión ofrecieron la imagen de un
Franco recuperado que jugaba al golf en el campo de La Zapateira, ocultando sus
dificultades motoras, sus problemas de dicción. «A mí me tocó grabar a Franco
el último mensaje de fin de año. Veías a ese hombre viejecito, consumido,
enfermo, pero ante todo, militar. Tenía escrito en el teleprompter el discurso
a trocitos. Cuando le avisabas que tenía que grabar, le decías: “Mi general”. Y
ese hombre hundido se erguía y se ponía en primera posición de saludo. Soltaba
la frase y cuando acababa, se volvía a hundir. Entonces aparecía toda la corte,
incluido el médico, y le alentaban: “¡Magnífico mi general! ¡Estupendo! ¡Como
nunca!», cuenta el que fue ministro de Trabajo, Sanidad y Seguridad Social con
Leopoldo Calvo-Sotelo.
«¡Que no
hable! ¡Córtale la señal!»
En otras
imágenes grabadas un año más tarde, en un acto que presidió en el patio de
armas de El Pardo, el día 12 de octubre, que se conmemoraba entonces el Día de
la Raza, muestran su deterioro físico, los estragos del párkinson. El último
Consejo de Ministros que presidió Franco fue el viernes 17 de octubre de 1975,
dos días después de sufrir un infarto agudo que el propio interesado calificó
de corte de digestión. «Cuando empieza a estar muy enfermo, y preside el
Consejo con marcapasos, la sensación era que no pasaba nada. No se ocultaba
información, porque no había información. Todo era cerrado. Un día me llega al
despacho el jefe de informativos y me dice: “El corresponsal de la televisión
francesa nos pide urgentemente un locutorio y una conexión con Francia para
anunciar que Franco se ha muerto, porque aquí nadie dice nada”. “Pero, ¿qué
dices?”, le respondí. Cogí el teléfono y llamé al ministro de Información para
explicarle la situación. Me contestó: ¡Que no hable! ¡Córtale la señal!”.
Intenté razonar: “¿Cómo le voy a cortar la señal a la televisión francesa? Lo
que tendría qué hacer el Gobierno es dar una nota sobre la salud de Franco”.
Salió un comunicado explicando que estaba constipado, que salía de una gripe y
que no le pasaba nada. A partir de ahí se suceden los partes médicos, en cuanto
había alguna mejoría había que darla inmediatamente. A mí ya me aburrían».
Así
también lo cuenta Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona en «Memorial de transiciones
(1939-1978)» editado por Galaxia Gutenberg. «Se daban con cuentagotas las
noticias sobre la salud de Franco, firmadas por “el equipo médico habitual”.
Hacia afuera empezó el reguero de partes médicos, que se leían con voz solemne
en el telediario […]. Imaginar que Franco moriría era casi subversivo».
«¡La
radio la han tomado los comunistas!»
A
principios de noviembre, las arterias del general no resisten y le operan en el
Pardo. Dos días más tarde, el 5 de noviembre, lo trasladan a La Paz y con 83
años pasa otras cuatro horas y media de quirófano. «Cuando a Franco le están
operando, surgió la duda de si cortar o no la programación de TVE. Fue la
famosa noche que se transmitían documentales de pájaros, y más pájaros,
mientras esperábamos a ver qué pasaba, aquello no se acababa nunca. Cómo sería
el ambiente, que una noche, a las tres de la mañana, me llama el director
general de Seguridad y me dice: “¡La radio la han tomado los comunistas!”. ¡Qué
dices!, le contesté. “¿No estás oyendo Radio Nacional?”. “Pues no, estoy en la
cama durmiendo”. Cuando cuelga, pongo la radio, y había un coloquio donde seis
arquitectos opinaban sobre la Sagrada Familia de Gaudí. Le llamé de nuevo: “Te
habrás equivocado de emisora, porque es un coloquio de arquitectos”. Y
responde: “Sí, ese mismo. De los seis, cuatro son comunistas”. Me dio la risa:
“Me haces un favor. Mándame mañana la lista de comunistas para que yo la tenga
en el despacho y así no haya ningún problema”. ¡Así estaba el país!».
La hora
oficial de la muerte de Francisco Franco fue las 5:25 de la mañana, aunque
falleció antes de las dos de la madrugada. «Para ese desenlace estaba prevista
una intervención de Carlos Arias Navarro. El guion estaba cargado en el
teleprompter. Cuando Arias llega al estudio junto a León Herrera, le dije:
“Bueno presidente, está todo preparado”. Y respondió: “Lo que tengas preparado
no vale. Tengo escrito cosas nuevas. La hija de Franco le había dado su
testamento, y le descolocó e improvisó un discurso». Las palabras de Arias
Navarro forman parte de nuestra historia y del fin de una dictadura:
«¡Españoles! ¡Franco… ha muerto! […] Yo sé que en estos momentos mi voz llegará
a vuestros hogares, entrecortada y confundida por el murmullo de vuestros
sollozos… Es natural; es el llanto de España, que siente como nunca la angustia
infinita de su orfandad […]»