Al asumir el plan antisistema, el responsable político del 3% se
suicida
EL PAÍS 29 OCT 2015 - 00:00 CET
Por más que la reacción del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, a
la resolución rupturista-independentista de dos grupos parlamentarios catalanes
haya sido tardía; por más que su contribución al encauzamiento de la cuestión
catalana desde el Estatut de 2006 haya sido insuficiente; por más que su
catálogo de propuestas y actitudes para engarzar algún tipo de diálogo sea
pobre... Por más que suceda todo eso y mucho más, nada es comparable ni
simétrico al intento de golpe insurreccional (aún en ciernes) contra el Estatuto
y la Constitución que están protagonizando Artur Mas y sus socios.
Con la firma de la propuesta de resolución parlamentaria pactada con la
formación de raigambre abertzale CUP, que la inspiró hasta el último detalle,
el líder de Convergència ha firmado el último acta de la destrucción de su
partido como protagonista del catalanismo moderado.
Mas sabe que esa propuesta es abiertamente subversiva, porque atenta
contra la regulación de la reforma del Estatuto y contra la integridad
territorial que solemniza la Constitución.
Sabe que es ilegítima porque el mandato que Junts pel Si recibió de las
urnas daría para defender sus posiciones desde el ordenamiento, pero nunca para
imponerlas desde la quiebra de la legalidad.
Conoce que el plazo de 30 días para promulgar las primeras leyes
insurreccionales es prácticamente imposible porque habrá transcurrido sin
president ni Gobierno en plaza.
Y es consciente de que jamás Europa ni el mundo tomarán en serio una
proclama que reniega del orden, incita a la desobediencia a la ley y a los
tribunales y ni siquiera pretende pactar con España y el conjunto de la UE,
sino dar por buenos los hechos consumados contra más de la mitad de su
ciudadanía.
Al asumir tamaños dislates, Mas se ha convertido en sirviente de los
antisistema y no en la fragua del business friendly que prometió; en un factor
de caos, y no de orden; en coartada de los admiradores de Kropotkin y Durruti,
y no en representante de la burguesía moderada; en creador de incertidumbre, y
no de expectativas racionales de mejora.
Se ha suicidado políticamente, aunque alguien pueda aún prestarle una
prolongación... a título de coma irreversible. Y quizá así quede todo más
claro, porque la capacidad de pacto es función de la credibilidad, no de la
apariencia física convencional. En su deslealtad con los catalanes y con los
españoles, Mas, como representante ordinario del Estado en su territorio, ha
hundido los restos que de aquella pudiese conservar sin acreditar la
virtualidad de esta.
Como jefe de la renqueante Convergència es también, según se afianzan
los indicios judiciales, el primer responsable político del 3%; del caso Palau;
del partido de la corrupción catalana, que para nada desmerece la de los casos
Gürtel y otros similares. Puede emplearse a fondo en escapismos jurídicos, pero
ya nadie en Cataluña, ni siquiera quienes aún lo defienden, duda de su
responsabilidad política, por acción, omisión o ambas, en los casos de
corrupción. El heredero de Jordi Pujol hereda también la jefatura de los
inmorales locales y no debería tardar en seguir su mismo destino político. Ni
siquiera los suyos anhelan de verdad su compañía.
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