Seguiremos
escuchando a los locutores de la radio y la tele diciendo en castellano Girona
y Lleida después de haber dicho Nueva York y Londres
JAVIER
CERCAS 3 ENE 2016 - 11:36 CET
El
lema del PP catalán durante la pasada campaña electoral rezaba así: “España,
amb seny”. Madre mía. Como sabe cualquier catalán (o cualquier español con un
mínimo conocimiento del catalán), España, en catalán, se escribe Espanya y no
España, igual que, como sabe cualquier español, Cataluña, en castellano, se
escribe Cataluña y no Catalunya.
Así
que, respecto al idioma de su lema de campaña, el PP tenía ante sí tres
opciones sensatas.
La
primera consistía en escribirlo en catalán: “Espanya, amb seny”
La
segunda consistía en escribirlo en castellano: “España, con sentido común” (o
“con dos dedos de frente”);
La
tercera consistía en escribirlo unas veces en catalán y otras en castellano.
Pero,
en vez de optar por la sensatez, el PP optó por el disparate; cabe preguntarse
por qué. ¿Porque algún descerebrado creyó que mezclar el catalán y el
castellano supone abogar por el bilingüismo? ¿Porque esa lengua macarrónica les
pareció simpática y moderna y guay? ¿Para subrayar que quieren una Cataluña
dentro de España? ¿O fue con el fin de insinuar que son catalanes ma non
troppo, como si sospechasen que ser del todo catalán es incompatible con ser
español del todo? ¿No será por ventura que esa frase memorable es obra de un
hábil submarino de la CUP, tan hábil como para colarles un lema que en realidad
viene a decir: “No me voten, catalanes, que no tengo dos dedos de frente”?
El
disparate lingüístico se ha apoderado de nuestro país. Quien no respeta el
lenguaje no respeta la realidad
Es
imposible descartar ninguna de las anteriores explicaciones, pero me atreveré a
añadir otra, más sencilla. La explicación es que desde hace tiempo el disparate
lingüístico se ha apoderado de nuestro país.
Yo,
cuando hablo en inglés, digo London y New York, cuando hablo en italiano digo
Napoli y cuando hablo en francés digo Paris (sin la ese final); en cambio,
cuando hablo en castellano digo Londres y Nueva York y Nápoles y París (con la
ese final).
Es lo
que hace todo el mundo, porque es lo que dicta el sentido común, la lógica
histórica de las lenguas (la lógica de una lengua es su historia):
*.- en castellano, Nueva York y Nápoles y París
(con la ese final) se llaman así, igual que en catalán se llaman Nova York y
Nàpols y París (con la ese final) o que en castellano Cataluña se escribe
Cataluña y no Catalunya, que es como casi todo el mundo escribe esa palabra en
español, al menos en España (en Latinoamérica no: allí no llegó el disparate).
*.- Yo
me temo que acabaré siendo la última persona que escriba, en castellano, Gerona
y Lérida, que es como Gerona y Lérida se escriben en castellano, del mismo modo
que, en catalán, escribo Saragossa y Osca, que es como Zaragoza y Huesca se
escriben en catalán.
Considerar
un signo de respeto por el catalán el hecho de escribir, en castellano, Girona
y Lleida constituye no sólo una falta de lógica y de sentido común, sino
también una falta de respeto al lenguaje y al propio idioma catalán: algo
parecido a escribir, en castellano, San Cucufate en vez de Sant Cugat (en
castellano Ultramort es Ultramort y Sant Aniol d’Aguja es Sant Aniol d’Aguja).
No
digo que, en este terreno de la toponimia, todo esté siempre claro: yo creo,
por ejemplo, que hay casi tantas razones para escribir en castellano Banyoles o
Figueres como para escribir Bañolas o Figueras (ambas son ciudades pequeñas o
pueblos grandes, y de ahí el problema), igual que hay casi tantas razones para
llamar a una calle del barrio de Gracia de Barcelona, en castellano, Perill
como para llamarla Peligro, que es como muchos la han llamado siempre en
castellano. Aunque quizá me equivoco; estoy dispuesto a discutirlo. Pero lo que
no admite discusión es que, en castellano, Cataluña se escribe Cataluña y, en
catalán, España se escribe Espanya, sencillamente porque esa discusión no la
admiten ni el catalán ni el castellano.
Ya sé
que este artículo es inútil. Ya sé que seguiremos escuchando a los locutores de
la radio y la tele diciendo en castellano Girona y Lleida después de haber
dicho Nueva York y Londres, porque algún insensato les ha hecho creer que así
muestran un gran aprecio por el catalán cuando en realidad muestran un gran
desprecio por él, destruyendo de paso el castellano. Pobres de ellos; pobres
de nosotros. Nuestros disparates políticos son un reflejo de nuestros
disparates lingüísticos, porque quien no respeta el lenguaje no respeta la
realidad.
elpaissemanal@elpais.es
Emiliano
Fittipaldi (Nápoles, 1974) es uno de los periodistas de investigación italianos
más sólidos y prestigiosos. Ganador de premios como el Ischia, el Gaspare
Barbiellini Amidei o el Sodalitas, todos ellos en su país, ha publicado libros
como Così ci Uccidono o Profondo Italia, con su compañero Dario Di Vico, y
ahora Avaricia, que ha superado los 100.000 ejemplares. Ha trabajado para el
diario Il Mattino, con sede en Nápoles, pero también en Corriere della Sera.
Ahora desarrolla su labor en el semanario L’Espresso, donde ha revelado a la
opinión pública gran parte de los escándalos referentes a la política, las
finanzas italianas y ahora la Iglesia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario