miércoles, 8 de febrero de 2017

Leido en .Carta póstuma del Padre.

Fecha Carta póstuma del Padre Miércoles, 14 diciembre 2016

Tema 090. Espiritualidad y ascética
Queridísimos, ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
Utilizo el correo celestial, merced a una gracia especial que me ha sido concedida durante este interregno, para despedirme de todos vosotros. Tengo poco tiempo para ello, y mucho que aprender. Sí, hijos míos, lo primero que he visto es lo que aún nos queda por aprender. Nada es lo que parecía y, ahora que el velo de la ofuscación ha desaparecido de mi mente, me apresuro a abrir mi corazón por ver de ayudaros y darle alguna indicación a quien haya de ser mi sucesor, o sucesora. La vida es un regalo, un don de Dios para que hagamos una aventura temporal. La vida no cabe en ningún concepto, dogma o moral. La Vida, su inteligencia, Dios, es mucho más grande que todo eso.
Creedme, pues lo acabo de atisbar y aún veo lo que me falta: el camino largo y hermoso por recorrer hasta fundirme en el seno de lo real. Y es que desde este estado sin tiempo, en que la vida se me ha resuelto como un intenso fogonazo simultáneo, ¡he comprendido ya tantas cosas! Me voy a limitar a lo esencial, el resto, los detalles y el sentido común de esta nueva etapa que comienza para vosotros, os lo dejo apenas incoado y pongo toda mi confianza en cada uno de vosotros para que le deis la vuelta a la Obra como un calcetín.
Quiero en primer lugar pedir perdón a todos los hijos e hijas que he dejado en la cuneta. Hay una frialdad, una soberbia, una suerte de superioridad moral absurda (¡ahora veo cuán absurda!) que nos ha inducido, por ignorancia, ojalá que nunca por maldad, a dar la espalda a los que se fueron, haciendo juicio de intenciones, suponiendo siempre que habían pecado, o que eran débiles o cobardes, sin jamás cuestionarnos si lo estábamos haciendo bien… y ahora veo que la causa de tanta inquina y tanta inhumanidad era el miedo y rechazo a nuestro propio inconsciente reprimido, lo que de uno mismo hemos intentado acallar y que ante el egresado, consciente o inconscientemente, se proyectaba sobre nosotros como una sombra intolerable. Eso cuando no los hemos sencillamente expulsado, o arrinconado, cuando ya no nos eran útiles para la “labor”… Y yo me pregunto, hijos míos, ¿qué mayor labor que vivir el amor con nuestros hermanos?
Quiero pedir perdón, en segundo lugar, a las familias de todos los miembros de la Obra, porque un absurdo y dañino designio nos ha convertido en fríos y desapegados con ellos. Eso tiene que terminarse ya mismo, que nunca nadie de la Obra dé la espalda a la mal llamada “familia de sangre” y que sea ese el primer sitio donde vivir el amor y la caridad que Jesús nos enseña en su Evangelio.
En tercer lugar, un perdón muy especial a las Numerarias Auxiliares, al inhumano trato a que las hemos sometido de una manera escandalosamente clasista y sexista. Ruego al futuro Prelado que contrate un servicio de limpieza y restauración allí donde sea posible o, mejor aún, como en cualquier familia, que nos turnemos gustosamente en las labores del hogar. ¡Aprendamos a ver a Dios entre los pucheros!, que decía, con su habitual gracejo, santa Teresa.
En cuarto y último lugar, pido perdón a todos los sacerdotes numerarios y agregados que hemos ordenado sin vocación al sacerdocio y que lo han hecho solo en virtud de una obediencia mal entendida y peor invocada.
Vamos a ser, a partir de hoy, de verdad, cristianos en medio del mundo, llevando luz y amor a los más desfavorecidos, dejándonos de consignas y de charlas, santificando nuestro trabajo verdadero, nuestra vocación profesional en el tráfago de la sociedad que, más que nunca, necesita de una mirada limpia, de un gesto de entrega y caridad, sobre todo con los que más sufren. Vamos a ser contemplativos en medio del mundo, en vez de las normas del plan de vida, aprended técnicas de contemplación, dedicad un tiempo al silencio interior, vamos a aprender a meditar y a vivir el presente, a NO JUZGAR; para ello, se acabaron las normas y las consignas y los círculos y todo el entramado mental y pietista en que hemos convertido, pura salmuera, nuestras vidas acartonadas; a partir de ahora nos limitaremos a cumplir los mandamientos y a amarnos los unos a los otros, pues en eso se verá que somos cristianos.
Hijos míos, yo tengo que seguir ahora con el trabajo que me queda por delante, gracias de todo corazón por leer esta carta póstuma. Sed felices, dejad de llevar una doble vida, amad al mundo apasionadamente, pero de verdad, con obras, no de boquilla, no con “buenas razones” (que nunca son tan buenas, pues salen ya secas de la boca) sino con amores. Con Amor, hijas, hijos míos, con Amor.
Os bendice y os quiere eternamente, vuestro Padre Javi

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