Miércoles 21 de junio de 2017, 12:39h
Luis María ANSON
Hablar en nombre de los catalanes es un eufemismo. En
Cataluña, lo mismo que en La Rioja, Andalucía o Galicia, no hay unanimidad ideológica
para nada. Cuando Carlos Puigdemont insiste sobre el monotema que le obsesiona,
tiende a generalizar y a expresarse en nombre de todos los catalanes pero sus
planteamientos solo conciernen a una parte de la sociedad, ni siquiera a la
mayoría. La actividad del señor Puigdemont, hombre de cortos alcances y
considerado políticamente como de tercera división, se nutre de la
manipulación, el sectarismo y los eufemismos.
De pronto, el flamante presidente de la Generalidad se
encuentra con que un municipio de tanto relieve como Lérida le hace frente, le
niega espacios municipales para la celebración del referéndum ilegal que se
perpetra y, además, le abofetea en pleno rostro invitando a la selección
española de fútbol a jugar en la capital ilerdense. Menuda lección
Los analistas más sagaces y los juristas independientes
aseguran que Puigdemont, el pobre Arturo Mas y sus cómplices están instalados
en dos delitos: la sedición y el golpismo. Mariano Rajoy juró cumplir y hacer
cumplir las leyes al hacerse cargo de la Presidencia del Gobierno. Tiene, por
consiguiente, el deber de hacer cumplir la ley. Carlos Puigdemont, el pobre
Arturo Mas y sus lacayos están incumpliendo la ley de forma abierta y
desafiante. Y no se puede, no se debe permanecer impasible ante el número
incesante de tropelías perpetradas. El propio Alfonso Guerra ha declarado que
es imprescindible poner en marcha ya el artículo 155 de la Constitución y
suspender, total o parcialmente, la Autonomía catalana.
En todo caso, reconfortan reacciones como la de Lérida, que
supone llevar la cordura y el buen sentido a la vida política catalana.
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