jueves, 6 de julio de 2017

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Si no hay nada que rompa el guión de lo previsible, los dos acontecimientos más destacados de la crónica política, durante la última semana de junio, serán las entrevistas que mantenga Pedro Sánchez con los otros dos líderes de la mayoría imposible. Lo que les pasa a los resucitados es que tienden a pensar que se han convertido en seres inmortales y que ninguna desgracia les devolverá al hoyo del camposanto. Cualquier desafío les parece pequeño y se vuelven yonquis de la temeridad.
Lo que va a intentar el secretario general del nuevo socialismo, es decir, del socialismo taumatúrgico que se adentra hecho una piltrafa en las aguas del discurso extremoso como si fueran las aguas del Jordán y aspira a salir de ellas convertido en una máquina de ganar elecciones, lo es. Una temeridad, quiero decir. Una locura. Una estupidez. Lo que pretende es más difícil que convertir el agua en vino: podemizar a Ciudadanos y ciudadanizar a Podemos para convertirse, una vez obrado el prodigio, en el amo del poder.
Hay tantas posibilidades de que Iglesias quiera partir el pan y la sal con Rivera, o viceversa, como de que la noche perdure tras la salida del sol. Lo sabe el orbe entero de la tierra. Y Sánchez, también. El reto es saber por qué lo intenta. Y la respuesta más razonable es que no lo hace. Sólo lo simula para decirnos después que la permanencia de Rajoy en La Moncloa se debe exclusivamente a la incompatibilidad que decretan entre sí sus compañeros de viaje.
Pero no es verdad. La única razón por la que Rajoy está en La Moncloa es que el PSOE perdió la confianza de los españoles, tras el funesto segundo mandato de Zapatero, y desde entonces no ha dejado de hacer espeleología electoral. Con Sánchez a los mandos del partido, el viaje al subsuelo alcanzó simas desconocidas. Entonces afloró Podemos y la izquierda se dividió en dos. Ahora las dos luchan entre ellas para ver quién devora a la otra. Y mientras tanto, Rajoy disfruta del espectáculo fumándose un puro en el pináculo del banco azul.
La pretensión de Sánchez de presentarse a sí mismo como centro de dos extremos, con capacidad de interlocución con ambos y vocación de componedor, tendría sentido si tuviera alguna posibilidad de alcanzar su objetivo: la izquierda moderada arrastra a la izquierda radical al terreno de la templanza y le gana la partida porque la convierte en copia del original. Entre un Iglesias disfrazado de cordero y un cordero, la gente prefiere el cordero y desdeña el disfraz del impostor.
Pero la verdadera partida se está jugando al revés. Incapaz de atraer a los extremos, y una vez que carece de utilidad aritmética la alianza en exclusiva con Ciudadanos, a Sánchez no le queda más remedio que virar a la izquierda para tratar de recuperar los votos que ha perdido por ese flanco y jibarizar a Podemos. En esa secuencia, él es la copia e Iglesias el original. La apuesta por la anti globalización, el proteccionismo comercial, la hipertrofia del Estado y el modelo asambleario ya tiene dueño. Jugar a abanderarla coloca al PSOE en una posición postiza.
Es manifiestamente previsible que, en la reunión del martes, Iglesias tratará de atraer a Sánchez a la vía Frankenstein. Y como el secretario general del PSOE ha declarado que su principal prioridad es expulsar al PP de La Moncloa, no podrá decir en absoluto que lo descarta. Torcerá el gesto, marcará distancias con los independentistas, balbucirá deseos de transversalidad ideológica, pero al final dejará la puerta entornada y saldrá de la entrevista con el discurso podemizado que ya hilvanó en el 39 Congreso.
Y luego de eso, dos días después, se sentará de esa guisa radical ante Albert Rivera. ¿A alguien se le pasa por la cabeza que el presidente de Ciudadanos pueda pactar un programa de Gobierno con un socio así? No hace falta una bola de cristal para adivinar que Rivera, lejos de buscar con él espacios de complicidad, le empujará a los brazos de Iglesias para apropiarse en exclusiva del espacio político del centro. Sánchez se quedará sin su sitio natural de la izquierda de los excesos. Un riesgo demasiado insensato incluso para un yonqui de la temeridad

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