jueves, 28 de septiembre de 2017

Con intenciones propagandísticas, los independentistas suelen equiparar los Países Catalanes con la Corona de Aragón o directamente se valen de una denominación de carácter lingüístico para inventarse un ente político

Sin rastro político de los Países Catalanes, la más querida ficción nacionalista

Con intenciones propagandísticas, los independentistas suelen equiparar los Países Catalanes con la Corona de Aragón o directamente se valen de una denominación de carácter lingüístico para inventarse un ente político
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El rey Jaime I de Aragón con el obispo de Barcelona Berenguer de Palou, representado en un fresco medieval - Vídeo: ABC
CÉSAR CERVERA - C_Cervera_M - Actualizado: Guardado en: Historia

«A pesar de la tendencia de los historiadores nacionalistas catalanes de retorcer la naturaleza "catalana-aragonesa" de la Corona de Aragón, nunca ha existido nada, en la historia medieval, y mucho menos en los tiempos modernos, que pudiera considerarse ni de lejos un embrión del Estado catalán, excepto en las imaginaciones más románticas y soñadoras», explica en uno de sus trabajos el historiador Enric Ucelay-Da Cal.
Frente a la incapacidad para encontrar un germen de nación en la historia de esta región española, la mitología romántica acuñó a finales del siglo XIX el término Países Catalanes (o Gran Cataluña). El primero en usarlo fue el valenciano Bienvenido Oliver, sin intenciones políticas, para englobar los territorios de habla catalana y sus variantes. Así, el mapa de los Países Catalanes se extiende por Cataluña –excepto el Valle de Arán–, las Islas Baleares, Andorra, la Comunidad Valenciana, la región histórica francesa del Rosellón, la zona de Aragón limítrofe con Cataluña denominada actualmente Franja de Aragón y una pequeña comarca murciana, entre otras regiones.

La Corona de Aragón y el Reino de Aragón

Lo que era una simple denominación de carácter lingüístico se convirtió en boca de los nacionalistas en una especie de tierra prometida. Con el surgimiento de las corrientes nacionalistas de finales de siglo XIX, las teorías lingüísticas hicieron las veces de elemento aglutinante –a falta de una base histórica– identificando a la nación con la lengua. Bajo esta falsa premisa, los nacionalistas consideran que todos los que hablan catalán o sus variantes son igualmente catalanes y conformaron la ficción histórica de los «Països Catalans». El error de base está en estimar que la lengua es el único elemento definidor de una nacionalidad (con desprecio de la religión, la idiosincrasia, la geografía, la historia, etc).
Sin ir más lejos, la Generalitat de Cataluña da la información meteorológica de la Comunidad Valenciana en la TV3 a través de lo que designa como Países Catalanes. El servicio de Meteorología del Gobierno catalán, dependiente de la Conselleria de Territorio y Sostenibilidad, suele incluir a la Comunidad Valenciana junto a Cataluña y Baleares en sus mapas, con claras intenciones políticas. Y más recientemente, el Fútbol Club Barcelona, en su página web, diferencia entre peñas de ‘países catalanes' (o 'paisos catalanes') y del «resto de España».
Territorios reivindicados como Países Catalanes por ser poblados por catalanoparlantes
Territorios reivindicados como Países Catalanes por ser poblados por catalanoparlantes
Para alcanzar este mito de los Países Catalanes como ente político, los grupos independentistas tuvieron que retorcer y distorsionar la naturaleza «catalana-aragonesa» de la Corona de Aragón. La zona que hoy corresponde a la comunidad autonómica de Cataluña estuvo desde el siglo XII unida al Reino de Aragón y solo durante un breve periodo fue un ente propio, incluso entonces dependiente de otros reinos. Así, tras el colapso de la Hispania Visigoda –que se extendía por prácticamente toda la Península Ibérica– y la invasión musulmana en el 718 d.C, el Imperio carolingio estableció una marca defensiva como frontera meridional con Al-Ándalus. Esto supuso la ocupación por los francos durante el último cuarto del siglo VIII de las actuales comarcas pirenaicas, de Gerona y, en el 801, de Barcelona. Este antiguo territorio visigodo se organizó políticamente en diferentes condados dependientes del rey franco.
Conforme el poder central del Imperio se debilitaba en el siglo X, los condados catalanes, que estaban vertebrados por Barcelona, Gerona y Osona, fueron progresivamente desvinculándose de los francos. En el año 987, el conde Borrell II fue el primero en no prestar juramento al monarca de la dinastía de los Capetos, pero se sometió en vasallaje al poderoso Califato de Córdoba. En este punto, las leyendas nacionalistas sitúan erróneamente al noble Wifredo «el Velloso» –el último conde de Barcelona designado por la monarquía franca– como el artífice no ya de la independencia de los condados catalanes, sino del nacimiento de Cataluña y sus símbolos. Así ocurre con la bandera de las cuatro barras rojas sobre fondo amarillo, que, en realidad, no fue usada por los Condados hasta la unión con Aragón. Por el contrario, el emblema tradicional de los condes de Barcelona fue la cruz de San Jorge (una cruz de gules sobre campo de plata).

Los Trastámara, la casa de todos

En el siglo XII, el conde Ramón Berenguer IV se casó con Petronila de Aragón conforme al derecho aragonés, es decir, en un tipo de matrimonio donde el marido se integraba a la casa principal como un miembro de pleno derecho. El acuerdo supuso la unión del condado de Barcelona y del Reino de Aragón en la forma de lo que luego fue conocido como Corona de Aragón. En un contexto de alianzas medievales, la asociación de ambos territorios no fue, pues, el fruto de una fusión ni de una conquista, sino el resultado de una unión dinástica pactada entre la Casa de Aragón y la poseedora del Condado de Barcelona. De hecho, originalmente los territorios que formaron la Corona mantuvieron por separado sus leyes, costumbres e instituciones. A lo largo del segundo cuarto del siglo XIII, se incorporaron a esta Corona las Islas Baleares y Valencia. Este último territorio, el Reino de Valencia, pasó a convertirse en un reino con sus propias Cortes y fueros.
Los intereses comerciales terminaron favoreciendo al candidato de la dinastía castellana de los Trastámara, Fernando de Antequera
Es por ello que los Países Catalanes –una delimitación solo basada en la similitud lingüística– nunca existió como sujeto político ni hay menciones en las fuentes del periodo. Con intenciones propagandísticas, los independentistas suelen equiparar los Países Catalanes con la Corona de Aragón. No en vano, esta corona era el conjunto de reinos que estuvieron sometidos al Rey de Aragón entre los siglos XII y XV, donde se encontraban no solo el territorios de lengua catalana, sino también otras reinos como por ejemplo la propia Aragón, Valencia parcialmente, Sicilia, Córcega, Cerdeña, Nápoles y los ducados de Atenas y Neopatria. Es decir, no fue la lengua el eje vertebrador de la Corona de Aragón sino la sumisión a la jurisdicción de un Rey y de una dinastía, la Casa de Aragón.
La Casa de Aragón dejó paso a una dinastía autóctona de Castilla. La muerte sin descendencia del Rey de la Corona de Aragón Martín I «el Humano», en 1410, abrió una grave crisis sucesoria. Los intereses comerciales terminaron favoreciendo al candidato de la dinastía castellana de los Trastámara, Fernando de Antequera –hermano del Rey de Castilla Enrique III–, quien, tras el llamado Compromiso de Caspe de 1412, fue nombrado Monarca de la Corona de Aragón. Posteriormente, el matrimonio de Fernando II de Trastámara con Isabel de Trastámara, Reina de Castilla, celebrado en Valladolid en 1469, condujo a la Corona de Aragón a una unión dinástica con Castilla, efectiva a la muerte del primero, en 1516, pero ambos reinos conservaron sus instituciones políticas y sus privilegios administrativos (lo que el independentismo catalán designa hoy como «libertades»).

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