miércoles, 11 de octubre de 2017

DIÁLOGO, SÍ, PERO NO CON PUIGDEMONT

DIÁLOGO, SÍ, PERO NO CON PUIGDEMONT

Tras la grotesca pantomima en el Parlamento de Cataluña, hay algo que ha quedado muy claro. Carlos Puigdemont no es un interlocutor válido. Se puede y se debe dialogar para normalizar la situación y para convocar en su día elecciones autonómicas y que los catalanes acudan a las urnas de verdad y no a las de Gila. Pero Carlos Puigdemont ha cometido presunta y continuadamente delitos de sedición y rebelión, y tal vez de alta traición. El Gobierno, que debe cumplir y hacer cumplir la ley, está en la obligación de poner al presidente de la Generalidad a disposición de los jueces. Y con él, a Oriol Junqueras, al pobre Arturo Mas, al presunto traidor José Luis Trapero y a la taimada Carmen Forcadell.
El Estado de Derecho no puede dialogar con los golpistas. Todo lo contrario. Su deber es meterlos en la cárcel si los jueces sentencian que son reos de los graves delitos de los que se les acusa. La ambigüedad de Carlos Puigdemont, en su comparecencia del martes, se debe a que está tratando de eludir la cárcel. Sabe que ha cometido un delito gravísimo.
Tras demostrar su fortaleza democrática, el Gobierno de Rajoy podría ordenar, como ha exigido Albert Rivera, que se celebren elecciones autonómicas en Cataluña. Tras ellas, resultará adecuado y aconsejable la negociación con las nuevas autoridades para, dentro de la Constitución, estudiar fórmulas flexibles que superen hostilidades e incomprensiones, con el fin de que los catalanes se sientan satisfechos en el conjunto del Estado español. La gigantesca manifestación del domingo, con las intervenciones, ciertamente espléndidas, de Mario Vargas Llosa y de Josep Borrell, demostró la fuerza de la mayoría silenciada por Carlos Puigdemont, sus cómplices y sus medios de comunicación. Demostró también la conveniencia de atender las aspiraciones del pueblo catalán para que su integración de cinco siglos en la unidad de España continúe siendo beneficiosa para todos.

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