domingo, 22 de octubre de 2017

La paciencia de los “malos catalanes


El País | Ignacio Martín Blanco
El pasado miércoles, 4 de noviembre, aparecía en El País mi artículo Provocación y deslealtad, en el que revelaba parte de lo que dijo Jordi Sánchez, presidente de la Asamblea Nacional Catalana (ANC), en una cena que tuvo lugar el 5 de octubre en un piso particular de Barcelona. Entre otras cosas, mi artículo denunciaba la estrategia del independentismo, cuyos líderes reconocen en privado la evidencia de que no cuentan con el suficiente apoyo popular para proclamar la independencia, pero siguen actuando en público como si de hecho la estuvieran proclamando. Su objetivo es provocar una reacción del Estado que nos lleve a un punto de no retorno, ya sea la aplicación del artículo 155 de la Constitución o la celebración de un referéndum de secesión impuesto por la comunidad internacional ante una situación de inestabilidad política insostenible generada a propósito por los propios independentistas. Esa es la lógica de la resolución aprobada ayer por el Parlament.
Mentiría si dijera que me sorprendió el revuelo que provocó el artículo. Por un lado, asumo las críticas por publicar algo que se dijo en una tertulia privada, pero tengo la conciencia tranquila porque sigo pensando que el interés general debe prevalecer sobre los compromisos individuales, máxime cuando entre lo que alguien con responsabilidades de gobierno dice en público y lo que dice en privado no es que haya diferencias de matiz, sino que existe un abismo de deslealtad y engaño. Parece que hay quien considera reprobable mi decisión de hacer pública la determinación constatada de unos representantes políticos decididos a malear la opinión pública y vaciar las instituciones de autogobierno mediante la aprobación de resoluciones inaplicables. Supongo que les parecería más digno que asumiera el papel de mero espectador de la odisea separatista que el guión del “procés” reserva a los catalanes no independentistas, y que me resignara a que los independentistas prosigan su travesía a Ítaca sin reparar en que en el barco de Cataluña viajamos todos los catalanes, independentistas o no.
Sánchez no es un cualquiera, no es un simple activista político, sino que es el presidente de una asociación que desde el 2012 se ha convertido en una suerte de Gobierno de Cataluña en la sombra, que ha condicionado sobremanera la política catalana a pesar de situarse más allá del control de las instituciones democráticas. En los últimos años los catalanes hemos asumido como si nada cosas tan anómalas como que el presidente de la Generalitat, Artur Mas, convocara en el Palacio de la Generalitat a la ANC -y a Òmnium Cultural- cada vez que se planteaba la necesidad de tomar decisiones de especial trascendencia, como la convocatoria de elecciones. Sin el beneplácito de la ANC, no hubiera habido elecciones catalanas el pasado 27 de septiembre. ¿Alguien se imagina que el presidente del Gobierno de España necesitara la aprobación de una asociación como, por ejemplo, la Fundación para la Defensa de la Nación Española para convocar elecciones generales? Así pues, no hay duda de que lo que diga el presidente de la ANC tiene interés público.
Por otro lado, más allá de los aplausos y los silbidos públicos, he recibido con satisfacción multitud de llamadas y mensajes de amigos, conocidos y saludados, la mayoría de los cuales ciudadanos catalanes que me agradecen que haya puesto negro sobre blanco la estrategia independentista. Algunos me dicen que ellos también han oído a otros líderes independentistas decir cosas parecidas, reconocer en privado que no tienen suficiente apoyo popular para culminar su proyecto rupturista, pero que deben seguir actuando como si lo tuvieran para provocar la reacción del Estado, seguir pedaleando porque si no, la bicicleta se cae antes de llegar a la siguiente meta volante. Van de farol en su desafío al Estado, es cierto, pero no porque no quieran sino porque saben que no pueden y, conscientes de su debilidad relativa, han decidido forzar la máquina y que salga el sol por Antequera.
De un tiempo a esta parte los independentistas se han autoerigido en representación exclusiva y abusiva de los intereses de Cataluña, y eso es con toda seguridad lo que explica que utilicen impunemente ese doble lenguaje que denunciaba en mi último artículo. De ahí, también, que manifiesten como si tal cosa su voluntad de proclamar la independencia contra la Constitución y el Estatut ¡con el apoyo del 48% de los catalanes!, dejando claro que la desconexión aprobada ayer no será con el resto de España, sino directamente con la realidad. Tan convencidos están de que Cataluña les pertenece que se permiten airear su deslealtad para con la mayoría de sus conciudadanos incluso ante alguien como yo, que llevo desde el inicio de este fatigoso proceso defendiendo en público y en privado la concordia entre los catalanes y la unión entre todos los españoles. Pero, cuando llevas tres años dividiendo la sociedad catalana entre buenos y malos catalanes y actuando como si los no independentistas no existiéramos, deberías contemplar al menos la posibilidad de que a alguno de esos “malos catalanes” no independentistas, harto de tanta deslealtad, se le acabe la paciencia y decida asumir los riesgos de romper en algún momento la espiral del del silencio 

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