sábado, 11 de noviembre de 2017

El apunte de Francisco Marhuenda: La épica de Forcadell y los suyos



Francisco Marhuenda
  • @pacomarhuenda
Tiempo de lectura 4 min.
Hace 1 hora
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Estamos asistiendo a una descomposición del frente independentista. Era algo previsible. Se ha quedado sin épica y sin relato. Lo que parecía una sucesión de gestos heroicos se ha transformado en un esperpento con ribetes de patetismo como las apelaciones a la “caridad” de Artur Mas para hacer frente a sus responsabilidades económicas por el fallido referéndum del 9-N. Forcadell parecía la más chula del lugar. Era antipática hasta decir basta. Una matrona de la Cataluña interior que también conozco que mira con indiferencia y desprecio todo lo que desconoce, que en su caso es mucho. El supremacismo catalán siempre ha existido. Se remonta al viejo carlismo simplón decimonónico apegado a las tradiciones, el catolicismo trabucaire, como el que muestra el botarate del obispo de Solsona, y a muchos apellidos de origen inequívocamente catalán.
Forcadell perdió su valentía y arrogancia ante el magistrado instructor del Tribunal Supremo. No era la Juana de Arco catalana. Al final emergió el caganer en versión femenina, aunque con la satisfacción de haber conseguido una pensión como presidenta del Parlament. Nada que nos tenga que sorprender a los catalanes, ya que Rafael Casanova acabó pensionado por Felipe V, su rey legítimo y al que había traicionado. La historia de Cataluña ha dado un buen número de personajes similares a Puigdemont, Forcadell, Sánchez, Mas o Cuixart. Se trata de sujetos taimados, traidores a Cataluña y los catalanes, fanáticos y de escasas luces. No solo se producen entre los catalanes, porque los encontramos en muchos países. Ni en este aspecto patético de la vida pública somos originales.
Nunca esperé que Forcadell y Puigdemont llevaran hasta el final su desafío. No había ninguna épica en unas personas mediocres, con vidas mediocres y aspiraciones mediocres. Era todo muy mediocre. No había más que ver la imagen de desarrapados de los diputados independentistas y los miembros del gobierno catalán. Entre horteras y provincianos que iban vestidos con ropas adquiridas de algún mercadillo de pueblo. Todo muy poco glamuroso para un acto tan importante y trascedente como proclamar la independencia. No eran los diputados de la Dieta de Polonia clamando por su libertad o los griegos alzados contra los opresores otomanos. No eran más que unos paletos acomplejados que creían que había llegado su oportunidad para ser pequeños, muy pequeños.
No hay que sorprenderse por el declive inexorable de las élites dirigentes catalanas. Hace mucho tiempo que observo que tienen muy poco nivel. ¿Qué épica puede ofrecer Carme Forcadell Lluis, con un horizonte mental que va desde Cherta a Sabadell pasando por la filología catalana y ejerciendo de funcionaria patriótica? ¿O el tal Jordi Sánchez Picanyol, acomplejado por no tener ocho apellidos catalanes y no haber desarrollado una carrera académica sólida? ¿Artur (antes Arturo) Mas Gavarro, el gris burócrata hijo de “papá” que se encuentra guapo y fascinante, pero necesita pedir “caridad” para hacer frente a las sanciones? ¿Jordi Cuxart i Navarro, que tiene que recordar que mamá era murciana? ¿Carles Puigdemont Casamajó, incapaz de completar una carrera y con la visión limitada de un pueblecito llamado Amer? No son precisamente unos almogávares dispuestos a comerse el mundo. No lo son.

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