El Gobierno parece estar muy interesado en que los líderes secesionistas que intentaron quebrar la unidad de España no estén en prisión preventiva mientras se desarrolla la campaña electoral. Sin embargo, el encarcelamiento de los secesionistas no parece lo esencial de esta historia. Llevamos lustros bajo la amenaza de la independencia, intentando con cesiones y tolerancia que los nacionalistas no se incomoden. Y lo único que se ha conseguido es envalentonarlos. Porque no sólo se les han permitido su tono faltón y chulesco, así como su pretensión de hablar en nombre de toda Cataluña. Se les ha llegado a consentir que desobedezcan sentencias firmes, especialmente en relación a la enseñanza en español, sin que haya pasado nada. Que ahora, tras haber conculcado todas las leyes, empezando por su Estatuto, estén o no en prisión por una valoración más o menos rigurosa del juez de turno es irrelevante.
Y no deja de ser curioso que, a pesar de querer tanto a su Cataluña, de desear con ansiedad su independencia de España y rasgarse las vestiduras y arrancarse los cabellos por lo insoportable que les resulta ser españoles, tras perjudicar a todos los catalanes con sus delirios, ni siquiera tienen el valor de arrostrar con dignidad las consecuencias de sus actos. Cuixart dice que lo que hizo lo hicieron otros muchos, viniendo a alegar eso de que lo que abunda no daña. Junqueras aduce que estando en prisión no puede participar en la campaña electoral, un argumento digno del mejor Ruiz-Mateos. Forcadell se pone a llorar y acata el 155, dice desvincularse del proceso separatista y añade que lo de la declaración de independencia era una cosa simbólica, algo así como una broma. Y Puigdemont, el más valiente de todos, huye al extranjero y deja que aquí se pudran los que no puedan hacer lo que él. ¿Qué más da que estén en prisión preventiva o no, si ya no es que no valgan para dar a Cataluña su independencia, sino que ni siquiera sirven para representar a sus correligionarios con un mínimo de decoro?
La importante es que los nacionalistas catalanes llevan casi cuarenta años destruyendo su supuesta nación y cada vez tienen más votos. La última noticia nos cuenta que finalmente la Agencia Europea del Medicamento no irá a Barcelona. No es más que una de las múltiples funestas consecuencias que tiene que los nacionalistas ostenten el poder en Cataluña, que sigue poco a poco empobreciéndose en términos relativos y a este paso llegará a hacerlo en términos absolutos. Y, no obstante, les siguen votando. ¿Por qué? Quizá los sentimientos puedan más que la razón. O a lo mejor todo es fruto de la excesiva exposición del electorado catalán a la propaganda. O puede que muchos de los que les votan no sean independentistas, sino que tan sólo esperen beneficiarse del chantaje confiando en que la sangre no llegará al río. En cualquier caso, esta disfunción es el asunto de gravedad que debiera preocupar al Gobierno, no que unos delincuentes estén en prisión preventiva o en libertad bajo fianza.
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