domingo, 5 de noviembre de 2017


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Horas después de que los socialistas y los populares renunciaran a alterar el statu quo de TV3 y Catalunya Ràdio, la televisión pública catalana difundía unas imágenes de Carles Puigdemont acompañadas de un cartel en el que se especificaba que seguía siendo el presidente de esta comunidad autónoma. Fue el mejor ejemplo de lo que ha sucedido durante los últimos días en este canal, en el que se ha definido -de forma más o menos explícita- a Cataluña como un territorio en el que conviven dos legalidades diferentes desde la falsa declaración de la DUI. Por un lado, la que intenta imponer España a través de la sinrazón y el encarcelamiento de inocentes. Por otro, la que está respaldada por los votos que emitieron los catalanes el pasado 1 de octubre. La legítima.
Le debió dar rabia a los tertulianos de esta televisión que Carles Puigdemont apareciera este jueves en antena como un rey en el exilio, despojado de sus riquezas. Semanas atrás, sus discursos se habían transmitido desde el Palacio de la Generalitat. Siglos de historia, paredes en piedra, amplios portones y un cuadro medieval de Sant Jordi matando a un dragón a su derecha. Hace dos días, realizó su alocución desde su ‘guarida' bruselense, en lo que parecía ser la habitación de un hotel. Mesilla con lamparilla apantallada, cortina ‘estore' a la espalda; y pintura abstracta a su lado. Qué largas se hacen las noches fuera de casa, según recoge Rubén Arranz en VozPopuli.
No habían pasado más de dos minutos desde que finalizara su intervención cuando los contertulios de la mesa de debate de TV3 comenzaron a despotricar por la situación del president y los ‘consellers' encarcelados. Todos a una. Sin contrapunto. Son represaliados y que nadie se atreva a decir lo contrario.
En los debates de TV3, las opiniones de los constitucionalistas han sido arrinconadas o excluidas desde el inicio del 'procés', al contrario que las de incendiarios como Empar Moliner (pirómana de la Constitución) o Willy Toledo. Este último, como por casualidad, acudió a uno de sus platós hace una semana, poco después de la DUI. Durante la entrevista, aseguró que el Estado sólo entendía el lenguaje "de las porras" y despotricó contra la "ilegítima" Constitución.
"Sería absolutamente legítimo por parte del pueblo español, sobre todo los que vivimos bajo el yugo de la monarquía española, asaltar el Palacio de la Zarzuela", remató. Toledo no es independentista -a priori- pero su discurso está cargado de fuertes dosis de odio hacia las Instituciones del Estado. Con eso bastaba y sobraba para convertirse en el invitado estrella de la noche del pasado sábado en TV3.
TV3 cerró octubre con su mejor audiencia en de la última década: 17,5 puntos de cuota de pantalla. Treinta de los cuarenta programas más vistos en Cataluña durante el último mes se han emitido en este canal. Cualquier análisis sobre la eclosión del soberanismo que no haga ninguna referencia a esta televisión es erróneo, pues ha sido el más potente altavoz -conectado día y noche- del catalanismo radical. En los últimos 30 días, sus programas informativos han sido fundamentales para difundir esa falacia separatista que asegura que España antepone la represión al diálogo.
Nada parece indicar que antes del 21 de diciembre la cosa vaya a cambiar. El Gobierno no aplicó el artículo 155 en estos medios de comunicación y no se van a separar ni un milímetro de los soberanistas. Vía libre para los periodistas afines. A tenor de los precedentes, tampoco cabe tener una excesiva confianza en que Moncloa sepa encontrar nuevos aliados mediáticos 'en tierra hostil'.
El sectarismo crea monstruos, los medios los engordan y el sensacionalismo los convierte en imprevisibles. Bien se sabe esto en Barcelona (TV3) y en Madrid (TVE). En el universo alternativo de TV3, se venera a una criatura que ha destrozado una buena parte de lo que ha encontrado en su camino. En la semana en la que el Ejecutivo cesó al Govern y se hizo con las riendas de la Generalitat, la televisión pública catalana ha tratado por todos los medios de mantener con vida al leviatán independentista. La ley no tiene cabida en esta realidad paralela.
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