El viajero llega a Sants, coge un taxi a Sarria-San Gervasio y se dispone a escribir de una tierra entumecida por cuarenta años de gobiernos nacionalistas. Aunque el objetivo de esta crónica es preguntar, siquiera someramente, por la Cataluña real, en incluso discernir si existe al margen del llamado Proceso, ya les adelanto que no. Que no hay forma de transitar sus calles, mucho menos sus estadísticas, sin topar, como un macizo inexpugnable, con el ruido que genera el independentismo. Más acá o allá del 21 de diciembre asoma, antes y después, el gran desierto. Ese que ha hecho de la última legislatura una anemia en sesión continua de iniciativas parlamentarias (descontadas las diseñadas para romper el parlamento, enterrar el Estatuto y transitar sin excesiva gloria por la envidiable vía kosovar). No hay nada más allá de la retórica nacionalista y sus afanes por reventar la caja común de la soberanía y el pacto constitucional. Para reforzar la atonía está la situación por la que pasan decenas de organismos públicos. Pendientes de renovación sus equipos directos mientras la extinta Juns pel Sí concentraba sus esfuerzos en el advenimiento del nuevo Estado.
Todo lo empapa ese inmenso destrozo, fruto de un lustro de monotema y cuarenta años de ingeniería social y gregarismo. Igual que la Generalitat destinó millones de euros a financiar las webs nacionalistas y esas mal llamadas embajadas en el extranjero, se estrangulaban partidas en gastos sociales e infraestructuras. Al mismo tiempo que los ideólogos del golpe prometían la llegada a la Tierra Prometida, más de 3.000 empresas, incluidos los principales bancos, abandonaban la comunidad autónoma: por sugerentes que fueran los estupefacientes augurios de los iluminados, convencidos de que la violencia posmo sería la partera de una Dinamarca meridional, los empresarios recelan. No ven claro el salto que va de la seguridad jurídica, social y económica que brindan España y la UE a los prodigios de un mítico Sion que bien podría conducir a la trituradora de la Historia. Paralelamente a la maquiavélica confusión entre democracia y voto, y a las histéricas imprecaciones a Europa para que intervenga a favor de las tesis nacionalistas, y por supuesto a las difamaciones contra un país, España, que tal y como lo formulan solo existe en su imaginación, ayer mismo amanecíamos con la noticia de que algunos Mossos d´Esquadra habrían actuado como una suerte policía política, que espiaron a políticos y colectivos ciudadanos, e incluso elaboraron dossiers e informes del enemigos patriótico.
Dos meses y medio después de aquel emocionante 8 de octubre, cuando la ciudad amaneció constitucional y rojigualda (disculpen la reiteración), recorro Barcelona y alrededores. Visito un colegio de barracones escolares, un mercadillo en Hospitalet, un campus universitario, un albergue social en el Paralelo y otro en el Raval, etc.
«Pues cómo quieres que estemos, pues muy nerviosos», explica la señora Adela, a la que abordo junto a los puestos de un mercadillo en Hospitalet. Al sol frío de diciembre la multitud curiosea entre los puestos de ropa barata y los stands de los partidos políticos, entre otros Ciudadanos, Esquerra, el PP y Podemos. Al tiempo que el ministro de Economía, Luis de Guindos, anunciaba que Cataluña crece a la mitad de ritmo que el resto de España, lastrada por la incertidumbre empresarial, la fuga de capitales y la paralización de inversiones, la señora Adela, leonesa y afincada en Cataluña desde hace casi 40 años, explica que «No queremos la independencia y queremos que los metan en la cárcel, no que entren por una puerta y salgan por la otra. ¿Y las empresas que se han ido, y el paro que van a provocar? Sería terrible si se van de rositas». «Nos han tocado la moral», añade, «Vemos a Puigdemont en Bruselas, y digo yo que tendrá que pagar lo que ha hecho, ¿no? Mira aquella chica, que la condenaron a prisión por encontrarse una tarjeta y comprar pañales para sus hijas, y en cambio estos qué, ¿ya quieren salir?, y luego el otro, hablando de indultos. De verdad que no hay derecho».
La exuberancia en el discurso de la señora Adela y el cabreo frío y seco de Verónica contrastan con las dificultades para entrevistar a los amables funcionarios de la escola Entença, unos coquetos barracones situados en l´Eixample. Cierto, el viajero aparece de improviso, apostado a la puerta del cole con su mejor sonrisa del reportero a deshora, y no es esta la mejor forma para lograr que colaboren los funcionarios. Aparte, basta con explicar el periódico donde trabajas para que la maestra que saluda al otro lado de la verja, y hasta el bedel que promete comentar el asunto a la directora, dediquen al periodista la mueca entre contrariada y recelosa que merecería la aparición de un ornitorrinco Example arriba. Imposible acceder al interior de los barracones, esos módulos prefabricados. Más de 1.000 en toda la comunidad, acogen a casi 20.000 alumnos. Para hacerse una idea, multiplican por 3 el número de barracones que funcionan en Andalucía. En Madrid, directamente, no existen. Dada la visceralidad con la que determinados colectivos defienden ideas tan discutibles como la inmersión lingüística, sorprende en cambo el leve eco que genera la lucha de los padres por conseguir que a sus hijos, ya que no en dos o tres lenguas, los eduquen siquiera en unos edificios no portátiles. Idéntica bravura, por cierto, que el visitante esperaría encontrar en las inmediaciones de los albergues y comedores sociales. Pero ni en el comedor de las Misioneras de la Caridad, la orden fundada por la Madre Teresa de Calcuta, ni en el del Paralelo, encontrarás otra cosa que una derrotada aglomeración de personas en busca de una comida caliente. Tampoco aquí la gente quiere o puede hablar con el forastero. Las hermanas porque nunca o casi nunca lo hacen, celosas como son de su labor social. El personal de la Avenida del Paralelo porque, una vez confirmado el medio donde escribes y el asunto a tratar, te explican que debes solicitar una autorización previa al Ayuntamiento. Lástima. Habría sido interesante contrastar las impresiones de quienes trabajan a diario en primera línea para atajar los embates de la pobreza. Una marginación, por cierto, que asalta al viajero en muchos de los rincones de un Raval menos adecentado y postolímpico de lo que la propaganda y la memoria aseguraban. Aunque viene de Nueva York, pródiga en escenas medievales, impresiona la cantidad de mendigos a la puerta de los restaurantes y los supermercados. Algunos de ellos, junto a unos cuantos vecinos, escuchaban meditabundos la conferencia/mitin de alguien de las CUP en las inmediaciones de la Filmoteca de Cataluña. Una entretenidísima charla acerca de las desigualdades y las contradicciones capitalistas y etc. Eso sí, ni una palabra respecto a la caída de ingresos en la facturación hotelera y en la restauración, el bajonazo en la facturación del pequeño comercio y los centros comerciales o la paralización de las inversiones en Cataluña, golpeados por la inevitable pérdida de confianza asociada al intento de golpe de Estado.
Así las cosas tal vez sea necesario desplazarse hasta un centro del saber, qué tal la Universidad Autónoma, con la esperanza de que alguien explique los arcanos de un proceso más y más ininteligible a medida que el viajero lo contempla de cerca.
Hablamos con Rafael Arenas, Catedrático de derecho Internacional privado en la Autónoma de Barcelona. ¿Cómo y por qué vías llegamos a este punto de locura? «Pues quizá porque durante mucho tiempo pensábamos cosas del tipo, no sé, para qué vas a molestar. Que sigan con lo suyo. Hasta que llega la fase de los últimos años y claro, tarde o temprano comprendías que iban en serio, que esto de jugar a que esto era otro país diferente estaba bien siempre que hubiera unos límites. Lo reconozco. Hace unos años yo no protestaba por la inmersión, ni cuando decían el Estado español les replicaba que no era correcto, y cuando les escuchabas sus inventos sobre la Historia tampoco les contradecías, pensabas, bueno, si así nos entendemos, pues vamos a dejarlo correr...
Claro que siempre hubo unas cuantas personas que decían que esto no era así, pero eran pocas... hasta que llegaron las manifestaciones de octubre la gente rompió las barreras». ¿Puede decirse que lo ocurrido, de alguna manera, ha limpiado la bandera? «Lo empezamos a ver con las manifestaciones que hubo antes del 8 de octubre, y luego con la gran manifestación de Barcelona». ¿Y el resto de España? «Yo creo que durante años ni olía el problema. Recuerdo una entrevista reciente, para la televisión autonómica asturiana, la TPA, y vinieron la semana antes del referéndum del 1 de octubre, para un reportaje sobre la situación en Cataluña, y la periodista me comentaba que le costó convencer a sus jefes, porque le decían que el tema catalán ya no vendía, y le comenté, Mira, el 2 de octubre se va a despertar España y se va a enterar del problema que tenemos aquí. Y parece que, en efecto, el 2 de octubre repitieron el problema. Y es ahí donde entra la bandera española, que se transforma en el símbolo de la resistencia frente al desafío que plantean los nacionalistas, no solamente a España sino también a la democracia, y para eso fue definitivo lo que sucedió el 6 y el 7 de septiembre, cuando se vio que en el parlamento de Cataluña se saltaban todas las reglas, y es ahí cuando la bandera recupera vitalidad como símbolo que represente a todos los españoles, algo necesario».
La contemplación de los muros de la Facultad, repletos de pintadas revolucionarias, provoca una suerte de extrañeza. A mitad de camino de la liturgia de la intifada y los muros de Belfast, contrastan vivamente con la opulencia de las marcas y el gusto por el diseño que exhiben los estudiantes. Los mismos que, al decir del empleado de un negocio en el interior del campus, lograron que cerrara una de las sucursales bancarias del lugar. «Acabaron cansados. Les rompían las lunas todos los días y al final se han ido». A continuación explica que, más allá de la revolución, los chavales parecen divertirse. «No veas tu las fiestas que hay aquí. Las juergas que se corren». Detecta el viajero un poso de melancolía en la voz de su interlocutor. Ya que no productiva, ni respetuosa con las normas de convivencia ni, mucho menos, atenta a los marcos legales, esto de jugar a la revolución parece una cosa de lo más entretenida.
Le reconocemos al profesor Arenas nuestra extrañeza respecto a la iconografía del Proceso, los grandes y vistos murales que jalonan los edificios universitarios, esa sensación como de pasear por un decorado entre la revolución de Octubre y el cartonaje posmoderno. La desasosegante evidencia de que en Cataluña la ideología más repudiada por la Europa ilustrada, el nacionalismo, goza de un prestigio libertador. Como si el nacionalismo, y su inevitable motor, la xenofobia, no fueran la quintaesencia del pensamiento reaccionario. «Se trata de un problema nominal. En Cataluña es típico que te digan que Ciudadanos es el partido más de derechas, el de más de izquierdas la CUP y Convergencia, cuando existía, estaba en el centro. ¿Por qué? Porque estaba por la autonomía. No entendían que la posición en materia territorial no determina la posición en el eje derecha, izquierda, que eso tiene que ver con las opiniones respecto a la educación, la sanidad, los servicios públicos y la libertad de empresa, etc., pero aquí se ha conseguido que la gente asumiera que la diferencia entre derecha e izquierda la marca, únicamente, la cuestión territorial.De tal manera que si tú, por ejemplo, estás a favor de la racionalización de las competencias de las comunidades autónomas, eres automáticamente de extrema derecha, pienses lo que pienses de cualquier otra cosa, y claro, esto dificulta el análisis de los temas. Al final es un problema de nominalismo. Por ejemplo, el programa del PSC es más nacionalista que el que llevaba CIU en el año 2000, pero... de todas formas vamos a una época en la que estas etiquetas van a perder peso, y analicemos la realidad política a partir de parámetros mucho más flexibles.
Ha hecho daño la patrimonialización del término izquierda por unos partidos que se han negado a hacer ninguna crítica al nacionalismo, o que como mucho han jugado a la equidistancia».
Quizá convenga asumir que lo ocurrido en España, y concretamente en Cataluña, bordea el surrealismo. Para el profesor Arenas, «la condición de ciudadanos de un país democrático, la responsabilidad que supone la ciudadanía, me temo que no está muy asumida en España. No quiero decir que tengamos mentalidad de súbditos, pero tú tienes que sentirte responsable de tu comunidad, y esto de asumir que esto es nuestro, y que podemos y debemos protegerlo, cuidarlo y mejorarlo, no lo tenemos completamente asumido». O sea que todos tenemos parte de culpa. «Por supuesto, y además, por otro lado la idea de España como comunidad política no se ha cuidado en absoluto. Todas las comunidades políticas necesitan tener símbolos, historia, lazos, es inevitable, y en España no lo hemos hecho, y al mismo tiempo contamos con una fuerza centrífuga, las comunidades autónomas, en las que esto sí se ha hecho. Es decir, han usado los mecanismos tradicionales de construcción de la nación, la escuela, la intelectualidad, los medios de comunicación, para potenciar, no la identidad española, sino la identidad local, y es lógico, no puedes evitar que pase, cuando creas un centro de poder este tiende a autojutificarse, es inevitable, y ojo, no pasa nada, los estados federales funcionan, excepto, claro, si desde el centro de la comunidad política no estamos atentos y no reforzamos los lazos comunes y ver cómo todo puede ser armonioso, y para eso es necesario que desde el Estado haya una política clara de las ventajas que tiene España como comunidad política en la que conviven por una parte las comunidades autónomas y por otra los ciudadanos, porque España no es una asociación de comunidades autónomas, no lo es, España es un conjunto de ciudadanos que se organizan en estructuras comunes, el Congreso, el senado, etc., pero como la estructura central no veló porque los comunes fueran visibles y que todos los compartieran». Sin olvidar, añadimos casi a punto de despedirnos, la indiferencia, cuando no la complicidad, de los gobiernos nacionales: «Es que los gobiernos en España se han apoyado en los partidos nacionalistas, han hecho la vista gorda sobre muchísimos temas, y eso al final se vio clarísimamente en la crisis del mes de octubre, cuando se comprueba que el Estado prácticamente había desaparecido de Cataluña. No tenía apenas medios para pararlo. No sé, cuando salió el tema de los mil heridos, y claro, los datos de la sanidad los controlaba la Generalidad, y eso por no hablar de la escuela y del adoctrinamiento, que se hizo la vista gorda».
Ya de vuelta al coche, mientras dejamos atrás las pintadas favorables al secesionismo, masticamos las palabras del profesor, que confiesa que nunca se sintieron abandonados. Otra cosa es que existe cierta tendencia desde Madrid, no la ciudad, más bien el territorio simbólico, a creer que entienden, o entendían, mejor Cataluña que los que estamos aquí. Hemos tenido que aguantar a gente que nos trataba de explicar lo que vivíamos, que decía que nos faltaba la perspectiva general, y en general ha habido muy poca confianza en la gente que está en Cataluña a la hora de analizar lo que estaba pasando y las soluciones que se necesitaban».
En absoluto pretende el viajero que un paseo en coche alquilado, recién aterrizado de Nueva York y con el jet lag adosado al cerebro, sirva para otra cosa que una polaroid urgente, fragmentaria e injusta. Pero la fragmentación tiene su aquel. Tampoco sería la primera vez que a partir de un bocinazo periodístico, gracias a la visión forastera del recién llegado, afloren algunos detalles a tener en cuenta. Quién sabe si, también, una brusca pintura general que ayude a orientarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario