domingo, 24 de diciembre de 2017

Desprecio por la Historia

Desprecio por la Historia

En el periódico más influyente en las elites rectoras del país se publicaba días atrás -2 de diciembre- un artículo en su página más emblemática que bien pudiera considerarse como ejemplo insuperable del desprecio por nuestra historia reciente, tan lamentablemente generalizado en los cuadros dirigentes de la nación y en capas sociales muy extensas de esta. Para colmo de desdichas ni siquiera gran parte de los sectores ilustrados de la España de comienzos del siglo XXI constituye una excepción de tan pesarosa tesitura. Su “consumo” historiográfico es muy escaso y su provecho realmente desalentador.
Los ejemplos, se decía, son tan numerosos y expuestos en toda suerte de escaparates mediáticos y culturales que su recuento y crítica, bien sea grosso modo, son tarea casi benedictina y, además, según todas las trazas, de todo punto inútil.
Si del lado del anciano cronista se recala ahora en la reluctante labor de intentar desfacer algún entuerto, ello se debe primordialmente al relieve de la prestigiosa y celebrada tribuna en que, en la ocasión apuntada, se han exhibido los cedizos frutos de la dilatada postración en que el estudio de la historia nacional se halla sumido con responsabilidades políticas, educativas y sociales de toda laya.
Una personalidad descollante del pasado español más reciente es la que se ha visto en el trance antedicho por entero desfigurada en su biografía y papel histórico, envueltos en la polémica más estridente, pero no por ello menos relevante por sus cualidades y hondo amor a su patria, nacido en amplia medida de su cosmopolitismo acendrado –viajero y residente en varios países europeos y americanos –Méjico, en particular- y, por contera, dominador de varios idiomas…
Con tan envidiable trayectoria tan cimera personalidad no podía ser otra que la del médico grancanario D. Juan Negrín López (1892-1956) cuya evocación y estudio nunca cabrá calificarlos como extemporáneos, sobre todo, en la España actual, cuando las cualidades que esmaltaron su biografía tendrían que apreciarse y hasta enaltecerse de modo cuotidiano. Pero, naturalmente, con el respeto más venerado por su andadura científico-política así como de la España creativa, ebullente y trágica en que su mocedad y adultez transcurrieran. Lejos de ello, en el artículo aludido –con indudables méritos de escritura y muy plausible sentimiento de deuda y gratitud por los héroes cívicos de la contemporaneidad española- se descubre un ostensible desprecio por datos elementales del ayer hispano de la primera mitad de la centuria pasada. El ejemplo más saliente es el registrado en el siguiente párrafo (-el único traído a colación brevitatis causa-): “También ordenó la excarcelación de Serrano Suñer, cuando se encontraba preso y enfermo en la cárcel Modelo de Barcelona”. Ni con la imaginación más desbordada de los hodiernos tan afamados autores de novela “histórica” se podría reconstruir así un pasaje dramático de uno de los principales actores de la guerra y postguerra, de muy abundante literatura memoriográfica y también historiográfica… Si como concluía rotunda y certeramente la articulista “Conocer su vida (la de Negrín) es conocer un poco mejor la historia de España”, la empresa exige respeto y consideración hacia el viejo oficio de Clío, la más severa y acaso también más instructiva y aleccionadora de las Musas.

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