Bloqueo en Cataluña
Iceta exige que todos apoyen su investidura mientras reivindica su derecho a no apoyar a nadie
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Ciudadanos fue el último partido en llegar al 155 y, paradójicamente, será el primero en amortizarlo. A Albert Rivera y a Inés Arrimadas, que unos días antes de avalar el 155 como solución cautelar para Cataluña habían sido muy ambiguos y prefirieron idear una moción de censura contra Carles Puigdemontpara celebrar elecciones con urgencia, les va a salir redonda la jugada de desgaste del PP y de Mariano Rajoy. Arrimadas difícilmente podrá ser designada presidenta de la Generalitat, pero resulta muy meritorio obtener rédito electoral de un instrumento constitucional, el 155, del que Ciudadanos huía como del ácido sulfúrico.
En una paradoja similar vive Miquel Iceta. Exige que todos apoyen su investidura mientras reivindica su derecho a no apoyar a nadie. Iceta resucitará al PSC de sus cenizas habiendo sido un cooperador esencial del 155, pero haciendo creer a los catalanes que abominaba de ese artículo… Todo en Cataluña es tan contradictorio que aunque haya cuatro partidos que superen el 20 por ciento de los votos –Ciudadanos, ERC, Junts per Cataluña y PSC-, difícilmente el candidato de cualquiera de ellos será capaz de salvar el bloqueo de su hipotética investidura.
¿Y el PP? El autor intelectual y material del 155, el garante de la legalidad frente al desafío separatista más agresivo vivido en democracia, llega tarde a un análisis que, salvo sorpresas imprevistas en las urnas, acreditará que convocar elecciones el 21-D era prematuro y que el andamiaje de ilegalidades puesto en marcha por el separatismo no está, ni de lejos, desmontado con un mínimo de fiabilidad. El diagnóstico es preocupante porque la aplicación del 155 se ha convertido más en una coartada disuasoria sin tiempo real para surtir efecto que en un bisturí de precisión para la compleja cirugía requerida.
Habrá un vencedor en las elecciones, pero probablemente será lo de menos porque no será fácil que forme gobierno. Y si lo hace, será en virtud de malabarismos imposibles, sin autonomía de poder, quizás desde prisión, y sometido al síndrome de Estocolmo de una Cataluña secuestrada en la diabólica superación de su trastorno bipolar identitario. Sí, el diagnóstico es alarmante porque no es cierta la creencia de que hay dos «bloques» homogéneos en liza, el secesionista y el constitucionalista, basado cada uno de ellos en férreos criterios de lealtad interna. Los separatistas están tan enfrentados entre sí como los constitucionalistas. La gobernabilidad será trabajo para artificieros en Cataluña porque el 155 decaerá más pronto que tarde, y porque la fragmentación y los vetos previsibles convertirán cualquier solución pacífica en casi inviable.
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