jueves, 14 de diciembre de 2017

Morir por amar a España

Morir por amar a España

Los podemitas que ampararon al asesino de Víctor Láinez son odiadores henchidos de buena conciencia


Isabel San SebastiánSeguir
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Víctor Láinez había decidido lucir la bandera de España en los tirantes. Otros la hemos colocado recientemente en la fachada de nuestras casas. Es nuestra enseña nacional; un símbolo demasiado tiempo escondido por los complejos reinantes entre muchos de nuestros políticos. Es un emblema recuperado al fin para la vida pública, tras largos años de exilio, que los españoles exhibimos con orgullo creciente a medida que aumentan las ofensas que le infligen quienes han hecho del odio su oficio y de la mentira su negocio. Rodrigo Lanza, asesino (presunto) del compatriota zaragozano cobardemente abatido por manifestar de ese modo su amor a la bandera de todos, es un exponente claro de la ralea a la que me refiero.
Ralea de odiadores henchidos de buena conciencia son los podemitas que ampararon a este sujeto violento cuando cumplió su primera condena por dejar tetrapléjico de una pedrada a un guardia urbano de Barcelona que trataba de llevar a cabo un desalojo. Cinco años de prisión le cayeron. Poco, muy poco tiempo de reclusión, considerando que su víctima vive atada a una silla de ruedas. Por aquel entonces Pablo Iglesias se emocionaba (sic) al ver cómo la turba agredía a un policía antidisturbios de Madrid. Le conmovía esa "expresión de rabia", sabiamente agitada por él, y salía lógicamente en defensa del rabioso barcelonés venido de tierras chilenas, brindándole todo el apoyo de su formación política. También Ada Colau, actual alcaldesa de la Ciudad Condal formada en las filas de los movimientos antidesahucio, pese a no haber conocido la experiencia, hacía frente común con el agresor, llenando las redes sociales de mensajes de respaldo. No en vano el tal Lanza se ha dedicado a vivir del cuento en calidad de "okupa"; es decir, de gorrón con patente de corso. "Antisistema", se denominan los de su calaña, mientras ese sistema al que denuestan les da de comer, les educa y les cura cuando enferman, con cargo a los impuestos que pagamos otros trabajando. "Antifascistas", se autoproclaman, empuñando una barra de hierro para golpear por la espalda a un hombre cuyo "fascismo" consiste en llevar unos tirantes con los colores de la rojigualda. ¡Y no se les cae la cara de vergüenza! Ni siquiera ayer, a la vista de los hechos, tuvo el ayuntamiento podemita de Zaragoza la decencia de condenar sin paliativos lo sucedido. Se limitaron a deplorar "cualquier tipo de agresión", como hacían los batasunos y sus amigos peneuvistas cada vez que ETA "sacudía el árbol" con un atentado terrorista. Rechazamos la violencia "venga de donde venga", repetían. Cuñas de la misma madera podrida…
Lanza encarna, junto a sus valedores de extrema izquierda totalitaria, lo peor de una España minoritaria, resentida, envenenada de ira y de odio hasta el punto de matar por unos tirantes. Lo más siniestro de una patria grande que, pese a ellos, nos acoge a todos en libertad. De esta España escarnecida, amenazada, saqueada e insultada por muchos de sus propios hijos, mientras los demás, la mayoría, honramos sus emblemas y sus símbolos con la cabeza bien alta. En el extremo opuesto de la Nación se encuentra la mejor versión de sí misma. Instituciones como la Corona, las Fuerzas Armadas y los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, cuya labor ejemplar se inspira en un alto sentido del honor, en la vocación de servir y en la lealtad a esa bandera que simboliza, precisamente, lo que es y representa nuestra España. La de verdad.

Isabel San SebastiánIsabel San SebastiánArticulista de OpiniónIsabel San Sebastián

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