Odiar a Iceta
Seguramente le contempla como el candidato más verosímil, quizá porque es quien más propugna reconciliar al país, suturar heridas, recuperar la economía, superar el pasado
La mayoría de los indepes no odia. Pero sí alguno de sus dirigentes.
Como el que fuera president: derogó el Estatut; abrogó la Generalitat, no tuvo arrestos para adelantar las elecciones; traicionó la noche del 26-O a quienes había jurado convocarlas; se acoquinó porque algún niñato le llamó Judas obotifler; provocó que se convocaran mediante el 155; se escapó a Bélgica; abandonó a sus consellers en el umbral de la cárcel; escupió a la Europa a la que pedía ayuda y se rodeó el 6-D de los leones del Vlaams Belang, los ultras flamencos herederos del colaboracionismo con los nazis.
Este ex muy honorable (¡qué pena!, era un tipo majo), Carles Puigdemont, quien ostenta la “condición de prófugo, que no de exiliado” —como ha precisado Duran Lleida en La Vanguardia, 15/12— pretende recuperar la poltrona aunque pierda, en cuyo caso amenaza con deslegitimar unas elecciones en las que se espera la participación más masiva en décadas.
En realidad se considera presidente, pese a que destruyó la legalidad y la legitimidad de la institución que encabezaba. Contra todo estilo presidencial, brama incluso contra las pretensiones de quienes duermen en prisión: niega el pan y la sal de optar a la presidencia a su antiguo socio —y rival—, Oriol Junqueras.
Pero dedica su peor veneno al socialista Miquel Iceta. Seguramente le contempla como el candidato más verosímil, quizá porque es quien más propugna reconciliar al país, suturar heridas, recuperar la economía, superar el pasado. Y además se rodea, no de ultras, sino de democristianos catalanistas.
Puigdemont se añade a la campaña de descrédito que los fachas lanzan en las redes. Dice de Iceta que va “de vergüenza en vergüenza hasta la indignidad final”, al confundir sus frases con la crítica de otro dirigente según la cual antes de cerrar las heridas hay que desinfectarlas: urgen ambas tareas.
No le perdona que albergue, como Azaña, ideas más o menos bien formuladas de “paz, piedad y perdón”. Le llama “Miquel 155 Iceta” por apoyar la convocatoria electoral que él traicionó. Le retrata “escondido” en días clave: él, que se ocultó en un maletero para huir. O “comiendo paellas”: él, que se pasa el tiempo jaleando espectáculos deportivos. Hay odios que iluminan la calidad ajena.
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