Psicología
del corrupto: narcisista, «disfruta de lo robado y se jacta de sus hazañas»
ÉRIKA
MONTAÑÉSEMONTANES / MADRID
Día
11/11/2014 - 02.53h
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¿Qué
tienen en común las mentes de Jordi Pujol (CiU), Antonio Sánchez (UDMA) y
Francisco Granados (PP)? Especialistas se internan en las fechorías que
despiertan la indignación popular y aseveran que estas personas no tienen visos
de remordimiento
Psicología
del corrupto: narcisista, «disfruta de lo robado y se jacta de sus hazañas»
ABC
22
de septiembre de 2007: Oleguer Pujol Ferrusola contrae matrimonio con Sonia
Soms en una iglesia de San Francisco Javier de Formentera. De izq. a drcha.,
Marta Pujol Ferrusola, su hermano Oleguer, junto a los patriarcas de la familia
Jordi Pujol i Soley y Marta Ferrusola
Oleguer
y su padre Jordi Pujol i Soley, al frente del clan. Los patrones de Valdemoro,
Francisco Granados y su querido amigo David Marjaliza, al que no demostró tanto
afecto en sede judicial, culpándole de todo, como cabecillas» de los más de 50
detenidos en la «Operación Púnica». La lista de implicados que contienen los
«papeles de Bárcenas». El «EREGate» con dos expresidentes de la Junta andaluza
en la picota y otros 227 encausados. La metida de mano de sindicatos como UGT
en cursos de formación. Los despilfarros acuñados por los poseedores de las
fatuas tarjetas opacas de Caja Madrid... Los casos de corrupción en los
partidos y entidades no se hacen sombra entre sí. Todos suman. Ahora mismo en
España hay 1.900 personas imputadas, al menos 170 condenados en más de 130
causas. Escandalizan y avergüenzan por igual al ciudadano de bien, que se hace
dos preguntas: ¿qué tienen esas personas para hacer lo que hacen sin que el
peso de la conciencia les haga mella?
Esa
lista de corruptos en España está repleta de nombres conocidos y otros
anodinos. Pero, ¿comparten algo en sus mentes y acciones? ¿Qué tienen en común,
por ejemplo, un regidor como lo era de Serranillos del Valle Antonio Sánchez
Fernández (UDMA) con un expresidente de la Generalitat durante 23 años como
Jordi Pujol i Soley (CiU)?
La
psicología trata de esclarecer las artimañas que usan los ávidos de ambición y
dinero para no acusar la carga extra que supone la sapiencia de estar haciendo
algo ilegal. Varios expertos analizan para ABC.es esa mentalidad del corrupto y
tratan de dar respuesta a si abordan sus «andanzas» con una psique diferente a
la de la persona honesta.
La
doctora Isabel Pinillos es especialista en Psicología clínica y autora de
numerosos libros de divulgación psicológica, como «Talento para vivir» y «Te
mereces ser feliz». En el volumen que escribe al alimón con Antonio Fuster
«Guerreros de la Mente» (Editorial Grijalbo) explica el funcionamiento de
partes inconscientes de la psique y mecanismos mentales que se activan en procesos
como estos. «En general este tipo de personas suelen vivir tranquilas. Si son
personas sin patologías psicológicas, tienen mecanismos que les defienden de
notar emociones perturbadoras como la culpa a la vergüenza y de ser conscientes
de pensar aspectos de ellos mismos inaceptables desde la ética. Estos
mecanismos los tenemos todos y nos ayudan a vivir. Pero en estos casos su uso
ayuda a los corruptos a cometer y mantener sus actos delictivos», desgrana. Son
los mismos mecanismos mentales de otros procesos vitales, coteja la doctora,
como los que ayudan a la persona a prepararse «para superar un duelo como a
realizar acciones negativas» sin que se sienta mal por ello, «ya que al
suprimir la conciencia de delito o la culpa, mantienen la conducta delictiva»,
añade Pinillos.
Sobre
Pujol, un experto dice: «Le conviene confesar, pero no le afecta en absoluto»
Aunque
la doctora discierne: «Pero también estas acciones delictivas pueden ser
realizadas por personas con ciertos rasgos o trastornos de la personalidad
caracterizados por la ausencia de sentimientos de culpa o empatía o cuyos
valores están fuera de los valores sociales al uso».
En
opinión del psicoterapeuta y escritor Luis Muiño, el peso de la conciencia en
estas personas no existe. «Se consideran por encima del bien y del mal, como
diría Nietzsche. No tienen la escala común de valores que tiene el ciudadano.
Duermen tranquilos, vamos, no muestran signos de arrepentimiento ni de culpa,
sin atenerse a la norma moral del resto, que además consideran que la moral es
la del perdedor y los mediocres. Es más, justifican sus actos». No muestran
pesar, no comparten un sentido de la ética común: «Son muy ególatras,
tremendamente narcisistas, consideran que están por encima del resto, y esta
característica es la misma que en el caso de los estafadores y los asesinos en
serie».
Interpelamos
por uno de los casos más llamativos y que a la doctora Pinillos reconoce le
pareció menos soslayable que otros: el de Jordi Pujol, «una persona que ha sido
un referente social y que durante años ha estado burlando las normas de esa
sociedad de la que era un personaje relevante». Una vez que confesó el pasado
25 de julio haber defraudado al fisco durante décadas, ¿pudo sentir alivio, o
cuál es el mecanismo de reacción psicológica que entra en actividad ante una
confesión pública de esta índole? No, a juicio de Muiño, para quien la
confesión es meramente funcional. «Les conviene confesar, pero no les afecta en
absoluto. No necesitan contarlo porque se sientan culpables; sino que lo ven
como una interrelación con los normales, los mediocres. ¿Para interaccionar, me
viene bien o mal?» y obran en consecuencia.
Responde
Pinillos: «El alivio lo sentiría alguien que tiene sentimientos de culpa y
sufre por ello, aspecto que no suele darse en estos casos, por distintos
motivos. Alguien con una personalidad normal puede sentir vergüenza al ser
puesto al descubierto el delito, como a veces observamos, cuando se esconden y
tapan para no ser vistos en los medios. Con respecto a las personalidades
psicopáticas, antisociales o narcisistas, lo que pueden sentir son emociones
negativas de rabia, temor, ya que al carecer de moralidad o tener otro tipo de
valores, no sienten alivio al no sentir malestar antes».
Entonces,
internamente, personas como el anciano Pujol, ¿habrían llegado a olvidarse de
su delito, lo llevaba con serenidad o todo lo contrario? Dice Isabel Pinillos,
también docente: «Lógicamente tiene que afectar a todo imputado. Es esperable
sentir temor ante las consecuencias que se pueden derivar de la aplicación de
la justicia. El grado de estrés que siente cada uno, al igual que en cualquier
otro problema en la vida, depende de la magnitud de las consecuencias y de los
recursos físicos, sociales y emocionales que cada persona tenga para afrontarlo».
«Internamente, siempre lo llevan con serenidad estas personas», completa el
psicólogo Muiño.
«Creen
que no van a ser descubiertos»
«Tiene
mala pinta», recogen las escuchas de la investigación policial como últimas
palabras telefónicas que pronunció Francisco Granados cuando fue alertado de
que los agentes husmeaban sus operaciones, sus macrofiestas y cacerías y sus
movimientos bancarios de los últimos años. Es la aislada reacción temerosa que
se tiene de un político que durante años clamó contra la corrupción en las
filas de los partidos y presumió de no robar dinero. A preguntas como si él y
los demás corruptos pueden disfrutar de ese dinero sin remordimientos ni miedo,
la doctora Pinillos es contundente: «Creo que disfrutan sin remordimientos y
además creen que no van a ser descubiertos. En muchos casos hablan jactándose
con otras personas de sus hazañas, a pesar de que muchos han sido descubiertos.
Racionalizaciones como "los demás no lo hacen porque no pueden" u
otras les ayudan a justificarse ante ellos mismos y el hecho de estar un largo
tiempo, sin ser descubiertos, favorece la extinción del miedo». El hecho de
«creerse invulnerables» ayuda a que persistan sus delitos, alega.
Isabel
Pinillos: «La ocasión hace al ladrón. No hay delito sin oportunidad»
De
ahí que la aseveración consiguiente no sorprenda: «En la conducta delictiva
influyen factores sociológicos y psicológicos. Por un lado, es el reflejo de la
sociedad, donde cada vez es más frecuente observar la corrupción en los
políticos, que además no tienen un castigo ejemplar. Se observa que pasan unos
años en la cárcel y luego disfrutan de ese dinero el resto de la vida. Por otro
lado no hay delito sin oportunidad. Se dice que la ocasión hace al ladrón»,
desgrana la psicóloga consultada por este periódico. Y prosigue: «Esto se puso
de manifiesto en un estudio en EE.UU. sobre la educación del carácter durante
los años 20. Se ponía a los niños en una situación donde podían mentir, engañar
o robar y se observó que pocos se resistían a estas conductas. La conducta
delictiva, a nivel psicológico, depende de varios factores como son los
pensamientos y las elecciones, las recompensas, la personalidad, el aprendizaje
y las creencias y expectativas. En otro estudio se repartieron unos sobres,
unos con dinero y otros con otra información, con las direcciones de los
destinatarios y se observó que los sobres con dinero se enviaban menos que los
otros sobres, lo cual indica que hay una reflexión antes de decidir la conducta
a realizar. Aunque obtener dinero es un refuerzo, una recompensa por sí misma
y, en este sentido, constituye una motivación obvia, la conducta puede estar
impulsada por otras motivaciones menos evidentes, inconscientes incluso para la
persona que la lleva a cabo. Determinadas carencias en necesidades psicológicas
básicas referentes al control, la seguridad o la autoestima pueden estar en la
base de estas conductas delictivas, como un medio de obtenerlas. Con respecto a
los estudios de las características de la personalidad de quien lleva a cabo
este tipo de delitos, algunos indican que no tienen defectos privativos estas
personas».
Abunda
la doctora: «Hemos de considerar el papel que tiene la oportunidad y el valor
del ambiente social y como dadas estas circunstancias, una persona puede sentirse
motivada para obtener dinero fácil y satisfacer otras necesidades como control
o autoestima. Por lo que puede ampararse en racionalizaciones y mecanismos de
defensa para llevar a cabo el delito y mantenerlo en el tiempo. Pero también
puede haber personas que tengan rasgos o incluso un trastorno de la
personalidad de tipo psicopático, antisocial o narcisista por ejemplo, que
facilita mas este tipo de conducta delictiva». En todo caso, la doctora aprecia
como inconveniente la expresión tan usual de que «todos los políticos corruptos
son iguales y evoca nuevamente su ejemplo anterior: «En la investigación citada
con los niños, ¡había alguno que no cedió a la tentación!». Esto es, decidió
decir la verdad.
Muiño:
«No pongo la mano en el fuego por un político por falta de medios de
protección»
En
cambio, Muiño cree que «sí es cierta la expresión cuando decimos que todos los
políticos corruptos son iguales. Si se llega a cierta corrupción en el sentido
psicológico, sí es aplicable a todos. Es más, en cierto modo, la corrupción los
iguala, porque son personas encantadas de conocerse. No se prevé quién va a ser
corrupto, aunque hoy por hoy no pondría la mano en el fuego por ningún
político, porque para llegar a ser un gran dirigente se dan muchas condiciones que
hacen que no te fíes. Sería necesario poner más medios de protección; de la
misma manera que los dueños de los supermercados no se fían de que nadie robe y
activan mecanismos de protección para evitarlo».
El
camino que va hacia la corrupción
En
el camino que va hacia la conversión de un «político elegido por el pueblo» a
«insolente corrupto y prevaricador que hace del nepotismo su "modus
vivendi"» hay un proceso que suele comenzar siempre por pequeños favores y
se va avanzando, cual piedras en esa senda, hacia la actividad ilícita de modo
reductible. Incide, en este aspecto, la doctora entrevistada: «El delito
necesita la oportunidad y esta oportunidad puede ser planteada de forma
sucesiva. Un comportamiento normal está guiado por una identidad y unos valores
propios que nos indican lo que no se puede hacer. Pero, dada la oportunidad,
hay una serie de factores que afectan a este comportamiento, dejando de lado
los valores del grupo y las normas internas; además de ciertas expectativas,
creencias y mecanismos de defensa se alían con el delito».
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