Divorcio permanente: España y Portugal
Martes 20 de marzo de 2018, 20:26h
Catedrático de Historia
Los cangilones de la noria del tiempo siguen impertérritos su curso, sin que mudanzas geoestratégicas, alianzas supra o intercontinentales y, mucho menos, declaraciones diplomáticas al más alto nivel y conferencias gubernamentales peninsulares de cadencia cronológica semirrígida y del mayor atrezzo mediático introduzcan, en verdad, mudanza alguna en una política gráfica e insuperable definida hace décadas como la de “espaldas voltas”… Imperturbablemente, la incuria continúa en sus estragos. En el postrer decenio ninguno de los libros aparecidos en tierras lusitanas de autor y materia relevantes tuvo el menor eco en la crítica o en la publicística española.
Asimismo, ningún foro o tribuna en verdad sugestivos y de verdadero interés intelectual o social de temática portuguesa se han celebrado en nuestro país durante idéntico periodo temporal. Con excepciones inevitables, las estancias universitarias de alumnos y profesores de la otra nación ibérica en suelo hispano no alcanzaron una cifra siquiera discreta. Alusiones, cotejos, inspiraciones y préstamos del pasado y presente lusitanos siguen arrojando en la colectividad un saldo aterrador por su exigüidad. Y no habrá seguramente en el ámbito de las artes y las letras españolas ámbito alguno en que no reine el silencio más denso y lancinante acerca de la presencia en él de motivos, obras y figuras del Portugal contemporáneo y también de su rico, incomparable ayer en la cantidad y calidad de las creaciones de su espíritu, raíz de una verdadera civilización ecuménica, que cimenta todavía porción muy considerable del prestigio e influencia de la occidental.
Ahondando la sima de tal distanciamiento, cuando ha no pocos años el sueño mágico y esplendente que los buenos ilusionados progresistas de mediados y finales del siglo XIX denominaron La Unión Ibérica como cifra y compendio de un venturoso porvenir de toda una acción política encaminada, ciertamente al logro de la empresa comunitarias más atrayente y quizás fecunda de la conciencia histórica de entrambos pueblos peninsulares, volvió, se decía, a encontrar eco en la opinión pública de a un lado y otro del Tajo, no pudo ser más desafortunado. El ímpetu expansivo de las grandes corporaciones bancarias españolas y de algunos otros organismos de fuerte potencia económica suscitó la alarma de influyentes sectores portugueses en los que la amenaza de una colonización del lado del país vecino nunca por desgracia desapareció.
Fantasmas, recelos, suspicacias, malentendidos, resquemores prosiguen empeñados en adoquinar el camino hacia un entendimiento auténticamente fraternal y positivo entre dos pueblos condenados a convivir estrechamente por razones de geografía e historia. Si hay dentro de esta un “destino manifiesto” sin duda es el de la unión o, cuando menos como alternativa no del todo pesarosa, la relación íntima entre las dos naciones de la Península Ibérica.
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