Las pensiones públicas y la democracia
Lunes 19 de marzo de 2018, 20:14h
Asistí el sábado pasado a las dos manifestaciones que hubo en Madrid por la defensa de las pensiones públicas. Sospecho que Rajoy no atenderá como se merecen estas protestas, entre otros motivos, porque ha supeditado la satisfacción de esas reivindicaciones a que la Oposición le apruebe los Presupuestos Generales del Estado. Seguramente, Ciudadanos apoye esa Ley, pero dudo de que lo hagan PSOE y Podemos… Por lo tanto, me temo que habrá que seguir protestando. Es lo que han hecho siempre quienes no se han dejado engañar por el juego subterráneo del PP y el PSOE sobre tan transcendental asunto social y político. Los grandes partidos políticos han ocultado un problema clave del desarrollo de España: sin pensiones decentes de jubilación es imposible hablar de una democracia desarrollada. Nunca se atajó este problema con determinación y honradez por parte de los políticos del PSOE, entre 1982 y 1996, tampoco los gobiernos del PP, presididos por Aznar, hicieron algo sólido para asegurar pensiones dignas al grupo social que más había hecho por traer la democracia a España. De Zapatero y Rajoy mejor ni hablar, porque entre las cajas de ahorros, casi todas al servicio del PSOE y el PP, o sea de la casta política, y los jubilados es obvio que optaron por blindarse ellos mismos.
Por lo tanto, ni Pacto de Toledo ni otras garambainas van a servir para rectificar mi juicio. Desde 1982 hasta hoy, el sistema, o mejor, la caja de las pensiones públicas para pagarle a nuestros jubilados fue esquilmada por los políticos…Todo, sí, ha sido decadencia, engaño y robo contra los jubilados de este país. Recuerdo ahora la reforma Almunia, allá por la prehistoria del primer Gabinete de Felipe González, en 1982. Este personaje, entonces Ministro de Trabajo, marcó la pauta de la “miserabilización” del sistema de pensiones que ya venía del franquismo… La “miserabilización” fue en primer lugar intelectual. Se empobreció, sí, un concepto grandioso, a saber, las pensiones, que no eran sino el resultado de un pacto de solidaridad entre generaciones, pasó a ser una simple acumulación de dinero que recibiría uno cuando ya no fuera apto para trabajar. La catástrofe tenía que llegar. La crisis económica de los últimos ocho años, donde populares y socialistas han preferido ayudar antes a los “banqueros” no profesionales, es decir, a las elites políticas, sindicales y patronales, que a los jubilados, ha terminado por dar la puntilla a nuestro sistema de pensiones.
No hay, pues, otra solución que seguir protestando, porque las elites políticas pervirtieron, durante los últimos cuarenta años, un concepto clave del Estado Social, a saber, reducir el sistema de pensiones a una simple caja de ahorros. O nos tomamos en serio que el sistema de pensiones es, por encima de consideraciones pragmáticas, un pacto de solidaridad entre generaciones, o esto no tiene arreglo; o aceptamos que mientras uno está en activo se compromete a pagar las pensiones de sus mayores o esto no tiene remedio. Esa es la causa profunda por la que han salido la calle cientos de miles de personas. Se han manifestado por mantener un eje clave del sistema democrático: un pacto de solidaridad entre generaciones. Se equivocarán, pues, los políticos de La Moncloa y del Congreso de los Diputados, si creen que esa causa pronto desaparecerá. Este movimiento de jubilados dará mucho que hablar. No pasará pronto. Las personas que se han movilizado no lo han hecho por una cantidad de dinero sino por defensa de la dignidad de todo el sistema democrático. Este “movimiento” no lo controlan los partidos ni los sindicatos. Va más allá, porque surge de las entrañas de un par de generaciones que se consideran humilladas por el Gobierno y, además, sienten miedo de que las próximas generaciones pierdan todo aquello por lo que ellos lucharon.
Harían bien en tomar nota todos los diputados de las movilizaciones del sábado. Quienes salieron a la calle, sin duda alguna, eran los mismos que nos manifestábamos en los últimos años del franquismo y los primeros de la democracia. Había en la calle gente de casi dos generaciones diferentes. Eran las mismas personas que votaron al PCE, en 1976, al PSOE, en 1982, y después al PP, en 1996. Eran los mismos que salimos contra el 23-F, contra la OTAN, contra el terrorismo de ETA, contra el 11-M y contra las leyes zarrapastrosas de Zapatero… Sí, sí, todos los que nos manifestábamos contra todas esas cosas, salimos a la calle para pedir pensiones dignas. Allí estaba lo mejor de España. A esos ciudadanos se les ha pedido mucho y ellos se han sacrificado por todo, pero, por desgracia, no ha recibido casi nada. Trajeron la democracia y han dado todo por ella, pero ahora sienten la ingratitud de un gobierno que les promete subidas de uno o dos euros en sus pensiones. Terrible. No queda otra que seguir en la calle protestando por unas pensiones dignas y por un futuro de jóvenes que vivan mejor que sus padres. Este movimiento de protesta, cuya singularidad española no debería pasarse por alto, no será evanescente. Durará, sencillamente, porque los que salimos a la calle tenemos experiencia en eso de “protestar para sobrevivir con dignidad”.
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