sábado, 7 de abril de 2018

Desde la atalaya de sus noventa dan hoy aquí un par de lecciones

¿Trastos viejos?

Desde la atalaya de sus noventa dan hoy aquí un par de lecciones

Luis Ventoso
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Siempre se dijo que alcanzada la ancianidad el cerebro perdía su capacidad de generar nuevas neuronas. El declive mental parecía imparable. Pero un estudio de la Universidad de Columbia publicado en la respetada revista científica «Cell Stem Cell» concluye lo contrario, que una mente escondida bajo un pelo blanco y un rostro arrugado también puede seguir produciendo neuronas frescas si se la ejercita con estímulos intelectuales. La investigación ayuda a cuestionar una de las sandeces de nuestro tiempo: arrumbar a los viejos como trastos inútiles, despreciar la experiencia y divinizar la efebocracia. Esa tendencia la ha simbolizado acusadamente la mal llamada Nueva Política, que sin atreverse a explicitarlo en alto venía a concluir que un político sin canas será siempre mejor que uno con ellas.
La juventud es la edad más creativa. Todos los hitos de la física y las matemáticas suelen producirse antes de la cuarentena. Einstein publicó su Teoría de la Relatividad con 26 años y Grigori Perelman resolvió a los 37 la llamada Conjetura de Poincaré, uno de los Problemas Matemáticos del Milenio. La cabeza nunca vuelve a refulgir como en la veintena. Pero sería absurdo concluir, como hoy se hace, que la juventud es la edad más sabia. De chavales nos falta el fondo de armario de la experiencia y nos pierde la intemperancia, que a veces toma la forma de una soberbia altiva y carente de elementos de juicio.
En la estetizante película «La Gran Belleza», un festín barroco que recupera esta noche La 2, el veterano y encantador dandy Jep Gambardella suelta esta contundente frase: «El descubrimiento más consistente que hice al cumplir los 65 años es que ya no puedo perder el tiempo haciendo cosas que no quiero hacer». El gran mundano señala así dos rasgos aparejados al envejecimiento: la sensación de finitud, de que el tiempo se acaba, y la creciente falta de paciencia para las gilipolleces ajenas. En las páginas de ABC Cultural puede asistirse hoy al deleite de ver a dos curtidos mundanos y estupendos artistas aventando sus opiniones con el saber y la libertad plena que da el hollar la frontera de los noventa años. El actor asturiano Arturo Fernández peina 89 tacos. Tendemos a tomárnoslo -injustamente- de coña, cuando es un maestro del teatro que ha logrado un imposible: crear un género que comienza y concluye en él mismo. Casi nonagenario, todavía sostiene la impostura risueña de que es un galán. Arturo da una lección de liberalismo. Se jacta de que en su carrera de empresario teatral no ha percibido una subvención. Ensalza los beneficios de la libre competencia y defiende su derecho a ser conservador. Además deja una maravillosa frase contra esa innecesaria regurgitación de odios añejos que se ha dado en llamar memoria histórica: «Debemos recordar la guerra civil para saber olvidarla». El otro maestro que se despacha a gusto es el escritor jerezano Caballero Bonald, penúltimo testigo de una escuela de castellano lírico en extinción. La lucidez de sus 93 años la manifiesta con las frases escuetas y certeras de quien no está ya para tonterías: «La nómina de mediocres encumbrados es una epidemia», lamenta. ¿Trastos viejos? No. Dos notables españoles.

Luis VentosoLuis VentosoDirector Adjunto

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