I. CAUSAS DE LA GUERRA
DE ESPAÑA.............................................................. 10
II. EL EJE ROMA-BERLÍN
Y LA POLÍTICA DE NO-INTERVENCIÓN........... 16
III. LA URSS Y LA
GUERRA DE ESPAÑA ............................................................
23
IV. LA REPÚBLICA
ESPAÑOLA Y LA SOCIEDAD DE NACIONES ................. 28
V. EL NUEVO EJÉRCITO
DE LA REPÚBLICA..................................................... 36
VI. EL ESTADO
REPUBLICANO Y LA REVOLUCIÓN....................................... 42
VII. LA REVOLUCIÓN
ABORTADA......................................................................
48
VIII. CATALUÑA EN LA
GUERRA ........................................................................
54
IX. LA INSURRECCIÓN
LIBERTARIA Y EL «EJE» BARCELONA-BILBAO .61
X. LA MORAL DE LA
RETAGUARDIA Y LAS PROBABILIDADES DE PAZ ..69
XI. LA NEUTRALIDAD DE
ESPAÑA..................................................................... 76
CONTRAPORTADA..................................................................................................
83
NOTA EDITORIAL
Este libro está compuesto por once artículos —que se publican, ahora, por
primera vez en España— escritos
por Manuel Azaña en Collonges-sous-Saléve, en 1939, y pensados para el público
internacional (el undécimo llegó a ser publicado en inglés con el título de
«Spain's Place in Europe. A Retrospect and Forecast», World Review, vol. VIII, n. ° 4, Londres, junio de 1939,
pp. 6-15).
El presidente Azaña no puso título a este conjunto de artículos que
aparecen agrupados en el volumen III de las Obras completas, de M. A., editadas en México, bajo el
epígrafe de «Artículos sobre la guerra de España».
Hemos preferido, aquí, dejar como título del volumen el que lo es del
primer artículo y que sí se debe al autor.
Esta edición respeta escrupulosamente la grafía del original exceptuando
las mayúsculas de palabras como «gobierno», «presidente», «ministro»,
«ministerio», que aparecen aquí con minúscula, de acuerdo con las tendencias
generales de hoy y con los usos específicos de esta editorial.
PRÓLOGO
Antonio Cánovas del Castillo y Manuel Azaña comparten la distinción de
haber sido los dos jefes del gobierno español más cultos, más conscientes de la
historia, de los siglos XIX y XX. Pero, mientras que Cánovas dedicó su talento
político a un proyecto calificado de «mal menor» —la creación de una oligarquía
civil, cuasi-parlamentaria, tras un período de inestable dictadura militar—,
Azaña dedicó su carrera política a la
creación de una república reformista y secular, basada en elecciones limpias y
en una administración no corrompida
En su calidad de jefe del gobierno de octubre de 1931 a
septiembre de 1933, guió el paso por las Cortes de las reformas más importantes
conseguidas por la efímera Segunda República: la separación de la Iglesia y el
Estado, la reorganización de las fuerzas armadas, un importante programa de
construcción de escuelas, la primera ley del divorcio de la historia de España,
el estatuto de autonomía de Cataluña y los tímidos inicios de una reforma
agraria que se necesitaba desde hacía tiempo y había sido aplazada numerosas
veces
Aunque no sentía un interés personal por las cuestiones
económicas, Azaña comprendió y apoyó a Jaume Carner e Indalecio Prieto en sus
esfuerzos por mejora rel funcionamiento de la banca española, defender el valor
cambiarlo de la peseta y, al mismo tiempo, combatir el paro y mejorar la
infraestructura económica de España mediante un programa de obras públicas.
Era un excelente orador, un sagaz conocedor de los abogados y
funcionarios de clase media que eran sus principales colaboradores yrivales y
un hombre en el que un elevado sentido de la ética personal iba unido a ideas
claras y muy pragmáticas sobre lo que era realmente posible en España
Amigos y enemigos por igual reconocían en Ataña al líder que de
modo más completo encarnaba el programa y el carácter de la mayoría
republicano-socialista de los años 1931-1933
Pero esa mayoría se desintegró internamente durante el año 1933 y
Azaña dejó la jefatura del gobierno cuando el presidente Alcalá-Zamora decidió
disolver las Cortes constituyentes en septiembre del citado año.
Durante los dos años siguientes Azaña, ahora en la oposición, siguió
siendo el portavoz arquetípico de la República reformista y brevemente, después
de la victoria electoral del Frente Popular en febrero de 1936, pareció que
Azaña iba a presidir de nuevo el gobierno y a reanudar el programa interrumpido
de 1931-1933.
Pero las revueltas de Asturias y Cataluña en octubre de 1934, junto con
la feroz represión que provocaron, habían cambiado por completo el clima
político.
La izquierda se reía de Azaña, al que calificaba de «Kerensky», de
estadista «con un brillante porvenir en el pasado».
La derecha se volvía cada vez más hacia los fascismos italiano y alemán
como «modelos» para la derrota del «bolchevismo» y el mantenimiento de los
privilegios tradicionales contra la reanudación del programa republicano de
reformas. Los diputados de derechas y los militares activistas empezaron a
tramar un pronunciamiento contra el gobierno del Frente Popular desde el primer
momento.
Los asesinatos y los intentos deasesinato se convirtieron en la
moneda común de la juventud militante, tanto de izquierdas como de derechas. En
tales circunstancias, ni Manuel Azaña ni nadie podía dirigir con éxito un
gobierno parlamentario.
Por si la confusión era poca, la nueva mayoría en las Cortes decidió
deponer al presidente de la República, al que acusaba de haber disuelto
«ilegalmente» las Cortes anteriores, ¡disolución que había llevado directamente
a la victoria del Frente Popular!
Para entender el tono agraviado y pesimista de los artículos que
se publican en el presente volumen, es necesario tener presentes las
circunstancias en las que Azaña pasó a ser presidente de la República y las
condiciones que restringieron su iniciativa mientras ocupó dicho cargo desde
mayo de 1936 hasta su dimisión en febrero de 1939, un mes antes de la rendición
definitiva del ejército republicano.
Al amparo de la Constitución de 1931, el jefe del gobierno
ejercía la autoridad ejecutiva y la iniciativa legislativa en su calidad de
líder de la mayoría en las Cortes. Éste fue el cargo que ocupó Azaña durante
los dos primeros años de la República y más adelante, brevemente, de febrero a
abril de 1936
El presidente de la República tenía responsabilidades
importantes, pero cuidadosamente limitadas. Podía «nombrar ydestituir
libremente» al jefe del gobierno de entre los líderes del partido la coalición
mayoritarios. Tenía poder consultivo en lo referente a la constitucionalidad de
los proyectos de ley. En teoría también podía vetar las leyes, pero, dado que
los monarcas españoles nunca habían ejercido el veto constitucional en el
período 1876-1923, no se esperaba que el presidente de la República ejerciera
el suyo.
En la primavera de 1936 la República reformista era atacada tanto por
la izquierda militante como por la derecha monárquico-fascista.
Después de la temeraria deposición del presidente Alcalá-Zamora, era
indispensable que el nuevo presidente de la República fuera un hombre de
moralidad y estatura reconocidas que encarnara el carácter político de la
República.
En épocas tranquilas las funciones del presidente de la República
eran principalmente simbólicas, pero en tiempos agitados su facultad de nombrar
y destituiral jefe del gobierno y sus opiniones consultivas sobre la
constitucionalidad revestían gran importancia
Al dejar la presidencia del gobierno para ocupar la de la
República, Azaña abandonó el liderazgo activo por el papel de símbolo y garante
de la legalidad republicana.
Azaña nunca tuvo la oportunidad de funcionar normalmente en calidad de
presidente de la República, como tampoco la había tenido de ejercer con
normalidad el cargo de jefe del gobierno en la primavera de 1936.
A él le hubiera gustado nombrar a Indalecio Prieto, el más prestigioso
de los parlamentarios socialistas y uno de los pocos líderes que advertían de
forma enérgica y repetida del peligro de un levantamiento militar. Pero el
partido socialista se hallaba fatalmente escindido entre los partidarios de
Prieto y los de Largo Caballero, que no estaba dispuesto a tolerar un gobierno
encabezado por Prieto. Así, pues, Azaña se vio obligado a depender de un
miembro decente y escrupuloso, pero poco distinguido, de su propio partido
republicano, Santiago Casares Quiroga.
Dos meses más tarde la sublevación de los generales Mola y Franco se
propuso destruir la República reformista y la Constitución. El pronunciamiento
fue derrotado, pero no por el impotente gobierno republicano, sino por los
sindicalistas, los socialistas de izquierda y los anarquistas, que hicieron
frente al mismo en las calles de Madrid y Barcelona.
Forzado por las circunstancias, Azaña se vio convertido en el símbolo
de la legalidad republicana destruida en un país dividido en dos mitades, una
de las cuales era una dictadura militar a la vez que la otra era escenario de
una revolución en parte anarquista y en parte socialista.
El fracaso del pronunciamiento había llevado a la guerra civil, la
revolución y la intervención internacional. Desde el principio Italia y
Alemania enviaron abundantes suministros —más adelante enviarían hombres— en apoyo del general Franco.
A partir de octubre de 1936 la Unión Soviética empezó a abastecer
al ejército republicano, mientras la política de no-intervención patrocinada
por Inglaterra y Francia obligó a la República a depender cada vez más de la
ayuda soviética durante los dos años y medio de guerra civil.
Dejando aparte las crisis emocionales que indudablemente sufrió
Azaña en diversas fases de la guerra, puede decirse con certeza que en todo
momento conservó su comprensión lúcida de la marcha de la contienda, su
decisión de restaurar la legalidad republicana en la zona del Frente Popular y
su convencimiento de que una paz tolerable sólo podría conseguirse si
Inglaterra y Francia ejercían presión sobre franco para que aceptase su
mediación. Aunque nunca fue admirador de Largo Caballero, y aunque acabó siendo
enemigo encarnizado de Juan Negrín, Azaña nombró y apoyó a esos dos jefes del
gobierno durante la guerra como claros representantes de la mayoría de las
Cortes y como los líderes más aceptables desde el punto de vista de la opinión
pública, en la medida en que era posible determinar ésta en plena guerra y
revolución.
Empujado por el pesimismo en lo que se refería a las perspectivas
militares del ejército republicano, así como por la desesperanza que en él
producían los sufrimientos de sus compatriotas de ambas zonas, es indudable que
Azaña abusó de sus prerrogativas constitucionales en su búsqueda de una paz
mediada. De acuerdo con la Constitución, la política exterior era competencia
del jefe del gobierno y no del presidente de la República. Pero en mayo de 1937
Azaña envió un mensaje personal a Inglaterra cuando Julián Besteiro representó
a España en la coronación del rey Jorge VI, y en varias conversaciones con
diplomáticos y periodistas expresó su parecer de que la mediación era
necesaria, mientras que el jefe del gobierno se comprometía públicamente a
alcanzar una victoria militar definitiva.
Los artículos que se incluyen en el presente volumen los escribió
Manuel Azaña., el ex presidente en Francia durante los meses que siguieron a la
derrota de la República y a la consolidación de la dictadura del general
Franco, que contaba con el apoyo del fascismo
Son la obra de un hombre que se sentía profundamente deprimido y
era completamente lúcido.
Fueron escritos con muy poca documentación a mano. Pero Azaña fue
siempre un diarista, un pensador y un conversador dado a la reflexión, un
lector atento e infatigable y un hombre que conocía la historia contemporánea y
la política mundial muchísimo mejor que la mayoría de los líderes políticos de
cualquier época. Tenía la virtud de la honradez y estos artículos me parecen
sumamente admirables por la ausencia de todo intento de manipular los hechos
con el fin de mejorar la «imagen» política del autor.
Me gustaría comentar brevemente los artículos, dando por sentada su
fiabilidad general como documentos históricos y concentrándome en las
intuiciones y limitaciones particulares del presidente Azaña.
«Causas de la guerra de España» ofrece una visión global, desde
la época de la dictadura del general Primo de Rivera hasta el estallido de la
guerra civil, de la historia de España. Me parece una crónica muy digna de
confianza en lo que se refiere a su razonamiento de por qué la República llegó
cuando llegó, de las diversas formas de apoyo limitado y de resistencia que
encontró y de los logros de dicha República
Solamente discrepo cuando incluye la reforma agraria como una de
las «realizaciones principales» de la República
Debido a una combinación de problemas económicos reales y de
obstruccionismo legalista, en realidad sólo unas 10. 000 familias campesinas
recibieron tierra. De hecho, la falta de una reforma agraria significativa fue
uno de los grandes fracasos de la República
Al mismo tiempo quisiera llamar respetuosamente la atención sobre
la insistencia de Azaña en los conflictos internos de la clase media y la
burguesía como causas de la guerra civil. La mayoría de los autores que han
escrito sobre dicha guerra hacen hincapié en los conflictos de clase tal como
los veían los marxistas, los anarquistas y los fascistas
Azaña hace una distinción entre la clase media (profesionales
modestos, burócratas, comerciantes al por menor) y la burguesía (los grandes
propietarios y los capitalistas) y contrasta los que estaban preparados para
una sociedad secular y cierto grado de reforma social con los que rechazaban
toda disminución de los privilegios históricos de grupo.
Es muy posible que, en lo que hace al estallido de la guerra
civil, esa división fuera más fundamental que las huelgas y los lock-out o que las batallas
propagandísticas entre las organizaciones juveniles de izquierdas y de
derechas.
«El eje Roma-Berlín y la política de no-intervención» llama
discretamente la atención sobre varios puntos que no siempre se recalcan en la
literatura que se ocupa de la participación extranjera en la guerra civil: que
la intervención armada de las potencias fascistas tuvo lugar por invitación del
general Franco y que el éxito principal de las potencias del eje no fue la
ayuda militar directa que prestaron, sino su diplomacia, que aisló eficazmente
a la República.
En cuanto a la cuestión, tan debatida, de la retirada de las tropas
extranjeras, Azaña expone con precisión y amargura las diferencias de intereses
entre su gobierno y el de Gran Bretaña. «Para la República era cuestión de vida
o muerte que la intervención cesara antes de que sobreviniera una decisión
militar de la campaña... Al gobierno británico lo que en definitiva le
importaba era que los extranjeros no se quedasen en España por tiempo
indefinido. »
El artículo relativo a «La URSS y la guerra de España» es acertado en
lo que respecta a los motivos políticos y militares de la Unión Soviética como
potencia mundial, pero guarda un silencio absoluto sobre las «purgas»
estalinianas de 1936-1938 y su extensión a España.
El mismo silencio aparece en «La insurrección libertaria y el
"eje" Barcelona-Bilbao», donde el autor comenta los sucesos acaecidos
en Barcelona en mayo de 1937 sin mencionar una sola vez la desaparición de
Andreu Nin, las acusaciones de colaboración «trotskista» con los fascistas que
se lanzaron contra el POUM, etcétera
Se me antoja muy improbable que Azaña desconociera la
intervención directa de Stalin en la política de Cataluña y que ignorase
también la estructura delabastecimiento del ejército republicano. Azaña, por
supuesto, estaba completamente de acuerdo con las opiniones soviéticas en el
sentido de que la «seguridad colectiva» requería la cooperación leal de las
democracias occidentales y la Unión Soviética contra las agresiones del
fascismo, y que la situación objetiva de España no era nada favorable auna
revolución comunista.
Pero las «purgas» de Stalin, tanto en Rusia como en España,
fueron la razón principal que impidió que todos los diplomáticos occidentales,
así como muchos partidarios de la República española, creyeran que Stalin
estaba realmente dispuesto a apoyar a una República española democrática e
independiente
El orgullo que le inspiraba su propia independencia., la
insistencia en la naturaleza interna del conflicto español y la adhesión a la
política histórica de neutralidad de España debieron de contribuir al silencio
que guarda Azaña sobre las «purgas».
Los seis artículos (véanse los capítulos V-X) que tratan de problemas
políticos y morales internos de la zona republicana, poseen ciertos rasgos
comunes en lo que hace a su interpretación. Azaña critica siempre las
tendencias «centrifugas» en España. A su modo de ver, casi nadie daba su
lealtad principal al Estado republicano y a su ejército regular, que había sido
reconstituido penosamente.
La milicia anarquista anunciaba las condiciones en las que
lucharía y, en general, los oficiales no podían dar órdenes a las tropas
voluntarias, sino que, en vez de ello, tenían que recurrir a la persuasión. A
la mayoría de los vascos sólo les preocupaba defender sus propias provincias,
cosa que ocurría también en el caso de los catalanes. «Según la influencia que
han tenido en los gobiernos las sindicales o el partido comunista, así ha
crecido o menguado la afiliación de los militares en esas organizaciones.
El primitivo impulso político que llevaba a todos a combatir, se
convirtió en espíritu partidista» (p. 79)
Allí donde otros dirían que las masas urbanas salvaron a la
República de la insurrección militar los días 19 y 20 de julio, en Barcelona y
Madrid, Azaña escribe: «La amenaza más fuerte era sin duda el alzamiento
militar, pero su fuerza principal venía, por el momento, de que las masas
desmandadas dejaban inerme al gobierno frente a los enemigos de la República»
(p. 69).
Para él la revolución social no era un experimento admirable
aunque ingenuo de nuevas formas de solidaridad humana, sino un desastre de
ineficiencia, desorganización y violencia vengativa. Si los sentimientos
revolucionarios y regionalistas destruyeron el Estado republicano desde dentro,
la no-intervención selló su destino desde fuera. No fue sólo que en la práctica
la política de no-intervención impidió a la República comprar armas mientras
que las potencias del Eje abastecían a Franco sin interrupción ni obstáculo de
ninguna clase
Fue que la política de no-intervención negaba implícitamente la
legitimidad de la autodefensa de la República y con ello contribuyó a su
descrédito ante los ojos de la población española.
Finalmente, en vista de que con frecuencia se ha acusado a Azaña de
cobardía moral y de derrotismo total, vale la pena citar su definición, sin
mencionar nombres, de la diferencia que en 1938 había entre él mismo y Negrín.
Azaña escribe que el dilema de la República jamás fue «resistencia o
rendición».
Más bien consistía en la diferencia entre «resistir es vencer; la
resistencia es la única política posible» (Negrín) y«la guerra está perdida:
aprovechemos la resistencia para concertar la paz» (Azaña). Azaña, con su
lucidez de costumbre y su honradez fundamental, expone las alternativas en
términos sencillos, objetivos, impersonales. En su conjunto, estos artículos
hacen honor a su conocimiento, a su lucidez y a su honestidad.
GABRIEL JACKSON
Barcelona, enero de
1986
Manuel Azaña Causas De La Guerra De España