La Transición Política se fundamentó en el consenso.
En los años sesenta y setenta se
fraguó en España una nueva clase social destinada a servir de colchón entre los
escasos extremos existentes y buscaba definirse mejor por lo que rechazaba que
por lo que quería.
Coincidía en la necesidad de un
pacífico tránsito político que evitara poner en peligro lo que hasta entonces
ya se había conseguido.
Centrada en el presente buscaba
evitar contiendas ideológicas y revanchas con el inmediato pasado.
Su horizonte: caminar hacia un
futuro ya diseñado en las democracias europeas asumiendo sin ira el pasado.
El discurso del Rey, en su
proclamación ante unas Cortes todavía franquistas, habló una «nueva era» a la
que a todos son llamados, de libertades democráticas, de su deseo de ser Rey de
«todos los españoles», sin el menor reproche al pasado que hay que asumir como
tal y, sobre todo, de la necesaria concordia en el gran pueblo español para
mirar sin ira al futuro.
Esto despejó muchas dudas y
fue avalado por la Reforma que las mismas Cortes aprobaron y el pueblo pudo
asumir en Referéndum.
Todos tuvieron que ceder. Los de
antes y los de luego.
El pueblo soberano se organizó en
partidos y el 15 de junio de 1977 fue llamado a participar en las elecciones.
Y el pueblo acudió con muchas dosis
de ilusión y de esperanza. Había llegado el nuevo régimen de democracia. Una
sociedad ilusionada. Crédula de la bondad del cambio. Y el pueblo habló con voz
fuerte, pero serena.
¿Qué queda del consenso
inicial de la Transición?.
No serían pocas las causas que han
dado origen a la disolución del inicial gran consenso nacional. Entre ellas,
por su importancia, destacar:
1.- El actual desbordamiento,
personal e ideológico, del llamado Estado de las Autonomías muy lejano del
inicial legítimo reconocimiento de la diversidad regional en la unidad de la
Nación española.
Cada «Comunidad Autónoma» va por
libre y algunas de éstas incluso ignorando al Estado español y a la
Nación española, identificando lo diverso como diferencial en un proceso de
desguace de la unidad nacional y del Estado.
b) Otro similar desbordamiento: el
de los partidos políticos.
Dañando el funcionamiento de las
instituciones con pactos y componendas post-electorales que claramente desvirtúan
la voluntad del elector.
El consenso se ha roto mediante la
descalificación que no tiene sentido: ¡otra vez con la acusación de «facha» a
quien discrepa! Y en el seno de la familia o del claustro universitario, la
discordia sustituye al acuerdo pacífico, al necesario consenso.
c) Y, por último, como gran causante
de desacuerdo y prueba clara de revanchismo trasnochado, la aparición de eso
que llaman «Memoria Histórica».
Totalmente sesgada por pensar
únicamente en un bando en la guerra que se creía olvidada o, al menos, asumida.
Y que viene, a estas alturas, a resucitar rencores, abrir heridas y condenar
«culpables».
El tema es de suma gravedad y bien
merecería de serenos estudios que pusieran las cosas en su sitio y, sobre todo,
fueran estudios rigurosos, sin medias verdades y, por ello, en la línea de lo
que constituyó nuestra Reforma que con tanta fiesta celebramos en su día.
Los padres de esta desafortunada
desventura, están claramente frente a lo que un día deseara el Rey y también la
sociedad.
Un fatal palo al consenso, porque no
puede haber concordia de lo que sea fruto de la ira. De la ira, únicamente
nueva ira puede nacer. ¿Es eso lo que se quiere?
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