JUAN CARLOS GIRAUTA
Hoy un liberal español sólo puede creer
en la vieja escuela afrancesada que los pedagogos llamarían conservadora y los
Colau llamarían fascista
TIRANDO de jerga de la Transición, la
educación necesita una ruptura, no una reforma. Es sabido que Suárez trajo al
final lo segundo habiendo promovido lo primero. Ojalá suceda igual con la cosa
de Wert. Dicen los neolistos y sus epígonos de barra de bar que aquí cada
gobierno impone su modelo educativo, y que eso no puede ser. Pero lo que no
puede ser es contar siempre las cosas al revés. Desde el advenimiento del
felipismo, en el ramo sólo hemos tenido leyes socialistas. Cierto es que se
aprobó una en la segunda legislatura de Aznar. Tan cierto como que nunca se
aplicó; fue derogada tan pronto como Zapatero entró por la puerta del
sectarismo, digo palacio, con prisa digna de mejor causa.
Cree poseer el progre un derecho natural
a manejar la escuela, con independencia de las mayorías políticas. La larga
hegemonía en ese aparato de penetración ideológica y de formación de
conciencias ha sedimentado. Contra lo que pensará al inadvertido, nadie está
más lejos de la escuela ilustrada y del concepto de instrucción pública que la
izquierda española.
No sé si esto se puede salvar, pero la
escuela debería ser el lugar civilizatorio primero y el imperio de la igualdad
de oportunidades. Si no es así, se convierte en arbitrariedad e ideología,
manipulación y experimento. No sé Wert, pero hoy un liberal español sólo puede
creer en la vieja escuela afrancesada que los pedagogos llamarían conservadora
y los Colau llamarían fascista. Creo en el uniforme o en la bata, que colocan a
todos simbólicamente en el mismo punto de partida, asumiendo como ninguna otra
instancia la igualdad ciudadana ideal de los estados democráticos. Creo en la
tarima, en el trato de usted, en ponerse en pie cuando entra el maestro, por
fijar los roles y porque son recordatorios cotidianos de la existencia de una
jerarquía; la más justificada del mundo, la que garantiza el respeto a los
mayores y a los más sabios. Y a despecho de las previsibles acusaciones de
cafre reaccionario, hasta creo en la idoneidad de los símbolos nacionales en el
aula, con bandera y retrato del Rey. Y de vez en cuando, el himno. Soy
partidario pues de adoptar la naturalidad con que tratan sus símbolos los
países más libres del mundo, los que derrotaron al fascismo, mira tú por dónde.
Ignoro si Wert se ha ocupado de alguno
de estos asuntos. Sí sé que establece las reválidas, la imposibilidad de pasar
de curso con más de dos suspensos, unas materias troncales iguales para toda
España que incluyen la Historia, y unos criterios homogéneos de calificación.
Todo ello es acertado, como lo prueba el odio que el ministro despierta entre
los monopolistas educativos del retroprogrerío, en la secta de la igualdad de
resultados, capadores de intelectos, verdugos del mérito, destructores de
futuro, igualadores por abajo. Sobre lenguas hablo otro día.
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