miércoles, 22 de mayo de 2013

Polémica




Rescatar la escuela
JUAN CARLOS GIRAUTA
Hoy un liberal español sólo puede creer en la vieja escuela afrancesada que los pedagogos llamarían conservadora y los Colau llamarían fascista

TIRANDO de jerga de la Transición, la educación necesita una ruptura, no una reforma. Es sabido que Suárez trajo al final lo segundo habiendo promovido lo primero. Ojalá suceda igual con la cosa de Wert. Dicen los neolistos y sus epígonos de barra de bar que aquí cada gobierno impone su modelo educativo, y que eso no puede ser. Pero lo que no puede ser es contar siempre las cosas al revés. Desde el advenimiento del felipismo, en el ramo sólo hemos tenido leyes socialistas. Cierto es que se aprobó una en la segunda legislatura de Aznar. Tan cierto como que nunca se aplicó; fue derogada tan pronto como Zapatero entró por la puerta del sectarismo, digo palacio, con prisa digna de mejor causa.

Cree poseer el progre un derecho natural a manejar la escuela, con independencia de las mayorías políticas. La larga hegemonía en ese aparato de penetración ideológica y de formación de conciencias ha sedimentado. Contra lo que pensará al inadvertido, nadie está más lejos de la escuela ilustrada y del concepto de instrucción pública que la izquierda española.

No sé si esto se puede salvar, pero la escuela debería ser el lugar civilizatorio primero y el imperio de la igualdad de oportunidades. Si no es así, se convierte en arbitrariedad e ideología, manipulación y experimento. No sé Wert, pero hoy un liberal español sólo puede creer en la vieja escuela afrancesada que los pedagogos llamarían conservadora y los Colau llamarían fascista. Creo en el uniforme o en la bata, que colocan a todos simbólicamente en el mismo punto de partida, asumiendo como ninguna otra instancia la igualdad ciudadana ideal de los estados democráticos. Creo en la tarima, en el trato de usted, en ponerse en pie cuando entra el maestro, por fijar los roles y porque son recordatorios cotidianos de la existencia de una jerarquía; la más justificada del mundo, la que garantiza el respeto a los mayores y a los más sabios. Y a despecho de las previsibles acusaciones de cafre reaccionario, hasta creo en la idoneidad de los símbolos nacionales en el aula, con bandera y retrato del Rey. Y de vez en cuando, el himno. Soy partidario pues de adoptar la naturalidad con que tratan sus símbolos los países más libres del mundo, los que derrotaron al fascismo, mira tú por dónde.

Ignoro si Wert se ha ocupado de alguno de estos asuntos. Sí sé que establece las reválidas, la imposibilidad de pasar de curso con más de dos suspensos, unas materias troncales iguales para toda España que incluyen la Historia, y unos criterios homogéneos de calificación. Todo ello es acertado, como lo prueba el odio que el ministro despierta entre los monopolistas educativos del retroprogrerío, en la secta de la igualdad de resultados, capadores de intelectos, verdugos del mérito, destructores de futuro, igualadores por abajo. Sobre lenguas hablo otro día.

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