martes, 25 de junio de 2013

Fue tan sincero en ella que sus consejeros decidieron que no se publicara, porque «un presidente no puede ser tan sincero»



ADOLFO SUÁREZ GONZÁLEZ
 Recientemente el periódico ABC ha publicado una entrevista inédita que Josefina Martinez del Álamo realizó en 1980 al entonces Presidente del Gobierno Adolfo Suárez. Fue tan sincero en ella que sus consejeros decidieron que no se publicara, porque «un presidente no puede ser tan sincero».
La entrevista se había hecho esperar. Al iniciarla, Suárez le dice a la periodista: «¿Ve cómo por fin hablamos?... Yo cumplo lo que prometo. Podía usted confiar».
Ella le responde: «Nunca lo dudé. Siempre pensé que haríamos esta entrevista».
«¿Sí?....» le dice Suárez mirándola sorprendido. «¡Pues es toda una prueba de fe!». La entrevistadora anota, Suárez no sonríe. Parece asombrado de que alguien confíe en su palabra.

Él se muestra convencido de que los españoles no le conocen y expresa su intención de evitar ese desconocimiento, para ello piensa utilizar la televisión, porque sólo en ella « el es responsable de lo que dice, pero no es responsable de lo que dicen que ha dicho»..
Amargamente se duele de que algunos periodistas le pregunten sobre un tema político para tratar de convencerlo de sus posturas. Por eso les pregunta: «¿Ustedes, qué quieren: saber mi opinión o convencerme de la suya? », « si vienen a hacerme una entrevista, les interesará conocer mi criterio, supongo», « tendrían que escucharlo libre de prejuicios», luego “lo estudian, se informan y, si no les gusta, lo critican.. »..
Señala que con frecuencia los periodistas “sólo se tienen presentes a ellos mismos. Escriben para ellos mismos”, (…) “nadie intenta hacer una crítica objetiva de las actuaciones políticas, con independencia del partido que realiza la acción». «La prensa persigue intereses concretos (…), defiende las conveniencias de alguien que instrumentaliza a ese periodista. Y los periodistas se han convertido en correas de transmisión de los intereses de grupos determinados». «Hay excepciones, desde luego. Pero, por desgracia, esa es la tónica general».
Como ejemplo señala: «Esta tarde les decía a unos periodistas: ¿pero cómo es posible que tengan ustedes el más mínimo respeto a una persona que les cuenta lo que ha ocurrido, lo que se ha tratado en un consejo de ministros o en alguna reunión de naturaleza totalmente reservada? ¡Para mí, ese señor se habría acabado! (…) Pero ustedes colocan a esa persona en la punta de lanza de la popularidad... (…) Eso es deleznable... Y se está dando mucho en la política española».
(…) «...noto, además, que algunos periodistas no intentan obtener los datos necesarios para hacer una información exacta. He hablado de Autonomías con un grupo de periodistas. Y les he dicho: ¿ustedes se dan cuenta de que han desprestigiado totalmente el estatuto gallego? Les pregunto: ¿lo ha leído alguno de ustedes? Y no... ¿Y han leído ustedes el título octavo de la Constitución?... Y no».
Esos que opinan y no saben
«Y es más: me reuní con los intelectuales gallegos que habían criticado el Estatuto de Galicia. Los he llamado reservadamente. Los he invitado a almorzar. He ido con el estatuto y lo he puesto encima de la mesa: «Señores, vamos a mirar artículo por artículo dónde está la ofensa a Galicia...» ¡Y me confesaron que no lo habían leído!... Cuando todos ellos se habían manifestado públicamente en contra... (…).Yo repito a menudo que en España está ocurriendo un fenómeno muy grave: las cosas entran por el oído, se expulsan por la boca y no pasan nunca por el cerebro... casi nunca pasan por la reflexión previa». «Pero es un hecho que está ahí; que sucede. Y luchar contra ello es muy difícil... Yo he intentado combatirlo muchas veces... ¡Y así me va!»
«... Así me va... Soy un hombre absolutamente desprestigiado. Sé que he llegado a unos niveles de desprestigio bastante notables... he sufrido una enorme erosión».
Pero no puedo arreglar esta situación “utilizando los mismos procedimientos” de los que me desprestigian. “Yo sólo digo que me juzguen por mis obras. ¡Dios mío... que no son todas deleznables!».
«Desde luego, el 80 por ciento de lo que se escribe de mí no responde a la realidad... ¿Y qué voy a hacer? ¿Usted sabe lo que supone pasarse el día rectificando? ¡Es horrible! «Quién calla, otorga presidente», suelen decir los periodistas. Pero ustedes comprenderán que si alguien inventa una cosa, y la prensa la recibe como noticia y no la contrasta y la publica, yo no puedo dedicarme a desmentirla... Me faltarían horas para eso». «No se puede luchar contra la irreflexión. Es muy difícil que una persona asuma sus propios defectos. Y cuando se los dice alguien que además es presidente del Gobierno, creen que está buscando unos niveles importantes de aprobación personal». «No se le puede advertir a nadie: usted se equivoca porque no lee; usted se equivoca porque no estudia; no se informa de los hechos... Decir eso es muy grave».
«Nadie lo admite casi nunca. Consideran que es una ofensa personal. Y aumenta todavía el grado de irritación contra mí. He llegado a la conclusión de que es mejor callar. Y es lo que suelo hacer».

La primera obligación de un político “es no convertirse en un autómata. Tiene que recordar que cada una de sus decisiones afecta a seres humanos. A unos beneficia y a otros perjudica. Y debe recordar siempre a los perjudicados...»
«Otro requisito indispensable en un político es la capacidad para aceptar los hechos tal y como vienen, y saber seguir hacia delante. Nunca puede sentirse deprimido. Tiene que continuar luchando. Confiar en lo que siempre ha defendido y en los objetivos programados a largo plazo... Pasar por encima de las coyunturas. Porque, a veces, las circunstancias pueden desvirtuar el destino histórico de un país. Y es preferible decir sí a la Historia que a la coyuntura. Yo lucho, intento luchar, contra esas coyunturas». Esto supone “una gran tensión... Como nadar contra corriente (…) una tensión tremenda... hay que estar dispuesto a aceptar un grado enorme de impopularidad “.

«Yo no opino, como muchos, que el pueblo español estaba pidiendo a gritos libertad. En absoluto, (…) el pueblo español, en general, ya tenía unas cotas de libertad que consideraba más o menos aceptables... Se pusieron detrás de mí y se volcaron en el referéndum del 76, porque yo los alejaba del peligro de una confrontación a la muerte de Franco. No me apoyaban por ilusiones y anhelos de libertades, sino por miedo a esa confrontación; porque yo los apartaba de los cuernos de ese toro...» y  «Tuvimos que aprender que los problemas reales de un país exigen que todos arrimemos el hombro; exigen un altísimo sentido de corresponsabilidad. Y sin embargo, los políticos no transmitimos esa imagen de esfuerzo común... La clase política le estamos dando un espectáculo terrible al pueblo español».
“Somos los políticos. Los profesionales de la Administración... La imagen que ofrecemos es terrible... Vivimos una crisis profunda que no es, en absoluto, achacable al sistema político. Pero la democracia exige a todos una responsabilidad permanente. Si nosotros fuéramos capaces de transmitir al pueblo ese sentido de responsabilidad, si lo tuviéramos perfectamente informado, el pueblo español asumiría todo lo que supone la soberanía ciudadana».
«Pero le hemos hecho creer que la democracia iba a resolver todos los grandes males que pueden existir en España... Y no era cierto. La democracia es sólo un sistema de convivencia. El menos malo de los que existen».

«Mi mayor preocupación actual es la convivencia. La democracia puede ser más o menos buena, pero lleva en sí unos altos niveles de perfeccionamiento. Y la perfección máxima consiste en la convivencia perfecta. Hay que crear las condiciones necesarias para que los españoles convivan por encima de sus ideas políticas; que las ideologías no dañen las relaciones de amistad, de vecindad».
«Sé que es un objetivo posible; estoy convencido. Y si lo conseguimos, habremos hecho una labor histórica de primera magnitud. Por fin habríamos acabado con todas las previsiones de enfrentamientos históricos. La transición española dará un ejemplo al mundo».
«Que sean amigos personas de partidos diferentes, pero amigos. Que por la mañana puedan ir a votar juntos, y después sigan charlando y discrepen, pero civilizadamente. Que no traslademos al país nuestro rencor personal. Que no ahondemos con diferencias políticas las diferencias regionales y económicas que ya existen. Diferencias que, además, tampoco son insalvables... ese es mi auténtico objetivo. Esa sería mi compensación».

«Creo que la Historia de esta época sólo será objetiva cuando pase mucho tiempo. Pero ahora, de inmediato, se verá afectada por las propias posiciones personales. Yo escucho y leo muchas cosas que se han escrito en los últimos cuatro años... !Y hay una cantidad de inexactitudes y de errores de perspectiva!... Cualquiera sabe lo que dirá la Historia dentro de 30 o 40 años... Por lo menos, pienso que no podrá decir que yo perseguí mis intereses. Admitirá que luché, sobre todo, por lograr esa convivencia; que intenté conciliar los intereses y los principios..., y en caso de duda, me incliné siempre por los principios».

«Insatisfacciones... muchas. Ingratitudes, más bien diría que muchísimas... Bueno, ingratitud no es la palabra exacta, aunque las he recibido. Lo malo es la incomprensión. ¿Usted sabe las cosas que han dicho de mí? Personalmente me afecta poco lo que digan... pero me preocupo por mi hijos. Por si un día llegan a creer que su padre era todo eso que se escribe en la prensa.. “La incomprensión me ha producido ratos amargos, cansancios. Ha habido momentos terribles».
«Pero resisto. Yo suelo decir que me he empeñado en un combate de boxeo, en el que no estoy dispuesto a pegar un solo golpe. Quiero ganar el combate en el quince round por agotamiento del contrario... ¡Así que debo tener una gran capacidad de aguante!... »
«Es una imagen que refleja bien mi postura. Si en mis decisiones públicas hubiera un pequeño ingrediente personal —el más mínimo— derivado de las ofensas que he recibido, en ese mismo instante me marcharía. Porque estaría cometiendo los mismos errores que se han cometido históricamente. Caería en las equivocaciones de esos políticos que, por razones personales, llevaron a España a enfrentamientos muy graves».
«A veces cuesta un gran esfuerzo mantener esta actitud... A mí me han estado insultando de una forma tremenda... Y yo he seguido saludando con el mismo gesto, con la misma intención, hasta con el mismo afecto, a la persona que me insultaba...»

Ahora la periodista termina: “cuando yo, por compromiso y deferencia, le envié la trascripción de la conversación mantenida en la madrugada de Lima, sus consejeros dilucidaron y discreparon si se debería o no publicar,  triunfó el no «porque el presidente no puede ser tan sincero».
Pero el hecho es que había sido demasiado sincero. Y la entrevista quedó encerrada en un cajón.  Concluye, “reconozco que un presidente no podía ser públicamente tan sincero. Pero ahora también, cuando le llueven los homenajes y las nostalgias, creo que es bueno que quienes lo criticaban tanto, de los que se dolía, o todos los demás que apenas lo han conocido sepan cómo pensaba y cómo se sentía”.

Poco después de esta entrevista, Adolfo Suárez dimitió como Presidente del Gobierno. Han pasado muchos años desde 1980 y su “demasiada sinceridad” de entonces describe realidades y actitudes hoy vigentes.
Para muchos de nuestro presente, Adolfo Suárez sigue siendo un desconocido, a veces intencionadamente ignorado. El 9 de Junio de 1976, en un discurso sobre la Ley de Asociaciones Políticas en las Cortes antes de su elección, Adolfo Suárez citó unos versos de Antonio Machado.
...y permitidme para terminar que recuerde los versos de un autor español:

«Está el hoy abierto al mañana
mañana al infinito
Hombres de España:
Ni el pasado ha muerto
Ni está el mañana ni el ayer escritos».

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