Miguel de Unamuno. El Sol, 13 de mayo de
El comunismo no es, hoy por hoy, un
serio peligro en España.
La mentalidad, o, mejor, la
espiritualidad del pueblo español no es comunista.
Es más bien anarquista.
Los sindicalistas españoles son de
temperamento anarquista; son en el fondo, y no se me lo tome a paradoja,
anarquistas conservadores.
La disciplina dictatorial del
sovietismo es en España tan difícil de arraigar como la disciplina dictatorial
del fascismo.
Los proletarios españoles no
soportarían la llamada dictadura del proletariado.
A lo que hay que añadir que, como
España no entró en la Gran Guerra, no se han formado aquí esas grandes masas de
ex combatientes habituadas a la holganza de los campamentos y las trincheras,
holganza en que se arriesga la vida, pero se desacostumbra el soldado al
trabajo regular y se hace un profesional de las armas, un mercenario, un
pretoriano.
Los mozos españoles que volvían de
Marruecos volvían odiando el cuartel y el campamento.
Y el servicio militar obligatorio ha
hecho a nuestra juventud de tal modo antimilitarista, que creo se ha acabado en
España la era de los pronunciamientos. Y, con ello, la posibilidad de los
soviets a la rusa y de fasci a la italiana.
Y si es cierto que tenemos un
Ejército excesivo -herencia de nuestras guerras civiles y coloniales-, este
Ejército se compone de las llamadas clases de segunda categoría, de oficialidad
y de un generalato monstruoso.
Todo este terrible peso castrense es
de origen económico.
El Ejército español ha sido siempre
un Ejército de pobres. Pobres los conquistadores de América, pobres los tercios
de Flandes.
La alta nobleza española, palaciega y
cortesana, ha rehuido la milicia. Y ese Ejército formaba y aún forma -hoy con
la Gendarmería, la Guardia de Seguridad y hasta la Policía- algo así como
aquella reserva de que hablaba Carlos Marx. Son el excedente del proletariado a
que tiene que mantener la burguesía. El ejército profesional es un modo de dar
de comer a los sin trabajo. El cuartel hace la función que en nuestro siglo
XVII hacía el convento.
Pero ya hoy muchos de los que antes iban
frailes se van para guardias civiles.
No creo, pues, que haya peligro ni de
comunismo ni de fascismo.
Cuando al estallar la sublevación de
Jaca, en diciembre del año pasado, el Gabinete del Rey y el Rey mismo voceaban
que era un movimiento comunista, sabían que no era así y mentían -don Alfonso
mentía siempre, hasta cuando decía la verdad, porque entonces no la creía-, y
mentían en vista al extranjero.
Y ahora todas esas pobres gentes
adineradas y medrosas se asombran, más aún que del admirable espectáculo del
plebiscito antimonárquico, de que no haya empezado el reparto. Y los que huyen
de España, llevándose algunos cuanto pueden de sus capitales, no es tanto por
miedo a la expropiación comunista cuanto a que se les pidan cuentas y se les
exijan responsabilidades por sus desmanes caciquiles.
Añádase que en estos años se ha ido
haciendo la educación civil y social del pueblo. Es ya una leyenda lo del
analfabetismo.
El progreso de la ilustración popular es
evidente.
Y en una gran parte del pueblo esa
educación se ha hecho de propio impulso, para adquirir conciencia de sus
derechos. España es acaso uno de los países en que hay más autodidactos. Hoy,
en los campos de Andalucía y de Extremadura, en los descansos de la siega y de
otras faenas agrícolas, los campesinos no se reúnen ya para beber, sino para oír
la lectura, que hace uno de ellos, de relatos e informes de lo que ocurre acaso
en Rusia. «Temo más a los obreros leídos que a los borrachos», me decía un
terrateniente. Y en cuanto a la pequeña burguesía, a la pobre clase media baja,
jamás se ha leído como se lee hoy en España. Sólo los ignorantes de la historia
ambiente y presente pueden hablar hoy de la ignorancia española. Como tampoco
de nuestro fanatismo.
Porque, en efecto, si no es de temer hoy
en España un sovietismo o un fascismo a base de militarismo de milicia, tampoco
es de temer una reacción clerical.
El actual pueblo católico español
-católico litúrgico y estético más que dogmático y ético- tiene poco o nada de
clerical. Y aquí no se conoce nada que se parezca a lo que en América llaman
fundamentalismo, ni nadie concibe en España que se le persiga judicialmente a
un profesor por profesar el darwinisno.
El espíritu católico español de hoy,
pese a la leyenda de la Inquisición -que fue más arma política de raza que
religiosa de creencia-, no concibe los excesos del cant puritanesco.
Aquí no caben ni las extravagancias del
Ku-Klux-Klan ni los furores de la ley seca en lo que tengan de inquisición
puritana.
Ahora, que acaso no convenga en la
naciente República española la separación de la Iglesia del Estado, sino la
absoluta libertad de cultos y el subvencionar a la Iglesia católica, sin
concederle privilegios, y como Iglesia española, sometida al Estado, y no
separada de él. Iglesia católica, es decir, universal, pero española, con
universalidad a la española, pero tampoco de imperialismo. Se ha de reprimir el
espíritu anticristiano que llevo al episcopado del Rey y al Rey mismo a
predicar la cruzada.
Los jóvenes españoles de hoy, los que se
han elevado a la conciencia de su españolidad en estos años de Dictadura, bajo
el capullo de ésta, no consentirán que se trate de convertir a los moros a
cristazo limpio. Y en esto les ayudarán sus hermanas, sus mujeres, sus madres.
Y a la mujer española, sobre todo a la del pueblo, no se la maneja desde el
confesionario. Y en cuanto a las damas de acción católica, su espíritu -o lo
que sea- es, más que religioso, económico. Para ellas el clero no es más que
gendarmería.
Hay el problema del campo.
Mientras en una parte de España el mal
está en el latifundio, en otra parte, acaso mas poblada, el mal estriba en la
excesiva parcelación del suelo. El origen del problema habría que buscarlo en
el tránsito del régimen ganadero -en un principio de trashumancia- al agrícola.
Las mesetas centrales españolas fueron de pastoreo y de bosques. Las
roturaciones han acabado por empobrecerlas, y hoy, mientras prosperan las
regiones que se dedican al pastoreo y a las industrias pecuarias, se empobrecen
y despueblan las cerealíferas. Mas éste, como el de la relación entre la
industria -en gran parte, en España, parasitaria- y la agricultura, es problema
en que no se puede entrar en estas notas sobre la promesa de España
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