El problema del mantenimiento del castellano en
España, en todas las regiones que forman la trinidad de las que no usan la
lengua castellana como suya, está, pues, garantido con la enmienda que un grupo
numeroso de Diputados de distintos sectores de esta Cámara hemos sometido a
deliberación.
Diario de Sesiones, 22 de octubre de 1931
El Sr. Presidente: El Sr. Sánchez Albornoz tiene la palabra.
El Sr. Sánchez Albornoz: Quiero comenzar, Sres. Diputados, por declarar que esta enmienda no responde exactamente al pensamiento de ninguno de los firmantes, ni siquiera al mío (Rumores y risas.
El Sr. Sánchez Albornoz: Quiero comenzar, Sres. Diputados, por declarar que esta enmienda no responde exactamente al pensamiento de ninguno de los firmantes, ni siquiera al mío (Rumores y risas.
Sin embargo, todos hemos aceptado el texto de
la misma, con la mira puesta en el porvenir de la República y de España; hemos
cedido cada uno una parte de nuestras opiniones; hemos descendido de nuestras
posiciones ideales, porque, Sres. Diputados, se trata de algo trascendental
para la vida de España.
No nos hallamos en presencia de una de
tantas cuestiones como se han tratado y se han de tratar en esta Cámara en el
debate de la Constitución, referentes a la vida jurídica del nuevo Estado y de
la nueva sociedad que estamos organizando en estos días; emerge la cuestión de
la entraña misma del futuro de España.
Si nos equivocamos en cualquiera otro de
los temas aquí resueltos o que hemos de resolver, habremos hecho o haremos un
cieno daño a tal o cual ideal y, en último término, al Estado que estamos
formando; pero si nos equivocamos al resolver este problema, habremos hecho
un grave daño a la República y a España.
No creo que pueda ser sospechoso de
falta de fervor por Castilla y por España; cuantos me conocen saben hasta qué
punto vibra mi sensibilidad ante todas las cuestiones que afectan a Castilla,
ante todas las tradiciones castellanas, ante el pasado y el futuro de Castilla.
En esta misma Cámara he demostrado
ese interés y esa devoción y muchos saben también cómo constituye para mi una
pesadilla el recuerdo de la ruina de Castilla, por el abandono de las otras
regiones en el momento en que ella estaba sosteniendo una política, heredada
precisamente de la corona catalanoaragonesa.
Pero, a pesar de todo, estoy
satisfecho de haber puesto mi firma al lado de las de otros Sres. Diputados
castellanos y catalanes, para encontrar una solución a este problema
fundamental de las lenguas, porque estoy convencido de que en el problema de
las lenguas radica tal vez la clave de la futura organización de España; que en
el problema de las lenguas estriba la clave de los movimientos regionales que
han venido constituyendo la grieta de España, como se ha dicho con frase
gráfica por un escritor norteamericano.
Mientras nosotros no acertemos a
encontrar una fórmula que satisfaga por igual a todos, el problema de las
lenguas seguirá pesando sobre España y España seguirá en equilibrio inestable,
arrastrando esa pesadumbre de los problemas regionales que han constituido un
obstáculo para la Monarquía y que pueden constituirlo para la República.
Será vano que nosotros concedamos las
máximas autonomías a las regiones, que lleguemos a ser ultraliberales en el
establecimiento de las funciones de los órganos regionales, si nosotros dejamos
pendiente un hilillo, por leve que sea, que pueda parecer coyunda para el
futuro desenvolvimiento de esas lenguas vernáculas de las regiones hermanas de
Castilla.
Por eso, señores Diputados, todos
sabéis que llevo semanas preocupándome de resolver esta cuestión, de acuerdo
con los Diputados de las regiones, especialmente con los Diputados de Cataluña;
ellos saben hasta qué punto ha llegado en mí la tenacidad en la disputa con
ellos mismos, y mis compañeros de minoría, cuál ha sido mi constancia en la
defensa de mi pensamiento y de mis ideas a este respecto.
Algunos amigos catalanes, entre bromas y
veras han llegado a hablar de que se proyectaba en mí como una sombra del viejo
imperialismo de Castilla, deseando establecer también un nuevo imperialismo
castellano en los tiempos modernos.
Ni entonces ni ahora empuja la nave de
Castilla la más leve ráfaga de imperialismo; cuando el castellano triunfó en
las regiones hermanas de Castilla, no hubo disposición alguna que lo impusiera;
fue el genio de Castilla, movido entonces por los cerebros más fuertes de la
raza, el que determinó la adopción libérrima de nuestra cultura y de nuestras
letras por las regiones gallega y catalana (Muy bien.)
No me mueve, Sres. Diputados, un
átomo de imperialismo. ¿Para qué? ¿Qué podría importarnos a nosotros que
hablasen o no mañana el castellano cuatro millones de catalanes españoles, si
lo van a hablar cientos de millones de hombres a través de todos los mares y de
todos los continentes?
Porque, como decía Nebrija, la lengua
sigue al imperio y por los azares de la Historia (aunque yo no creo que el azar
presida la Historia), el castellano se ha difundido por todos los mares a todos
los continentes y cada año aumenta el número de las gentes que piensan,
sienten, sufren y aman empleando el verbo de Castilla. No puede, por lo tanto,
preocupar a ningún castellano el porvenir de nuestro idioma; el porvenir de
nuestro idioma está definitivamente asegurado en el mundo.
Algunos escritores catalanes hablan,
tal vez con gozo, de la posible dispersión de esa lengua en una serie de
lenguas diferentes, a través de todo el mundo en donde se habla nuestro idioma;
yo debo decir desde aquí, a Rovira y Virgili, que ha sostenido esta tesis, que
no olvide que en estos tiempos la Imprenta, la intercomunicación entre los
hombres, la rapidez de los viajes, la posibilidad incluso de hablar con América
a través de los mares, ha de impedir esa transformación.
No olvidemos que para producir la de
la lengua latina fue necesario que pasaran muchos siglos. No nos preocupa, por
tanto, el porvenir, ni tenemos interés alguno en imponer el castellano; quiero
que esta afirmación quede terminante y precisa por boca de un hijo de Castilla.
Hay otros, castellanos, que, a la
inversa, piensan que me mueve un temor de ruptura de la unidad española.
No; ni imperialismo orgulloso ni
temor pusilánime al futuro de España.
La unidad española radica en algo
sustantivo; pese a algunos amigos catalanes que se sientan enfrente, hay una
unidad geográfica, racial, cultural, de temperamento y de destino, que nos ata
a perpetuidad; pese a las pesadillas de los cerebros torturados de uno y otro
bando, no corre peligro la unidad española, primero, porque sólo desean la
ruptura de esa unidad una docena de insensatos, que llaman ya traidores a las
gentes que se sientan en esos bancos (Señalando a los de la minoría
catalana) y que defienden la libertad de las regiones; después, porque si
algún día la pasión cegara de tal manera las mentes de todas las gentes que
integran una cualquiera de las regiones españolas que les llevara a un suicidio
colectivo, a pensar en una separación de España, las otras regiones no lo
consentirían, y, por último, porque si España tendiera algún día puente de
plata a la region hostil que no se comportara fraternalmente con otras, todos
lo sabéis, la región que atravesara el Rubicón de la ruptura, antes de medio
siglo, o tendría que pedir sin condiciones su reingreso en la comunidad
española o seria un montón de harapos y de ruinas.
Yo estoy absolutamente tranquilo por
la unidad de España; no creo que corra ningun peligro; por lo tanto, no es un
movimiento imperialista ni un movimiento de temor lo que me ha llevado día tras
día a discutir con unos y con otros para asegurar el mantenimiento de la
enseñanza del castellano en Cataluña.
Porque hay, Sres. Diputados, dos
problemas en el artículo que estamos discutiendo: uno, el que hace referencia a
la perpetuación del conocimiento del castellano en toda Espana; otro, que se
refiere al respeto de los derechos de las minorías o de las mayorías de habla
castellana en una región determinada. No hay paridad entre ambos; los separa un
abismo.
El derecho de las minorías de habla
castellana, para gentes de espíritu liberal como nosotros, es un derecho
respetable, más que respetable, es un derecho sagrado; pero no puede haber
comparación entre el respeto de este derecho sagrado de las minorías y el
interés supremo de mantener la unidad espiritual de España, de mantener el
conocimiento integral de la lengua castellana en toda España, y a este
mantenimiento del conocimiento del castellano va encaminada precisamente mi
enmienda, que todos conocéis, que trata de establecer el empleo del castellano
como instrumento de enseñanza, para que puedan las gentes que habitan las
distintas regiones conocer debidamente la lengua que es trabazón del Estado
español.
Me mueve a mantener esta enmienda, a
procurar su aprobación, un claro deseo de mantener la unidad espiritual de
España y un férvido entusiasmo por el propio interés cultural de las regiones.
La unidad espiritual de España se
mantendrá, como se mantuvo en otros tiempo, sin imposición legal de ningún
género; lo he dicho otro día desde estos bancos: nunca hemos estado más atados
por las leyes que en los últimos tiempos, y nunca hemos estado, sin embargo,
más distanciados en las voluntades y en los corazones. Yo no siento pavor
alguno ante el mañana, porque la cultura de Castilla seguirá triunfando como
hasta ahora, y más que hasta ahora, cuando no represente una imposición para
Cataluña, cuando represente sencilla y únicamente la cultura del Estado dentro
del cual se mueve; la cultura de corte universal a la que está unida por una
tradición secular.
Pero aun más interés tiene para las
regiones que para nosotros el mantenimiento del conocimiento del castellano en
ellas, porque la Historia ha dejado reducidas las hablas de Vasconia y de
Cataluña, por ejemplo, a un rincón de los Pirineos la una; a un rincón de la costa
mediterránea la otra.
Para moveros en España y en el mundo,
hermanos de Cataluña y Vasconia, necesitáis una segunda lengua; esa segunda
lengua, desde que Cataluña se unió a Aragón, hace siete siglos, y en Galicia y
Vasconia, desde que el castellano se formó en las montañas de Bureba, ha sido
siempre la lengua castellana.
La hermandad, la facilidad de
aprendizaje, hace que no sea para vosotros dificultad ninguna su conocimiento;
además es la lengua de todo el Estado español y, sobre todo, de esa comunidad
hispanoamericana, formada por 80 millones de hombres (cuyo número puede
doblarse y triplicarse a medida que ascienden en su curva de desenvolvimiento
los Estados hermanos de América), dentro de cuyo imperio cultural tenemos por
fuerza que movernos, si no queremos perecer en el choque futuro de las
constelaciones de Estados; porque es notorio que la Humanidad marcha hacia
organizaciones superestatales que descansen en unidades distintas de la nación,
y naturalmente, una de esas constelaciones ha de ser la constituída por los
pueblos hispanoamericanos.
Dentro de ese radio de acción hemos de
vivir si no queremos perecer todos, y en estos momentos en que los espíritus
adivinos del mañana ven con claridad que el mundo futuro ha de repartirse entre
los pueblos de habla eslava, entre los pueblos de habla inglesa y entre los
pueblos de habla castellana, son cientos de miles las gentes que en Germania,
en Eslavia, en Inglaterra, en Francia y en América buscan el instrumento de la
lengua castellana, pensando en ese inmenso porvenir reservado a nuestra raza.
¿Puede haber una sola región tan
suicida que, teniendo en su mano el instrumento maravilloso del idioma
castellano, que ha de permitirle moverse dentro de ese ámbito general de la
cultura hispanoamericana, lo abandone?
Por eso los catalanes han aceptado mi
enmienda y la han firmado conmigo, convencidos de que era necesario para ellos,
como para todos, no abandonar ese arma, de universal alcance, para las luchas
futuras del mañana.
Y aceptada por ellos la convicción de
que era necesario el conocimiento de la lengua castellana, la fórmula de que se
utilizara como instrumento de enseñanza era una consecuencia natural de las
normas pedagógicas modernas.
Es notorio, señores Diputados, que en
todas partes surgen hoy instituciones que procuran facilitar el conocimiento de
las lenguas utilizándolas como instrumento de enseñanza; este es el régimen,
por ejemplo, que se recomienda en la Sociedad de las Naciones, el que se emplea
en instituciones de Ginebra, el que se emplea hoy también en instituciones
españolas, como el Colegio Pluriling|e; este el método que al fin y al cabo ha
de imponerse en todas partes, el método que científicamente ha de emplearse
mañana para aprender aquellos idiomas que quieran ser perfectamente conocidos y
hablados por las gentes de verbo diferente.
El problema del mantenimiento del
castellano en España, en todas las regiones que forman la trinidad de las que
no usan la lengua castellana como suya, está, pues, garantido con la enmienda
que un grupo numeroso de Diputados de distintos sectores de esta Cámara hemos
sometido a deliberación.
Queda el problema de las minorías,
señores Diputados; queda un problema tal vez leve hoy, pero grave por sus
posibles consecuencias.
Piense la Cámara que vamos a jugar
con fuego. No hay en el artículo una sola sombra que limite el derecho de esas
minorías a recibir la enseñanza en la lengua nacional.
Está garantido en el artículo 47 (El
Sr. Maura pide la palabra), porque nosotros estableceremos en la futura
ley de Instrucción pública cuáles han de ser las formas y sistemas de enseñanza
en todas partes; está garantido en este propio artículo 48, en la frase que
dice: «Se concederá a las regiones el derecho a establecer la enseñanza
conforme a lo que determinen sus Estatutos.»
En esos Estatutos, en el catalán, por
ejemplo, viene ya el reconocimiento de las minorías a recibir la enseñanza en
castellano en la Escuela y en el Liceo, y de ahí lo llevaremos también a las
Universidades, y lo llevaremos, porque para eso estamos nosotros aquí, y porque
además yo me fío por completo de la lealtad de esos hombres que saben
perfectamente que la única garantía para la aprobación de su Estatuto es
nuestro espíritu liberal.
Siendo nosotros los más, y a pesar de
los movimientos pasionales que algunas palabras, algún gesto de ciertos
catalanes habían levantado en nosotros, hemos convenido aquí en el reconocimiento
de su autonomía.
Ellos, en nombre de la libertad, nos
piden el reconocimiento de su derecho al libre establecimiento de sus leyes,
pero no nos podrán pedir en nombre de esa libertad el establecimiento de una
tiranía para las minorías.
Yo estoy seguro de que ellos han de
venir aquí aceptando en sus Estatutos la misma libertad que nosotros hemos
votado y vamos a votar.
Pero si, por el contrario, alguna región
no lo trajera así establecido en su Estatuto -siempre estaría en nuestras manos
el aprobarlo o no-, esa garantía para la minoría castellana siempre queda
asegurada por el derecho del Estado a establecer en esas regiones aquellos Centros
de enseñanza que juzgase necesarios para salvaguardar la unidad espiritual
española y el derecho de las minorías lingüísticas no dudo, señores Diputados,
de que estas consideraciones que sugiere el examen atento y minucioso de los
artículos que discutimos, llevarán al ánimo de la Cámara el convencimiento de
que no tiene nada que temer tampoco el derecho, he dicho antes que sagrado, de
todos los españoles a recibir la enseñanza en la lengua materna y en la lengua
oficial de la República. Queda la Cámara como garantía última para la
aprobación o denegación de los Estatutos en que se niegue aquella libertad a la
que nosotros asentimos. Y esto sentado, que piense la Cámara, que medite la
Cámara en lo que va a votar. Vosotros, amigos radicales, que habéis sido el
partido histórico de la revolución, y vosotros, amigos socialistas, que sois
firme esperanza del mañana para la República, tened en cuenta que mientras
dejemos pendiente un solo hijo que pueda parecer coacción, sombra de menoscabo
en el empleo de las lenguas regionales, habrán sido inútiles todos nuestros
esfuerzos, habrá sido inútil nuestra revolución. La República seguirá viviendo
en situación inestable, como vivía la Monarquía, arrastrando tras sí el peso de
los movimientos regionales, que dificultarán, no la vida de la República, que
esta asegurada (porque, pasara lo que pasara en esta Cámara, en Cataluña no
podría ocurrir nada contra la República), pero sí la emoción cordial de las
regiones frente a esta República que nosotros hemos traído y que queremos
afirmar para bien de España.
Sólo mediante la concesión de las
máximas libertades y mediante los máximos respetos a las hablas regionales
podremos encontrarnos todos a gusto dentro de este Estado que estamos
edificando todos juntos.
Porque, señores Diputados de habla
castellana, de la misma manera que nosotros amamos nuestra lengua, que ha sido
la lengua de nuestros padres, que lo es de nuestras mujeres y de nuestros
hijos, en la cual hemos vertido nuestros pensamientos, los frutos de nuestras vigilias,
con la misma emoción aman también la suya nuestros hermanos de Vasconia, de
Galicia y de Cataluña; y si nosotros pondríamos todo nuestro esfuerzo si
amenazara la más leve sombra de coacción a nuestra lengua, si nosotros
lucharíamos sin freno y sin tregua para obtener la libertad de la lengua
castellana, tenemos también la obligación de asentir con el mismo entusiasmo a
la lucha sin freno y sin tregua por el mantenimiento y por el reconocimiento de
sus idiomas de las otras regiones hermanas de Castilla.
El Sr. Presidente: Advierto al Sr. Sánchez Albornoz que ha pasado ya el tiempo reglamentario.
El Sr. Sánchez Albornoz: Termino en este momento dirigiéndome también a los Diputados de Cataluña para decirles: yo preferiría que votaseis y que asintieseis a esta fórmula, pensando como pensaba el gran poeta Mistral cuando decía: «J'aime mon village plus que tout vilage, j4aime ma Provence plus que ta province, j'aime la France plus que tout.».
El Sr. Presidente: Advierto al Sr. Sánchez Albornoz que ha pasado ya el tiempo reglamentario.
El Sr. Sánchez Albornoz: Termino en este momento dirigiéndome también a los Diputados de Cataluña para decirles: yo preferiría que votaseis y que asintieseis a esta fórmula, pensando como pensaba el gran poeta Mistral cuando decía: «J'aime mon village plus que tout vilage, j4aime ma Provence plus que ta province, j'aime la France plus que tout.».
Preferiría, señores Diputados catalanes,
que votaseis esta enmienda, amando sobre todo a España, como Mistral amaba a
Francia; pero tened en cuenta, por lo menos, este gesto cordial de Castilla y
no os apresuréis a doblar, como lo ha hecho recientemente «Gaziel», por la
muerte de España, porque aún no ha llegado el momento de entonar cantos
funerarios por la España única, que hizo Castilla en fraternal alianza con las
otras regiones; aun no pueden cantar gallos en esa aurora, porque España
existirá mientras exista el mundo. (Aplausos.)
El Sr. Presidente: La Comisión tiene la palabra.
El Sr. Jiménez de Asúa: La Comisión acepta la enmienda.
El Sr. Presidente: El Sr. Maura tenía pedida la palabra, pero puesto que
la Comisión ha aceptado la enmienda, si lo estima oportuno, le reservaré la
palabra para cuando se discuta inmediatamente una enmienda presentada por el
Sr. Unamuno, y entonces, cuando llegue el momento de la votación, tendré mucho
gusto en conceder al Sr. Maura la palabra para explicar el voto.
El Sr. Maura: Pero ¿no se va a votar esta enmienda?
El Sr. Presidente: No, porque queda incorporada al dictamen. Yo supongo
que, después de las manifestaciones de la Comisión, la Cámara no tendrá
inconveniente en tomar en consideración esta enmienda. La Presidencia entiende
que, admitida por la Comisión, queda sin más incorporada al dictamen y que la
Cámara se pronunciará en relación con las otras enmiendas.
El Sr. Alba: Pido la palabra.
El Sr. Presidente: La tiene S. S.
El Sr. Alba: Por encima de la voluntad de la Comisión, señor
Presidente y señores Diputados, está la voluntad de la Cámara, y ésta podrá
hacer uso de su derecho de admitir o no esa enmienda.
El Sr. Presidente: Efectivamente, por encima de la voluntad de la
Comisión está la de la Cámara. Pero la admisión de esa enmienda no quiere decir
sino que, si no se admiten otras, va a ser sometida a una votación definitiva
como artículo, como ponencia del artículo, y entonces es cuando se manifiesta
la voluntad de la Cámara.
Hay otra enmienda del Sr. Unamuno.
(Véase el Apéndice 3.: al Diario número 60.)
El Sr. Unamuno: Pido la palabra.
El Sr. Presidente: La tiene S.S.
El Sr. Unamuno: La enmienda dice asi: «A LAS CORTES
CONSTITUYENTES»
Los Diputados que suscriben tienen el
honor de proponer la siguiente enmienda al dictamen de la Comisión de
Constitución, en el art. 48:
«Art. 48. Es obligatorio el estudio de
la Lengua castellana, que deberá emplearse como instrumento de enseñanza en
todos los Centros de España.
Las regiones autónomas podrán, sin
embargo, organizar enseñanzas en sus Lenguas respectivas. Pero en este caso el
Estado mantendrá también en dichas regiones las Instituciones de enseñanza de
todos los grados en el idioma oficial de la República».
Palacio de las Cortes a 21 de octubre de
1931.- Miguel de Unamuno.- Miguel Maura. - Roberto Novoa Santos.- Fernando
Rey.- Emilio González.- Felipe Sánchez Roman.- Antonio Sacristán.»
Y ahora Sres. Diputados, debo confesar
que me levanto en muy especial estado de ánimo, no muy placentero ciertamente.
Apenas convaleciente de un cierto arrechucho, no sólo físico, sino también psíquico,
vengo con el ánimo profundamente entristecido y contristado y no sé si podré
poner la debida sordina a mis palabras y contenerme en los límites también
debidos, porque no tengo costumbre ninguna de ese forcejeo de partidos
políticos ni de cambalaches ni de transacciones.
Afortunadamente para mí, y acaso más
afortunadamente para vosotros, no pertenezco o no formo parte de ninguno de
esos partidos, mejor o peor cimentados, y en los que se resuelven las cosas
bajo normas de disciplina; pero hay por debajo de esos partidos políticos una
especie de -no le llamaremos partido- agrupaciones, que podían denominarse
profesionales.
En esta Cámara hay médicos, en esta
Cámara hay abogados, en esta Cámara hay ingenieros, hay también hombres de
oficios manuales, y en esta Cámara, señores, hay demasiados catedráticos (Murmullos);
probablemente somos demasiados entre maestros y catedráticos.
Yo, que sé lo que he sufrido bajo el
pliegue profesional, quisiera hoy, cuando se trata de la enseñanza, poder
libertarme de él, poder libertarme de ese triste pliegue que no nos deja ver
las cosas con bastante claridad.
Dondequiera que el Ejército ha
abusado, se ha formado un partido antimilitarista; donde el Clero ha abusado,
se ha formado un partido anticlerical.
Nuestros hijos, nuestros nietos,
conocerán en España un Partido antipedagogista, porque yo temo mucho a la
pedantería de los que nos arrogamos el sacerdocio de la cultura. (Muy bien,
muy bien..
Esto es algo muy peligroso; mas ahora
que oigo hablar continuamente de cultura (ya es una palabra que me duele en los
oídos del corazón), y aquí, cuando parece que se trata de apoderarse, por la
enseñanza del niño, de formar su alma, hay veces que, tristemente, creo que de
lo que se trata es de dejar tranquilos a los maestros y a los profesores; es un
funcionarismo.
No sé por qué en esta Constitución de
papel que estamos haciendo no se ha puesto un artículo que diga: «Todo español
será funcionario público»; y en muchos casos esto quiere decir que todo español
será pordiosero. Esta es la verdad verdadera.
Digo esto, porque precisamente en estos
días, cuando estaba apasionando aquí y fuera de aqui -en Cataluña, en Vasconia,
en Galicia y en las demás partes de España- este problema de la enseñanza del
idioma, he recibido cartas y telegramas de padres de familia, de muchachos
algunas, de una amargura extrema, que me recordaban a aquellos pobres españoles
que fueron a Cuba en un tiempo, casaron allí, formaron allí su familia y se
vieron luego despreciados por sus hijos.
He recibido cartas de una enorme
amargura; pero la mayor parte de los telegramas han sido de funcionarios, de
maestros, que lo que querían es que no se les quitara una colocación. Y es que
en el fondo, más que de otra cosa, se trata de eso: de si ciertos funcionarios
podrán seguir funcionando en unos sitios con libertad o no podrán seguir
funcionando. No es más que eso; muchas veces es una cuestión de competencia
profesional.
Pero, viniendo al fondo de la cuestión,
no es, acaso, lo de la lengua, con serlo tanto, lo más grave. La lengua, en
muchos casos -y lo decía muy bien el Sr. De Francisco-, en mi tierra nativa se
toma como un instrumento de nacionalismo regional y de algo peor, y es alli,
además, una lengua que no existe, que se está inventando ahora y que rechaza
todo el mundo, porque el genuino aldeano, si se le pregunta a solas, dice: 'A
mí no me importa eso; lo que yo quiero es aquello que me pueda elevar el
espíritu y que me pueda hacer entender de la mayor parte de las gentes.» Pero
lo que se trataba con la lengua es de establecer lo que la Biblia llama un
«schibolet» para distinguir a unos de otros y que pasara el que pronunciara una
cosa bien y no pasara el que pronunciara otra mal. Yo he visto cosas, como
decir que para poder aspirar a ser secretario de un Ayuntamiento era menester
conocer el vascuence en un pueblo donde el vascuence no se habla.
Quiero abreviar, porque ya digo que no
estoy en ánimo muy propicio.
Se ha venido aquí hablando continuamente
de cultura (oímos esta palabra allá en los principios de la guerra mundial):
cultura con c de la pequeña, latina, o con k alemana, con
cuatro puntas como un caballo de Frisia; pero hay otra cosa que parece más
modesta que la cultura y que, sin embargo, a mí me preocupa mucho más, que es
la civilización: la cosa civil. Pablo de Tarso, el apóstol de los gentiles,
cuando se dirigía a sus paisanos, a los hebreos, les hablaba en hebreo -lo
cuenta el libro de «Los hechos de los Apóstoles»-, pero dictaba su cristianismo
en lengua griega, que era la lengua ecuménica del Imperio romano; cuando se
presentaba ante el pretor, contestaba: «Soy ciudadano romano.» La civilización
es de ciudadanía y es romana y lo de la civilización es siempre imperial.
Aquí se hablaba el otro día de
minorías étnicas.
¿Qué es eso de minorias étnicas?
¿Dónde están las minorías étnicas?
¿Minorías en qué sentido?
¿Contada toda España o contada una
sola región?
Yo me acuerdo que, hace años, un
alcalde de Barcelona se dirigió al entonces rey D. Alfonso XII, en nombre,
decía, de los naturales de Barcelona. Yo me creí obligado a protestar.
Un alcalde de Barcelona no puede
dirigirse en nombre de los naturales, sino de los vecinos, sean naturales o no,
ni se puede establecer una diferencia entre vecinos y naturales. No hay, ni
puede haber, dos ciudadanías.
Este es el punto de la civilización.
Yo no sé cuántos son los que constituyen
esa llamada minoría étnica; por ejemplo, en Barcelona no sé si son el 10, el
20, el 30 ó el 40 por 100.
Lo que me parece bochornoso es que se
les vaya a proteger como a una minoría. ¡ A proteger! El Estado no debe pasar
por eso; a que le protejan otros y a que se les dé como una asignatura el
castellano; como un instrumento, no; como una asignatura, no. Esto hace que se
forme ese triste caso de lo que llaman el meteco, el hombre que está
continuamente sufriendo. ¿Que por qué no se asimila? ¡Ah! Eso habría que verlo
muy despacio y con mucha calma.
Pero dejando estas consideraciones,
porque si me dejase llevar de ellas llegaría a cosas muy amargas, vengo al
texto concreto. «Es obligatorio el estudio de la lengua castellana, que deberá
emplearse como instrumento de enseñanza en todos los Centros docentes de
España.» Yo hubiera preferido que se dijera: «es
obligatorio enseñar en castellano.
Las regiones autónomas podrán, sin
embargo, organizar enseñanzas en sus lenguas respectivas (naturalmente, los
comunistas podrán organizarlas en esperanto o en ruso); pero en este caso, el
Estado mantendrá también en dichas regiones las instituciones de enseñanza de
todos los grados en el idioma oficial de la nación.» En este caso, y en
cualquier caso, «mantendrá». La cosa está bien clara; no tiene más que seguir
manteniendo.
Hoy hay en Barcelona una Universidad
de España, y este es el punto fuerte; Universidad de que no puede ni debe
desprenderse el Estado español en absoluto; que no debe caer bajo el control de
ningún otro Poder que el del Estado español, ni compartirlo. Porque aquí, de lo
que se trata en el fondo es de apoderarse de esa Universidad. ¡Cuidado!, que yo
temo más aún que a la autonomía regional a la autonomía universitaria. Llevo
cuarenta años de profesor, sé lo que serían la mayor parte de nuestras
Universidades si se dejara una plena autonomía y cómo se convertirían en cotos
cerrados para cerrar el paso a los forasteros. Alguien me decía: ¿Es que se va
a sostener allí una Universidad con el dinero de Cataluña? No, con el dinero de
toda España, naturalmente, incluso Cataluña; como se mantienen las
Universidades del resto de España, y con el dinero de Cataluña.
Además, yo que no entiendo mucho, ni
quiero entender, de ciertas distinciones jurídicas, veo que hay una cosa, que
nunca comprendo bien, cuando se habla de catalanes y no catalanes. Para mí todo
ciudadano español radicado en Cataluña, donde trabaja, donde vive, donde cría
su familia, es no sólo ciudadano español, sino ciudadano catalán, tan catalanes
como los otros. No hay dos ciudadanías, no puede haber dos ciudadanías.
Por lo demás, y quiero abreviar, por
encima de esta Constitución de papel está la realidad tajante y sangrante.
Se quiere evitar con esto cierta guerra
civil (claro; no una guerra civil cruenta a tiros y palos, no): me parece que
va a ser muy difícil, y además no lo deploro.
Me he críado, desde muy niño, en medio
de una guerra civil y no estoy muy lejano de aquello que decía el viejo Romero
Alpuente de que la guerra civil es un don del cielo.
Hay ciertas guerra civiles que son las
que hacen la verdadera unidad de los pueblos. Antes de ella, una unidad
ficticia; después es cuando viene la unidad verdadera. Y ¿qué más da que
hagamos la guerra civil? Cualquier cosa que hagamos estará siempre en revisión;
la revisión es una cosa continua; los períodos constituyentes no acaban nunca;
es una locura creer que porque pongamos una cosa en el papel, va a quedar ya
hecha. Además, ¡hay tantas cosas que no quieren decir nada, que no tienen
eficacia ninguna!
Y como alguien más podrá manifestar algo
(puede ser que yo tenga ocasión de añadir algo también), digo que no veo
peligro, como se me ha dicho, en tomar ciertas actitudes. Me han dicho que hay
peligros para la República. No sé; no veo que los haya. Parece la República muy
timorata; cree que es hasta un acto de agresión hacer la apología del régimen
monárquico. A mí me parece esto una inocentada; pero, en fin, yo no veo esos
peligros y, en último caso, si los viera, creo que hay que atajarlos; mas,
también, como he dicho muchas veces, creo que aquí hay algo por encima de la
República. (Aplausos.)
El Sr. Ruiz Funes (de la Comisión): Pido la palabra.
El Sr. Presidente: La tiene S.S.
El Sr. Ruiz Funes: La Comisión ha aceptado la enmienda del señor Sánchez
Albornoz, por mayoría de votos, porque entiende que en esa enmienda resultan
coincidentes la mayor parte de los criterios de los grupos o sectores de la
Cámara, en su deseo de resolver este problema con el máximo de acierto posible.
Aceptada la enmienda del Sr. Sánchez
Albornoz, la Comisión hace, por mi boca, la declaración dolorosísima, porque le
consta al maestro Unamuno que todos y cada uno de los miembros de la Comisión
tienen para el ilustre profesor una veneración especial, de que no puede
admitir su enmienda por haber sido aceptada ya la del Sr. Sánchez Albornoz, que
no coincide exactamente con la del Sr. Unamuno, aunque sí tiene con ella algún
punto de contacto.
El Sr. Presidente: Antes de proceder a la votación, si el Sr. Maura
desea usar de la palabra, puede hacerlo.
El Sr. Maura: Porque atribuyo a lo que ahora se está discutiendo la
máxima importancia, dentro del tema constitucional, me levanto, no sólo a
explicar el voto, aunque sea ese el trámite reglamentario, sino a hacer un
llamamiento a la conciencia de la Cámara y a pedir, si ello es posible, que se
definan, de una vez, las actitudes de cada cual en este problema de la
enseñanza de Cataluña. (Muy bien.)
Y vamos a colocar el problema en su
verdadero lugar, porque yo, Sr. Sánchez Albornoz, teniendo por S.S. el máximo
respeto, he de decirle que toda la disertación de S.S. en esta tarde ha flotado
en el vacío. Porque el problema no es ése; no es el problema de la Lengua; es
un problema mucho más vivo. (El Sr. Sánchez Albornoz pide la palabra)
Luego la pedirá S.S. con más razón, después de que oiga todos mis
razonamientos. (Risas y rumores.)
El problema es éste: frente a las
regiones autónomas, ¿cuál va a ser la actitud del Estado en materia de
enseñanza?
Pues hay tres posturas:
una, la inhibición total;
otra, la de hacer compatible la enseñanza
del Estado con la enseñanza de las regiones en unos mismos Institutos y
Universidades,
y otra, la de que el Estado diga a las
regiones autónomas: «Yo estoy donde estoy y no me voy, porque cumplo una
obligación elemental (Muy bien), y tú, región autónoma, si quieres
montar tu Universidad, te autorizo a ello y te doy la facultad para que
colaciones los grados; pero yo no me voy.» (Muy bien.)
Esta es la postura que este Diputado
considera más adecuada. Pero eso, Sr. Sánchez. Albornoz, con carácter
obligatorio. ¿Por qué? Pues la razón es clara: porque el Estado que deserte de
esa misión fundamental, fundamentalísima, que supone nada menos que formar las
conciencias de las generaciones en los Institutos y en las Universidades,
entrega a estos señores, o a quien sea, el porvenir entero de una región, del
alma de una region, que es mucho más que el de la economía y que el de todas
las esencias de la vida de la región. Y un Estado que hace eso se suicida. (Muy
bien.) Y yo digo que el Estado español y las Cortes Constituyentes
españolas, al votar hoy la enmienda con el «podrá», lo que harán será facultar,
a través de cubileteos y de enredos, como los que estamos presenciando a
diario... (Aplausos que impiden oir el final del párrafo.) Esta
minoría (señalando a la de izquierda catalana) arranca al Gobierno el
desistimiento de la enseñanza allí y hace que no pueda volver jamás el Estado a
establecer, con pleno derecho, la enseñanza en Cataluña. Tiene una gravedad
inmensa lo que se está discutiendo hoy.
Pero, además, Sres. Diputados, en la
enmienda nuestra, en la propuesta nuestra, ¿dónde está el agravio para
Cataluña? ¿Qué queréis? ¿La autonomía? La tenéis absoluta.
Cread otras Universidades, dadles la
colación de grados. ¿En qué os daña, en qué os perjudica que el Estado esté
allí presente, cuidando de la enseñanza, de la cultura castellanas, que tiene
la obligación de defender? ¿En qué os perjudica eso? Hablad sinceramente. ¿Hay
algo que os perjudique en eso? ¡Ah! Pues si hay algo, lo que quiere decir es
que pretendéis imponer en la Universidad vuestra el espíritu vuestro, con
exclusión del espíritu castellano, a las generaciones de Cataluña. Y frente a
eso estaremos todos como un sólo hombre. Pero, además, señores, tenemos la
experiencia. ¿Pero es que no ha habido en Barcelona un Instituto de Estudios
catalanes? ¿No ha funcionado ese Instituto durante años? ¿Y qué ha salido de
ese Instituto? (Un Sr. Diputado pronuncia palabras que no se perciben.)
Muchas obras en castellano, ya lo sé; pero allí se ha forjado toda esa pléyade
de separatistas que son hoy la flor y nata de la juventud separatista de
Cataluña.
Está bien; que sigan haciéndolo si quieren; pero el castellano que vive en Cataluña, ¿No tiene derecho a que el Estado cumpla con su obligación de darle el asilo intelectual y de fórmarle su espíritu en castellano con la Ciencia castellana? (Un Sr. Diputado: Y la catalana.) Y la catalana para los catalanes. (Rumores.) Se decía ayer: es que nosotros enseñaremos también la cultura castellana ¡Pues no faltaba más que se negaran a enseñar la cultura castelllana! Y si no enseñaban eso, ¿qué iban a enseñar? (Risas y rumores.) ¡Ya lo creo! Pero hay muchos modos de enseñar una cultura. La cultura castellana no consiste sólo en enseñar la historia de la literatura o la historia patria, no; hay muchos modos de imbuir en el espíritu de las gentes, de los muchachos, de los alumnos, el fondo de la cultura. Y eso es lo que yo temo, y por eso es por lo que el Estado no puede ni debe pasar.
Está bien; que sigan haciéndolo si quieren; pero el castellano que vive en Cataluña, ¿No tiene derecho a que el Estado cumpla con su obligación de darle el asilo intelectual y de fórmarle su espíritu en castellano con la Ciencia castellana? (Un Sr. Diputado: Y la catalana.) Y la catalana para los catalanes. (Rumores.) Se decía ayer: es que nosotros enseñaremos también la cultura castellana ¡Pues no faltaba más que se negaran a enseñar la cultura castelllana! Y si no enseñaban eso, ¿qué iban a enseñar? (Risas y rumores.) ¡Ya lo creo! Pero hay muchos modos de enseñar una cultura. La cultura castellana no consiste sólo en enseñar la historia de la literatura o la historia patria, no; hay muchos modos de imbuir en el espíritu de las gentes, de los muchachos, de los alumnos, el fondo de la cultura. Y eso es lo que yo temo, y por eso es por lo que el Estado no puede ni debe pasar.
Y ahora, para ser breve, vamos a aclarar
la situación parlamentaria. Señor Guerra del Río y señores de la minoría
radical: ¿Qué ha pasado de ayer a hoy para que, levantándose S.S. cuando se
discutía el voto del Sr. Iglesias, dijese que no lo votaban porque había una
enmienda socialista que iban a votar SS.SS. por estar con ella conformes? (El
señor Guerra del Río pide la palabra.) Que venga el Diario de Sesiones
de ayer, a ver si no digo cosa cierta. (Rumores.-El Sr. Guerra del Río:
Pregunte S.S. a la minoría socialista por qué no votó ayer la enmienda de la
minoría radical -Nuevos rumores y algunas protestas en la minoría
socialista.-El Sr. De Francisco: La minoría socialista ha explicado su
actitud a la faz de todo el mundo. -Nuevos y prolongados rumores.)
Lo que yo deseo, no es causar una
perturbación política; lo que yo deseo es ver si en este problema, de una
gravedad tal que lo considero el más grave de todos dentro del problema constitucional,
hay modo de aclarar actitudes y de que no prevalezcan aquí conciliábulos de
fuera. Lo menos a que tenemos derecho los Diputados y el país es a saber dónde
está cada cual en un problema de esta naturaleza. (Muy bien, muy bien. El
Sr. Ortega y Gasset (D. Eduardo) pronuncia palabras que no se perciben.)
¿Qué dice S.S.? (El Sr. Ortega y Gasset (D. Eduardo): Que el diablo,
harto de pasteles, se metió a fraile.) ¿Por quién dice eso S.S.? (El Sr.
Ortga y Gasset (D. Eduardo): Por los muchos pasteles que ha hecho S.S. Rumores.)
¿Yo? ¿Con quién? ¿No será con S.S.? (Risas y aplausos.)
Yo lo que digo es que en la tarde de
ayer la minoría radical, por boca del Sr. Guerra del Río, manifestó que estaba
en esencia conforme con el espíritu de la enmienda del Sr. Iglesias. (Rumores.-
El Sr. Guerra del Río: Fué al revés.) Y que, salvando la parte personal
que el señor Iglesias había puesto en su discurso, no votaba con él porque al
día siguiente se iba a votar la enmienda de los socialistas. (Denegaciones
en las minorías radical y socialista.) ¿No es eso? (El Sr. Guerra del
Río: Todo lo contrario.) Bien.
Señores radicales: ¿Podéis decir...? (El
Sr. Guerra del Río: Interrogatorios, no. Ya contestaremos; pero aquí no
admitimos interrogatorios. Grandes rumores.) Tienen SS.SS. que
escucharme. (El Sr. Guerra del Rio: No admitimos ese tono, ni a S.S.
ni a nadie; eso al Sr. Pildain, cuando estaba aquí; a nosotros, no. -Nuevos
rumores y protestas.)
Si eso no es así, quedará claro que
planteado el pleito en esa forma, que es la única en que se puede plantear,
porque ese es el fondo del pleito, votarán en contra de la enmienda del Sr.
Unamuno todos los que piensen que es indiferente para el Estado tener o no
tener su enseñanza propia en Cataluña. (Rumores y protestas. El Sr. Presidente
del Gobierno: Eso es un sofisma, Sr. Maura. Pido la palabra. -Grandes
rumores.)
Señor Presidente del Consejo, quiero
anticiparme a la observación o a la réplica que S.S. ha de hacerme. Seguramente
me va a decir que, desde el momento en que en el precepto constitucional se
dice que el Estado «podrá tener», es facultad del Estado, en todo instante,
tener o no la enseñanza allí, los organismos allí y, por consiguiente, que el
Estado, cuando lo considere preciso, asistirá a la enseñanza en Cataluña y en las
demás regiones estableciendo sus organos de enseñanza.
Pues bien; yo a eso contesto, por
anticipado, a S.S. con este sencillo argumento: el Estado hoy está emplazado en
Cataluña, su enseñanza instalada. Y el problema que se plantea es éste, que
cuando haya un Gobierno lo suficientemente débil y para que la presión de los
señores catalanes sea bastante eficaz a fin de que el Estado les ceda las
Universidades allí existentes, a partir de ese momento el Estado tendrá
necesidad de entrar por la fuerza, ¡por la fuerza!, y volver a instalar allí la
Universidad. Y quien no conozca eso, no conoce la realidad. (El señor
Presidente del Gobierno: ¡Con la Guardia civil!) Ni con la Guardia civil. (Grandes
rumores. -Muchos Sres. Diputados pronuncian palabras que no se perciben.)
Si yo no pretendo convencer a nadie. Me he levantado a salvar mi
responsabilidad, y lo he hecho. (El Sr. Hurtado pronuncia palabras que
tampoco se perciben.) Aguarde S.S. Repito que me he levantado a salvar mi
responsabilidad y decir que, si se vota y subsiste eso, la inmediata, después
de votada la Constitución y arrancado eso con el Estatuto, será que la actual
Universidad española en Barcelona pasará a manos de los catalanes; y esa
responsabilidad, hoy, en el Diario de Sesiones, quiero dejarla a
salvo, concretamente, para ahora y para lo sucesivo. Lo demás no es de mi
incumbencia; es de la vuestra, señores de los partidos. (El Sr. Pittaluga:
Pido la palabra para una aclaracion de voto.)
El Sr. Presidente del Gobierno (Azaña): Pido la palabra.
El Sr. Presidente: La tiene S.S.
El Sr. Presidente del Gobierno: Tenía la intención de no intervenir en esta discusión, no ciertamente porque fuera mi propósito escudarme en un prudente silencio para eludir una declaración de actitud o de pensamiento político en la materia, como parece que suponía el señor Maura cuando requería a todos, en general, a una definición clara de actitudes. No. No pensaba intervenir, en primer término, porque mi posición en este problema es conocidísima, notoria y antigua; segundo, porque la enmienda que se discute va encabezada por mi correligionario el Sr. Sánchez Albornoz y está aceptada por todo el partido de Acción Republicana, y, tercero, porque, ocupando yo este puesto, la más elemental prudencia me aconsejaba mantenerme un poco apartado del debate, a fin de que no pareciese que yo trataba de ejercer alguna presión o coacción sobre los correligionarios que contienden en este asunto. Pero la actitud del Sr. Maura me obliga, bien a mi pesar, a decir cuatro palabras que pongan la cuestión en sus verdaderos términos.
El Sr. Presidente del Gobierno (Azaña): Pido la palabra.
El Sr. Presidente: La tiene S.S.
El Sr. Presidente del Gobierno: Tenía la intención de no intervenir en esta discusión, no ciertamente porque fuera mi propósito escudarme en un prudente silencio para eludir una declaración de actitud o de pensamiento político en la materia, como parece que suponía el señor Maura cuando requería a todos, en general, a una definición clara de actitudes. No. No pensaba intervenir, en primer término, porque mi posición en este problema es conocidísima, notoria y antigua; segundo, porque la enmienda que se discute va encabezada por mi correligionario el Sr. Sánchez Albornoz y está aceptada por todo el partido de Acción Republicana, y, tercero, porque, ocupando yo este puesto, la más elemental prudencia me aconsejaba mantenerme un poco apartado del debate, a fin de que no pareciese que yo trataba de ejercer alguna presión o coacción sobre los correligionarios que contienden en este asunto. Pero la actitud del Sr. Maura me obliga, bien a mi pesar, a decir cuatro palabras que pongan la cuestión en sus verdaderos términos.
El Sr. Maura está satisfecho,
seguramente, de lo que acaba de hacer. El Sr. Maura ha levantado una bandera, y
es natural. El Sr. Maura acaba de salir del Gobierno, tiene plena libertad para
sus movimientos políticos, es un fogoso temperamento de propagandista y
necesita inmediatamente -yo lo comprendo- una plataforma sobre la cual luchar. (Grandes
y prolongado rumores. -El Sr. Maura hace gestos negativos y, como otros Sres.
Diputados, pronuncia palabras que no se perciben.) Yo le digo al Sr. Maura
que, no obstante ser libre cada cual en la elección de los términos políticos
en que se plantean las cuestiones del gobierno de España, me parece un error
que un hombre de la autoridad de S.S. haya tomado parte en esta cuestión en
nombre del españolismo. (El Sr. Manra hace signos de extraneza.) Lo
acaba de decir S.S... (El Sr. Maura: No.) Ha empleado S.S. estas
palabras... (El Sr. Maura: ¿Me perdona S.S.?) en nombre del
españolismo. Y yo digo; Sr. Maura, que el error más grave, si no se trátara de
S.S. diría que la pifia más grave (Rumores), que se puede cometer en
esta materia, es contraponer el criterio de S.S., en nombre del españolismo, al
criterió de los Diputados catalanes o de los partidarios de las autonomías o de
los demás partidos políticos que tienen un criterio opuesto a S.S., pero que no
dejan de ser españoles ni españolistas por ser autonomistas y catalanes. (Muy
bien.)
Este es el error fundamental. Su señoría
es muy dueño de apreciar la situación como le plazca, pero ni S.S ni nadie
tiene derecho a decir que es más españolista que los demás si éstos no comparten
el criterio que su señoría acaba de defender.
Es demasiado seria la cuestión, Sres.
Diputados, para llevarla a términos de pasión y de efecto político parlamentario
inmediato.
¿Quién da al Sr. Maura el derecho a
decir que los que voten en un determinado sentido son indiferentes a que el
Estado mantenga o no en Cataluña la enseñanza? Pero ¿de cuándo acá tiene S.S el
derecho de interpretar por anticipado el voto de los partidos? (El Sr.
Maura: El texto de la ley.) El texto de la ley no es el que ha dado S.S.
Su señoría ha dicho que el que vote en contra de la enmienda que acaba de
defender el Sr. Unamuno significa que le es indiferente que el Estado tenga o no
a su cargo la enseñanza en Cataluña, y éste es un derecho que S.S. se toma,
pero que nadie le ha concedido. (Rumores.)
Lo que tengo que decir a las Cortes, y
lo digo como hombre de partido y como Diputado que va a votar en favor de la
enmienda, hoy dictamen, a causa de haber sido aceptada por la Comisión, es
esto: nosotros hemos hecho una revolución, o la ha hecho quien fuere; hemos
traído la República, o la ha traído quien fuere, y una de las cosas que tiene
que hacer la República es resolver el problema de Cataluña, y si no lo
resolvemos, la República habrá fracasado, aunque viva cien años (Rumores),
y la única manera de resolver el problema de Cataluña es resolverlo en sentido
liberal, haciendo honor a las propagandas, a las promesas y a los programas de
los partidos, publicados en todas partes y suscritos, en lo que se refiere al
problema de Cataluña, por el propio Sr. Maura. (Muy bien en la minoría de
izquierda catalana y en algún otro banco.) Y en todo el problema catalán
no hay nada más sensible, nada más doloroso, nada más irritante, a veces, que
la cuestión de las Lenguas.
¿Cómo es posible, Sr. Maura, que
nosotros, en esta situación, al dicutirse la Constitución, vayamos a adoptar un
texto constitucional que haga imposible el día de mañana la votación libre del
Estatuto de Cataluña, o del de otra región cualquiera, prejuzgando una cuestión
que debe resolverse en su esencia al votarse esos Estatutos y no la
Constitución?
¿ Qué hemos hecho nosotros en estas
Cortes cada vez que el texto constitucional ha rozado de cerca o de lejos el
problema de las autonomías, sino adoptar un texto constitucional que no
prejuzgue la cuestión, que deje íntegramente su resolución al porvenir, con el
fin de que al llegar la discusión de los Estatutos catalán, vasco o gallego,
las Cortes, con plena soberanía, con plena autoridad, puedan aprobarlos o
rechazarlos en todo o en parte?
Lo que no se puede hacer desde ahora es
cerrar los caminos, disgustando a los que hemos venido aquí con el mejor deseo
de dar a este problema una solución armónica y constitucional que permita vivir
a Cataluña en paz con toda España.
Este es mi criterio y ésta estimo que es
la verdadera cuestión, señores Diputados; de ninguna manera creo procedente
lanzarse a fondo sobre el problema de si el Estado debe tener estas o las otras
atribuciones respecto a la enseñanza en Cataluña, en Vasconia o en Galicia.
¿Que es este el problema parlamentario actual, Sr. Maura? No; el problema
parlamentario actual consiste en votar un texto constitucional que, reservando
íntegramente todas las facultades del Estado en el porvenir, reserve también
todas las posibilidades del Estado para cuando las Cortes lo quieran votar.
No es otro el problema y tomarlo en otro
sentido, aunque la contraposición sea leal, sincera y noble, es muy mal
sistema, Sr. Maura, y puede llevarnos a situaciones inextricables que, desde
este sitio aconsejaría a su señoría que no las provocase.
Por lo tanto, Sres. Diputados, yo no voy
a hacer una defensa de la enmienda del Sr. Sánchez Albornoz, aceptada por la
mayoría de la Comisión, pero puesto que el Sr. Maura decía que había que fijar
actitudes, yo fijo públicamente la mía, voy a votar el texto de la Comisión, y
lo voy a votar por esa razón, porque deja libre el camino del Estatuto, porque
no prejuzga el Estatuto y porque, habiéndolo aceptado los Diputados catalanes,
de cuya vigilancia por el porvenir de sus aspiranes no creo que pueda caber
ninguna duda, y teniendo nosotros, hombres de partido, la convicción de que no
se roza para nada ni se mete para nada con el porvenir de las atribuciones del
Estado, estamos en el deber de transigir así y proponer a nuestros amigos y
correligionarios que voten la enmienda tal como la ha aceptado la Comisión.
Me parece que la situación es bien clara, Sr. Maura. ¿Qué tiene que ver con un problema de la gravedad de éste lo que dijo ayer el partido radical o lo que dijo ayer el partido socialista? ¿Es que el partido radical ayer no defendía legítimamente una posición histórica suya? ¿Es que no se votó? ¿Es que no quedó denotada la posición del partido radical? ¿Es que un partido, el partido radical, una vez que pierde una votación no puede ya volver a moverse más en los debates parlamentarios, no puede adoptar otra posición dejando a salvo su criterio y el ideario de su partido? ¿Es posible, Sr. Maura, que S.S., que conoce las responsabilidades del Gobierno, ahora que se ve libre de ellas, pueda en un ímpetu oratorio magnífico como suyo y prenda de su magnífico temperamento político y parlamentado, crear una situación parlamentaria difícil? Sr. Maura, hay responsabilidades, colaboraciones, que no se rompen en veinticuatro horas, y S.S. no puede ahora venir a decirnos que él no participa en cabildeos, en secretos y en cambalaches. ¿Cuándo no han ocurrido estos cabildeos, secreteos y cambalaches? ¿Es que es alguna cosa punible, vergonzosa, deshonrosa, que los Diputados y los partidos, enfrentándose en el salón de sesiones por criterios opuestos, se reúnan, expongan en común sus ideas, razonen alrededor de una mesa, digan familiarmente los argumentos o los motivos o los hechos que quizá no caben en los términos de un discurso y lleguen a un convencimiento común, a un texto aceptable para todos, transigiendo todos? ¿Es que esto es lo que se llama con tono despectivo un cabildeo, cambalache o cosa por el estilo? Pero Sr. Maura, ¿cuántas veces en nuestra accidental etapa de Gobierno no hemos hecho S.S. y yo lo mismo en otras cuestiones? ¿Pues no ha ido S.S. al despacho de Ministros a preguntarme qué es lo que íbamos a hacer, y yo se lo he dicho? ¿Está feo? No. Pues si no lo está, ¿por qué nos censura S.S.? (El Sr. Maura: Ya lo explicaré.) Yo, Sres. Diputados, dicho esto, y dando a esta réplica del Sr. Maura, que, naturalmente, he tenido que poner en el tono de viveza que él ha dado a su intervención, cosa que me cuesta poco trabajo, porque seis meses de convivencia con el Sr. Maura me han hecho familiarizarme con su timbre de voz y su tono, rogaría a las Cortes que apreciasen el problema tal como es, que no se trata ahora de resolver para siempre si el Estado va a tener la enseñanza de Cataluña, si el Estado va a tener esta o la otra función, que se reserva íntegra la posibilidad del Estado en Cataluña, que este problema se plantea para el Estatuto, que hay que dejar paso al Estatuto y que no hay derecho a contraponer nunca la vigilancia, el cuidado y el amor a la cultura castellana con la vigilancia, el cuidado y el amor a la cultura catalana.
No puedo admitir eso porque la cultura catalana y la cultura castellana son la cultura española (Muy bien), y cada una de ellas forma su parte alícuota en la cultura de mi patria y es absurdo sembrar la discordia, crear un resquemor injustificado cuando a la noble ambición de aquellos hombres que traen de su país una aspiración, un lenguaje y una ambición legítimas se les pone, como valladar, el respeto a la cultura castellana, que nada tiene que temer de ninguna otra cultura nacional, puesto que forma parte, como todas las otras, de la cultura española. Sr. Maura, no hablemos a los catalanes en tono de oposición de la cultura castellana. Tan española es la suya como la nuestra y juntos formamos el país y la República.
¿Vamos a olvidar la colaboración de los Diputados republicanos catalanes en la instauración de la República? ¿Es posible, Sr. Maura, que su señoría se vuelva a esos hombres, como acaba de hacerlo, y prevea para el porvenir presiones, gestiones sobre supuestos Gobiernos chiles que van a abandonar en manos de los grupos políticos catalanes no sé qué parte esencial del Estado? Pero ¿en qué manos cree S.S. que va a caer el Gobierno de España, o qué clase de hombres cree S.S. que son esos Diputados catalanes? Pues qué, ¿no sabe S.S. que actualmente la República en Cataluña no tiene mejor apoyo, ni tiene mejor escudo, ni tiene mejores paladines que todos esos Diputados y los partidos que ellos representan? ¿O es que cree S.S. que el escudo de la República en Cataluña está en el nacionalismo de la extrema derecha o en los sindicatos revolucionarios?
Esos hombres, esos Diputados, para nosotros representan un sentido de libertad republicana y un sentido de autonomía que coincide exactamente con los programas, con las ideas y con los propósitos de nuestro partido republicano, que responde exactamente al ideario, de la revolución y de la República, y se comprometerían las promesas, las obligaciones y el porvenir de la República, si ahora, por un movimiento pasional, por un patriotismo que no puede ser mayor ni menor en unos que en otros, les defraudásemos, presentándonos como enemigos de las reivindicaciones de Cataluña. (Grandes aplausos.)
El Sr. Maura: Pido la palabra.
El Sr. Presidente: La tiene S. S.
El Sr. Maura: Si S.S., Sr. Presidente del Consejo, está tan habituado, como dice, al tono mayor que por lo visto, yo acostumbro a emplear en las conversaciones, voy a hablarle en tono menor; pero en ese tono voy a decir a S.S., que es indigno de S.S., indigno de mi e indigno de la Cámara que haya empezado S.S. por suponer que yo he venido aquí a buscar una bandera. (El Sr. Presidente del Consejo: A buscarla, no; a enarbolarla.) A enarbolarla, a levantarla. Pues peor. Y S.S., que me conoce, segun dice, hace seis meses (algo más hace), ¿me considera capaz de enarbolar una bandera de esa naturaleza que, una vez votado el artículo, se esfuma? Pues ¡divertido estaría yo si no tuviera otra bandera que enarbolar en la República! Pero el solo hecho de que S.S. me haya supuesto capaz de eso, me basta para relevarme de muchos compromisos en lo sucesivo.
Me parece que la situación es bien clara, Sr. Maura. ¿Qué tiene que ver con un problema de la gravedad de éste lo que dijo ayer el partido radical o lo que dijo ayer el partido socialista? ¿Es que el partido radical ayer no defendía legítimamente una posición histórica suya? ¿Es que no se votó? ¿Es que no quedó denotada la posición del partido radical? ¿Es que un partido, el partido radical, una vez que pierde una votación no puede ya volver a moverse más en los debates parlamentarios, no puede adoptar otra posición dejando a salvo su criterio y el ideario de su partido? ¿Es posible, Sr. Maura, que S.S., que conoce las responsabilidades del Gobierno, ahora que se ve libre de ellas, pueda en un ímpetu oratorio magnífico como suyo y prenda de su magnífico temperamento político y parlamentado, crear una situación parlamentaria difícil? Sr. Maura, hay responsabilidades, colaboraciones, que no se rompen en veinticuatro horas, y S.S. no puede ahora venir a decirnos que él no participa en cabildeos, en secretos y en cambalaches. ¿Cuándo no han ocurrido estos cabildeos, secreteos y cambalaches? ¿Es que es alguna cosa punible, vergonzosa, deshonrosa, que los Diputados y los partidos, enfrentándose en el salón de sesiones por criterios opuestos, se reúnan, expongan en común sus ideas, razonen alrededor de una mesa, digan familiarmente los argumentos o los motivos o los hechos que quizá no caben en los términos de un discurso y lleguen a un convencimiento común, a un texto aceptable para todos, transigiendo todos? ¿Es que esto es lo que se llama con tono despectivo un cabildeo, cambalache o cosa por el estilo? Pero Sr. Maura, ¿cuántas veces en nuestra accidental etapa de Gobierno no hemos hecho S.S. y yo lo mismo en otras cuestiones? ¿Pues no ha ido S.S. al despacho de Ministros a preguntarme qué es lo que íbamos a hacer, y yo se lo he dicho? ¿Está feo? No. Pues si no lo está, ¿por qué nos censura S.S.? (El Sr. Maura: Ya lo explicaré.) Yo, Sres. Diputados, dicho esto, y dando a esta réplica del Sr. Maura, que, naturalmente, he tenido que poner en el tono de viveza que él ha dado a su intervención, cosa que me cuesta poco trabajo, porque seis meses de convivencia con el Sr. Maura me han hecho familiarizarme con su timbre de voz y su tono, rogaría a las Cortes que apreciasen el problema tal como es, que no se trata ahora de resolver para siempre si el Estado va a tener la enseñanza de Cataluña, si el Estado va a tener esta o la otra función, que se reserva íntegra la posibilidad del Estado en Cataluña, que este problema se plantea para el Estatuto, que hay que dejar paso al Estatuto y que no hay derecho a contraponer nunca la vigilancia, el cuidado y el amor a la cultura castellana con la vigilancia, el cuidado y el amor a la cultura catalana.
No puedo admitir eso porque la cultura catalana y la cultura castellana son la cultura española (Muy bien), y cada una de ellas forma su parte alícuota en la cultura de mi patria y es absurdo sembrar la discordia, crear un resquemor injustificado cuando a la noble ambición de aquellos hombres que traen de su país una aspiración, un lenguaje y una ambición legítimas se les pone, como valladar, el respeto a la cultura castellana, que nada tiene que temer de ninguna otra cultura nacional, puesto que forma parte, como todas las otras, de la cultura española. Sr. Maura, no hablemos a los catalanes en tono de oposición de la cultura castellana. Tan española es la suya como la nuestra y juntos formamos el país y la República.
¿Vamos a olvidar la colaboración de los Diputados republicanos catalanes en la instauración de la República? ¿Es posible, Sr. Maura, que su señoría se vuelva a esos hombres, como acaba de hacerlo, y prevea para el porvenir presiones, gestiones sobre supuestos Gobiernos chiles que van a abandonar en manos de los grupos políticos catalanes no sé qué parte esencial del Estado? Pero ¿en qué manos cree S.S. que va a caer el Gobierno de España, o qué clase de hombres cree S.S. que son esos Diputados catalanes? Pues qué, ¿no sabe S.S. que actualmente la República en Cataluña no tiene mejor apoyo, ni tiene mejor escudo, ni tiene mejores paladines que todos esos Diputados y los partidos que ellos representan? ¿O es que cree S.S. que el escudo de la República en Cataluña está en el nacionalismo de la extrema derecha o en los sindicatos revolucionarios?
Esos hombres, esos Diputados, para nosotros representan un sentido de libertad republicana y un sentido de autonomía que coincide exactamente con los programas, con las ideas y con los propósitos de nuestro partido republicano, que responde exactamente al ideario, de la revolución y de la República, y se comprometerían las promesas, las obligaciones y el porvenir de la República, si ahora, por un movimiento pasional, por un patriotismo que no puede ser mayor ni menor en unos que en otros, les defraudásemos, presentándonos como enemigos de las reivindicaciones de Cataluña. (Grandes aplausos.)
El Sr. Maura: Pido la palabra.
El Sr. Presidente: La tiene S. S.
El Sr. Maura: Si S.S., Sr. Presidente del Consejo, está tan habituado, como dice, al tono mayor que por lo visto, yo acostumbro a emplear en las conversaciones, voy a hablarle en tono menor; pero en ese tono voy a decir a S.S., que es indigno de S.S., indigno de mi e indigno de la Cámara que haya empezado S.S. por suponer que yo he venido aquí a buscar una bandera. (El Sr. Presidente del Consejo: A buscarla, no; a enarbolarla.) A enarbolarla, a levantarla. Pues peor. Y S.S., que me conoce, segun dice, hace seis meses (algo más hace), ¿me considera capaz de enarbolar una bandera de esa naturaleza que, una vez votado el artículo, se esfuma? Pues ¡divertido estaría yo si no tuviera otra bandera que enarbolar en la República! Pero el solo hecho de que S.S. me haya supuesto capaz de eso, me basta para relevarme de muchos compromisos en lo sucesivo.
Y ahora vamos al fondo del asunto.
Españolista me ha llamado S.S.
Indudablemente, S.S. tiene una habilidad dialéctica extraordinaria; pero no se
atiene a la realidad, porque yo no he hablado en nombre del españolismo, sino
en nombre de la autonomía más perfecta y acabada, que es como han hablado los
señores de la minoría socialista.
¿Qué otra cosa significa, Sr. Azaña,
decirles a las regiones autónomas: «Tenéis plena libertad, tenéis absoluta
libertad para instalar vuestras Universidades y vuestros centros docentes, todo
lo que queráis, y además, el Estado os da incluso la facultad de colación de
grados, en lo cual podéis ser soberanos, si es que se puede aceptar esta
palabra, para practicar la enseñanza libremente en vuestra región; pero
respetad el derecho del Estado a practicarla también para los que quieran
cultivarla dentro de las Universidades castellanas o de las Universidades
españolas»?
¿Es eso ser españolista?
¿Es eso levantar la bandera
españolista?.
No, Sr. Azaña; eso -permítame S.S. que
se lo diga- es discutir con no muy buena fe. Yo he defendido un punto de vista
perfectamente liberal y autonómico, y no hay nadie que pueda decir que en la
enmienda del partido socialista o en la enmienda del Sr. Unamuno haya ni tanto
así que vaya contra el principio de la autonomía regional.
Afirmá S.S. que todo queda reducido a
posponer la cuestión para cuando se discuta el Estatuto.
Pero, Sr. Azaña, yo supongo que por
mucho que sea el Estatuto y por muy avanzado que sea el Estatuto, no llegará
nunca a impedir que el Estado mantenga en su Constitución fundamental un
derecho elementalísimo y además sagrado y una obligación ineludible; supongo
que a eso no llegará ningún Estatuto, porque entonces sobraría que nosotros
aprobáramos ahora esta Constitución.
Por consiguiente, lo que nosotros
pedimos es que esta obligación sagrada del Estado no quede pendiente de un
«podrá», sino sencillamente precisada y fijada de un modo definitivo, y queda
libre, absolutamente libre para el Estatuto el si han de tener Universidades y
la forma en que van a ejercitar ese derecho las regiones; de modo que tampoco
es ese argumento que se pueda mantener.
Y por último, Sr. Azaña, yo desearía que
cuando se quiera sacar adelante eso que llamaba el Sr. Sánchez Albornoz
fórmula, no enmienda, fórmula, porque, en efecto, lo es, no se saque el tropo de
la Lengua, porque prácticamente, Sr. Azaña, nadie discute la Lengua, ni a nadie
se le ha ocurrido pretender que estos señores (Señalando a la minoría
catalana) dejen de enseñar el catalán.
Ayer decía el Sr. Xiráu con gran acierto
que el problema de la Lengua no es problema, porque la práctica lo resuelve por
sí sola; cuando un maestro se encuentra con alumnos castellanos, los enseña en
castellano, y con alumnos catalanes, en catalán; eso es natural y en eso no hay
problemas; pero no se apele al tropo fácil de hacer cantos a la cultura ni a la
Lengua catalana, porque eso es muy sencillo, pero no tiene que ver con el
asunto (El Sr. Presidente del Gobierno: Yo no he cantado.> No ha
cantado S.S. porque no ha llegado el caso; pero ha recitado y recitado muy bien.
Y en cuanto a la cultura castellana, no he sido yo quien ha hablado de eso,
porque ayer desde esos bancos no se ha hablado de otra cosa sino de la cultura
castellana y de la cultura catalana. (El Sr. Presidente del Gobierno:
Y tiene razón.) Y S.S. también, porque es verdad que todo eso es cultura
española; pero cuando yo he hablado de cultura castellana, he hablado
contestando a las consideraciones que ayer se hicieron con motivo de la cultura
catalana y de la Lengua catalana; no ha sido invención mía; también eso es muy
fácil; pero no me siento con vocación para entonar un canto a la cultura
española. Y nada más.
El Sr. Sánchez Albornoz: Pido la palabra.
El Sr. Presidente: La tiene S.S.
El Sr. Sánchez Albornoz: Pido la palabra.
El Sr. Presidente: La tiene S.S.
El Sr. Sánchez Albornoz: La Cámara comprenderá la situación
desigual en que me encuentro para contender con parlamentado de palabra tan
ágil y de intención tan aguda como el Sr. Maura; pero no puedo menos de
levantarme a rectificar algunas de sus afirmaciones, porque si yo, según él, he
estado moviéndome sobre el vacío, el Sr. Maura ha estado combatiendo fantasmas.
Con un dramatismo extraordinario ha hablado aquí de que vamos a entregar el
alma de Cataluña al catalanismo, de que no habíamos tenido en cuenta la
enseñanza del castellano, la enseñanza del Estado español en Cataluña.
Y yo voy a replicar muy brevemente,
quizá en menos de cinco minutos. El Sr. Maura no sabe que las palabras de la
Constitución «mantendrá», fueron llevadas al dictamen precisamente por
iniciativa mía y por boca del representante de Acción Republicana; pero me he
convencido después de que inferíamos un daño a España si nosotros nos
empeñáramos en mantener la enseñanza del Estado, si las regiones atienden a esa
necesidad de las gentes de habla castellana, en Cataluña, en. Vaconia y en
todas partes. Porque yo no puedo olvidar, Sr. Maura, el caso de un gran pueblo,
Austria, que encontrándose con problemas que no eran iguales, pero sí
parecidos, acudió a la forma que proponen el Sr. Maura y algunos otros Sres.
Diputados en esta Cámara.
En Praga funcionaba una Universidad
alemana al lado de la Universidad checa; en las tierras polacas de Austria
funcionaba una Universidad alemana al lado de la Universidad polaca; en las
regiones servias de la monarquía austríaca ocurría otro tanto; y yo quiero
llamar la atención de la Cámara para que contemple el resultado que ese
antagonismo entre dos Universidades, entre dos culturas, entre dos pueblos, ha
dado al cabo de muy poco tiempo. Pensad un momento en que no ha servido para
nada en orden al mantenimiento de la unidad del Estado austríaco el
mantenimiento en esos pueblos de dos Universidades: alemana y checa; alemana y
polaca; alemana y servia, puesto que al cabo de muy poco tiempo Checoeslovaquia
era una país independiente, Polonia recobraba su libertad y Yugoslavia
constituye un Estado nuevo.
Yo no quiero contribuir con mi voto a que nosotros ahondemos las diferencias que puedan existir entre España o el resto de España y Cataluña; no quiero que el día de mañana pueda ocurrir, por haber nosotros atizado la llama de la contienda, algo parecido a lo que ha ocurrido en el Imperio austríaco y nos encontremos con un fraccionamiento semejante, que no sólo no ha evitado, sino que ha contribuído a crear ese antagonismo de Universidades, de culturas, de centros encontrados.
Y yo quiero también llamar la atención del Sr. Maura y de la Cámara, que precisamente el poner trabas a la expansión de la enseñanza catalana, la contraposición violenta entre las dos lenguas, practicada de modo cruel por la Dictadura, nos ha traído al estado presente; precisamente si hace veinte años hubiera habido en el banco del Gobierno gentes capaces de comprender el problema catalán, no estaríamos nosotros discutiendo hoy alrededor de esta cuestión, en una situación que puede ser muy grave si no dejamos la pasión a un lado y si no habla la reflexión, el entendimiento y el deseo de concordia. (Aplausos.)
El Sr. Presidente: El Sr. Guerra del Río tiene la palabra.
El Sr. Guerra del Rio: Sres. Diputados y Sr. Maura, sólo hago uso de la palabra ante el requerimiento de S.S. y decidido a no seguirle en el tono que ha empleado, sino a contestarle con el mayor comedimiento y limitándome a restablecer la verdad, que el Sr. Maura olvidó o fue mal nformado respecto a ella.
En el día de ayer la minoría radical sostuvo y votó, por acuerdo suyo, un voto particular de esta minoría, en el cual se decía: «Es obligatoria la enseñanza en castellano en todas las escuelas primarias de Espana. En los casos en que las regiones autónomas organicen la enseñanza en sus lenguas respectivas, el Estado mantendrá en aquéllas Centros de instrucción de todos los grados en la lengua oficial de la República.»
Este voto particular, que condensaba el criterio del partido radical, fue desechado por la Cámara por 192 votos contra 78. De esos 78 votos, ponga S.S. todo el margen más amplio que quiera, y son votos radicales y federales; en los 192 votos en contra puede contar todos los Diputados socialistas que se encontraban presentes. Terminada la votación y derrotado nuestro criterio y desechado por la Cámara el voto particular, fue el Sr. Cordero, no yo, que, aunque manso, no soy cordero, ni me llamo Cordero (El Sr. De la Villa: Ni manso es tampoco S.S.), fue el Sr. Cordero el que se levantó a decir que la minoría socialista presentaría hoy esa enmienda a que se refería S.S. En ello el partido radical no intervino para nada; defendió su criterio, le votó y fue derrotado.
En el día de hoy, ¿qué hará la minoría radical? Lo lógico, lo que nos imponen nuestras convicciones: ir buscando en las enmiendas, en las proposiciones, en las fórmulas que presenten los demás partidos la que más se acerque a la nuestra; pero escogiéndola nosotros, sin necesidad de que sea el Sr. Maura quien nos la indique. Es lo menos a que creemos que tenemos derecho; seremos nosotros los que escojamos, una vez desechado nuestro criterio, el que más se acerque al nuestro. Entonces, señor Maura, ¿a qué viene el requerimiento a la minoría radical y a Guerra del Río, cuando hemos actuado con una actitud tan clara, tan franca, como la que expresé ayer en la Cámara, y que está avalada por el voto de toda la minoría radical?
Con esto hemos terminado. El Sr. Maura, seguramente, y con ello no demostró más que sus relaciones antiguas con esta minoría, tiene todavía en el oído las reiteradas palabras de los radicales, mientras él se sentaba en el banco azul, que en otra ocasión decíamos: «Lo que se diga desde ahí (Señalando al banco azul), eso vota la minoría radical.» Nosotros no hemos cambiado, Sr. Maura, y seguimos diciendo lo que el primer día: «Lo que se diga desde ahí (Señalando nueva mente al banco azul), eso vota la minoría radical.» Si el Sr. Maura ha cambiado de sitio, la culpa no es nuestra. (Aplausos.)
Yo no quiero contribuir con mi voto a que nosotros ahondemos las diferencias que puedan existir entre España o el resto de España y Cataluña; no quiero que el día de mañana pueda ocurrir, por haber nosotros atizado la llama de la contienda, algo parecido a lo que ha ocurrido en el Imperio austríaco y nos encontremos con un fraccionamiento semejante, que no sólo no ha evitado, sino que ha contribuído a crear ese antagonismo de Universidades, de culturas, de centros encontrados.
Y yo quiero también llamar la atención del Sr. Maura y de la Cámara, que precisamente el poner trabas a la expansión de la enseñanza catalana, la contraposición violenta entre las dos lenguas, practicada de modo cruel por la Dictadura, nos ha traído al estado presente; precisamente si hace veinte años hubiera habido en el banco del Gobierno gentes capaces de comprender el problema catalán, no estaríamos nosotros discutiendo hoy alrededor de esta cuestión, en una situación que puede ser muy grave si no dejamos la pasión a un lado y si no habla la reflexión, el entendimiento y el deseo de concordia. (Aplausos.)
El Sr. Presidente: El Sr. Guerra del Río tiene la palabra.
El Sr. Guerra del Rio: Sres. Diputados y Sr. Maura, sólo hago uso de la palabra ante el requerimiento de S.S. y decidido a no seguirle en el tono que ha empleado, sino a contestarle con el mayor comedimiento y limitándome a restablecer la verdad, que el Sr. Maura olvidó o fue mal nformado respecto a ella.
En el día de ayer la minoría radical sostuvo y votó, por acuerdo suyo, un voto particular de esta minoría, en el cual se decía: «Es obligatoria la enseñanza en castellano en todas las escuelas primarias de Espana. En los casos en que las regiones autónomas organicen la enseñanza en sus lenguas respectivas, el Estado mantendrá en aquéllas Centros de instrucción de todos los grados en la lengua oficial de la República.»
Este voto particular, que condensaba el criterio del partido radical, fue desechado por la Cámara por 192 votos contra 78. De esos 78 votos, ponga S.S. todo el margen más amplio que quiera, y son votos radicales y federales; en los 192 votos en contra puede contar todos los Diputados socialistas que se encontraban presentes. Terminada la votación y derrotado nuestro criterio y desechado por la Cámara el voto particular, fue el Sr. Cordero, no yo, que, aunque manso, no soy cordero, ni me llamo Cordero (El Sr. De la Villa: Ni manso es tampoco S.S.), fue el Sr. Cordero el que se levantó a decir que la minoría socialista presentaría hoy esa enmienda a que se refería S.S. En ello el partido radical no intervino para nada; defendió su criterio, le votó y fue derrotado.
En el día de hoy, ¿qué hará la minoría radical? Lo lógico, lo que nos imponen nuestras convicciones: ir buscando en las enmiendas, en las proposiciones, en las fórmulas que presenten los demás partidos la que más se acerque a la nuestra; pero escogiéndola nosotros, sin necesidad de que sea el Sr. Maura quien nos la indique. Es lo menos a que creemos que tenemos derecho; seremos nosotros los que escojamos, una vez desechado nuestro criterio, el que más se acerque al nuestro. Entonces, señor Maura, ¿a qué viene el requerimiento a la minoría radical y a Guerra del Río, cuando hemos actuado con una actitud tan clara, tan franca, como la que expresé ayer en la Cámara, y que está avalada por el voto de toda la minoría radical?
Con esto hemos terminado. El Sr. Maura, seguramente, y con ello no demostró más que sus relaciones antiguas con esta minoría, tiene todavía en el oído las reiteradas palabras de los radicales, mientras él se sentaba en el banco azul, que en otra ocasión decíamos: «Lo que se diga desde ahí (Señalando al banco azul), eso vota la minoría radical.» Nosotros no hemos cambiado, Sr. Maura, y seguimos diciendo lo que el primer día: «Lo que se diga desde ahí (Señalando nueva mente al banco azul), eso vota la minoría radical.» Si el Sr. Maura ha cambiado de sitio, la culpa no es nuestra. (Aplausos.)
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