miércoles, 26 de marzo de 2014

La referencia

La referencia
La Vanguardia | Miquel Roca i Junyent
Adolfo Suárez ha muerto. Ahora será el momento de los elogios que en vida se le negaron. En vida, fue criticado y maltratado, tanto por los que compartían con él un mismo proyecto como por los que eran sus adversarios políticos. Sin embargo, los unos y los otros, sabían que, sin él, la aventura inconcebible de pasar de un régimen totalitario a uno de libertad y democracia, sin costes traumáticos, habría sido imposible. Cuesta mucho hoy entender lo que eso representó; una España sometida por una dictadura durante casi 40 años, iniciada en una Guerra Civil que durante tres años llenó de muertes y represión la vida colectiva del país, fue capaz de construir un Estado de libertad y democracia, un régimen de convivencia y progreso, en un clima inédito de paz y de respeto. Esta fue la obra de muchos millones de ciudadanos anónimos, pero que tuvo en la persona de Suárez un protagonista decidido, valiente y comprometido. Fue el líder que el proyecto necesitaba en el momento en que era preciso.
Fue un hombre de Estado, no de partido. Prefirió la fidelidad al proyecto a la de sus correligionarios. Buscó el apoyo de los que podían dar amplitud y solidez a la transición, más allá de las propias filas. Pactó con Carrillo y con Tarradellas. Escuchó a Camacho y Redondo, se abrió a nacionalistas vascos y catalanes, buscó complicidades más allá de su partido, porque en aquel momento España lo necesitaba. La transición imponía hitos ambiciosos, de valentía; imponía pensar en futuro para no caer en los errores del pasado.
No dudó Suárez a la hora de pactar con la oposición para sentar las bases de la futura democracia; se enfrentó a los suyos con el fin de legalizar el Partido Comunista, cuando todavía los franquistas creían que podían perpetuarse en el poder. Supo dar al Rey la orientación del cambio; sirvió a la Corona pero para ponerla al servicio de la democracia. Y cuando convino, llamó a Tarradellas como símbolo de una política de comprensión con las ambiciones de autogobierno de Catalunya.
Todo eso, ahora, parece casi anecdótico. Forma parte de recuerdos que algunos pretenden devaluar, pero que definen un momento decisivo en la historia de España. El momento que, al reencontrar el camino de la libertad, ha permitido todo lo que hasta ahora ha sido. Incluso los insatisfechos tendrían que aceptar que su ambición es posible gracias a lo que en aquel momento se hizo; los que quieren más saben o tendrían que saber que fue gracias a lo que entonces se consiguió que hoy se puede ambicionar más. La transición liderada por Suárez abrió el camino hacia todas las demás transiciones deseadas.
Suárez lideró aquel proceso. Muchos fueron los protagonistas, pero nadie como él simboliza el estilo que lo hizo posible. Aquella generación política pactó y acordó para ganar la libertad; después ha venido la lección más difícil, que es la de saber vivir en libertad. Las dificultades que eso comporta, afortunadamente para Suárez, no ha podido verlas. Pero lo que nadie le tendría que negar es que lo que él representaba nos dio la posibilidad de resolver en libertad los problemas de vivir en libertad. Si ahora no lo sabemos hacer, no hay que mirar atrás para buscar a los responsables.
Suárez fue un hombre de pacto. Puedo dar fe; soy testigo. Quería entender, comprender la diversidad y la discrepancia. Y por eso fue amigo de los que no compartían las mismas ideas; quería generar confianzas y buscar complicidades. Lo supo hacer y conseguir. Este estilo nos falta hoy y se equivocan los que creen que ahora no hace falta ni es conveniente. Se equivocan pero no se trata de instrumentalizar el recuerdo de Suárez al servicio de reflexiones más actuales. Pero si ahora, por el hecho de su muerte, lo recordamos con afecto y respeto, valoremos también el estilo que inspiró la transición que él lideró.
Descanse en paz el amigo y el hombre de Estado.

Miquel Roca i Junyent, abogado, exdiputado de CiU y ponente de la Constitución.

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