La
referencia
La
Vanguardia | Miquel Roca i Junyent
Adolfo
Suárez ha muerto. Ahora será el momento de los elogios que en vida se le
negaron. En vida, fue criticado y maltratado, tanto por los que compartían con
él un mismo proyecto como por los que eran sus adversarios políticos. Sin
embargo, los unos y los otros, sabían que, sin él, la aventura inconcebible de
pasar de un régimen totalitario a uno de libertad y democracia, sin costes
traumáticos, habría sido imposible. Cuesta mucho hoy entender lo que eso
representó; una España sometida por una dictadura durante casi 40 años,
iniciada en una Guerra Civil que durante tres años llenó de muertes y represión
la vida colectiva del país, fue capaz de construir un Estado de libertad y
democracia, un régimen de convivencia y progreso, en un clima inédito de paz y
de respeto. Esta fue la obra de muchos millones de ciudadanos anónimos, pero
que tuvo en la persona de Suárez un protagonista decidido, valiente y
comprometido. Fue el líder que el proyecto necesitaba en el momento en que era
preciso.
Fue un
hombre de Estado, no de partido. Prefirió la fidelidad al proyecto a la de sus
correligionarios. Buscó el apoyo de los que podían dar amplitud y solidez a la
transición, más allá de las propias filas. Pactó con Carrillo y con
Tarradellas. Escuchó a Camacho y Redondo, se abrió a nacionalistas vascos y
catalanes, buscó complicidades más allá de su partido, porque en aquel momento España
lo necesitaba. La transición imponía hitos ambiciosos, de valentía; imponía
pensar en futuro para no caer en los errores del pasado.
No dudó
Suárez a la hora de pactar con la oposición para sentar las bases de la futura
democracia; se enfrentó a los suyos con el fin de legalizar el Partido
Comunista, cuando todavía los franquistas creían que podían perpetuarse en el
poder. Supo dar al Rey la orientación del cambio; sirvió a la Corona pero para
ponerla al servicio de la democracia. Y cuando convino, llamó a Tarradellas
como símbolo de una política de comprensión con las ambiciones de autogobierno
de Catalunya.
Todo eso,
ahora, parece casi anecdótico. Forma parte de recuerdos que algunos pretenden
devaluar, pero que definen un momento decisivo en la historia de España. El
momento que, al reencontrar el camino de la libertad, ha permitido todo lo que
hasta ahora ha sido. Incluso los insatisfechos tendrían que aceptar que su
ambición es posible gracias a lo que en aquel momento se hizo; los que quieren
más saben o tendrían que saber que fue gracias a lo que entonces se consiguió
que hoy se puede ambicionar más. La transición liderada por Suárez abrió el
camino hacia todas las demás transiciones deseadas.
Suárez
lideró aquel proceso. Muchos fueron los protagonistas, pero nadie como él
simboliza el estilo que lo hizo posible. Aquella generación política pactó y
acordó para ganar la libertad; después ha venido la lección más difícil, que es
la de saber vivir en libertad. Las dificultades que eso comporta, afortunadamente
para Suárez, no ha podido verlas. Pero lo que nadie le tendría que negar es que
lo que él representaba nos dio la posibilidad de resolver en libertad los
problemas de vivir en libertad. Si ahora no lo sabemos hacer, no hay que mirar
atrás para buscar a los responsables.
Suárez fue
un hombre de pacto. Puedo dar fe; soy testigo. Quería entender, comprender la
diversidad y la discrepancia. Y por eso fue amigo de los que no compartían las
mismas ideas; quería generar confianzas y buscar complicidades. Lo supo hacer y
conseguir. Este estilo nos falta hoy y se equivocan los que creen que ahora no
hace falta ni es conveniente. Se equivocan pero no se trata de instrumentalizar
el recuerdo de Suárez al servicio de reflexiones más actuales. Pero si ahora, por
el hecho de su muerte, lo recordamos con afecto y respeto, valoremos también el
estilo que inspiró la transición que él lideró.
Descanse en
paz el amigo y el hombre de Estado.
Miquel Roca
i Junyent, abogado, exdiputado de CiU y ponente de la Constitución.
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