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viernes, 23 de septiembre de 2011
martes, 20 de septiembre de 2011
lunes, 12 de septiembre de 2011
Los dos modelos de Estado.
Artículo principal: Proyecto de Constitución Federal de 1873
Elaborada durante la I República y que no llegó a promulgarse, definía España como una República Federal, integrada por diecisiete Estados, que se daban su propia Constitución y que poseerían órganos legislativos, ejecutivos y judiciales, según un sistema de división de competencias entre la Federación y los Estados miembros.
Sin embargo, la imposibilidad de llegar a un acuerdo para articular el funcionamiento de los Estados dentro de la federación, impidió que llegara a buen fin el proyecto.
Los dos modelos de Estado:
LA fuerza de los complejos del pasado y la presión de la corrección política sobre la cuestión de la nación española son tan grandes que todavía hoy en día el debate sobre los modelos de España aparece lleno de falsedades.
Fundamentalmente, una falsedad según la cual nos encontraríamos ante la discusión de si optamos por una España unitaria y homogénea o una España plural y heterogénea.
Se trata básicamente de una interpretación propia de la izquierda que quedó anclada en el discurso de la Transición y que pretende que el PP ha optado por el modelo de la España unitaria y el PSOE por la España plural.
(…) este debate se sigue caracterizando todavía hoy en día por el peso y la fuerza de viejas concepciones de los inicios de la Transición democrática, por la capacidad de influencia de los nacionalismos periféricos, y por las dificultades de penetración que encuentra el discurso renovado sobre esta cuestión.
En estos momentos hay ciertamente dos modelos de España, pero el problema es que uno es constantemente manipulado y falseado y el otro está confuso incluso para quienes lo plantean.
Porque el modelo del cierre del Estado autonómico y el fortalecimiento de la nación española nada tiene que ver con una concepción de la España unitaria y homogénea. Y el modelo de la apertura indefinida del modelo autonómico está lleno de confusiones y vaguedades.
Precisamente la esencia del modelo del cierre del Estado autonómico es la defensa de la pluralidad porque este modelo parte de la defensa de la España de las Autonomías que hemos construido en la democracia, con sus elementos de descentralización y de expresión de las identidades regionales y de las nacionalidades, tal como se señala en la Constitución.
El eje del modelo es el Estado autonómico, el del año 2003 y no, claro está, el del Estado centralista heredado del franquismo.
Es decir, se trata de la defensa de uno de los sistemas políticos más descentralizados del mundo, un sistema que muchos consideran y consideramos federal en sus elementos básicos.
¿Cómo es posible que lo anterior, que es una obviedad, pueda ser manipulado hasta el punto de que se pretenda confundirlo con una concepción centralista y homogeneizadora del Estado?.
Por cuatro razones.
Por una primera muy simple, la electoralista, a la que se le suman otras más preocupantes como son la permanencia del discurso de la Transición en una parte de la izquierda, el miedo al concepto de la nación española, y, por último, la debilidad de convicciones de los propios sectores que están planteando el modelo del cierre del Estado de las Autonomías.
Respecto al factor electoralista, algunos todavía se empeñan en mantener viva un arma política ya completamente trasnochada como es la pretensión de que hay reminiscencias franquistas en cualquier planteamiento que proceda sobre todo o en parte de la derecha.
Pero, sobre todo, una parte de la izquierda sigue anclada en el discurso de los inicios de la Transición según el cual España debe adaptarse eternamente a las exigencias de los nacionalismos étnicos, sean cuales sean, e independientemente de que ya hayamos acabado de construir un sistema enormemente descentralizado.
Esta izquierda no tiene un concepto de España, sino que se adapta en cada momento a lo que exijan los nacionalismos étnicos, y España es en cada momento lo que los nacionalismos vasco y catalán sobre todo quieren que sea.
Pero, además, este sector de la izquierda tiene un enorme miedo al concepto de nación española. No ha podido superar el complejo del antifranquismo según el cual la idea de nación española es necesariamente franquista aunque llevemos casi treinta años de democracia.
Y es que en el modelo del cierre y consolidación del Estado de las Autonomías hay un planteamiento realmente novedoso de la política española que es el del fortalecimiento de la nación española.
Defensa del Estado autonómico, por un lado, y, además, fortalecimiento de la nación sobre la que se sustenta ese Estado, es decir, España, desaparecida todos estos años entre las fauces insaciables de los nacionalismos periféricos y entre los complejos antifranquistas.
Ese miedo es tan fuerte que no deja de afectar incluso a quienes se están atreviendo a plantearlo.
Han sido muchos los años en los que el progresismo y la corrección política se han identificado con la aceptación de la idea de España de los nacionalismos vasco y catalán y con la fuerza de la equiparación entre franquismo y nación española. Y no es sencillo defender lo que todavía entra en España en el plano de la incorrección política.
Y lo curioso es que los críticos del cierre del Estado de las Autonomías no presentan, en realidad, ningún modelo alternativo.
Porque ese modelo es una mezcla de dubitativos planteamientos sobre «el impulso federal» o la España social.
El llamado «impulso federal» es en realidad una confusa amalgama de recetas de adaptación a la insatisfacción permanente de los nacionalismos, recetas que, paradójicamente, de nada sirven, porque esos nacionalismos tan sólo se conforman con el derecho a la independencia.
Y la España social que Rodríguez Zapatero ha defendido en la Conferencia Autonómica mezcla dos problemas que nada tienen que ver. Zapatero ha asumido la idea de Jürgen Habermas de que a la necesidad de fortalecimiento de sentimientos y valores asociados a la patria se le responde con más Estado de Bienestar, o, como ha traducido Zapatero, «haciendo de la España autonómica la España de los derechos sociales».
Pero una cosa es el Estado de Bienestar y otra la articulación territorial del Estado y el engarce entre Estado y la nación.
Lo primero tiene sus políticas y sus recetas.
Y lo segundo otras totalmente distintas, precisamente aquellas que en España no hemos acabado de resolver.
Ese es el debate del presente y del futuro en nuestro país.
Y ni puede seguir en manos de los nacionalismos étnicos ni tampoco en la capacidad de determinación de los complejos del pasado.
Elaborada durante la I República y que no llegó a promulgarse, definía España como una República Federal, integrada por diecisiete Estados, que se daban su propia Constitución y que poseerían órganos legislativos, ejecutivos y judiciales, según un sistema de división de competencias entre la Federación y los Estados miembros.
Sin embargo, la imposibilidad de llegar a un acuerdo para articular el funcionamiento de los Estados dentro de la federación, impidió que llegara a buen fin el proyecto.
Los dos modelos de Estado:
LA fuerza de los complejos del pasado y la presión de la corrección política sobre la cuestión de la nación española son tan grandes que todavía hoy en día el debate sobre los modelos de España aparece lleno de falsedades.
Fundamentalmente, una falsedad según la cual nos encontraríamos ante la discusión de si optamos por una España unitaria y homogénea o una España plural y heterogénea.
Se trata básicamente de una interpretación propia de la izquierda que quedó anclada en el discurso de la Transición y que pretende que el PP ha optado por el modelo de la España unitaria y el PSOE por la España plural.
(…) este debate se sigue caracterizando todavía hoy en día por el peso y la fuerza de viejas concepciones de los inicios de la Transición democrática, por la capacidad de influencia de los nacionalismos periféricos, y por las dificultades de penetración que encuentra el discurso renovado sobre esta cuestión.
En estos momentos hay ciertamente dos modelos de España, pero el problema es que uno es constantemente manipulado y falseado y el otro está confuso incluso para quienes lo plantean.
Porque el modelo del cierre del Estado autonómico y el fortalecimiento de la nación española nada tiene que ver con una concepción de la España unitaria y homogénea. Y el modelo de la apertura indefinida del modelo autonómico está lleno de confusiones y vaguedades.
Precisamente la esencia del modelo del cierre del Estado autonómico es la defensa de la pluralidad porque este modelo parte de la defensa de la España de las Autonomías que hemos construido en la democracia, con sus elementos de descentralización y de expresión de las identidades regionales y de las nacionalidades, tal como se señala en la Constitución.
El eje del modelo es el Estado autonómico, el del año 2003 y no, claro está, el del Estado centralista heredado del franquismo.
Es decir, se trata de la defensa de uno de los sistemas políticos más descentralizados del mundo, un sistema que muchos consideran y consideramos federal en sus elementos básicos.
¿Cómo es posible que lo anterior, que es una obviedad, pueda ser manipulado hasta el punto de que se pretenda confundirlo con una concepción centralista y homogeneizadora del Estado?.
Por cuatro razones.
Por una primera muy simple, la electoralista, a la que se le suman otras más preocupantes como son la permanencia del discurso de la Transición en una parte de la izquierda, el miedo al concepto de la nación española, y, por último, la debilidad de convicciones de los propios sectores que están planteando el modelo del cierre del Estado de las Autonomías.
Respecto al factor electoralista, algunos todavía se empeñan en mantener viva un arma política ya completamente trasnochada como es la pretensión de que hay reminiscencias franquistas en cualquier planteamiento que proceda sobre todo o en parte de la derecha.
Pero, sobre todo, una parte de la izquierda sigue anclada en el discurso de los inicios de la Transición según el cual España debe adaptarse eternamente a las exigencias de los nacionalismos étnicos, sean cuales sean, e independientemente de que ya hayamos acabado de construir un sistema enormemente descentralizado.
Esta izquierda no tiene un concepto de España, sino que se adapta en cada momento a lo que exijan los nacionalismos étnicos, y España es en cada momento lo que los nacionalismos vasco y catalán sobre todo quieren que sea.
Pero, además, este sector de la izquierda tiene un enorme miedo al concepto de nación española. No ha podido superar el complejo del antifranquismo según el cual la idea de nación española es necesariamente franquista aunque llevemos casi treinta años de democracia.
Y es que en el modelo del cierre y consolidación del Estado de las Autonomías hay un planteamiento realmente novedoso de la política española que es el del fortalecimiento de la nación española.
Defensa del Estado autonómico, por un lado, y, además, fortalecimiento de la nación sobre la que se sustenta ese Estado, es decir, España, desaparecida todos estos años entre las fauces insaciables de los nacionalismos periféricos y entre los complejos antifranquistas.
Ese miedo es tan fuerte que no deja de afectar incluso a quienes se están atreviendo a plantearlo.
Han sido muchos los años en los que el progresismo y la corrección política se han identificado con la aceptación de la idea de España de los nacionalismos vasco y catalán y con la fuerza de la equiparación entre franquismo y nación española. Y no es sencillo defender lo que todavía entra en España en el plano de la incorrección política.
Y lo curioso es que los críticos del cierre del Estado de las Autonomías no presentan, en realidad, ningún modelo alternativo.
Porque ese modelo es una mezcla de dubitativos planteamientos sobre «el impulso federal» o la España social.
El llamado «impulso federal» es en realidad una confusa amalgama de recetas de adaptación a la insatisfacción permanente de los nacionalismos, recetas que, paradójicamente, de nada sirven, porque esos nacionalismos tan sólo se conforman con el derecho a la independencia.
Y la España social que Rodríguez Zapatero ha defendido en la Conferencia Autonómica mezcla dos problemas que nada tienen que ver. Zapatero ha asumido la idea de Jürgen Habermas de que a la necesidad de fortalecimiento de sentimientos y valores asociados a la patria se le responde con más Estado de Bienestar, o, como ha traducido Zapatero, «haciendo de la España autonómica la España de los derechos sociales».
Pero una cosa es el Estado de Bienestar y otra la articulación territorial del Estado y el engarce entre Estado y la nación.
Lo primero tiene sus políticas y sus recetas.
Y lo segundo otras totalmente distintas, precisamente aquellas que en España no hemos acabado de resolver.
Ese es el debate del presente y del futuro en nuestro país.
Y ni puede seguir en manos de los nacionalismos étnicos ni tampoco en la capacidad de determinación de los complejos del pasado.
EDURNE URIARTE Catedrática de Ciencia Política de la UPV.
La "España" del siglo X
Una profesora de Derecho Constitucional advierte a sus alumnos, el primer día de curso, y lo repite cuando puede o se tercia, que ella es republicana, no cree en la Monarquía y milita en la izquierda.
Un alumno suyo dice: «pero es muy buena persona, muy simpática».
Esta profesora también afirma que España no es una nación, y, en cambio, se refiere a Cataluña o el País Vasco como «Comunidades históricas».
Nadie puede poner en duda que en el siglo X la Córdoba de los Califas celebraba so-lemnemente la fiesta de san Isidoro, obispo hispalense y salvador de la cultura occiden-tal, cuyo ejemplo no tenía todavía imitadores en los reinos del norte, que por esa época andaban a palos unos con otros, y cuyas historias tan solo comenzaban a dibujarse y que no eran más que un pálido bosquejo de lo que llegaron a ser varios siglos después los reinos de Aragón (Cataluña nunca fue un reino) y de Castilla.
Ferrán Soldevila, el historiador de Cataluña, escribe que en esa época -la de los Ramón Berenguer y Mío Cid-, cuando en lo que hoy es Andalucía ya llevaban varios siglos de cultura e historia, «és tot el panorama de la nostra història, que comença a dibuixar-se».
Además, que los reyes, condes o caudillos castellanos, navarros, leoneses, ilerdenses o de Barcelona eran en esa época bastante puercos, visto con nuestra higiénica visión oc-cidental de comienzos del siglo XXI, y en comparación con los califas cordobeses o monarcas nazaríes, es algo que, por evidente, no debería molestar a nadie.
¿Alguien se ofendería en Francia y organizaría un problema de Estado, por ejemplo, si les recordásemos que no se instaló un cuarto de baño completo en el Palacio del Elíseo hasta, si no recuerdo mal, la presidencia de Clemenceau?.
Un alumno suyo dice: «pero es muy buena persona, muy simpática».
Esta profesora también afirma que España no es una nación, y, en cambio, se refiere a Cataluña o el País Vasco como «Comunidades históricas».
Nadie puede poner en duda que en el siglo X la Córdoba de los Califas celebraba so-lemnemente la fiesta de san Isidoro, obispo hispalense y salvador de la cultura occiden-tal, cuyo ejemplo no tenía todavía imitadores en los reinos del norte, que por esa época andaban a palos unos con otros, y cuyas historias tan solo comenzaban a dibujarse y que no eran más que un pálido bosquejo de lo que llegaron a ser varios siglos después los reinos de Aragón (Cataluña nunca fue un reino) y de Castilla.
Ferrán Soldevila, el historiador de Cataluña, escribe que en esa época -la de los Ramón Berenguer y Mío Cid-, cuando en lo que hoy es Andalucía ya llevaban varios siglos de cultura e historia, «és tot el panorama de la nostra història, que comença a dibuixar-se».
Además, que los reyes, condes o caudillos castellanos, navarros, leoneses, ilerdenses o de Barcelona eran en esa época bastante puercos, visto con nuestra higiénica visión oc-cidental de comienzos del siglo XXI, y en comparación con los califas cordobeses o monarcas nazaríes, es algo que, por evidente, no debería molestar a nadie.
¿Alguien se ofendería en Francia y organizaría un problema de Estado, por ejemplo, si les recordásemos que no se instaló un cuarto de baño completo en el Palacio del Elíseo hasta, si no recuerdo mal, la presidencia de Clemenceau?.
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